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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Mariano Egaņa. Cartas a Juan Egaņa. 1824-1829
23. Londres, 24 de Septiembre de 1824.

LONDRES, 24 DE SEPTIEMBRE DE 1824.

Mi amadísimo padre,

Continúo mi carta de antes de ayer, que quedó sin concluir porque falsamente se me anunció que salía el correo.

A mi llegada me han visitado los Enviados Americanos, otros americanos viajeros que hay aquí, Hullet Brothers, etc., y uno u otro inglés que ha estado o tiene relaciones en Chile. Mi llegada la anunciaron las gacetas. Mi primera negociación ha sido invitar a los Enviados Americanos a que hablemos por una cuerda en lo que estamos convenidos con el de México, hombre respetable (Michelena) y cuya nación tiene aquí mucho crédito, así por su importancia, que con justísima razón se reputa mayor que la de los otros estados, como porque todo su territorio se halla completamente libre de españoles y el país constituido. A que se agrega que tiene contraído un grueso empréstito, lazo muy poderoso para atar al pueblo inglés y por consiguiente a su gobierno. La ausencia de Hurtado, Plenipotenciario de Colombia, que se halla en París, y que aguardo muy luego esperando que venga como Michelena, ha impedido que cerremos nuestro compromiso. Entre tanto los diputados del Perú me dicen que sus poderes se hallan suspendidos y Rivadavia (que ha venido a parar en el mismo hotel que yo y a quien con este motivo he tratado) me ha significado que concibe mi plan como el más útil, pero que él ha venido sin carácter público, y no puede hacer ni concurrir a gestión alguna diplomática. Muy interesante sería que hubiese enviados del Perú y Buenos Aires; pero entre tanto no es poco la unión de los de Chile, México y Colombia.

Vamos ahora a nuestro Irisarri. Cuando en mi anterior dije a Ud. que a Gutiérrez Moreno debía aborrecerse con preferencia a aquél, y en lo que me ratifico, tuve presente el pérfido y atroz atentado que este insigne criminal cometió a mi llegada y sobre que por ahora convendrá acaso que se guarde secreto. Yo tiemblo de ser autor de una calumnia principalmente en materias delicadas. No tengo certeza física de lo que voy a referir, pero expondré los hechos cuales han sido, y Ud. verá si las relaciones son conformes a las que yo hago.

Gutiérrez es el hombre más chocante que yo había conocido: su carácter me repugnaba y disgustaba extraordinariamente, aun antes de su última hazaña, y sobre todo cuando con una cabeza cubierta de canas le veía tan inclinado a conversaciones y recuerdos de que no haría uso un joven de juicio. Sin embargo yo guardé con él una no interrumpida armonía, sin intimidad. Jamás tuvimos el menor disgusto ni aún indirectamente. En toda la navegación siempre me decía que a Irisarri lo encontraríamos en Francia, idea en que me imbuí como tan verosímil. El 21 de agosto, un día después de haber avistado tierra, nos sobrevino una calma que nos obligó a fondear frente del Puerto de Deal en el Canal de la Mancha. Gutiérrez escribió desde allí a Londres, avisando que íbamos a desembarcar en Gravesend. La carta sin duda fue dirigida a Hullet, quien avisó a Irisarri la venida de su amigo, y la mía con el carácter de Plenipotenciario. Irisarri marchó a Gravesend donde no quiso ayudarnos, sino que dejó escrita una carta a Gutiérrez con un tal Mr. Fox. El viento nos fue contrario y sólo el 26 de mañana pudimos fondear en Grasevend. Ha de advertir Ud. que por tierra hay de Deal a Londres doce horas de camino, y cuatro de Gravesend a Londres. El 26, luego que fondeamos, se apareció a nuestro bordo Mr. Fox entregándole a Gutiérrez una carta y conduciendo una lancha. Los conflictos en que a la sazón yo me hallaba eran terribles. Solo, sin criado como ya Ud. sabe, sin tener de quien valerme, sin conocimiento el menor del país, ni experiencia de lo que eran estas cosas; y lo que era peor que todo, sin haber quien me entendiese una palabra, no hallaba cómo desembarcarme, pasar a la Aduana, ir a presentar al magistrado en la oficina de extranjeros, tomar un hotel, y conducirme con mi equipaje a Londres. En tales circunstancias, Gutiérrez, luego que leyó su carta, se dirigió a mí, y me dijo, que un amigo suyo le mandaba aquel barquero (señalándome a Fox) y se lo recomendaba por si había algunos equipajes que desembarcar, y que si yo quería podíamos ocuparla. Hallé el cielo abierto con aquella proposición, y no sólo la admití sino que le dí gracias. El mismo Gutiérrez me dijo que iríamos juntos a la Aduana, etc., y aun yo se lo supliqué. Días antes, hablándole yo sobre que no tenía a donde ir a parar en Londres, él me dijo que me dirigiría a un buen hotel, y admití también su favor. Ya Ud. ve cuán natural y preciso era todo esto. Entre tanto Gutiérrez me ocultaba que Irisarri estuviese en Londres. A Fox o al mismo Gutiérrez se le escapó decir que un caballero había estado el día antes a recibir a Gutiérrez en Gravesend, y preguntando Barra al mismo Gutiérrez, quién era el tal caballero, contestó éste que no sabía. Corridas ya las diligencias de aduana, etc., y estando ya en el hotel de Gravesend, propuso Gutiérrez que era necesario despachar el equipaje. Estos son conducidos a Londres por el mismo río Támesis a cuya orilla están ambas ciudades y las personas toman un coche. Yo creo que le pregunté si Fox era de confianza y adónde iba nuestro equipaje: a lo primero me dijo que sí, y a lo 2° que el equipaje iba al hotel donde debíamos parar. En seguida se puso a escribir, y llamó a Barra para que le dijese las señales y piezas de que constaba nuestro equipaje. Barra se la dió muy puntual, pero observó que la lista o escritura que hacía Gutiérrez, estaba en castellano, y que cautelosamente doblaba el papel en que escribía para ocultarle lo que ya tenía escrito. Barra sin embargo no le preguntó a quien escribía en castellano a un hotel de Londres, ni me dijo a mí una palabra de un hecho tan notable, como tampoco de haberle dicho Gutiérrez no sabía quién era el amigo que lo había ido a recibir, lo que seguramente me habría hecho entrar en sospechas. De paso debo advertir que Barra, joven muy irreflexivo, había tomado grande intimidad con Gutiérrez, cosa que a mí no me gustaba porque veía que no podía dejar de deteriorar su buen carácter. En fin mi equipaje, por medio de esta perfidia, marchó con Mr. Fox a ser entregado al señor Irisarri. Gutiérrez sabía que mis papeles iban en mi escritorio, que me había visto abrir tantas veces a bordo, y que como escritorio inglés es fácil abrir con cualquier llave de su tamaño.

No me dejó de causar extrañeza que Gutiérrez, que manifestaba tantos deseos de llegar a Londres, se demorase en Gravesend un día entero, y debiendo haber salido de allí a las 11 de la mañana en que ya estábamos desocupados, contratase el coche para el día siguiente a las 10, siendo así que algunos pasajeros o todos los de nuestro buque salieron para Londres en esa misma mañana a las 12. Sin embargo, como estaba tan persuadido de que Irisarri se hallaba en Francia, no se me pasó por la imaginación la menor idea de recelo.

El 27 salimos de Gravesend, y fuimos en derechura a la posada a donde nos condujo el mismo Gutiérrez, que luego que nos dejó se despidió. Sorprendido yo, le dije que si no venía él también a parar allí, y me contestó que no, que se iba a otra posada sin decir cuál. Al momento se me presentó don Andrés Bello (el secretario de Irisarri) a felicitarme. En la conversación le pregunté cuándo vendría el señor Irisarri de Francia, y me contestó que estaba en Londres. Esta respuesta me alarmó; y al momento llamé al posadero y le pregunté por mi equipaje: me dijo que no lo había recibido pero que sabía que estaba en la posada de Mr. Irisarri. Fuera de mí y como furioso salí sin saber las calles en busca de mi escritorio principalmente; y en efecto lo encontré en la posada de Irisarri en una pieza de abajo al pie de la escalera, disponiendo la Providencia que para prueba de la maldad se encontrase en el mismo cuarto de Irisarri, arriba en el segundo piso, un cajón en figura de escritorio (mi botiquín y un mapa mío) que cuando hizo aquel malvado el registro se dejó allí olvidado. A pesar de haberle dado Gutiérrez 24 horas de tiempo para que lo hiciese a su satisfacción, no habían tenido tiempo de pasar el equipaje a mi posada antes de mi arribo.

No tengo duda que han registrado todos los papeles, sacando copia de los que han querido, y quedándose con otros porque aunque tengo los principales, de los que me faltan, no sé si venían, o se quedaron en Chile ¡Qué tal conducta! ¡Qué risotadas habrán añadido a las que ya daban burlándose de Chile, su gobierno y sus habitantes! Una palabra no les dije y creen que nada he sospechado, porque el mayor insulto que nos hacen es suponernos tan estólidos que las maldades más manifiestas no las conocemos. En esta parte es admirable la conducta impudente de Irisarri.

Me dice don Luis López Méndez, hombre muy formal, vecino muy respetable de Caracas, primer enviado de aquel gobierno y en cuyo elogio basta decir que por su mano ha manejado y distribuido más de 600 mil libras esterlinas, y está pobrísimo, que le asombraba el desprecio con que Irisarri hablaba de Chile, suponiendo a sus habitantes como congos u otros del interior de África. Decía que eran manadas de carneros, que no sabían ni pensar, y que él se había visto necesitado a publicar unos periódicos para instruirlos, pero que era en vano porque no querían aprender. A este principio él y sus aláteres [adláteres] han arreglado su conducta según los informes que voy adquiriendo y que tal honor hacían al país que los mandaba y mantenía; pero esta es materia de que yo instruiré a Ud. más por menor. Entre tanto: habiéndose despedido de mí muy urbanamente y en paz, me ha soplado desde París la carta adjunta que no sería malo la viese don Fernando Errázuriz, pues sin duda con ese objeto me la ha remitido. Qué materia tan amplia había para contestarle; pero no he querido ni acusarle el recibo. Ya Ud. verá con cuanta razón me dice que no se necesita ser zahorí para descubrir los secretos del gobierno y verá Ud. también si Irisarri está ya acostumbrado a ser impudente.

Estoy en la averiguación más interesante, y de que no quiero escribir de oficio hasta remitir documentos y comprobar mi relato. Me aseguran que el empréstito se contrató con los subscritores a 72 libras por 100 que el gobierno de Chile se obligase a pagar. No sé si el 72 será equívoco, pero tengo actualmente a la vista el mismo impreso que Irisarri publicó y en que se dice que el empréstito se contrae a 70 libras por cada obligación de a 100 que el gobierno dé. A 67% lo ha abonado al gobierno Irisarri: ¿el resto hasta 70 quién lo ha tomado? ¿Qué tal ganancita le parece a Ud. la de dos y medio por ciento en cinco millones de pesos? Si la cosa no tiene alguna otra desenvoltura y es lo que a primera vista aparece, ¿qué diremos de este hombre? En fin estoy averiguando.

A Dios mi padre, soy su

Mariano.