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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Mariano Egaņa. Cartas a Juan Egaņa. 1824-1829
28. Londres, 18 de Febrero de 1825.

LONDRES, 18 DE FEBRERO DE 1825.

Mi amadísimo padre,

He recibido hasta la fecha cuatro cartas de Ud. a saber: en 20 de diciembre, la de 19 de agosto; en 23 de enero la de 29 de julio; en 10 de febrero la de 8 de octubre venida en la Aurora; y en 12 del mismo la de 25 de octubre. Su recibo han sido los únicos consuelos que he tenido desde que salí de Santiago, aunque su contenido en cuanto a negocios políticos, no puede menos que afligir principalmente a quien está viendo el cruel resultado que han tenido aquí aquellos sucesos. Chile, acaso el primer país destinado para que su independencia fuese preferentemente reconocida en Europa, se ha quedado hoy vergonzosamente olvidado en términos que aun Buenos Aires desunido y con sus más importantes y extensas provincias en poder del enemigo, se le ha adelantado; y todo precisamente por sus últimos movimientos que no tengo duda ha pintado a este gobierno el Cónsul Nugent con colores muy tristes. Dígolo porque el mismo Ministerio inglés lo ha expresado así. Ya dije a Ud. en mi anterior que había pedido una conferencia a Mr. Canning. La dilación de éste en contestarme la atribuía así a estar él ausente de Londres, como a que quisiese aguardar para hablarme, últimas noticias de Chile por el paquete que estaba próximo a llegar. Al cabo en 22 de enero con testó Mr. Planta, Subsecretario de Relaciones Exteriores y oficial mayor del Ministerio “que Mr. Canning no podía recibirme como Ministro de Chile porque esto sólo podía ser consecuencia del reconocimiento directo que se hiciese de aquel gobierno; pero que el mismo Mr. Canning sería feliz si tenía el honor de verme como una persona privada, caso que yo quisiese comunicarle algunas informaciones sobre Chile. Contesté inmediatamente que deseaba hablar de todos modos con su Excelencia y que adoptaba hacerlo en la forma que se me proponía, y para ello esperaba que su Excelencia me señalase lugar y hora. Recelando que el señor Canning quisiese evitar la tal conferencia aguardando todavía noticias del Cónsul, instruí a mi secretario (don Andrés Bello) que debía llevar mi contestación y entregarla en mano propia de Mister Planta, que exponiendo a éste por mayor el objeto de mi conferencia y haciéndole algunas otras observaciones y preguntas, procurase indagar los sentimientos del Ministerio en particular. En efecto así se verificó, y Mr. Planta sin mayor provocación para hablar le dijo cuasi espontáneamente “que Chile era el país de América donde aun se manifestaban partidos y convulsiones encarnizándose aquellos cada día más, aunque se le decía que el Director Freire era hombre bien querido de todos y de carácter conciliador”. Se le contestó lo conveniente y él quedó en que Mr. Canning me respondería, y aun apuntó el lugar y número de mi casa; pero hasta hoy no he tenido tal contestación: lo que cuasi en sustancia equivale a denegación de audiencia ¿y qué haré yo? Creo que su Excelencia se halla embarazado para responderme, por cuanto no puede darme en la conferencia una contestación categórica ni de ninguna clase, porque aun no ha formado a mi ver su resolución sobre Chile. Supongo que Mr. Nugent le pintó el movimiento del 19 de julio y días siguientes, tal vez peor que lo que fue, aunque bastaba y aun sobraba con que dijera la verdad. Supongo también que en el correo siguiente y posteriores, le ha escrito que las cosas se van serenando, que no hay temores de revolución interior, o guerra civil, y que espera presentaran las cosas en lo sucesivo un aspecto más lisonjero; así como también los sucesos del Perú. Esto aguarda el señor Canning. El no querrá decirme que ha suspendido reconocer la independencia de Chile, porque esto sería disgustar a mi gobierno con quien sea que se fuese le conviene guardar armonía. Tampoco que no ha recibido informes del Cónsul, por que esto no es creíble; tampoco finalmente que van a celebrarse tratados como con los otros estados americanos, porque aún no está decidido a ello. Yo espero que al arribo del próximo paquete, me contestará si recibe como es probable aviso de Nugent.

Entre tanto, ¿qué se dirá de mí en Chile? ¿Qué el gobierno? ¿Se creerá tal vez que yo no hago nada, y que estas son cosas fáciles de conseguir y que penden de la mano del enviado? Puede que se diga. Yo no me atrevo a poner un oficio con toda franqueza porque era indispensable decir: “La revolución que Uds. han hecho, sugerida por algún genio maligno enemigo de Chile, eligiendo para ella el momento más crítico, ha perdido a la patria”, y esto lo recibirían como un insulto. Bastante doy a entender refiriendo lo que ha dicho Mr. Planta. Yo creo aunque Mr. Nugent, así como Mr. Parish, el Cónsul de Buenos Aires, llevaba instrucciones y poderes para celebrar con el gobierno de Chile tratados de comercio, y que ha suspendido por haber visto aun no consolidado ni ordenado al gobierno. Mr. Canning en los debates tenidos en el parlamento sobre el mensaje del Rey, ha expuesto que el Cónsul inglés en Buenos Aires tenía la orden y poder para hacer los tratados de comercio, pero que no los haría hasta tanto que se hubiese establecido en las provincias del Río de la Plata un gobierno general y sólido. Hemos de estar también en que la Inglaterra no ha reconocido la independencia de ningún estado de América sino sólo dado el paso de indicar que va a celebrar tratados de comercio. Aquí tiene Ud. al pie de la letra la declaración del Rey sobre el particular, que es uno de los párrafos del mensaje remitido a las Cámaras el 3 del corriente.

“Conforme a las declaraciones reiteradas de Su Majestad, ha tomado S. M. medidas para confirmar por tratados las relaciones comerciales que ya existen entre este reino y aquellos países de América que aparecen haber establecido su separación de España”. Nada más.

Observe Ud. lo que es un pueblo comerciante. Aquí jamás se dice, ni en el Ministerio, ni en el Parlamento, ni en las representaciones, ni en los papeles públicos: “Reconozcamos la independencia de América, porque aquellos habitantes merecen ser libres, porque ésta es la causa de la humana, etc.”, sino siempre: “Reconozcamos la independencia de tal país de América, porque hay allí muchos capitales e intereses de súbditos ingleses, porque hacemos un comercio fructuoso, porque tenemos allí invertidas muchas sumas, etc.” Así es que la independencia de Santo Domingo, isla tantos años ha libre y completamente organizada y constituida, ni aún se piensa en reconocer, porque allí no hay capitales ingleses ni gran comercio; y yo no dudaría que abandonase este gobierno al Perú y Chile, si no tuviese allí grandes intereses de sus súbditos que perder. En recompensa, los americanos se la están jugando completamente. Asombran las ingentes sumas que han salido de Inglaterra para América con diversos pretextos; y aquellos países van a recibir un incremento inconcebible con el fomento de tantos capitales consagrados a animar su industria, extraer sus producciones y vivificar su comercio. Solo compañías de minas hay catorce en esta forma: cinco para México donde han sido recibidas con repique de campanas y cuyos mineros solicitan todavía otras; una para Guatemala; otra para Colombia; dos para el Brasil; otra para Buenos Aires; dos para el Perú; dos para Chile; y aun hay una 15ª general para los países a donde fuese llamada, así como aquellos Padre-nuestros, que rezaba Juan para los Santos que quisiesen cogérselos. Me han hablado para dos más para Chile (y aún una de éstas ha despachado a Izquierdo, don José Ignacio, a Chile para que la contrate minas) pero yo he dicho que no me atrevo a autorizarlas, y que se entiendan directamente con el gobierno. Yo entiendo que en estas especulaciones de minas, las compañías tal vez no saquen su dinero o lo saquen con corta ganancia, pero nosotros siempre habremos utilizado, derramándose en el país las sumas que le llevan de aquí adelantando inconcebiblemente nuestra agricultura y dando ocupación a tantos brazos. Me dice Saint Lambert que establecido el nuevo beneficio de los metales por medio de las máquinas y peritos científicos y prácticos que van, juzga que los metales de plata y cobre producirán cuasi otro tanto, porque como la mitad se pierde en el actual beneficio; y que en esto cifra sus ganancias la compañía. Se han enojado los de la primera compañía con el establecimiento de la segunda en que yo no he tenido parte; pero por lo mismo creo que esto será útil porque la competencia proporcionará mejores partidos a los mineros del país. Yo no sé si convendría permitir los trabajos de las compañías en el país por un determinado número de años hasta ver los resultados de la experiencia. Ello es que las compañías sólo se han formado aquí sin condición ni estipulación alguna en cuanto a la forma y extensión de sus trabajos; y que por consiguiente, salva su admisión en el país, que siempre es precisa, en manos del gobierno está regular el modo de sus trabajos.

La segunda ha usado la superchería de poner en su prospecto que se ha formado con mi aprobación y sanción, para lo que no estaba autoriza da como consta de la correspondencia seguida con ella, y que he remitido al gobierno. Esto ha motivado aquí varias consultas a que se me ha contestado que no conviene contradecirlos públicamente porque aun prescindiendo de las grandes ventajas que resultan a Chile de su establecimiento, sin mi sanción la compañía siempre se habría formado, y el gobierno siempre la habría admitido aun cuando no fuese sino por no contrariar en las presentes críticas circunstancias los intereses comerciales de Inglaterra abiertos por los demás países de América.

La admisión de las compañías de minas debe continuar atrayendo al país especulaciones y proyectos muy útiles como ha sucedido en los otros estados. En México hay una compañía de agricultura que arrienda fincas para cultivarlas. En Colombia la hay de pesca de perlas, de navegación del Río de la Magdalena para buques de vapor; de apertura de caminos y canales; y aun se trata de formar una para la comunicación de los mares abriendo el Istmo de Panamá, todas inglesas y establecidas en la misma forma que las de minas de Chile. Se calcula que entre empréstitos y compañías habrá invertido en América como 170 o más millones de pesos de capital inglés. Se ha propagado aquí una fiebre de especulaciones sobre América: fiebre que se cree prudentemente sea pasajera; y que los periódicos de Londres y aun el Parlamento han procurado en cierta manera impedir haciendo ver que el resultado de tantas negociaciones puede ser malo; y es preciso aprovechar uno para su patria lo que pueda antes que se pasen las circunstancias, porque a la primer noticia que aquí llegue de una de estas especulaciones que ha quedado sin efecto, o ha tenido mal resultado, se fundió toda la América, porque ya no van más capitales. Trato ahora de la formación de un Banco de dos millones de libras esterlinas de principal con el objeto de habilitar y hacer préstamos a todos los agricultores, mineros, artesanos y comerciantes que quieran fomentar sus trabajos. El banco no toma parte en las empresas como la compañía de minas, sino que presta a interés al gobierno o a particulares. Es te proyecto o plan de acuerdo con los empresarios, lo voy a someter a la aprobación o repulsa del gobierno porque no quiero echarme sobre mí más responsabilidades. Volvamos a los sucesos de Chile.

Cuanto Ud. me dice había yo previsto, y no me equivoqué ni en la formación de un nuevo congreso, ni en los diputados que saldrían electos por Santiago, etc. Cuando yo llegué a Londres, la Constitución tenía ya por enemigos a los Hullet, que se jactaban de no haberla hecho insertar en los papeles periódicos como se lo supliqué. Ellos sin duda estaban noticiados por don Onofre Bunster; y aun encontré publicada en el Morning Chronicle una carta escrita desde Chile ridiculizándola. Aquí se han insertado en los papeles públicos, al pie de la letra, el artículo del Correo de Arauco que contiene la carta de Navarro sobre mí, y el artículo del Liberal que ahora habla sobre el Nuncio. Sobre todas estas cosas escribo a Ud. por separado, por mano de Saint Lambert, que saldrá luego. Lo que ahora me ha consolado en extremo es la venida de Zañartu [1] a subrogarme. Es increíble lo que la deseaba; aun cuasi tenía formada la resolución de irme de todos modos. Sólo el honor y el deber me tienen aquí hasta hoy; y siempre había hecho mi ánimo de volverme de cualquier suerte en agosto o julio. La única pena que tengo es que acaso Ud. haya hecho alguna diligencia para que se retardara la venida de Zañartu, o algún accidente impida que no sea tan pronto como deseo. Por supuesto que ni a los Estados Unidos ni a algún otro punto iré sino a Chile. Estoy enfermo y de una enfermedad que Ud. conoce demasiado, el flato. No es de peligro; pero sí de amargura y desconsuelo. Este clima es horroroso y naturalmente produce melancolía o lo que se llama esplín. Desde que salí de Santiago abandonando por un espíritu de vértigo, o no sé qué, cuanta afección cara había para mi corazón, me asaltó una profunda melancolía, que yo atribuí a la navegación. Llegado aquí, el verme solo, sin saber hablar, sin conocer a nadie; aislado; lleno de contradicciones, disputas y disgustos en los negocios para que venía comisionado; sin ningún consuelo doméstico ni persona a quien consultar o volver los ojos; el mal estado de los negocios políticos en Chile; su resultado en el gabinete inglés; el condenar a mi país, y a mí desairados; los insultos de Irisarri aquí y tal vez sus calumnias de ayer; mi genio escrupuloso y delicado; todo, todo unido al clima ha contribuido a lastimar mi estómago y mi imaginación, y que no se disipe mi disgusto. Por último, considerando el actual estado de las cosas en Chile, la idea que se me ocurre aunque parece increíble de que no se aprobaran las compañías de minas en Chile dejándome comprometido, me ha acabado de incomodar, sin que ni a Francia haya podido irme gracias a los señores Irisarri y negocios de la independencia y empréstito. Hágame Ud. blanquear mis cuartos, y espéreme para noviembre por la vía de Buenos Aires. Llegando entonces he cumplido mi plan y ganado mis dos años de sueldo porque el cuarto semestre debe tomarse en 27 de octubre. Si, por desgracia, Zañartu se demora inste Ud. por que alguno me subrogue.

Cada día espero el Código Moral. Los anteojos ya los tendrá Ud. en su poder, que los llevó O’Brien.

Hágase Ud. cargo cuán presente tendré a Ríos. Comisiones es difícil que vayan a un comerciante que no tiene grandes fondos con que responder. Yo veré a los comerciantes de la primera compañía de minas, y estableciéndose ésta allí, es probable que tenga algún acomodo ventajoso por mi consideración.

Mil cosas a todos los de casa. Mi madre nada me escribe. A Dios mi padre. Soy su

Mariano.

 

Notas.

1. Miguel José de Zañartu.