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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Mariano Egaña. Cartas a Juan Egaña. 1824-1829
41. Londres, 20 y 22 de Septiembre de 1825.

LONDRES, 20 DE SETIEMBRE DE 1825.

Mi amadísimo padre,

Los execrables, tos malvados, los pérfidos Cea y Portales viven tranquilos. Más digo: ¿viven tranquilos? Se pasean: se ríen en sus tertulias y brindan a la salud del gobierno a quien tanto conocen: tienen derecho para ser considerados con el miramiento que en Chile se dispensa a los malos con preferencia a los buenos; y por último serán tal vez premiados dándoles un nuevo ramo de monopolio. Entre tanto los directores de la Caja cumplen con recibir sus 3.000 pesos y el gobierno con proveer y fomentar el desorden y el abandono hasta un punto que ya excede no sólo a lo que puede explicarse sino aun concebirse. No es posible servir a un país así. No les importa nada el honor nacional: no hay vergüenza ni menos amor público: destrozan a su patria como si aposta se empeñasen en ser sus más encarnizados enemigos: envilecen al país en términos que ya en Europa Chile y los hotentotes son una cosa igual: el mismo desprecio que hacen de su decoro y leyes interiores, quieren hacerlo de la opinión de las naciones extranjeras; abandonan sus más sagradas obligaciones: sus mismos intereses y esperanzas: su Ministro; y se reirían si les llegase la noticia de que yo estaba en la cárcel de Londres. A vista de esto, ¿cómo era posible que no me afligiese en cualquier empresa hecha para Chile, quedando mi nombre comprometido con la aprobación dada aquí, y contando con un gobierno que no hiciese caso de mis empeños? Dígame Ud. por Dios mi padre, cómo ha podido pensarse en Chile que el dividendo podía no pagarse y quedarse serenos viendo el abismo en que iban a sumir la patria. ¿Qué entendimiento humano alcanza a comprender que exista un gobierno, unos directores tan ociosos y tan bien dotados encargados de sólo este negocio, y que lleven el abandono a tal extremo, que después de no querer velar sobre el cumplimiento de Cea y Portales: después de no querer hacer diligencias para verificar un pago que debía hacerse hasta vendiéndose para esclavos los chilenos si no había otro arbitrio; ni aun siquiera me escriban una sola letra, no ya para abrirme caminos y darme instrucciones preventivas pero al menos para decirme que no se paga? Es tan segura la impunidad de Cea y Por tales, que ya diviso a los directores disculpándola y fundando en su mismo crimen un motivo para hacerles nuevas gracias; y por eso ellos han hecho lo que han hecho como que conocen tan bien las cartas con que juegan. En Europa hay grandes crímenes y una asombrosa mala fe; pero esta falta de formalidad es desconocida. Barclay no podía creer que hubiese una compañía obligada a este pago, y que la causa de mi presente apuro fuese una mera omisión suya. Le parecía estratagema forjada para cubrir el crédito de Chile, porque no alcanzaba a comprender que hubiese unos comerciantes tan descarados que comprometiesen así a su gobierno, ni un gobierno tan abandonado que se dejase comprometer de esta suerte. Cuando yo veo a un Pinto más recompensado mientras más horrendos males ha hecho a su patria; un Irisarri, que si Dios no toma el castigo por su mano, tenía que continuar gloriándose en su maldad y ultrajando la probidad; y cuando considero que si yo no soy uno de los más ricos de Chile, es por un exceso de delicadeza, no sé qué decir, ni del país, ni de estos señores, ni de mí.

En fin: el dividendo se ha pagado única y exclusivamente porque ha querido el hado de Chile que yo estuviese en Londres, y porque he tenido bastante amor público para desviarme del ejemplo de mis paisanos, y sobreponerme a las fatigas, vergüenza y andanzas. Lea Ud. el oficio que ahora remito a los Directores con el número 30. En él y en los documentos que le acompañan hallará Ud. la historia de todo lo ocurrido para conseguir un préstamo de 28 mil libras con que suplir este pago. Lo ha hecho la casa de Barclay, única a quien yo conozco aquí, y que quiso la casualidad me la indicasen los mismos Hullet como la más a propósito para prestarse a este servicio por el interés que tiene en que no bajen los fondos americanos, como que tiene a su encargo los empréstitos de México y Guatemala. Lo he conseguido sin interés alguno, pero con un cambio que puede gravar al gobierno en cerca de un seis por ciento si se compara con el que hice cuando remití los fondos existentes del empréstito. Creo que Barclay no se ha aprovechado de las circunstancias particulares de apuro en que yo me hallaba, y que tal vez no habría conseguido mucho mejor cambio cualquiera otro que hubiese solicitado letras sobre Chile dando los mejores abonos. No se puede negar que esta casa ha hecho un gran servicio si se considera que ha prestado en medio de los más fundados motivos de desconfianza. En una palabra lo ha hecho por consideración a mí; y así los señores Cea y Portales se aprovechan (bien contra mi voluntad) de favores que yo recibo y a que quedo obligado sin comerlo ni beberlo, cuando podía haber aprovechado aquella buena disposición en beneficio personal mío. Lo admirable que hay en toda esta transacción es la conducta de Hullet, el banquero de Chile como lo llama Irisarri; él hecho rico por Chile: él encargado de estos pagos: él que en las comisiones que ha tirado se ha llevado una gran suma del empréstito, él que las tira hasta sobre el dinero que otro presta; y él que es a mi ver uno de los socios de Cea y Portales en cabeza de don Onofre Bunster. Me dijeron terminantemente que no tenían confianza del gobierno, y como Ud. verá en mi oficio, no se allanaron a hacer el suplemento ni con fianza abonada, sino exigiendo prenda, y qué prenda, obligaciones de los fondos públicos, conocimientos de facturas aseguradas, que era lo mismo que entregarles el dinero. Por aquí se verá qué es lo que hay que esperar de estos hombres. Esta misma conducta de Hullet era el argumento más fuerte que indicaba a Barclay el riesgo que iba a correr su dinero. Yo, que era el librante, no tenía con qué responderle si las libranzas no se aceptaban. Hullet, que era el que mejor conocía al gobierno de Chile y la situación de aquel estado, no quería prestar ni con fianza. La remesa que dicen Cea y Portales iban a hacer es incierta aun cuando se estipule su depósito. Las noticias del estado de la hacienda de Chile son fatales, y el no pagar este dividendo es la prueba más positiva. Los gavilanes de Chile hicieron a la patria el obsequio de remitir a Buenos Aires el dictamen de la Comisión de Hacienda del Congreso para que se imprimiese en el Argos, de donde lo copiaron con grande algazara los periódicos de Londres. No he querido hacer en mi oficio reflexiones sobre esta conducta de Hullet, ya porque ellas se ocurren por sí mismas; y ya porque tengo la consolatoria satisfacción de que Irisarri y Hullet tendrán tantas copias de mis oficios cuantas quieran. En fin dejemos este asunto de dividendo, que será coronado con que en Chile no se acepten o cubran las letras, o digan que se pudieran conseguir a mejor cambio, o que yo he negociado en ellas.

En 31 de agosto recibí la carta de Ud. de 29 de abril; y en 6 y 8 de septiembre las de 8 y 21 de mayo. Siento mucho que no llegase pronto a manos de Ud. el cajoncito de periódicos por la omisión de Blest. Deseo oír a Ud. sobre la crítica que hace Blanco de la Constitución y saber qué efecto causa en Chile. El periódico El Mensajero de Londres ha parado, porque creo que no costeaba su expendio en América, y cabalmente con tanta desgracia para mí que la suspensión se ha verificado cuando se estaba escribiendo en él sobre las Cartas Pehuenches, que aun se me ha quedado con un ejemplar de ellas el editor.

He extrañado mucho que solicitando Ud. con tanto empeño los anteojos, nada me diga de haber recibido la cajita de ellos que le mandé con O’Brien, con la correspondiente instrucción de mi letra, y clasificación de las lentes: siendo lo más notable, que yo exigía respuesta de Ud. para saber cuál lente era la que más convenía, y llevar de aquí un gran número de esa clase.

Entre los papeles que he recibido de Chile, la causa de Argomedo es la que da el mayor indicio del desorden que hay en aquel país en todos ramos. Es documento muy original. ¿Qué le parece a Ud. no sólo absolver, sino declarar sin nota de su persona a un asesino que confiesa haber admitido la comisión de cuatro asesinatos, y puesto en obra dos? Veo también hace cargos a Fuentecilla por el movimiento del 19 de julio y decir al Fiscal que por él no se ha reconocido nuestra independencia. Quisiera oír disertar a don Agustín Mardones sobre una visita que yo hiciese a Mr. Canning, llevando en una mano la causa de Argomedo y en otra el dictamen de la comisión de Hacienda (documentos que fuera de bufonada él tiene en su poder) y pidiéndole el reconocimiento de la independencia de Chile.

El gobierno continúa en su correspondencia activa con su Ministro en Londres y en circunstancias que está encargado de entablar las negociaciones más delicadas y de mayor interés a la Patria. En el archivo de la legación se encuentran los tres oficios que hasta la fecha me ha dirigido: 1º. Avisándome cuál es la firma de [Joaquín] Campino; 2°. Que se ha nombrado ministro de Relaciones Exteriores a D. F. Vicuña; 3°. Que se han recibido las reclamaciones que yo hago para que se me escriba: que así se hará; y que entre tanto el estado interior de Chile es el mejor que ha tenido alguna vez, y se pondrá todavía más bueno escribiendo yo a mis corresponsales lo que observo en Europa. Entre tanto no se ha querido, ni copiar unos papeles que yo remití hechos desde aquí y que debían servirme de credenciales diplomáticas formadas por el actual Director, pues las que yo traje lo estaban por Errázuriz. La fortuna ha sido que Mr. Canning no me las exigió, que de no hubiera tenido que botarme de su sala, porque me habría dicho: “Ese Errázuriz, que lo acredita a Ud., no sé quién es; el Director de Chile es un tal Freire, y en nombre de Chile sólo puedo tratar con enviados de él”. Tampoco me han querido contestar lo que pregunté sobre Mr. Nugent, ni nada de cuanto he pedido con urgencia, pero el señor Pinto es furiosamente elogiado en la contienda del señor Campino con Argomedo, como no me acuerdo que lo haya sido alguno en un papel público de Chile, salvo el señor Fontecilla en el oficio que le dirigió el gobierno (esto es el mismo Pinto) admitiéndole la renuncia de la Intendencia de Santiago que se confirió el mismo en su divina pueblada. “Pueblo que quiere toros no puede ser libre” decía un diputado en las cortes de España: y yo digo: “Pueblo que prostituye tanto la moral pública y se envilece hasta el extremo de elogiar a Pinto y Fuentecilla, y poner en la columna del 12 de febrero los nombre del P. Arce y P. Larraín, de un Juan José, y un José Miguel Carrera, merece lo que es en el día”.

Nada debe hablarse sobre el actual estado político de Chile. Ya tampoco hay peligro en hacer todo lo que se quiera. Se pueden establecer 25 asambleas con otros tantos estados soberanos e independientes, y cada uno con aquella constitución que varias veces habíamos consultado en las tertulias de antes de acostarse, y de que yo alcancé a redactar tres o cuatro fojas. Digo que no hay peligro, porque el descrédito acá en Europa ya no puede ser mayor, suceda lo que sucediere. Un Senado compuesto de don Manuel Antonio González, Presidente; don José Manuel Barros, don Silvestre Laso, don Martín Orjera, don Gregorio Cordovez, el Presbítero Navarro, don José Bernardo Cáceres, don Santiago Muñoz Bezanilla, don Pedro Trujillo, e Infante, secretario con voz y voto, y aun debería tener opción a la Vicepresidencia si no la mereciera tanto Barros; un poder ejecutivo encargado a Fontecilla siendo su Ministro de Relaciones Exteriores mi digno Pinto, y de hacienda el mismo que se va a nombrar, Novoa; Sotomayor de Superintendente de policía; Caravana [sic] de oficial mayor de la secretaría de estado, y Prieto, el gordo, de la de Hacienda; don Enrique Guzmán, contador mayor; don Gabriel Valdivieso, intendente, y Generalísimo de mar y tierra don Francisco Calderón, me parece que elevarían la gloria de Chile al término a que por ahora se aspira y a que lleva ya dados pasos tan agigantados. Uno de los primeros deberes de esta administración, sería levantar un empréstito en Londres, el cual junto con la Legación debía encargarse a Irisarri (que es necesario que vuelva a alear) asociándole a Arcos, hombre que tiene instrucción en estas cosas. Para pagar los nuevos dividendos sería preciso formar una compañía, y esto era fácil concediéndole el monopolio de las harinas y toda clase de granos, de la leña, azúcar, charquis y sebos y paños que se introdujesen en el país. Sotomayor haría cabeza en la subasta y cada ministro pondría un hermano suyo que tuviese parte. En cuanto a finanzas, no había para qué exigirlas a la compañía; y cuando esto se quisiese hacer para pura solemnidad, bastaba con que las diesen en Chile, y no en Londres, para que nunca se verificase el caso de que los fiadores cubriesen oportunamente el dividendo, si no lo remitía a tiempo la compañía, que es el principal caso para que debía requerirse tal fianza, como que un gobierno decente debe tomar seguridades para no quedar expuesto cada seis meses a perder el crédito y honor nacional. Como el contrato debe celebrarse compadralmente con la compañía y llevando desde el principio el gobierno el ánimo de dejarse engañar y de que no se cumpla, sería necesario estipular que el gobierno se obligaba a entregar a la citada compañía una gruesa suma de dinero dentro de un término improrrogable, a cuyo cumplimiento tirasen los cálculos que se tirasen, y prescindiendo de toda contingencia, no pudiesen humanamente llegar a Chile los caudales con que únicamente podía hacerse la entrega. Así se lograban dos cosas: 1ª. Regular a la compañía una gran cantidad bajo el honesto título de interés de una demora que no podía dejar de ocurrir; 2ª. Proporcionarla un pretexto infalible para que no pagase el dividendo, y lucrarse por más tiempo con la parte recibida, y uso del monopolio sin hacer desembolso alguno, aunque el diablo se llevase la patria que esto poco importa cuando se la va llevando por tantos otros caminos. Aun me ocurren otras dos ventajas que podían resultar a la compañía con este proceder. Tales son: enredar para lo sucesivo el pago de un dividendo con el trastorno que originaría el que algún bendito en Londres hubiese querido sostener el crédito de Chile buscando como pagar y librando contra Chile; y la bella oportunidad de pedir un aumento en el privilegio, o en los ramos monopolizados, haciendo ver que la compañía no podía cumplir oportunamente porque no se costeaba. Viva la patria, ¿y no es bueno que lo que sólo puede suponerse dicho en bufonada, sea en gran parte lo que se verifica en Chile?

La demasiada franqueza con que se ha procedido en Chile con las compañías de minas, no me parece bien. Yo he presentado una buena masa y Uds. no han hecho de ella un pan tan bueno como convenía; pero sabrán lo que es más ventajoso como que se hallan más a la vista. Mi plan había sido imitar en este punto la conducta de México, como Ud. habrá visto en mi oficio de 17 de marzo, Nº 35 en que hablo sobre el Banco. En mi oficio Nº 40 extracto al gobierno la ley de México sobre el particular, que hasta entonces no había visto. El gran interés es que las compañías habiliten a los Ministros del país, y que ganen juntos compañías y naturales. Dejando a las compañías la facultad de pedir minas nuevas y despobladas, no habilitarán tan fácilmente, no arrendarán las de los chilenos, no harán contratas con éstos, sino que se irán a las que no les cuestan nada. Tampoco podrán los mineros del país ponerles la ley como sucede en México, que si no tratan con ellos, no tienen las compañías que trabajar. Esas minas que ahora van a conseguir de balde, sin más que hacer un pedimento ¿no sería mejor que las comprasen o contratasen haciendo feliz a un chileno? Por otra parte: alguna diferencia debe haber en favor de la industria e hijos del país. Por lo que hace a las ventajas generales de aumentar el consumo y la industria, tanto se logra de un modo como de otro bajo mi plan se adquiere además la suma de capitales que debe quedar en el país por las compras o arriendos que hagan a sus mineros y por la parte de utilidades que éstos tengan y contraten en el trabajo de cada mina. No cansemos: nadie hace contratos para interesar a otro en parte de utilidades, sólo porque pone por capital una mina que se reputa por nada, pues se puede tener de balde. Aun creo que la cosa puede tener remedio, y haga Ud. mi padre este bien a la patria. Si el gobierno ya se ha comprometido por un decreto solemne a dar a las compañías el privilegio de pedir minas nuevas y despobladas, sería poco honesto y decoroso revocarlo abiertamente, pero hay mil medios indirectos de hacerlo, y que me quede la gloria de haber promovido una cosa perfectamente útil. Mucho le encargo la presente materia sobre que también ahora escribo al gobierno con el Nº 82. Las compañías no tienen de qué quejarse, y han recibido un privilegio que no esperaban. Ningunas se han establecido tan a poca costa como las de Chile, o por mejor decir tan absolutamente gratuitas. La de Pasco ha tenido que dar 300 mil pesos por las minas que ha comprado para trabajar. La de Potosí, 250 mil; las del Brasil una gran suma por el privilegio concedido a cada una. Las de México, que hacer sus contratas con los dueños. A más han tenido que dar gratificaciones a los agentes, etc. Las de Chile, nada, nada. No hay una persona a quien hayan tenido que dar medio como es preciso que lo digan ahí los comisionados de todas para satisfacción del género humano. Yo podía tener ahora 200 mil pesos y no tengo medio. Los directores de las dos compañías han ganado vendiendo las acciones con premio; y Ud. me ha dado una herida mortal, publicando que hay 500 acciones para los chilenos que quieran tomarlas. Estas acciones son mías, que me las dio la compañía como a su presidente. Ella que se acordaba de chilenos; y yo por un espíritu de entusiasta delicadeza, dije que me las guardaran y expuse al gobierno que eran para chilenos que quisiesen; pero también creyendo que no hubiese ninguno que tomase, y ver si podía yo aquí venderlas con alguna utilidad para mí. Entre tanto ya las acciones perdieron enteramente su valor y yo me he quedado mirando. Por lo que pudiera suceder y supuesto que Ud. es chileno, y Ríos es chileno, y yo también soy chileno, voy a tomar la mayor parte de estas acciones para mí en nombre de Uds.

Me da risa el cuento del sueldo de la presidencia de minas. Mucho es que no digan que yo he tenido parte en la negociación. Cameron, Saint Lambert y los demás comisionados dirán si hay o no sueldo. La presidencia es una cosa puramente nominal y honoraria, que me pesa haber admitido, y que no rehusé porque me pareció impolítico.

En cuanto a la carta que escribió Bello a Pinto, debe tenerse presente que él es de la comparsa de Irisarri; su compadre y edecán, compañero de Gutiérrez Moreno, Zegers, etc., y puesto por él en la secretaría de la legación: su constante y celosísimo defensor, y que tuvo la insolencia de decirme en mi misma cara que si yo vituperaba la conducta de Irisarri era por pasión: hombre que desde que yo llegué hizo diligencia por obtener acomodo en la legación de Colombia, su patria, y separarse de mí y a quien yo mantuve como ya he dicho a Ud. porque usaron la intriga entre él e Irisarri de suponerlo pagado hasta junio del siguiente año. Yo no permití en la primera compañía (única que he autorizado con mi aprobación) que nadie de los que me rodeaban tuviesen manejos ni negocios, y entonces aquel dichoso don Luis Méndez, paisano, compadre y amigo íntimo de Bello con quien éste vino a Londres en calidad de su Secretario, promovió de su orden la segunda compañía, comiéndoles por supuesto a los empresarios una buena suma de quienes Bello también sacó su raja, y por confesión que sé que él mismo ha hecho cerca de doce mil pesos en acciones. Por este motivo, y porque no sabía cómo en Chile se recibirían estos establecimientos, yo me resistí a que se hiciese en ella uso de mi nombre: pero en ninguna manera la repugné, antes por el contrario les dije a los empresarios que yo en general había recomendado al gobierno estos establecimientos, y que bajo este supuesto procediesen. Ellos, sin duda aconsejados por Méndez, tuvieron la insolencia de poner mi nombre en su prospecto, y yo no lo contradije por los motivos que Ud. sabe. En cuanto reservas, es tal la bribonada de Bello que el oficio que remití a Ud. en copia sobre la primera compañía ha de ser de letra de él, y es de la misma el que fue al gobierno sobre la segunda. Las reservas que a él le dolían eran las relativas a los negocios de Irisarri, que siempre procuré ocultarle. Mi imparcialidad está muy manifiesta en todos mis oficios, y sobre todo en el de que ahora acompaño a Ud. Sin embargo me parece fortuna que Bello haya escrito así. Al menos no se dirá que yo he negociado o tenido al interés en la segunda Compañía; y quien así ha despreciado una ocasión de ganar en ésta, tampoco habrá ganado en la otra.

La gran novedad del día es que nuestro buen Irisarri acaba de quebrar públicamente. Ha perdido todo el fruto de sus trabajos, y lo más particular es que en su quiebra ha tenido presente el mismo empréstito de Chile. Ya dije a Ud. en otra, que se hallaba aquí de negociante con tienda o escritorio público dando este último escándalo de que sólo era capaz un hombre tan sin pudor como él. Esto era decir al mundo: he aquí los resultados de haber contratado el empréstito. Hacía tan gruesas especulaciones en los fondos públicos, que en una ocasión me contaron de una compra que había hecho de 300 mil libras y en otra de 100 mil, aunque puede ser una misma. Los fondos, principalmente los americanos, bajaron increíblemente en que tuvieron gran parte las dudas sobre si Chile hacía bancarrota; y por consiguiente el día 16 del corriente se acaba de publicar su quiebra. Aun no sé más detalles ni qué giro tomarán las cosas.

No tenga Ud. cuidado sobre la impresión de sus papeles. Recuerde no más que sólo el 26 de julio se me entregó el Código Moral.

Mil cosas a todos los de casa. No tengo más tiempo. A Dios mi amado padre, soy su

Mariano.

Repito a U. lo dicho en mi anterior sobre Peldehue, etc.

 

22 DE SETIEMBRE.

Como no hay certidumbre del día fijo en que sale el correo, muchas veces hay que cerrar cartas a destiempo.

Acabo de hablar con uno que se halla instruido en los negocios y conversaciones de la Bolsa, y que me ha dicho que la quiebra de Irisarri es más escandalosa de lo que yo creía. Él (Irisarri) había ganado anteriormente en las mismas especulaciones de comprar fondos. Con motivo de la baja de éstos, tuvo ahora que perder la diferencia que había entre los precios altos a que compró y los bajos a que estaban actualmente los fondos. Fueron los corredores que le había hecho las compras a cobrárselas y contestó que no quería pagar: que él jugaba al ganar y no al perder. Los corredores (que me dicen ser hombres honrados) tuvieron que quebrar, porque ellos son personalmente responsables de las compras que hacen, y para ello dan fianza; y no pueden cobrar a Irisarri judicialmente porque el agiotaje no está reconocido por la ley como legítimo. Con esta relación es más conforme lo que dice el Times en el número que acompaño a los directores. De suerte que si la cosa es así, lo que aun no puedo asegurar, la de Irisarri no es quiebra, sino un fraude atroz. Me dicen que los corredores quebrados han provocado a una compostura pagando parte de la pérdida, y que el dinero ha salido de Irisarri. También me aseguran que con este hecho se han desacreditado altamente en la Bolsa los americanos. Un tal General Hawkins muy amante de los americanos me mandaba un recado diciéndome, que como Ministro de Chile me empeñase con Irisarri para que pagase a fin de evitar el descrédito de los chilenos y de los americanos. La persona a quien encargó este recado, le contestó que yo estaba mal con Irisarri. Yo he rogado a esta persona diga a Hawkins todo lo que hay entre Irisarri, el gobierno de Chile y yo. Hasta ahora supongo que la quiebra o fraude sea de alguna consecuencia, pues ha dado lugar a que se hable mucho de ella en una ciudad como Londres.

Vicuña (que era el mismo a quien Irisarri había elegido para ministro de estado cuando vino a Europa, y por cuya excusa entró Echeverría) estaba repleto de comunicaciones de aquél. Nada tengo que temer, e Irisarri ha de ser conocido aun de los que no quieran conocerlo de buena voluntad. Yo siempre he contado con que me calumnie y tanto más cuanto que tiempo ha que lo reputo por hombre sin remordimientos. Pero, ¿qué dirá? Yo nunca he creído como a Ud. le parece, que me calumniase sobre pasos políticos. Como cuando llegué, y en los dos días que él permaneció en Londres, le hablé con tanto cariño, cordialidad y franqueza acerca del estado de Chile, pudiera ser que hubiese querido decir que yo hablaba mal de los gavilanes, o del gobierno, o de los carrerinos, o tal vez que yo había hecho negociaciones en las compañías de minas. Él seguramente las habría hecho, y el haber perdido esta ocasión lo debe tener quemado, pero mi conducta ha debido avergonzarlo, o al menos me compadecerá como leso. Me admira la calumnia de Vicuña acerca de que la resistencia a entregarme el dinero del empréstito resultaba de haber dicho yo que aguardaba nueva autorización del Congreso que se iba a formar. Hombre que dice esto, deja ver que está dispuesto a todo. Tal calumnia no necesita refutación. Véase mi correspondencia con Hullet que he remitido a los Directores donde le digo que no necesito nuevos poderes, ni hay para qué los pida, porque los tengo amplísimos. Y si reservadamente pedí una autorización del Supremo Director, fue para en caso de que hubiese un recurso judicial y se decretase ser necesaria autorización directa del gobierno, y esto sin que yo se lo hiciese entender a Hullet. Mas es que cuando éste puso la resistencia no digo del Congreso, pero ni del movimiento del 19 de julio había aquí noticia. Pero lo más gracioso es que el primer aviso que yo tengo aquí acerca de Congreso, es la carta de Ud. que recibí en enero en que me dice que no se reunirá; y ya en diciembre había quedado transado el negocio de la resistencia de entregarme los fondos. ¿De dónde habrá sacado Vicuña esta historia? Será de las cartas privadas de Irisarri. Se le podía preguntar si la infiere por las fechas de las comunicaciones que me hubiese hecho el gobierno sobre que se iba a convocar congreso, o sobre alguno de los sucesos ocurridos allí.

Siento que Ud. haya hecho la corte a Campino. A mí y aun a la patria, no es conveniente; pero la causa de la justicia y de la probidad no exigen estos sacrificios. No he recibido impresos ni carta de ninguna clase por mano de Hullet; pero sí las cartas ya citadas y algunos impresos por la de Barclay: con ellas el célebre oficio de Irisarri donde al pie de mis modales se le olvidó poner mi fanatismo que son dos cosas de moda hablándose de mí. Yo no quiero hacer la apología de los tales modales; pero Irisarri no ha tenido por donde conocerlos, porque nunca nos habíamos tratado antes; y aquí en solo los dos días que le hablé, no le di pruebas sino de cariño y urbanidad. El informe de los Directores está todavía algo contemplativo.

La Filosofía de la naturaleza no la he encontrado en Londres, y por eso no la he mandado; debo tomarla en París, y no tenga Ud. cuidado. Habiéndola Ud. leído no me pareció que precisaba tanto.

Mi viaje será a los dos años o antes porque ya no puedo tolerar esto; pero Ud. dispondrá las cosas para que no me ataquen por él. No sé si a don Antonio Palazuelos, o a don Mica Zuazagoitía, o a los dos juntos escribí que me iría por octubre; pero esto fue un mero consuelo por si me sentían allí.

[Faltan las últimas palabras de la carta].