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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Mariano Egaņa. Cartas a Juan Egaņa. 1824-1829
45. Londres, 18, 21 y 22 de Enero de 1826.

LONDRES, 18 DE ENERO DE 1826.

2º De haber sido Prieto el gordo Secretario del Congreso.

Mi amadísimo padre,

Acabo de recibir la carta de Ud. de 22 de septiembre último que me dice ser contestación a la mía de 22 de junio. Me cita Ud. en ella dos en que me ha hablado del descubrimiento de la mina de Coquimbo y ninguna de ellas he recibido, porque ésta es la primera en que Ud. me comunica tal noticia. Es verdad que de un momento a otro se espera aquí el paquete de Buenos Aires, correspondiente al presente mes, y en el que puede ser que me vengan.

En mi anterior de diciembre he hablado a Ud. sobre la retardación funesta de mi viaje y mi plan de verificarlo. En el paquete siguiente tengo que librar contra los directores el importe de un año de sueldos para y mi secretario a saber, el semestre que hemos de recibir en abril próximo y el que debe entregársenos en octubre siguiente, porque aun cuando yo llegara a Chile en noviembre o diciembre, es costumbre pagar al Enviado el año íntegro. En Colombia y Estados Unidos se abonan además a todo Enviado diez mil pesos de surplus el último año de su legación para los gastos de su restitución y poner casa en su país a su regreso; y así en Estados Unidos como en Inglaterra tiene nuestro ex Enviado un sueldo vitalicio ínterin no es ocupado en otro destino. No aspiro a tanto ni a la mitad, y tampoco Chile está para estas bufonadas, pero sí a que me cubran el año que voy a librar sin que esto se vuelva obra de romanos, porque en verdad que no sería la menor de las angustias que aquí he sufrido el que desairándose mis letras quedase yo sin tener qué comer, perdido mi crédito para con el libratario y expuesto a ir a la cárcel no teniendo con qué devolver la suma aquí recibida, y los daños y perjuicios, retención, etc. Ud. prepare desde ahora el ánimo de los Directores para que tengan pudor de inferirme tantos males.

En mi citada anterior escribí a Ud. también sobre la ocurrencia de la compañía de querer imputar a las 500 acciones reservadas a mi exclusiva disposición las 500 que ha repartido Cameron, lo que repito es un robo. Yo les he vuelto a repetir que no apruebo el repartimiento que han verificado, porque lo habrán hecho de la inmensa multitud de acciones que tomaron y no de las 500 que estando a mi exclusiva disposición no podían tocarse sin mi orden, y que por consiguiente me las han de entregar porque ya yo las tengo repartidas. Ud. tendrá presente lo que le escribí creo que en el mes de agosto último sobre mi objeto en estas acciones reservadas y me hará una distribución nominal puramente, de 400 (100 pondré yo aquí en nombre de Barra). Este repartimiento puede hacerlo Ríos como por encargo mío. Esta es una codicia bribona y mezquina de estos hombres principalmente cuando las acciones están hoy a bajísimo precio. Las que ha repartido Cameron han sido otras que sin que yo lo supiese destinó la compañía a este objeto, y ahora les ha parecido hermoso ese pretexto para usurpar las que yo pedí se reservasen, y que ellos entonces hicieron ánimo de que fuesen para mí o mis amigos. Me amenazan con que tendrán que revocar la distribución hecha por Cameron y quitar las acciones a los que ya las han recibido, excusándose con ellos con que yo no apruebo la distribución. No lo harán; pero yo les he dicho que hagan lo que les parezca. Ud. no se dé por entendido con Cameron, a no ser que él le toque algo. En fin: dejo esto a la prudencia de Ud. considerando siempre que mejor es que yo utilice algo que no el señor Solar, Bunster, Mackenzie y otros.

Extraño mucho que habiendo recibido Ud. mi carta de 22 de junio y la copia de mi oficio que me indica, no haya llegado el original al gobierno, que fue en el mismo paquete. Esto me indica que la correspondencia oficial sufre tal vez alguna diablura en Buenos Aires, o al menos por la omisión del señor Riglos su receptor. ¿Por qué ese gobierno no nombra un Cónsul en Buenos Aires que puede existir sin necesidad de sueldo siendo el nombrado uno de ¡os comerciantes chilenos que hay allí? ¿Quién más a propósito que Barra?

Ud. habrá meditado si no tendrá inconveniente que por la lectura de la copia privada de mi oficio se sepa que yo tengo estas confianzas, o tal vez que Ud. influye en que yo escriba eso. Lo que he sentido mucho es ver que mi oficio reservado en que expongo la conferencia con Mr. Canning se haya circulado a todos los pueblos. Si llega a noticias de Mr. Canning como puede ser formará muy mal concepto, muy malo de nuestro manejo diplomático.

El Director no contestando mis cartas y escribiéndole la que Ud. sabe a Irisarri, es un digno jefe de Chile en los años de 1824 y 1825. Pinto ha sido su ministro y su lugarteniente en esta dichosa época.

He recibido los números de La Abeja que hablan de colonización y Banco. Esto último no convenía que se hubiese impreso, no siendo una cosa concluida, y con bastante sentimiento se ha extractado del Argos de Buenos Aires en los periódicos de Estados Unidos y Londres.

Suspendo aquí para continuar después.

21 de Enero.

Cuando iba a continuar esta carta con varias ocurrencias y reflexiones se me ha anunciado el arribo del paquete de Buenos Aires y es la noticia más funesta que podía esperarse en las circunstancias presentes. Las líneas que siguen debían escribirse con lágrimas.

Echada es a suerte de Chile y su hado está decretado. Acabaron las últimas esperanzas que quedaban, y tan ridículo sería que un agente de Chile se presentase hoy agitando el reconocimiento de su independencia como uno de Pincheira, o de alguno de los Ultramapus Araucanos.

La escena de este día ha empezado por presentárseme uno con una carta que acababa de recibir de Buenos Aires en la mano, anunciándome la stricking (chocante) revolución que acababa de ocurrir en Santiago. Aunque la carta no la detallaba; pero hablaba en general de tan tristes y horrendas conmociones que me puso en extraordinaria agitación. En fin en seguida se hicieron públicos, y también me han venido de oficio los tres siguientes y famosos decretos impresos de 8 de octubre.

1º. Disolviendo al Congreso, e incluyendo un Acta en que aparece que el pueblo de Santiago al cual representan y por el cual subscriben seis personas, se reúne en la plaza, reasume la autoridad de su soberanía: depone funcionarios: nombra tribunales o comisiones especiales para juzgar determinadas causas; manda se juzgue a señalados individuos; y por último ordena al Director que aprese [a] algunos ciudadanos, y le previene que no use de lenidad o tibieza, so pena de ser responsable. Este solo decreto a cuyo exceso jamás llegaron los futuros de la revolución francesa ni los de ningún otro pueblo por bárbaro que haya sido, y que está hoy en la secretaría de Mr. Canning, y muy luego en la noticia de los demás gobiernos y habitantes de Europa, manifiesta cuál es el estado de Chile, sus principios administrativos, el uso que se hace de la libertad, la seguridad y orden que existen, los conocimientos que se tienen en materia de gobierno y legislación, y lo que deberían esperar los gobiernos si entrasen en tratados con un estado donde cualquier porción de individuos sin reparar en su número se presenta en una plaza el día que quiere a reasumir su soberanía y destruir sin andar en muchos exámenes no sólo las instituciones y pactos que son obra de los hombres, sino hasta los principios eternos. No digo una nación que se llama con orgullo la primera del mundo: no digo un Rey con toda la dignidad y pompa de la monarquía en Europa; pero aun el miserable pulpero que quisiese trasladar 100 libras esterlinas para que le fuese necesario entrar en estipulaciones con aquel gobierno, cómo había de fiar sus intereses o la seguridad de su pacto a la reasunción de la soberanía popular por los que quieren tomarla en una plaza.

El segundo decreto es digno del primero y su natural consecuencia. Destierra sin forma de juicio a algunos diputados y ciudadanos (entre ellos es cierto que algunos lo merecen altamente) y presenta al mundo el acto más atroz de despotismo: acto cuya lectura hace temblar a todos los súbditos de gobiernos constituidos y especialmente a los ingleses. Tal decreto publicado en todos los periódicos manifestará hasta qué extremo está garantida en Chile la seguridad individual y contribuirá mucho a facilitar las medidas que se toman para atraer la población y capitales europeos.

El tercer decreto corona la obra. Se reduce a exponer sencillamente que el Director no quiso reconocer la representación nacional; que habiéndole ésta ordenado la jurase, se puso en rebelión; que fue nombrado otro Director; pero que el depuesto entró en la capital y disolvió a los re presentantes. Esto indica el buen orden interior de Chile, su organización, su respeto a las leyes, y sus pasos hacia la prosperidad y arreglo bajo la égida del gavilanismo. El movimiento que se anuncia en Valparaíso sirve también para fortificar este buen crédito.

El movimiento que ha originado estos decretos no ha sido tan atroz y tan funesto como el de la quitada de la Constitución en 17 de julio; pero por la más lamentable desgracia, unen estos gavilanes a la malicia y a la insolencia la más irreflexiva inexperiencia, se complacen en desacreditar al país y consumar la ruina de la patria publicando e imprimiendo con el carácter oficial todo lo que puede deshonrar e infamar a un gobierno y a una nación. Hasta dónde llegan los males que nos causan estos decretos, yo no lo podré decir porque ellos sin duda alguna han ocasionado la muerte política de la patria por lo que respecta a Europa; pero estos males habrían sido dos tercios menores, si no se hubiesen redactado e impreso como documentos oficiales. Se habría escrito de Chile y Buenos Aires, y se habría hablado aquí de un movimiento popular y de la destrucción del Congreso: habría causado bastante sensación porque son actos anárquicos y de un desorden espantoso, pero nunca su publicación podría tener la fuerza que presentándole decretos del mismo gobierno.

Las circunstancias en que se ha verificado este movimiento parecen como de propósito las más críticas, y así ha sucedido ya otras veces. Me hallaba actualmente formando dos memorias. Una que ya estaba concluida y se iba a publicar mañana en todos los diarios manifestando el orden que reinaba ya en Chile. La reunión de su congreso y otras mil cosas junto al descubrimiento de las minas de Coquimbo, su prodigiosa riqueza, etc.; y otra más extensa, más meditada y más pulida que preparaba para Mr. Canning, pues me disponía a reasumir el curso de la negociación, no dudando que en el próximo paquete viniese una constitución, o cualquier ley orgánica que declarase qué cosa era Chile y pudiese yo presentar a este Ministro. La entrada de Vial al ministerio; la de Ud. y otros al Congreso: el arribo de mis oficios y otros papeles públicos de Europa que demostraban el motivo por qué Chile no había sido reconocido, y debían influir tanto en atraer los ánimos al orden y juicio; y sobre todo la experiencia de año y medio de desastres, de desórdenes, e inquietud, me parecía hubiesen dispuesto los corazones para abrazar con docilidad los remedios que acabasen tantos males. Confiaba mucho en que no existiría quien no conociese a los díscolos, a los ignorantes, a los inexpertos, y que habrían sido muy provechosas las lecciones dadas por el gavilanismo y sus principales jefes muy experimentados y probados en la desdichada época anterior. Bien veía que el Director no estaba de buena fe, porque a haberlo estado, no habría habido asambleas (principalmente en Concepción donde una sola carta suya es omnipotente con Rivera) que perturbasen la reunión completa del Congreso. Creía que a pesar de tener a Vial por Ministro conservaría secretamente su logia compuesta de Campino, Benavente, etc., que discutiría los negocios y seguiría incesante correspondencia con la de Pinto, González y Cordovéz en Coquimbo, pero aun suponía estos embarazos capaces de vencerse; y al Director a quien ciertamente no conocí intención maligna en mi tiempo, capaz de ser atraído por buenos consejos. Pero todo, todo, todo se ha perdido. Ya no hay patria con honor ni con estimación; tampoco la hay con quietud ni seguridad interior; y entre las cosas que siento no son las de menos consecuencia la destrucción que debe seguirse de las estipulaciones de colonización, principalmente de la que se había pactado en Alemania en que tenía mis más lisonjeras esperanzas, así como en el Banco que estaba en estos días agitándose. Aunque fluyeran ríos de oro y plata, qué importa a los empresarios si una partida de pueblo reasumiendo la autoridad de su soberanía, puede mandar se destierren o presentarse en la plaza pidiendo que el Banco consolidado que existía en Santiago se disolviese llevándose por descontado un tercio de cada provincia para federarlo después. Reuniones populares que no respetan leyes, Constitución, ni principios, menos respetarán los provocativos millones de un Banco, ni los repletos almacenes de una Compañía de colonización.

Entre tanto, mi padre amado y mi más tierno y mejor amigo, Ud. será insultado en los papeles; y las venerables canas y el respeto debido al mejor, al más sabio y al digno patriota de Chile serán ajados por miserables tan ignorantes como malvados. Acaso será Ud. procesado con el designio de inhabilitarlo para un futuro congreso hallando así un medio de sofocar la voz pública; pero no, no hay que temer: el mérito aterra a los malvados. Yo no puedo continuar más y todo se me ha olvidado.

Sigo el 22.

Se me había olvidado lo principal como a los niños en sus cartas. En el paquete que acaba de traer estas noticias, sólo he recibido una de Ud. atrasada de 1º de agosto, una de las a que se refiere la de 22 de septiembre, que por consiguiente es la última que ha llegado a mis manos. No puedo creer que Ud. se hubiese descuidado en escribirme los sucesos del 8 de octubre y estoy lleno de angustias.

Por fortuna se ha demorado el correo, y he podido extraer de mi correspondencia ya cerrada un largo oficio de 9 fojas que dirigía al Ministerio haciéndole ver muy por menor el sumo descrédito en que se hallaba el país; los sucesos interiores que tan poderosamente habían influido en él; la impresión que cada uno había causado aquí; y sobre todo el plan de política que a mi parecer debía fijarse el gobierno y los remedios seguramente que podían adoptarse. Esta pieza en manos gavilánicas sería inútil a la patria y las eternas verdades que en ella se expresan formarían su acusación. No tengo absolutamente temores cuando se trata de mi deber, o del interés de la patria; pero tal oficio no podía ser de provecho variadas las circunstancias. Puede ser que lo enmiende, y sea la contestación que dé sobre el último movimiento acerca del cual me desentiendo enteramente ahora porque no se me ha comunicado de oficio, y sólo se me han remitido los decretos mezclados en la colección de los demás impresos.

Están ya embarcados mis muebles; pero no alcanzo a despachar el conocimiento por no habérseme aún entregado; y el buque no saldrá hasta dentro de algunos días porque está el Támesis helado.

Saint Lambert me escribe con fecha en Santiago de 9 de septiembre avisándome de cumplimiento su llegada; que ha visto a Ud.; y que Ríos será seguramente acomodado conforme a mi recomendación.

A Dios mi padre. Soy su

Mariano.