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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Mariano Egaņa. Cartas a Juan Egaņa. 1824-1829
61. Londres, fines de febrero de 1827.

[Londres, fines de febrero de 1827]

[Texto incompleto]

[…] que conforme a mi encargo tendrá algo escrito sobre las Cartas de un Americano sobre la Federación. El tomo 4º de las obras de Ud. está parado porque debe comprender la contestación de Ud. sobre estas cartas, y en especial sobre la última en que tan grosera como ingnorantemente insulta y calumnia la Constitución de Chile. Al menos yo no he creído que Ud. pueda dejar esto impune; y por eso he tenido por conveniente suspender la total conclusión de la impresión. No es por cierto lid que hará mucho honor entrar en contestación con el miserable autor de las cartas. Badulaque más ignorante, más sin lectura, más sin sentido común, y al mismo tiempo más atrevido y de más mala fe, no sería fácil encontrar ni entre nuestros publicistas que seguramente se avergonzarían de sostener los absurdos que este pobre autor propone. Es preciso decir que él es don José Canga, autor de los Ocios; de los elogios tributados allí a la Constitución, siendo uno de ellos el que debían los demás estados de América tomar por modelo esa misma constitución en que hoy asienta mirarse tan subvertidos los rectos principios, como brillan en las de aquéllos: que ha escrito en sentido verdaderamente español para fomentar la discordia, y hacernos el mal que su situación le permite hacer; y finalmente que ha sido pagado por don Vicente Rocafuerte, y es hombre capaz de escribir en favor de Fernando VII, y de los apostólicos si se le pagara para ello. Tampoco tengo duda ya de que de Chile le escribieron a Rocafuerte para que solicitase un escritor así, y aun indicándole la acrimonia con que debía hacerse, porque dicho Rocafuerte qué interés podía tener ni contra la Constitución de Chile, ni contra Ud. especialmente. Este mentecato se acaba de ir para México: yo rompí toda comunicación con él desde la publicación de las cartas; pero él intentó varias veces darme satisfacción: estuvo a verme para convidarme a comer, para despedirse, y para decirme que la obra sólo se había escrito para dirigirse a Guayaquil (su patria) y que un solo ejemplar no había permitido que fuese a Chile, lo que también supongo falso. Yo contesté a sus satisfacciones sin grosería pero con desdén. Ud. debe hacer una justa distinción entre Blanco y Canga. Este último es un mochuelo literario sin reputación en materias públicas; sin decencia y sin respeto a sí mismo, y debe contestársele como a tal.

Cuánto es el deseo que tengo de que Ud. me escriba menudamente todo lo que ocurre en Chile, porque absolutamente no tengo otro conducto por donde saberlo, y me interesa tanto estar impuesto en todo; así el asco y sentimiento con que toco estas materias en mis cartas. La hipocondría que he padecido, desde que llegué, me tiene en estado de que no puedo escribir sobre lo que me lastima. Ya Chile no puede menos que venirse abajo. Mire Ud. que ese decreto que sujeta a los diputados del Congreso directamente a los caprichos populares, y de un pueblo tan ignorante, no tiene ejemplo. Se destruyen todos los principios sociales y estos infernales demagogos no sé cómo no son despedazados por tantos hombres que tienen que perder en la ruina de un país que a seguir por más tiempo bajo el influjo de Infante y comparsa se hunde, porque ya no hay cómo gobernarlo. Por otra parte aunque el descrédito de Chile parece haber llegado ya a lo sumo, todavía recibimos un nuevo mal en esta línea; que es el que de día se fortifique nuestra mala opinión por estas disposiciones tan absurdas, tan contrarias a la práctica de las naciones, y que manifiestan tanta falta de ilustración, no digo que en los directores de los negocios, sino en la masa del pueblo que bien o mal elige tales representantes y tolera que se le dicten tales leyes. Mientras en todo el mundo se mira como un requisito esencial de toda asamblea deliberadora, la inviolabilidad de sus miembros, en Chile se hace una ley expresa que autoriza las puebladas para quitar a los diputados sin fórmulas ni trabas. Ya yo bien comprendo el objeto, porque nuestros gavilanes, magüer que tontos son siempre gavilanes. La presencia de un hombre de bien o de justicia en el Congreso podría ser pesada a los demagogos, y como no tienen mucho que confiar en la elocuencia de Laso, en la unción de Cienfuegos, o en la experiencia y talentos de Infante y Ministro Bezanilla, bueno es dejarse el recurso más expedito de que salgan ocho o diez liberales a la plaza a deponer diputados. Por tanto, nada importa el que vean que ni en Inglaterra ni en Estados Unidos da el pueblo instrucciones a sus representantes o tiene el derecho de reunirse el día que quiere a quitarlos.

Yo había empezado a desconfiar un poco de Blanco [1]: me parecía verlo queriendo capitular con los gavilanes; pero ha dado un paso que ha vindicado perfectamente su honor. Ha dado el paso inmediato al que debía darse: por consiguiente no ha quedado como un héroe pero ha quedado como un hombre de honor. En Chile no diviso otro remedio, sino que un ciudadano de vigor, satisfecho de que ocupa el gobierno, no por usurpación propia, sino por nombramiento de los que se creen con autoridad para ello, restablezca por sí mismo el orden acabando con diez o doce facinerosos, que considerados bien son tan débiles e insignificantes que vuelan con un soplo: haga un escarmiento fuerte en uno o dos de los principales autores del movimiento del 19 de julio: conceda una amnistía general a ese sinnúmero de delincuentes políticos que se han sucedido desde entonces acá (porque es necesario no hacer castigos; pero que el pueblo conozca que han sido delitos las contravenciones a la ley fundamental), y restituir las cosas al estado que tenían en aquella época, para enumerar constitucionalmente con el sello de la legitimidad todo lo que se hallare defectuoso en la Constitución. Este es el único remedio radical. Sin él no hay garantía suficiente del orden ni de la estabilidad y obediencia de ninguna Constitución, porque lleva la materia de su destrucción toda otra que sea el resultado de la pueblada de Fuentecilla y que haya de cimentarse sobre el ejemplo de que se puede impunemente atacar constituciones. Aun cuando no quedara nada en ser de la Nº 3 era preciso restituirla por una semana para partir de ella a la formación de la nueva. Mas como esto por desgracia no se ha de poder conseguir, voto por que aparezca nuevamente en forma de Carta conservando sus principales instituciones y su entera armazón. Por leyes sucesivas puede reintegrarse; y Ud. no deje de hacer a nuestra patria el servicio de reformarla, como le pide Campino.

¿Qué diré a Ud. del empréstito? Ya preveo que ni el de marzo entrante se paga y los insultos contra el gobierno y contra el carácter de todo chileno, el descrédito, las reconvenciones de tanto acreedor y sobre todo el temor de las resoluciones fuertes que tomarán (no contra mi persona) me tienen acobardado. ¿Y qué diré a Ud. mi situación sin poder moverme? Aun no ha llegado el aviso del pago total a Barclay; nada se me dice acerca de mi misión a Estados Unidos y contra la orden viva y urgente de ir (aunque no se me ha remitido dinero y ya las credenciales firmadas por Blanco caducaron) no puedo regresarme sin aguardar. Y mi fuga sin allanar nada acerca del empréstito, siendo yo la única satisfacción que tienen los acreedores, y el único agente que debo hablarles en nombre del gobierno, ¿a qué se atribuiría?

No sé qué dirá Ud. acerca de la adjunta reservada. Mi padre amado dígame Ud. mucho sobre ella, quiérame siempre mucho.

Mil cosas a Dolores sobre su tercer niño a quien estoy queriendo mucho sin conocer. A Ríos las mismas.

A Dios, mi padre.

Soy su

Mariano.

 

Notas.

1. Se refiere a Manuel Blanco Encalada.