ACTAS DEL CABILDO DE SANTIAGO PERIODICOS EN TEXTO COMPLETO COLECCIONES DOCUMENTALES EN TEXTO COMPLETO INDICES DE ARCHIVOS COLECCIONES DOCUMENTALES

Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Mariano Egaņa. Cartas a Juan Egaņa. 1824-1829
64. Londres, 21 de Junio de 1827.

LONDRES, 21 DE JUNIO DE 1827.

Mi amadísimo padre,

Ahora es tiempo de que yo pregunte a Ud. ¿qué se hizo su pelucón don Agustín Eyzaguirre? ¿En qué vino a parar este Camilo, único recurso de Roma desesperada? No; jamás osé compararlo con este grande hombre; aunque es verdad que le he colocado en una esfera muy superior a la que ocupan don Fernando Errázuriz, don José Portales y don Francisco Tagle. ¿Cómo permitirían los admiradores de la probidad y grandeza de alma romana, en los bellos tiempos de la República, que rebajásemos a uno de sus mayores héroes hasta ponerlo al nivel de quien buscó a Gandarillas, ya separado del Ministerio, para volverle a confiar la dirección de los negocios públicos, de quien permitió y aun apadrinó tranquilamente la carrera comenzada en la más execrable depredación que ha visto la América; de quien firmó el tratado con Buenos Aires vendiendo tan inhumanamente a su patria, y de quien por último acabó su gobierno de un modo tan vergonzoso, sin tener aliento para sostener el orden público y la dignidad del puesto que ocupaba? ¿No pudo este hombre, no debió haber hecho lo que hizo Freire: retirarse a un punto vecino a reunir las milicias? ¿No pudo haber echado mano del mismo Freire y de Blanco, como de sus lugartenientes, para que bajo del imperio y el nombre de la autoridad legítima y preexistente se hiciese con decoro lo que se ha hecho por una autoridad ilegalmente nombrada? Dígolo así, porque solo en la sabiduría y política gavilánica de que ha dado tan constantes muestras el Congreso cabía el que él mismo consumase la obra de los amotinados, y estando expedito el Presidente de la República, nombrase otro para que ejerciese las funciones del Gobierno. Qué ley antecedente le autorizase para deponer así cuando le diese la gana al Presidente, no se divisa, si no es la regla del admirable Infante que el Congreso no debe tener leyes: doctrina de que no se separan, y por eso la cosa va como va. Lo peor es que el Presidente ha quedado depuesto, lo que debe atribuirse al profundo tino con que el Congreso ha querido dar este ejemplo de orden en el momento oportuno de calmar una sublevación. ¿Y este es pueblo, mi padre? ¿Y éstos son legisladores? No: esta es una facción la más brutal, la más infame, la más indecente que usurpó alguna vez el nombre y autoridad pública; y este es el único consuelo que nos queda a los chilenos, después de vernos cubiertos de tanto oprobio.

Por lo demás el atentado de Campino, tan atroz como ha sido y como se ha pintado en Europa, no lo encuentro superior ni aún igual a uno de los varios que en el mismo orden ha cometido Freire; y son tan notorios los hechos que este mismo debe ser el juicio de todos los que quieran compararlos. Campino no se ha rebelado contra la Constitución que acabase de jurar ni él tenía empleo alguno que le obligase señaladamente a cuidar de la observancia de esa Constitución y de mantener el orden. Si se considera que Freire era a la sazón el Director Supremo del Estado, su delito crece tanto que ya no hay lugar a la comparación. Campino se movió en días de desorden y de la más absoluta desmoralización en esta misma línea de trastornos y sediciones. Freire en el seno de la tranquilidad adquirida en año y medio de orden dio el primer ejemplo disponiendo y dirigiendo su puebladita del 19 de julio cien veces más execrable que la sedición de aquél. Campino por una sola vez ha intentado no destruir el Congreso sino violentar su voluntad. Freire ha destruido tres distintos cuerpos legislativos y una Constitución y ha entrado a Santiago a la cabeza de sus tropas como a un pueblo enemigo, no sólo a quitar un Congreso, sino a apresar y desterrar varios de sus miembros y proscribir a los ciudadanos que le dio la gana sin más formalidad que poner sus nombres en una lista. Campino se satisfizo con echar a su casa a don Agustín Eyzaguirre; Freire apresó y desterró al Director nombrado, Sánchez. Campino no castigó a nadie por su obediencia al Congreso; Freire con escándalo de cuantos lo vieron, depuso, apresó y desterró a aquellos comandantes que fieles al juramento solemne que acababan de prestar reconocieron la autoridad del Congreso; y semejante atentado es para mí una de las más crueles heridas que este asqueroso tiranuelo ha infligido a la patria en su moral. Si consideramos la trascendencia y resultados de los delitos, aquí cesa otra vez la comparación, porque no la hay, en esta parte, entre los crímenes políticos de Freire y cualesquiera otros que se hayan cometido en Chile. Los males que este país ha sufrido y aun le resta que sufrir causados todos por la administración de Freire, son incalculables, al menos para quien no se haya encontrado en estos tiempos en Europa. Chile ha perdido cuanto puede perder un pueblo; y de sus males, unos son irreparables, y otros que pueden serlo por una especie de milagro (pues tal concibo el poder ya restituir al orden y darle un gobierno enérgico) le dejarán sin embargo atrasado como cincuenta años. En lo exterior, el descrédito, el desprecio que se ha atraído, esta primera impresión contraria que han formado todos los pueblos de Europa, y que no es fácil borrar en muchos años; en lo interior la ruina total de la moral pública; el atraso de la educación; el haberse habituado el pueblo a no tener instituciones; las raíces que han echado los principios anárquicos y los absurdos proclamados por Infante, Pinto, Muñoz Bezanilla, etc., absurdos tanto más difíciles de vencer después, cuanto que la educación está tan atrasada: la pérdida de tantos elementos de prosperidad como, si hubiese existido orden, habría recibido el país, son males de que debe responder la administración de don Ramón Freire, y que ningún chileno por más sangre fría que tuviese, podría meditar sin mirar a este monstruo como el más odioso y dañino que ha nacido en América. Sólo en un punto es exacta la comparación entre sus crímenes y el de Campino, y es en cuanto a la importancia personal y talento de sus autores. Campino bien vale un Freire. Ud. no olvide que Campino ha sido el primer edecán de Freire, quien lo sacó del calabozo (en que O’Higgins lo había metido por sedicioso) para conferirle aquel destino en que disfrutaba más renta que el Ministro de Estado de la República. Era además su constante contertulio y confidente; y ya entonces era hombre Campino que en el país de la impunidad había sido arrojado tres veces del ejército (hazaña que creo contarán pocos) y la última cuando San Martín lo despachó del Perú, por uno de los más atroces delitos (según me dijo el cura Cienfuegos) a que nuestras leyes y las de todos los países civilizados aplican pena de muerte. Si él (como me lo contó don Fernando Errázuriz) fue el autor del asesinato de su hermano don José Antonio, incurrió también en pena de muerte aunque éste no hubiese fallecido. Tales, pues, son los hombres que llenaban la confianza del señor Freire y que él tenía el admirable conato de sacar a luz y hacerlos sus colaboradores. Orjera no ha sido menos truchimán de Campino en esta última empresa, que lo fue en las dos freirinas de julio de 24 y octubre de 25.

Sin embargo, el Congreso ha dicho que confiere el mando supremo a don Ramón Freire, teniendo presente las virtudes con que tantas veces ha salvado a la patria. El senado romano tributaba casi iguales elogios a su imbécil Claudio y a su Nerón. No es fácil encontrar ejemplos parecidos en la historia, porque ella no presenta personajes del calibre de don Ramón, pero en la extranjera hallo que se le asemeja el pasaje de Prexaspe aplaudiendo con un desmedido encomio la destreza con que Cambises había traspasado el corazón del mismo hijo de Prexaspe; y en la nacional son por de contado más parecidos el de los nombres de los Carrera y del Padre Arce en la columna del 12 de febrero, y el oficio pasado por Pinto a Fontecilla de que ya he hablado a Ud. otra vez.

Cuando veo nombrados a Freire y Pinto, precisamente a los dos hombres a quienes ningún chileno debe mirar sin estremecerse, llego a creer que ésta no es obra humana; porque tal depravación de ideas, tal trastorno de la moral y de aquellos sentimientos inseparables del corazón del hombre, me parecen exceder los límites casi infinitos de la debilidad y miseria humanas. Yo bien veo que es una facción la que hace este nombramiento, pero esos facciosos son hombres y son chilenos. Convengamos, pues, en que la providencia quiere envilecer todavía más a Chile.

Comparo esta elección al aviso que concluido el último acto de una tragedia, saliese a dar un actor en estos términos: “La compañía, deseosa de complacer a tan respetable público, le ofrece para mañana la repetición de la misma tragedia, en cuya representación se empeñarán con nuevo esfuerzo los autores; aparecerán algunos otros comparsas; la escena estará iluminada; habrá más rapidez en los movimientos, y se procurará de todos modos que el efecto sea más terrible”. Preparémonos, pues, a tres años más o los que fueren de lances como hasta aquí, y vamos a otra cosa.

Como pienso tanto en la casita de las Delicias, no hay invención curiosa de las que veo por aquí que no quisiera ponerle. Ahora estoy con el proyecto de que Ud. sin pérdida de tiempo le haga un laberinto que en sí es cosa muy curiosa, y ha de causar mucha diversión a todos los huéspedes. Concurre también la circunstancia de que no ha de traer mayor costo. Incluyo a Ud. el plancito perfectamente exacto del que hay en uno de los jardines del palacio de Hampton Court que es la mejor residencia de campo que tiene el Rey de Inglaterra. Las calles que Ud. ve en el plano son de arbustos, o por mejor decir árboles no muy elevados, alternados con otros de bastante elevación. Esto se deja al capricho del dueño, porque si el ancho de la calle es espacioso vienen mejor los árboles corpulentos y altos que contribuirán a dar mejor sombra. Las murallas que forman estas calles deben ser muy tupidas hasta la altura de dos varas y media o tres, para impedir que se vean al través las demás calles; lo que quitaría la confusión y enredo de los caminos, que es lo principal que se intenta. Por la misma razón no debe haber en las calles señales particulares que se alcancen a divisar desde otras calles, y el visitante no debe ver más que su calle que puede ser tan variada y hermosa como quiera. Creo que con el objeto de procurar el tupido en las murallas se han preferido para ellas arbustos en Hampton Court que han formado una especie de seto tan denso que no puede el que pasea saber si hay otras calles a los lados, hasta que desemboca a ellas.

Yo formaría las calles de nuestro laberinto de árboles corpulentos a saber, maitén, maqui, peumo, boldo, canelo, alternados con arbustos como arrayán, romero, y aún molles, laureles y aromos, que son árboles pequeños. Todos los referidos conservan perennemente la hoja que es otro de los requisitos indispensables para un laberinto que ha de poderse pasear en verano y en invierno. El seto o lo tupido de las murallas se puede formar prontamente con los mismos arrayanes, romeros y otros arbustos, o con tanta enredadera como hay en Chile, que es una lástima ver como no conocemos los que poseemos. Tres varas me parece que es un ancho regular para las calles. El recinto del medio se ocupa con lo que se quiere. Un jardín parece ser más adecuado destino con alguna fuente, y los demás ornamentos que se quiera, teniendo presente que éste puede ser un lugar de retiro donde es difícil que a uno lo encuentren.

Ud. no se asuste porque los árboles que le he citado no puedan formar calles en poco tiempo, ni deje por eso de plantarlos. Más vale tener con el tiempo un buen laberinto, que tener siempre uno malo. Los maintencitos, peumitos, etc., pueden plantarse o lo que es mejor trasplantarse aunque tiernos un poquito crecidos, y en habiendo adquirido una altura de dos varas, ya suplirán muy bien. Entretanto, con los arbustos, y sobre todo con las enredaderas se pueden hacer unas murallas provisorias, o perpetuas bastante tupidas cuidando de que no ofendan a los arbolitos. Estoy persuadido de que el terreno del cerro de Peñalolén es perfectamente a propósito para los árboles citados; porque algunos los hay ya; y otros se producen en la cuesta de Prado que es el mismo terreno y clima. Tenga Ud. también presente que éstos son árboles que no necesitan riegos artificiales.

No sé que pudiera ex profeso haberse hecho una peor elección que la de sauces y álamos en un país donde hay tan bellos árboles para paseos, parques, jardines y alamedas. Se conoce que en Chile no hay todavía gustos en este ramo, porque nuestros propietarios rurales, a decir verdad, no lo tienen en ningún género, y un buen potrero para el ramoneo les importa más que Hampton Court y Kew, las Tullerías y Versalles. Hemos desterrado de nuestras casas los árboles silvestres para dar lugar sólo a los frutales; y en Europa jamás en los parques, paseos o jardines se ponen éstos porque con muy pocas excepciones son siempre de pequeña estatura, y se desea imitar la naturaleza rústica, grande y majestuosa. Qué dieran en Inglaterra por un surtido de maitenes, boldos, robles, peumos, temus, canelos, maquis, quillayes, y tanto mirto, como la luma, la murtilla, etc. Y las alamedas y paseos de las Delicias, ¿por qué no han de ser de estos árboles, dejando los frutales como aquí para huertos separados? Cuando visité aquí el jardín real de Kew, vi con sumo gusto y aún con ternura el gran cuidado con que mantienen en estufas y tierras traídas de Chile, varios Pinus araucana, o araucaria como aquí la llaman, que es nuestro Pehuén de que ni juicio hacemos. Espero, pues, que Ud. si ya no lo ha hecho, replantará la alameda y las principales calles del jardín, con los árboles que dejo insinuados; y con todos, porque una o muy pocas clases de árboles de estos paseos es defecto notabilísimo ante los inteligentes. En el instante que estos árboles estén ya algo crecidos, vendrán abajo los sauces y álamos que ni tienen belleza, ni sombra, ni magnificencia, ni duración, y de los cuales el uno pierde la hoja en el invierno, y el otro echa a perder el agua que la riega. Dé Ud. una repasada a Molina [1] y verá cuánto árbol, cuánto arbusto, cuánta hiedra hay con que adornar la casita; y nuestro empeño debe ser tener una casa de campo chilena.

Supongo también que Ud. hará praditos artificiales de flores puramente silvestres. No a mucha distancia de Santiago, en la cuesta de Prado, he visto en el mes de octubre cubierto el campo de tan bellas y diferentes clases de flores que quién podría acertar a contar su número o describir su hermosura. Estas se pueden a mi ver trasplantar fácilmente. ¿Por qué junto a aquellas casitas de descanso y otros puntos del camino no ha de haber bosquecitos de arrayanes, floripondios y otros arbustos? En los jardines de Inglaterra, los bosques para tomar sombra y esconderse son siempre de arbustos. Yo voy a llevar la semilla de uno, que aunque poco corpulento, es hermosísimo por las flores de que está cubierto. Se llama Rhododendron Ponthica introducida aquí del Ponto. Llevaré también la hermosísima peonía con todas sus variedades, flor la más linda para matizar los jardines y cubrir las orillas de un paseo. Cuando paseemos esa alameda cubierta a un lado y otro de Rhododendron y Peonías de tan varios colores, descansando en los bosquecitos del camino, haciendo una relación de las cosas vistas en Europa, o discurriendo sobre nuestras últimas lecturas en tanto libro bueno que hemos de tener a mano, me parece que nos hemos de olvidar de Campino, y de Pinto, y de Freire y de Infante.

Mucho he sentido y siento cada día de no haber podido mandar a Ud. libros franceses, y señaladamente los que me ha encargado, y sobre todos algunos sobre jardines y economía rural que tengo apuntados. Pero el deseo de tomarlos y examinarlos previamente por mí mismo, y más que esto mi prolongadísimo viaje a París que hace muchos meses se va postergando de semana en semana, me lo ha impedido. Seguridad casi tenía de que la presente carta la había de escribir en París. Todo estaba listo; mas mis escrúpulos nacidos de la necesidad de cumplir con lo que juzgo un deber, me han detenido. Ha sido el caso que Hullet (como creo ya haber escrito a Ud.) encontró el más divino arbitrio para retener 11.500 libras pertenecientes al Gobierno de Chile, usufructuándolas y sin aplicarlas a su legítimo destino que era comprar obligaciones del empréstito para verificar la amortización que dejó de hacerse en septiembre de 1825 y marzo de 1826 por no haber entonces dinero. Este arbitrio fue decir que había dado una garantía a la Compañía Anglo-Chilena de devolverle esta suma, si en Chile se exigía la misma del apoderado de la Compañía, en virtud de la protesta hecha aquí; porque ha de saber Ud. (y ya el cuento se va haciendo largo) que llegadas a Londres las letras giradas por la dicha suma contra la Compañía y en favor de Hullet, ésta expuso que dentro de un mes esperaba tener dinero y las aceptaría; pero que en el día no podía extender la aceptación. Hullet no quiso aguardar este término, y urgió por la inmediata protesta o aceptación. La Compañía extendió la protesta; mas al mes vieron sus Directores a Hullet y le dijeron que ya el dinero estaba pronto y que se lo entregarían; pero que por si las letras protestadas llegaban a Chile como era regular antes del aviso de que ya quedaban cubiertas, y en este intermedio los librantes exigían del agente de la Compañía en ésa la devolución del dinero, querían que Hullet les diese un resguardo o descuento por el que se obligase a devolver la suma que ahora recibía, a fin de que la Compañía no gastase dos veces.

Yo que en Hullet sospecho toda la mala fe posible, creo muy bien que él sabía que era inútil esta garantía (aunque justamente la solicitaba la Compañía) porque tal vez ni habría remitido a Chile el ejemplar de las letras protestadas, y con entregarlo a la Compañía, quedaba ésta satisfecha de que en aquel país no habría resultas. Pero como dando la tal garantía y llevando adelante el que las letras protestadas hubiesen marchado a Chile, se presentaba un arbitrio excelente para no aplicar esta considerable suma a su destino y usurparla por largo tiempo, sospecho, aunque no tengo fundamentos bastantes, que Hullet se prestó a lo que sabía que era farsa, por el interés dicho. Así es que desde julio del año pasado, en que ocurrió esto, hasta hoy se han tenido el dinero sin invertirlo en la amortización, a pesar de sus órdenes para que amortizasen o por mejor decir comprasen obligaciones, y no las cancelasen para asegurarse con ellas mismas (pues son un valor efectivo) en caso de que tuviesen que responder a la Compañía en virtud de la garantía que la había prestado.

En abril último solicitó Barclay que se le entregase esta suma que se hallaba en poder de Hullet, en parte de pago de las letras que el gobierno no le acababa de cubrir, no obstante haberse cumplido todos los plazos. Fundaba esta solicitud entre otras cosas, en el mismo contrato que hicimos cuando prestó sus 28 mil libras, en el cual se estipulaba que las sucesivas remesas que hiciese el Gobierno a Londres quedasen depositadas y en prendas hasta que se tuviese noticia de la aceptación de la letra, y, lo que es su correlativo, de su pago. A pesar de la suma justicia con que este hombre reclama, dudé y al cabo me resolví a no hacerle tal entrega. Hullet empeñoso coadyuvó y sostuvo esta resolución; pero como que quería que el dinero quedase retenido para la seguridad de Barclay. Conocí ya pues que su objeto era subrogar al pretexto de la garantía dada a la Compañía Anglo-Chilena, que ya debía caducar por el lapso del tiempo más que sobrado para que hubiese noticia de quedar allanado el otro de una extensión parecida para la seguridad de Barclay. Entonces vi a éste y le hablé con toda franqueza manifestándole que de su gestión Hullet era quien se proponía sacar el provecho: que el dinero que éste retenía estaba destinado para las amortizaciones que se hallaban debidas; que hallándose las obligaciones de Chile al precio de 27, el Gobierno iba a recibir una grande utilidad en amortizar o comprar las obligaciones a este precio tan bajo; y que así no le perjudicase, sino que desistiese de su pretensión de que se le entregase el dinero, o se retuviese en depósito para su seguridad. Le ofrecí por último que las obligaciones que se comprasen no se cancelarían sino que se depositarían para su resguardo hasta que el gobierno se hubiese cubierto. Esto no perjudica lo menor al gobierno, porque tanto monta que las obligaciones se depositen en el Banco, lo que es cancelarlas, como que estén guardadas en otra parte. Lo único que le interesa es comprarlas a buen precio. Barclay se convino generosamente porque fueron sus expresiones no quería ser instrumento por donde resultase perjuicio al gobierno de Chile. Di pues la orden a Hullet para que invirtiese el dinero en la amortización, previniéndole que ya Barclay no hacía reclamación.

¿Y qué parece a Ud. que me contestó este comerciante inglés? Que aún cuando se cancelase la garantía de la Compañía Anglo-Chilena, y Barclay suspendiese sus gestiones, el dinero debía aplicarse al pago de los dividendos atrasados, y que no obedecía órdenes del Gobierno o mías contrarias a ésto. El pretexto de que se vale es lo más disonante y ridículo, y más vale que no diera razón alguna para verificar su salteo. Entre tanto el gobierno, por efecto de esta maldad, pierde la diferencia que hay entre amortizar ahora a 27 y tener que amortizar después a 60 ó 70, que será como sesenta mil pesos o más. Este es Hullet: este es el niño de Irisarri, y el empréstito ha corrido en manos de entrambos. Hullet a más del lucro que reporta en negociar la plata, tiene a mi ver otro interés que es el de cargar después a 60 ó 70 las obligaciones que ahora con la misma plata del gobierno compre a 27.

Lo peor es que no hay arbitrio de que valerse para evitar este mal, y que el gobierno será impunemente robado. Sin embargo, estoy dando los pasos que puedo, porque lastima ver una pérdida tan grande y tan injusta. Hasta que no deje bien o mal concluido este negocio, no pienso ni puedo partir para París.

He recibido, después de escrita mi última en mayo, dos cartas o más bien diré cartitas de Ud.: una venida por el paquete con fecha 1º de febrero, y otra que me llegó después, por el Cambridge, con fecha 23 de enero. Para colmo de mis desgracias, ya Ud. no quiere escribir largo, siendo así que absolutamente no tengo otro conducto por donde saber las cosas de Chile, porque ni gacetas recibo; y en cuanto a correspondencia particular Ud. sabe que nadie me escribe de Chile; pero ni aún han contestado a mis cartas. Hace pues mucho tiempo que tampoco sé nada. La empresa de Campino se ha publicado en las gacetas, copiándola de las de Buenos Aires. Yo no sé de dónde saca Ud. algunas noticias como comunicadas por mí, cuando sólo a Ud. escribo en sustancia. ¿Y a quién había de avisar las cosas relativas a mi viaje mejor que a Ud.? Mis más fervientes deseos y mis propósitos han sido haber estado en Chile en todo el año pasado; pero como Ud. sabe, han ido sobreviniendo tales ocurrencias que jamás me han permitido señalar el mes en que he de partir. Así es que a nadie he escrito con fijeza cuándo me voy, y Ud. ha de ser el primero a quien lo avise. Entre tanto, ¿qué podré decir a Ud. de mis ganas de irme? Sin necesidad de que yo hable Ud. debe conjeturarlo por los motivos que sabe. Yo en un día que tal vez no esté muy distante, a mi vuelta de París, me sobreponga a toda consideración y escrúpulo, y si Barclay no se opone a viva fuerza (que no lo hará), me voy sin aguardar más. Con alguna anticipación he de avisar a Ud. y a Fair, de modo que ninguna carta pueda extraviarse.

Como un regalo y favor especial del cielo miraría el que me viniese de un día a otro, alguna remesa de Chile. Aquí no tenemos ya más dinero que los sueldos que conservaba guardados en mi poder don Miguel Barra; y no se puede encontrar quien preste. Espero la suma que libré en favor de García en marzo último; y también las que libré después en mayo, que suplico a Ud. encarecidamente me las remita con toda la brevedad posible, porque de no, habrá trabajos. Debe venir consignada en la misma forma que la que libré en marzo, o si a Ud. le parece como la que Ud. me remitió por medio de libranza contra Winter. Vea Ud. la adjunta para García, y después de cerrada entréguela. Supongo que éste no quedará contento, porque él pensaría tener el dinero en su poder algún tiempo, y yo también así lo había pensado; pero he sacado mi cuenta y no puedo menos. Démele Ud. indirectamente alguna satisfacción sobre esto.

A Dios mi amadísimo padre: mil cosas a mi madre, Dolores, Juan, etc.

Soy su

Mariano.

¿Qué diré a Ud. de mi Rosario? Aún no sé qué hay que decir de esto.

 

Notas.

1. Se refiere a las obras de José Ignacio Molina.