ACTAS DEL CABILDO DE SANTIAGO PERIODICOS EN TEXTO COMPLETO COLECCIONES DOCUMENTALES EN TEXTO COMPLETO INDICES DE ARCHIVOS COLECCIONES DOCUMENTALES

Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Primera Parte. Contiene desde el 25 de Mayo hasta el 15 de Octubre de 1810.
Julio de 1810.

JULIO DE 1810

El día 6 de julio prometió verbalmente el señor Presidente la restitución de los reos a los alcaldes y varios vecinos de alto carácter. En ese mismo día hizo salir de aquí al Capitán Veterano don Manuel Bulnes. Con esta ocasión persuadió a varios que iba al registro e investigación de un buque, donde por denuncio se sabía haberse embarcado la pólvora que se robó [que había sido robada] en los reales almacenes; a otros, que Bulnes iba a conducir [a] los reos a esta capital a fin de despreocupar al vecindario de cualquier otra presunción. Le entregó a Bulnes un pliego reservado, con la calidad de abrirle en el alto del puerto, distante dos leguas de Valparaíso; así lo ejecutó y encontró un oficio para sí, y otro para el Gobernador de aquel puerto. En el primero se le prevenía se dirigiera a Valparaíso, y que estando cualquier buque de la carrera de Lima a pique sobre una [sic] ancla, y ya pronto para dar la vela, entregase el otro pliego en presencia del escribano al Gobernador de aquel puerto, de quien recibiría unos reos y que ejecutase la orden que allí se le prevenía.

El día 7 de dicho [mes] llegó a Valparaíso, encontró a la fragata Miantinomo en preparativos para seguir su viaje a Lima, alojó en casa de don Remigio Blanco [1]  en unos altos que miran a la mar, y desde allí fijó la observación en las maniobras del buque. Así estuvo el día 8 y 9, sin dar cuenta ni razón a persona alguna. En este día 9 corrió un rumor en la ciudad, de que el Capitán Bulnes había ido a Valparaíso con la orden de hacer embarcar a los reos, y en esa noche vino a palacio, Cuadra, suegro del Doctor Vera, a verse con el señor Presidente y a indicarle el rumor que corría en el pueblo. Le aseguró una y muchas veces que era falso, que al día siguiente vería a su yerno repuesto en su casa, y que fiase en su palabra; con lo que desimpresionado, se retiró descansando en las promesas de un jefe.

El día 10 de Julio, puesto Bulnes en el balcón, vigilante, siempre con la orden que tenía que cumplir, observó que la fragata Miantinomo estaba levando sus anclas para ponerse a pique de la una, que el viento no solo era fresco, sino también favorable, y sus señales ciertas de salida. A las 7 de la mañana llamó al escribano de paso, y se dirigió con él a casa del Gobernador. En su presencia entregó el pliego significándole la orden que tenía de cumplir con su tenor. El Gobernador abrió allí el pliego, y habiéndole leído en voz alta, y también por el escribano, se cercioraron todos de que la orden era del Superior Gobierno para que entregara los tres reos al Capitán Bulnes, y que éste con la escolta que pidiese los hiciera embarcar a bordo de la fragata Miantinomo.

En su consecuencia llamaron a los tres reos. Entre ellos asistió el Doctor Vera, todo entrepajado, y con indicios y protestas de estar gravemente enfermo. Unos dicen que así se fingió, porque como buen colegial infirió para sí, sin comunicar ni aun [a] sus compañeros, por no hacer común y menos creíble el remedio, que la idea de Bulnes era con ese destino; otros dicen que realmente estaba enfermo. En presencia del Gobernador, escribano y Capitán Bulnes, se le[s] leyó la orden del Superior Gobierno. En el acto de la intimación hizo el Doctor Vera nuevas protestas sobre su enfermedad, más el Capitán una, dos y tres veces requirió al Gobernador para su entrega; [éste] le hizo presente que era una especie de inhumanidad el embarcarle en aquel estado, y para mejor ratificarle llamó allí mismo al médico y cirujano Doctor Juan Isidro Zapata: consultado sobre la salud del Doctor Vera, certificó que por su debilidad y fiebre actual peligraba su vida en la navegación.

No contento Bulnes con la declaración del médico, ni la resolución verbal del Gobernador, le dirigió un oficio inmediatamente exigiéndole por el cumplimiento de la orden del Superior Gobierno y entrega del Doctor Vera; el Gobernador le contestó negativamente, exponiendo en su oficio el estado de indisposición de aquel reo y motivo de su resistencia. Los otros dos, Ovalle y Rosas, persuadidos ya del inevitable cumplimiento de dicha orden, expusieron que les era indispensable pasar a sus casas a acomodar su equipaje y hacer otras prevenciones para su embarque. El Capitán Bulnes se difirió prontamente a la solicitud de los reos, sin más que la palabra de honor con que los comprometió.

El Gobierno débilmente temeroso de que los compatriotas de estos vecinos impidieran su embarque, y extrañamiento a Lima, expidió varias ordenes secretas; primeramente, al Capitán Comandante de Artillería don Bernardo Montiel, para que cargara con metralla unos cañones y otros con balas para contrarrestar la oposición que se temía por el vecindario. También comunicó órdenes secretas a su confidente don Damián Seguí, Capitán de las lanchas y gente que apresaron la memorable fragata Escorpión, para que éste hiciera cierta reunión de gentes de su satisfacción; como, a efecto, acuarteló sigilosamente 22 hombres de caballería en el Almendral con sables y otras armas y otros 22 con pistolas y demás armas de fuego, eligiendo a este fin los marineros más bandidos y de alma más atravesada, con las miras de resistir cualquier oposición que se hiciera por parte de los reos. Ninguna de estas órdenes secretas se comunicaron al Gobernador de aquel puerto, quien sabedor de las operaciones de Damián, procedió inmediatamente a su arresto, y lo tuvo preso con dos barras de grillos en un calabozo por el atentado y riesgos a que expuso todo aquel vecindario.

Los tres vecinos retirados ya a sus respectivos cuartos, con la orden que se les había comunicado, después de haber compuesto sus equipajes, escribieron Ovalle y Rojas, a esta capital, por medio de dos expresos que salieron a las 8 de la mañana del referido día 10, anunciando a sus amigos y compatriotas el extrañamiento y embarque que se les había intimado por orden de esta Superioridad. A las 11 pasaron a bordo, menos el Doctor Vera, por enfermo, sin que para ello fuese necesaria escolta alguna. En este acto se halló Damián; y por la demora de la lancha dijo que cualquier bote era bastante para embarcar unos traidores. Sin duda que se apersonó al embarque para ver el movimiento del pueblo, y hacer la señal que ya tenía meditada a las tropas de su facción. Luego que se embarcaron repitieron ambos otras dos cartas en los mismos términos que lo habían hecho anteriormente. El buque se hizo a la vela ese mismo día a las 4 de la tarde, y también de esto se comunicó noticia a esta ciudad por medio de otro propio que salió a la misma hora.

A las 6 de la mañana del día 11 de julio, con diferencia de media hora de uno a otro, llegaron los dos expresos a esta capital. Divulgóse rápidamente la noticia del extrañamiento de los ilustres vecinos, casi en el momento mismo. Atónitos todos de un asunto tan inesperado, enterados de aquella clase de perfidia y comprobada felonía con el Jefe había engañado al Cabildo e ilustre vecindario; encendidos los ánimos generalmente, se reúnen, comunican recíprocamente sus ideas; manifiestan la depresión y vejamen, el ultraje y falta de cumplimiento de una promesa tan sagrada como las de un Capitán General; y elevando sus clamores al Ayuntamiento, le piden Cabildo abierto a las nueve de la mañana de ese propio día. Organizado el cabildo en aquella misma hora, entran a la sala capitular 300 y más vecinos, los más de ellos de alta representación y carácter. Aquí representan el ultraje de todo un ilustre vecindario, el engaño del Jefe conque felónicamente procedió al extrañamiento de sus dos compatriotas, dejando sus causas en embrión, sin oírseles ni haber pronunciado en el proceso definitiva alguna, despreciando el remedio que habían pedido de carearse con sus testigos y que ratificarán sus declaraciones con juramento previo, a que querían asistir personalmente a un acto para que la ley los facultaba. Últimamente, que para exponer estas que quejas, se dirigiera una diputación al Muy Ilustre señor Presidente, representándole que reunido el vecindario estaba en el Cabildo, que allí le necesitaban para escuchar sus justos resentimientos.

De facto, salió el Alcalde don Agustín Eyzaguirre con el Doctor don José Gregorio Argomedo, Procurador General de ciudad, y dirigiéndose al palacio del Muy Ilustre señor Presidente, le expusieron el suceso, la indispensable necesidad de que oyera a un pueblo resentido y quejoso. Tan tejos estuvo de deferir a la solicitud de la diputación, que los despidió con desaire, intimándoles hicieran retirar todas esas gentes a sus casas.

Comunicada al Cabillo e ilustre vecindario la acre repulsa del señor Presidente y el nuevo desaire que habían sufrido, reunidos en masa y presididos de su Cabildo, se dirigieron a la Real Audiencia, donde después de la venia de estilo, entraron improvisamente. Aquí se suscitó el clamor general del pueblo, en una voz tan confusa y desordenada, que costó mucho el silenciarla, en términos que el Real Acuerdo viniera a entender cual era la solicitud del ilustre vecindario y Cabildo. Tomando la voz sus dos alcaldes, hicieron una breve exposición del suceso; instaron con voz general del pueblo a que se obligara a venir al Real Acuerdo al Señor Presidente a escuchar las repetidas quejas de todo el noble vecindario que allí se hallaba. La Real Audiencia conoció el estado de enardecimiento de todo el pueblo, penetró los graves riesgos que amenazaba, y abrazo el partido de que el señor Oidor don Manuel de Yrigoyen en persona pasara con el Escribano de Cámara a hacer presente al Jefe aquella general solicitud y conmoción, la necesidad también de presentarse en el Real Acuerdo, donde después de excitarse de nuevo un clamor general del pueblo, que costó mucho el silenciarle, tomó la voz su proveedor general y colacionando brevemente, los hechos sus repetidas inconsecuencias, su engaño al público, el vejamen y desaire repetido de su Cabildo, y lo que es más, el descontento general de todo el Reino por su mal gobierno, concluyó de que la solicitud de todos era que los nobles vecinos extrañados improvisamente se repusieran en la capital a seguir sus causas; y en caso de haberse ya embarcado para Lima (de lo que en aquella hora no había constancia de la salida del barco) se expidiera un oficio al Excelentísimo señor Virrey del Perú para su reembarque a este destino, que el vecindario, a su costa aprestaría un buque para conducirlo a Lima, para el regreso de sus extrañados compatriotas, y que este despacho u oficio se les había de entregar en la misma sala de Audiencia, pues que hacían protestas de no salir de allí sin este requisito.

En seguida pidió el Proveedor general la deposición del Secretario de Gobierno don Judas Tadeo Reyes, la del asesor nombrado de propio mutuo por el señor Presidente Doctor don Juan José del Campo, y la del Excelentísimo sustituto Doctor don Juan Francisco Meneses; últimamente que para cortar en lo sucesivo los muchos abusos introducidos en el Gobierno, de crear causas de mucha gravedad y de expedir muchas providencias sin asesor en materias de puro derecho, se nombrase para este grave e importante cargo al señor Oidor Decano don José de Santiago Concha, con quien, precisamente, debía asesorarse, sin que en otra forma deba tener cumplimiento ninguna providencia; que esta clase de despotismo era la raíz de muchos males, y especialmente del desabrimiento general del pueblo.

Mientras que el cabildo y noble vecindario estaba reunido en la Real Audiencia, el pueblo bajó en número de más de 2 a 3 mil almas ocupaba toda la plaza mayor, con ánimo pronto y prevenido de seguir las huellas de su Cabildo y vecindario todo aquel estaba en expectación del suceso, hasta que a la 1 1/2 del día se publicó el real acuerdo concesorio de todos los puntos que había solicitado el Procurador General de ciudad, y aquietada así la confusión popular, entre festivas aclamaciones se restableció la tranquilidad del pueblo.

Entro con una breve digresión a manifestar el motivo por qué el pueblo pidió la deposición de los tres sujetos que arriba se mencionan. Aquellos estaban a la íntima inmediación del Jefe. Conoprendió el pueblo que los consejos y sugerimiento de estos habían traído la contradictoria mudanza y providencias libradas en el ruidoso asunto de los reos. También al poco tiempo de tomar el mando este Señor Presidente separó de su lado al asesor nombrado por Su Majestad don Pedro Díaz Valdés y nombró al Doctor [del] Campo; de sus resultas ofició al Cabildo repetidamente para que lo recibiera, dándole en él, asiento y lugar preferente, con las mismas prerrogativas que gozaba el propietario. Esta recíproca oposición, en que obraron oficios muy sangrientos, de una y otra, parte, indispuso sobremanera el ánimo del Ilustre Cabildo; y aunque el gobierno sobrecedió por algún tiempo en llevar adelante sus providencias, fue porque todavía se hallaba al frente el asesor propietario, pero a pocos días que este salió de la capital con destino a nuestra península y tuvo noticia de haber pasado los Andes, llamó, el 19 de junio al Cabildo en su propio palacio, y en virtud de un nuevo título que había despachado a favor de [del] Campo, le obligó a recibirle de asesor, con preferente asiento, con la mitad del sueldo del propietario y sus mismas prerrogativas. Firmaron el acta por violencia, con mil protestas de recurrir al Soberano, y con este hecho cobró fuerzas el desabrimiento, y creció la detestación general.

No he querido entrar menudamente a la discusión e historia de cuanto se habló en el respetable congreso de la Real Audiencia. Cada vecino respiraba fuego; pero sí diré, en bosquejo, que creyéndose el jefe con fuerzas para sostenerse con decoro en su autoridad (de que muchos gritaban se le depusiere) se le hizo ver que no solo el Ilustre vecindario era contrario a sus miras sino también todos los coroneles y comandantes de los cuerpos militares, así disciplinados, como urbanos, y que allí se hallaban reunidos con todo su Cabildo y el pueblo; y así que entendiera no podía resistirse a la solicitud de cuanto se había pedido por el Procurador General. Sin embargo de que a las 11 de la mañana hizo venir rápidamente una compañía de dragones a tomar varios puntos de su palacio; con todo, no hubo resistencia ni la menor extorsión y se concluyó el real acuerdo sin haberse derramado una gota de sangre en un pueblo que pasa de 50 mil almas.

A las 2 de la tarde de ese mismo día salió de esta capital el Regidor Alférez Real don Diego Larraín, diputado nombrado por el Cabildo y vecindario para retornar de Valparaíso a sus dos compatriotas Rojas y Ovalle, bien que desde la hora de 10 ½ de la mañana en que el Cabildo y vecindario entraron al Real Acuerdo, se adelantó un emisario a Valparaíso a tomar arbitrios de detenerlos, llevando la noticia del estado actual del pueblo. Con dicho regidor salieron 10, o 12 vecinos de alto carácter, deudos inmediatos de Ovalle y Rojas, a traerlos como en triunfo. El mayorazgo heredero del título de Marqués de la Pica [2], aceleró tanto su marcha, que estuvo en Valparaíso en 7 ½ horas de camino, dejando en él dos leguas de esta capital: más, así este conato, como el que a porfía hacían sus compañeros, se frustró porque el buque había seguido su destino a Lima desde las 4 de la tarde del día anterior. Por el indicado principio se ha resuelto que se remitan los pliegos por tierra al Excelentísimo Señor Virrey del Perú, para hacerles regresar a los expatriados en el primer buque de la carrera. Se tomó este arbitrio porque en Valparaíso no quedó buque alguno a la salida de la Miantinomo.

La noche del referido día 11, para quitar el Jefe los sinsabores que le había traído su personal asistencia al Congreso de la Real Audiencia, admitió la oferta que muchas veces le había hecho el pardo Capitán Mariano Barros, de divertirle con su arpa. Para que no interviniera en aquella clase de desahogo solo aquel instrumento, hizo citar el jefe a tres violinistas, un oboé y un clarinete, y reunidos los músicos en la sala de recibimiento, formaron una gran orquesta, en que alternando lo serio con lo jocoso, y principalmente las saladísimas tocatas del país, se proporcionó la diversión más completa, desterrándose así la impresión melancólica que le pudo haber inferido el mal rato de la mañana. Asistieron a esta jocosísima diversión nativa al buen humor, que siempre ministra Mariano Barros, los dos Ayudantes menores de plaza don Raimundo Sesé, y don Francisco Rojas, el Capitán de Dragones de la Reina don Juan Manuel de Ugarte, el abogado don Juan Agustín Fernández, y alguno que otro de sus allegados.

A pesar de esta repentina quietud del pueblo, y de su jefe, como también de cuantas medidas se tomaron en la mañana del día 11, el 13 de julio salieron diferentes vagos rumores (otros dicen que fueron muy ciertos) de que este señor Presidente, por venganza y encono, trataba de sorprender a los dos alcaldes don Agustín Eyzaguirre y don José Nicolás de la Cerda; también al Teniente Coronel don Manuel Pérez Cotapos, y al Procurador General de ciudad Doctor Argomedo, etc. y traerlos al último suplicio por medio de una repentina captura, por la intrepidez y resolución con que hablaron en el Real Acuerdo, patrocinando la solicitud que decía tumultuaria de todo el vecindario.

Prevaleció esta noticia principalmente de las 8 a las 9 de la noche del referido día 13, y a esta hora empezó a granear la gente alta, y baja por todas las calles, a conducirse de acuerdo a la plaza mayor. Inmediatamente se hizo una convocatoria de toda la nobleza del vecindario, que armándose de pistolas, trabucos, sables y otras armas ofensivas y defensivas, los unos a pie y los otros a caballo hasta el número de 800, poco más o menos, se presentaron unos en las casas de los alcaldes y otros en la de don Manuel Cotapos, donde, acordándose los puntos de defensa, se resolvió Por común dictamen que 100 hombres de caballería pasaran al Cuartel General de Artillería, y que puestos en los dos extremos de las dos calles que dan entrada, impidieran toda orden y comunicación al cuartel, como también la salida de la Artillería, en caso de intentarse. Igual resolución se tomó para custodiar el cuartel de San Pablo.

Al mismo intento destacaron 20 ó 25 hombres para la guardia y custodia de la casa del señor Coronel y Comandante de Artillería, don Francisco Javier de Reina, también para impedirle cualquiera comunicación o recibo de alguna orden superior. La demás parte de la gente se distribuyó en diferentes puntos, teniendo unos y otros al frente sus dos dignos alcaldes y los primeros magnates del pueblo. En esta vigilancia sufrieron la noche más cruel y más fría del 13 de julio, y amaneció el 14 sin haber habido la menor novedad.

En el referido día siguieron siempre en aquellos y otros varios rumores contra el vecindario, y por lo mismo la noche del día 14 fue igual a la del 13. Llegó el domingo 15 de julio, y reconociéndose en el pueblo que el calor crecía cada vez más, que los recelos se agravaban contra el Jefe y por lo mismo trataba de deponérsele del mando; que a este fin se habían llamado de los partidos inmediato[s] como 2.500 hombres armados, que reunidos al pueblo alto y bajo debían dar el asalto a las 9 de la mañana del 17; que todos estos preparativos eran efectivos, resolvió la Real Audiencia, en la noche del día 15, hacer acuerdo en casa del señor Regente para meditar arbitrios de persuadir al señor Presidente la abdicación y renuncia de la Capitanía General. Llamaron a este fin a los dos alcaldes y Procurador General de ciudad, quienes, ratificando la noticia de la conmoción popular, aseguraron que era decidida la resolución sobre la deposición del Jefe por la fuerza, en reunión de todo el pueblo y vecindario.

Por estos antecedentes, y los diferentes riesgos que amenazaban, siendo el principal el de una anarquía o junta que secretamente se meditaba por algunos faccionistas, de que había positivos indicios, resolvieron los señores de la Real Audiencia de acuerdo con los dos alcaldes, pasara personalmente a palacio el P. M. Fray Francisco Cano del Orden de Predicadores, confesor de dicho señor Presidente y que representándole el ardimiento popular, la meditada resolución de deponerle, la mucha sangre que debía correr, y sobre todo, el trágico trastorno en el gobierno, y deposición de muchos empleados, era prudencia en aquel caso dejar el mando y transferirle al oficial de mayor graduación, a quien le correspondía en virtud de la novísima Real Orden de 23 de Octubre de 1806.

Después de muchos debates (pues que no se deja sin dolor lo que se posee con amor) vino a deferir a las ideas de su confesor en dejar el bastón. Dicho religioso se recogió a su convento con las miras de avisar a los señores del Real Acuerdo el resultado de su comisión en la mañana del 16, día de Nuestra Señora del Carmen, por cuyo respeto y veneración se había retardado el golpe de la deposición del jefe para las 9 de la mañana del 17. En aquella noche durmió el vecindario sobre las armas; desde las 9 se observó por las calles muchos corrillos y gente suelta de toda clase.

Amaneció el 16 sin choque alguno, ni otra novedad que la universal electrización del pueblo. Enterado el Real acuerdo que el mal crecía por momentos, y que el remedio exigía pronta aplicación, instruido ya de la contestación que el señor Presidente dio al religioso, sin embargo de ser feriado para el Tribunal, se encaminaron los señores de la Real Audiencia a Palacio, y llamando allí al señor Presidente con sagacidad y dulzura, le impusieron venían a tratar del grave e importante asunto de salvar a la patria, abrazada en llamas del descontento. Le hicieron las más juiciosas reflexiones sobre la grave necesidad de abdicar el mandó en el que la ley llama. Costó mucho reducirle por el pretexto con que se evadía de perdonar, y dar satisfacción a los ofendidos nobles ciudadanos; con todo, después de muchos ataques reflexivos, vino a decidirse por el partido que dicta la razón.

A este fin se hizo convocar a todos los oficiales de competente graduación a Junta de Guerra. Reunidos éstos en la misma sala, manifestó su decidida resolución de renunciar el mando; les interrogó para ello si habría dificultad o si de ello le resultaría algún mal servicio al Estado, que le hiciera responsable. Le contestaron, de acuerdo, que no ocurría ningún inconveniente, que la ocasión no podía ser más oportuna, ni la causa más legítima. En seguida consultó a quién debería entregar el Gobierno, respecto de haber dos Brigadieres en el Reino, a saber, el señor Conde de la Conquista [3], y el señor don Luis de Álava, Gobernador-Intendente de la Concepción de Chile; a pluralidad de votos se resolvió que al primero, por ser de mayor antigüedad al segundo. A la una de la tarde hizo la renuncia, se extendió el auto respectivo, se entregó el bastón al señor Conde de la Conquista, y a la una y media del día, salio al público el resultado del Real Acuerdo, y Junta de Guerra, según largamente consta de la Acta del tenor siguiente:

“En la ciudad de Santiago de Chile, a 16 días del mes de julio de mil ochocientos diez, el Muy Ilustre señor Presidente don Francisco Antonio García Carrasco, habiendo llamado a su palacio a los señores Regente y Oidores de esta Real Audiencia, y concurrido todos inmediatamente en la mañana de este día, les hizo su señoría presente el estado de su quebrantada salud, y asimismo que las ocurrencias de los presentes tiempos lo tenían en continua agitación; por lo cual había meditado hacer renuncia de los cargos de Gobernador y Capitán General del reino para que recayesen en la persona que por últimas reales disposiciones correspondiese; y habiendo oído su señoría los dictámenes de los referidos señores que fueron todos conformes en el verificativo de la expresada renuncia, allanándose a ella su señoría, y exponiendo que antes de efectuarla quería consultarla a los comandantes militares y señores coroneles, a quienes ya había mandado citar; venidos éstos, y explicándoles su señoría el pensamiento de su renuncia, y la conformidad del Real Acuerdo, contestaron uno por uno, no les ocurría impedimento alguno en atención a su voluntaria abdicación, y no se oponía a las ordenanzas militares ni al Real Servicio, añadiendo que en conformidad de lo dispuesto por Su Majestad en la Real Orden fecha en San Lorenzo a veinte y tres de Octubre de mil ochocientos seis, le correspondía el mando político y militar al señor Brigadier de los reales ejércitos, según el título despachado en trece de Septiembre de mil ochocientos nueve, Conde de la Conquista don Mateo Toro, Caballero del Orden de Santiago, en lo cual convenidos los señores del Real Acuerdo, coroneles, comandantes militares y el Cabildo, Justicia y Regimiento que fue llamado por Su Señoría, y aceptando el mencionado señor Brigadier que se hallaba presente, quedó concluida la enunciada renuncia, disponiéndose de acuerdo con todos los señores se le conservasen al señor don Francisco Antonio García Carrasco sus honores y preeminencias, igualmente que el sueldo hasta la llegada del sucesor propietario, como también la habitación en el palacio, siempre que fuera del agrado de su señoría. Que se proceda a la mayor brevedad al reconocimiento público del señor Conde de la Conquista en la forma acostumbrada, y que se tome razón de este Auto donde corresponda, circulándose para su cumplimiento a los señores Intendentes, Gobernadores y Justicias de la dependencia de este reino, y que se firme por todos los concurrentes que se han mencionado arriba, dándose en todo cuenta a Su Majestad, de que doy fe.

Francisco Antonio García Carrasco.- Juan Rodríguez Ballesteros.- José de Santiago Concha.- José Santiago Aldunate.- Manuel de Irigoyen.- Félix Francisco Basso y Berry.- El Conde de la Conquista.- Manuel Olaguier Feliú.- El Marqués de Monte Pío.- Pedro José de Prado Jaraquemada.- José María Botarro.- Juan de Dios Vial.- Juan Bautista Aeta.- Manuel Pérez Cotapos.- Tomás O’Higgins.- Joaquín de Aguirre.- Juan Manuel de Ugarte.- José Nicolás de la Cerda.- Agustín de Eyzaguirre.- Marcelino Cañas y Aldunate.- Ignacio Valdés.- Francisco Ramírez.- José Gregorio de Argomedo.- Fernando Errázuriz.- Ignacio José de Aránguiz.- Ante mí, Agustín Díaz, Escribano de Su Majestad e interino de Cámara”.

 

Al día siguiente, 17 de julio, a las 11 de la mañana, se recibió del mando en la Real Audiencia, y Cabildo, haciendo el juramento que previene el literal contexto de la ley 7ª, título 2º, libro 8º de la Recopilación de Indias, y a consecuencia, para hacerse reconocer del pueblo, hizo publicar el 18 de dicho mes el Bando del tenor siguiente:

“Don Mateo de Toro Zambrano, Caballero del Orden de Santiago, Conde de la Conquista, Brigadier de los Reales Ejércitos, Presidente, Gobernador y Capitán General del Reino, etc.: Por cuanto en virtud de la renuncia hecha por el señor don Francisco Antonio García Carrasco en el día de ayer 16 del corriente, aceptada por el Tribunal de la Real Audiencia, por el Ilustre Ayuntamiento de esta ciudad por los señores Coroneles, y Comandantes militares, ha recaído en mí, en virtud de lo resuelto por Su Majestad en la Real Orden de 23 de octubre de 1806, el mando político y militar del reino, en el cual he sido posesionado con la general satisfacción de que estoy reconocido, al mismo tiempo que obligado por los juramentos que he prestado a la defensa de la Religión, Rey y Patria y a la puntual observancia de las leyes. Por tanto, deseando llenar tan importantes deberes, aunque bien satisfecho de que todos los vecinos de esta ciudad y reino están bastantemente penetrados de los que las mismas leyes les imponen para no desviarse de su cumplimiento, siendo de mi obligación el recordarlo en las actuales circunstancias, he tenido por conveniente ordenar, y mandar lo que sigue:

1º. Que siendo el principal escudo de la defensa de nuestros enemigos, y el principio del acierto, y felicidad de los gobiernos, el santo temor de Dios, y el ejercicio de las virtudes, se procuren estas con todo esmero, evitándose los escándalos y pecados públicos, las enemistades y rencillas que con ocasión de cualesquier ocurrencia se hayan podido provenir, lo que se olvidará enteramente, conservándose todos el más cristiano amor, y la más constante armonía, observada hasta aquí entre españoles, europeos, y criollos.

2°. Que se guarde el debido respeto y consideración a la apreciable persona de mi antecesor el señor don Francisco Antonio García Carrasco.

Lo 3º, que no se tengan juntas, ni formen corrillos en que se traten proyectos perturbadores de la tranquilidad, del orden establecido, por las leyes, de la subordinación que éstas mandan a las autoridades constituidas, y que sean opuestos en lo menor a la integra conservación de estos dominios en el de nuestro amado soberano el señor don Fernando 7º, cuya puntual obediencia consiste en la de los legales estatutos que enteramente prohíben los enunciados proyectos.

Lo 4º, que se observen exactísimamente todos los Bandos de buen gobierno de mi antecesor, en que se veda el uso de las armas prohibidas, se previenen las horas de recogerse cada cual a su casa en las estaciones del año y las de cerrarse las pulperías o bodegones, para evitar las embriagueces y que cada vecino ponga en la puerta de su casa y los bodegoneros, y los que ocupen esquinas, farol que alumbre toda la noche, por ser éstas providencias las más necesarias para consultar la seguridad personal de cada uno de los vecinos.

Lo 5º, que todo lo ordenado en este Bando, que se publicará en la forma acostumbrada, y cuyas copias se fijarán en las cuatro esquinas de la plaza se observe y cumpla bajo las penas que por las leyes, y autos acordados de la Real Audiencia se hallan impuestas a la trasgresión y delincuencia en cada uno de los delitos que se han expresado, encargándose su ejecución y observancia de lo mandado al vigilante celo de todas las justicias de Su Majestad. Así lo proveyó, mandó y firmó Su Señoría en Santiago de Chile, a 17 del mes de julio de 1810 años, de que doy fe.- El Conde de la Conquista.- Agustín Díaz, Escribano substituto de Gobierno, e interino de Cámara”.

Debe advertirse lo 1º, que el señor Conde de la Conquista recibió el mando interinamente como se dice en la [sic] acta anterior, con la facultad de retenerlo en sí, hasta la llegada del sucesor propietario, que a la fecha de dicha acta lo era el señor Brigadier don Francisco Javier de Elío [4], como que a pocos días después llegó la Real Orden enunciativa de su nombramiento, a quién le puso el cúmplase y guárdese en la forma de estilo.

Adviértase lo 2º, que según la prevención del Bando de prohíben juntas Y corrillos en que se trate perturbar la tranquilidad pública, el orden establecido por las leves, la subordinación a las autoridades constituidas y los legales estatutos que enteramente prohíben los enunciados proyectos. Combínense estas dos advertencias con la serie sucesiva de hechos que aquí se describen, pues el autor por aquel entonces solo se contentó con dar fin a su historia con la siguiente proclama:

“Compatriotas:

Después de mil zozobras amaneció para nosotros el día feliz de la deseada tranquilidad. El fecundo delicioso suelo de Chile, entre los muchos héroes que ha dada al Estado, y a la memoria respetable de los hombres, dio tan felizmente al señor Conde de la Conquista, Caballero del Orden de Santiago, que revistiéndose con las virtudes y realces de un verdadero patriotismo, rompió las discordias, como la aurora las tinieblas, firmando el exordio el 17 de julio, día sereno de muchas felicidades. Se apareció después de las tempestades como el mejor iris en el cielo araucano. Esmaltó con armoniosa variedad sus colores en la reflexión de los rayos nacidos de la grandeza de su alma, y de un corazón fielmente sentado en las sabias leyes del mejor de los monarcas; anunció a la Patria, y a todo este reino la firme alianza, la quietud, la suspirada paz, consolidó así la esperanza de todos, de no sufrir en lo sucesivo nuevos contrastes, ni discordias.

Correspondió el afecto general a la alta comprobada elección de su nuevo Gobernador, Capitán General y Presidente. El contento público, las festivas aclamaciones, la recíproca congratulatoria alegría de todos los vecinos, formaron los arcos triunfantes en su recibimiento. Congratulaos respectivamente, nobles ciudadanos, pues que ya está desterrada la discordia, y extinguido todo espíritu de partido. Congratulaos, repito, de ver salva a vuestra patria con solo la gloria de haber exaltado a un hijo suyo al primer mando del reino, cuyos enlaces heroicos y ramificaciones ilustres, como mil escudos reunidos a la causa pública, de sus conciudadanos, formarán el inexpugnable baluarte de nuestra defensa. La justicia y la paz, reuniendo sus derechos han dado principio al gobierno de su nuevo jefe; aquellas suscitarán los días felices de Octavio, llenando de justificación y equidad sus pueblos; grabarán en los anales de Chile, la justa memoria que eternizará su nombre en el templo de la fama”.

A consecuencia de lo que se acordó en el Real Acuerdo de resultas del movimiento popular del 11 de julio, y para la devolución de los tres vecinos don Juan Antonio de Ovalle, don José Antonio Rojas, y el Doctor don Bernardo Vera, en vista de que los dos primeros habían seguido ya su destino a Lima, antes de llegar la orden o despacho referido, sólo se indultó con él al Doctor Vera, que como he dicho por enfermo había quedado en Valparaíso. El 22 del referido julio llegó a esta capital con indecible acompañamiento de calesas y otros personajes a caballo, que le conducían como en triunfo. A pesar de que su causa estaba pendiente, en estado ya de acusación, que por su naturaleza es de suma gravedad (como que se dirige a ideas de un establecimiento de una Junta que trae consigo la anarquía), con todo, desde que llegó, hasta el día, está en plena libertad.

El 30 asistió el Doctor Vera al banquete público que dio el señor Presidente. Se pusieron dos mesas, la una en el primer patio, que a este fin se entoldó y rodeó de biombos y la otra en la sala principal. En la primera se sentaron la Real Audiencia, ambos Cabildos, jefes militares y Real Hacienda; en la otra los oficiales, varios particulares de rango, y entre ellos el Doctor Vera, que, con varias poesías, unos dicen directamente contra el Presidente pasado, otros dicen que con sátiras, divirtió aquel congreso plenamente.

 

Notas.

1. Comerciante. Un tiempo más tarde se desempeñó como vicecónsul de Estados Unidos en aquel puerto. Fue confinado a Juan Fernández en 1814. Víctima de lo que seguramente fue una depresión, se suicidó a su regreso al continente. (C. Guerrero L).

2. Miguel Antonio de Irarrázaval (1767-1831). (C. Guerrero L).

3. Mateo de Toro Zambrano. (C. Guerrero L).

4. Militar español. Fue designado Virrey del Río de la Plata en plena revolución de independencia. Volvió a España en 1812, y en 1814 se mostró partidario del restablecimiento del absolutismo por parte de Fernando VII. (C. Guerrero L).