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El Monitor Araucano
Tomo I. N° 95. Jueves, 18 de Noviembre de 1813.
Sin título ["No es admiración que sean sarracenos..."]. Sobre los "sarracenos" y sus características.

No es admiración que sean sarracenos los tontos. La cabeza del tonto es impenetrable a la luz, está habitada de absurdos y disparates, y llena de tinieblas. Le conviene muy bien lo que se escribe del Infierno, que es la morada de las sombras, de la muerte, del desorden y del horror sempiterno. Y la prueba de esta verdad es que habiéndose publicado desde el principio de la revolución tantos papeles luminosos y convincentes, aún está por ver uno que hayan escrito los liberticidas en que den una solución, siquiera plausible, a los raciocinios de los patriotas. La prensa les ha estado abierta en Lima y en Montevideo: pero aunque el genio de la libertad produjo en Lima rasgos sublimes y brillantes, obra de una razón ilustrada, mientras duró el Satélite [1], los sarracenos sólo han publicado dicterios bajos y ridículos, desentendiéndose de los fundamentos de la cuestión.

Tampoco es de extrañar que sean sarracenas muchas viejas, ya porque se han puesto decrépitas antes de tiempo de pura cólera; ya porque nunca salieron de una perpetua infancia, y todos sus pensamientos fueron delirios. Se dice también que este sarracenismo es hijo espiritual de la elocuencia de los predicantes auriculares, gracias a la tolerancia de opiniones. Antiguamente se escandalizaban algunos con la tolerancia de los países cultos; aquí tenemos esta tolerancia, y nadie se escandaliza. Los pueblos cultos no son tolerantes acerca de opiniones política, subversivas del Gobierno, y de la tranquilidad interior; pero nosotros somos en esto más sabios que ellos. ¡Alabo tanta cultura!

Ninguno de estos sarracenismos es pues de extrañar. El que sí no cabe en la cabeza, es el de algunos hombres de ilustración y de talento. Estos no pueden estar alucinados por la doctrina de los fanáticos predicantes; ellos se ríen de los tales, y de todas sus cosas. Ni respecto de ellos podemos hablar de preocupaciones envejecidas, porque son despreocupados. ¿Por qué causa son, pues, sarracenos? ¿Los harán acaso enemigos de la Patria ciertas esperanzas lisonjeras? Pero, ¿cómo hemos de presumir que hombres de buena razón deseen elevar una caduca fortuna, y está incierta, sobre la infamia y los cadáveres de sus conciudadanos? Si ello es así, bien culpable será, el Gobierno que despliegue una parcialidad escandalosa en favor de las personas distinguidas, y sólo oprima y castigue a los desvalidos. El Gobierno debe ser más riguroso con los que, por ser más visibles, son más perjudiciales por sus males ejemplos.

Todo Gobierno, toda legislación cae en desprecio cuando adopta esta funesta parcialidad. Pero, desgraciadamente las leyes suelen ser como las telas de arañas, que son una red terrible para las moscas pequeñas, y muy débiles para los moscones. Este síntoma es funesto para los gobiernos nacientes, pues él ha precedido a la ruina de los gobiernos antiguos. Él es una fuente inagotable de delitos. Las leyes se quebrantan cuando no son respetadas por los poderosos.

En fin, sea lo que fuere, los hombres de juicio deben volver sobre sí. Es lástima que una causa tan mala como la de los tiranos, y tan repugnante a la naturaleza, como contraria a las luces de la filosofía; se gloríe con los nombres de las personas ilustradas. Estas deben reflexionar que ya por demasiado tiempo y bien inútilmente, han combatido los partidarios del Gobierno de Cádiz, en favor de sus opiniones. ¿Qué han conseguido con su obstinación? Dejar cubiertos los campos de los cadáveres de sus infelices satélites. Querer, pues, los enemigos interiores trastornar con sólo las fuerzas de su pensamiento el edificio de la libertad, que no han podido destruir los Visires con todo el poder de sus armas y con todos sus recursos, es el extremo del delirio. Esto se hace ya más palpable con la consideración de que las fuerzas, los recursos y las esperanzas de los Visires están destruidas, desvanecidas, confundidas.

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[1] Se refiere al Satelite del Mercurio Peruano (N. del E.).
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