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Crónicas
Tomo I
Capítulo II. Don Francisco de Pizarro, Marques de los Atabillos, Gobernador del Perú, encomienda al Adelantado Pedro Valdivia la conquista de Chile i entra en él.

Desembarazado el Marques de los Atabillos do la competencia de Almagro, con la muerte que le dió su hermano Hernando Pizarro, lo llevaba cuidadoso la conquista, de Chile que juzgaba útil a la corona, por las noticias que ya se tenían de sus riquezas, i de la salubridad del clima. Pedro Sánchez de la Hoz tenia merced del reí para el descubrimiento de 200 leguas, que comprendían una buena parte de aquel reino, i la solicitaba. Conocía el Marques de en él no residían talentos para la empresa, rehusaba dársela, i entretenía su solicitud. En esta circunstancia la solicitó el adelantado Pedro de Valdivia, hombre de consumada prudencia parar gobernar i excelente militar, créditos que supo adquirirse en la guerra de Italia i en las del Perú, donde fue: maestre de Campo del ejército de Pizarro contra Almagro en las batallas de Guaitara i las Salinas, i sin dificultad se la concedió por premio de estos servicios i de su amistad, persuadido que Valdivia, no seria capaz de faltarle a la fidelidad, i le hizo prevenir lo necesario para, campaba de tan larga distancia gravedad.

Publicada la expedicion, a la fama, de Valdivia, se alistaron muchos españoles bajo su bandera. Para su habilitacion les hizo el préstamo de mas de 70 mil pesos en oro(6), i gastó otros 80 mil en los útiles necesarios para la empresa, que compró en las ciudades del Cuzco i de la Plata (7). Nombró de Maestre de Campo a Francisco de Villagra, i le destinó a reclutar jente útil i con orden de seguirle. Puesto Pedro de Valdivia en la plaza mayor de la titulad del Cuzco con los españoles que lo seguían, i enarbolado el real estandarte por Pedro de Miranda, alférez mayor, entró en la iglesia catedral con los principales oficiales de su pequeño ejército, i en enanos de su ilustrísimo Prelado don frai Vicente de Valverde, hicieron voto de dedicar el primer templo que levantasen en Chile a la Asuncion de la Virgen Maria, i la primera ciudad que funciona apóstol Santiago. Recibida lar bendicion episcopal, i admitidos por capellanes del ejército a los licenciados don Bartolomé Rodrigo Gonzalez Marmolejo i don Diego de Medina, volvió a la plaza mayor, i ocupando cada uno su puesto, se puso en marcha para, la ciudad de la Plata, a donde llegó felizmente.

En ella esperó a Villagra, hizo la ultima recluta i las últimas prevenciones para tan difícil expedicion, i salió para Chile con 150 españoles (8)i mil indios auxiliares, tomó la ruta de los Andes (9), i a causa de las mujeres, ganados i equipajes se Hacia la marcha con demasiada lentitud. Esto trajo Hambres i enfermedades que fueron seguidas de la murmuracion contra Pedro de Valdivia, i no falta escritor (10)que afirme hubieron  disensiones i voces sediciosas (11). Se desvaneció el nublado i se convirtió en aplausos del jeneral, que supo Hacerse dueño de las voluntades con el caritativo socorro de las necesidades, i con el prudente disimulo de la detraccion.

Todo fué menester para animarles a entrar en el piélago de dificultades que presentan a la vista aquellos elevados montes. En su transito padecieron mucho con los fríos. Uno a uno fueron venciendo los espantosos precipicios que a cada paso se encuentran en sus senderos. Igualmente se empleaba al ingenio que trabajaban las fuerzas para conducir la artillería, equipajes, víveres i ganados. Lidiando muchas veces el valor con el aliento, bajaron al Valle de Copiapó, venciendo terribles dificultades, que no hai duda, (dice el padre Alonso de Ovalle, citando a Antonio de Herrera), sino que espantaran a otra cualquiera nacion que no tuviera el animo invencible de estos valerosos castellanos, los cuales estaban ya mui acostumbrados a entrar sin temor de hambre, sed, ni da otro cualquiera peligro, sin guías, sin saber caminos, por temerosas espesuras, i pasar caudalosos ríos, i asperísimas i dificultosísimas sierras, peleando a un mismo tiempo con los enemigos, con los elementos i con el hambre, mostrando invencibles corazones i sufriendo los trabajos con robusto cuerpo, i otras veces caminando de noche i de dia las jornadas, por el frió i el calor, cargados de la comida i de las arenas juntamente, i usar de diversos oficios, pues ellos eran soldados, i cuando convenía gastadores, i otras veces carpinteros i maestros de hacha; pues el más noble i principal cuando convenio hacer puente o balsa (12) para pasar algún rió, o para otra cosa conveniente a alguna empresa, echaba mano de la hacha para cortar el árbol, para arrancarle i para acomodarle a lo que era menester; i así fué esta milicia de las Indias en todas cosas mui ejercitada para conseguir tanta, victoria i empresas.

Acampado el ejército sobre la ribera meridional del rió Copiapó i puesto sobre las armas, dieron gracias al Dios de los ejércitos con una misa solemne, i después de una descarga de la artillería i mosquetería, echaron el viva el rei. Los indios desampararon el valle i se retiraron a los montes. Alonso de Monroy, comandante de la vanguardia, encargado por Pedro de Valdivia que hiciese tomar a alguno para orientarse de sus designios, envió luego dos de ellos i una india. Examinados separadamente, declararon: que al aviso de los centinelas de que bajaban por la cordillera hombres como los que entraron con el adelantado Diego de Almagro, se habían retirado a los bosques para tratar sobre el asunto, i que el cacique Hualimi votaba por la guerra, pero que Galdiquin era de sentir fuesen recibidos de paz, si pasaban adelante como los primeros.

Pedro de Valdivia recibió con agrado a los prisioneros, i bien regalados con las bujerías que aquellos nacionales estiman en mucho, les dió libertad para que asegurasen a sus caciques de las buenas intenciones con que entraban en su país, i ellos se comprometieron a volver con la resolucion de la junta de guerra, fuese buena o mala. Pero Valdivia, como experimentado militar, no sabia lisonjearse con favorables pensamientos, se puso en el último estreno, i juntando también sus capitanes i soldados, les dijo: «amigos i compañeros, cuando me viene a la imaginacion, que venimos a levantar un imperio sobre las ruinas de los famosos capitanes Simón de Alcazaba i Diego de Almagro, que casi a un mismo tiempo emprendieron i abandonaron la conquista que nosotros intentamos, no me canso de alabar, bendecir, i admirar los arcanos de la sabia Providencia, que nos conduce a sostener su causa abandonada por aquellos héroes. Esta misma altísima Providencia, que confunde la fortaleza de sus ejércitos con la debilidad del nuestro, congregado i armado a nombre de la majestad adorable, es también la que hará ver al paganismo chileno que si cuenta su. Poblacion por millares, no por eso ha, de prevalecer contra nuestro pequeño número. Somos soldados del Señor de los ejércitos, que nos ha conducido a Chile, i quiere valerse de nuestros sufrimientos, de nuestro valor, de nuestra constancia, de nuestras débiles fuerzas, de nuestras personas, de maestro ejemplo, i de la predicacion de los sabios i ejemplares sacerdotes que nos acompañan, para traer la religión Cristiana a esta numerosa jentilidad, para dar a su adorable; majestad millares de nuevos adoradores, i a la romana iglesia innumerables hijos, a nuestro católico monarca una vasta i rica extensión de dominios, a nuestros intereses mas conveniencias, i a nuestra honra mas laureles, coronados de los timbres blasones de descubridores, conquistadores pobladores de una de las mejores  i mas deliciosas partes del Universo.

«Mas no por esto penséis, señores, que me propuse el facilitares la empresa. Tan lejos estoi de lisonjeares, que os hablaré con claridad de lo que debéis esperar. Sé mui bien que no sois soldados bisoños que fácilmente se halagan con alegres imaginaciones del botín i de la victoria. Estoi persuadido que sois soldados veteranos i aguerridos, que finas gustáis tratar de la batalla, i del trabajo de vencer, que de entreteneros con las favorables consecuencias de las victorias. Nada me detendrá para manifestaros que, en esta conquista nos esperan sangrientos combates, acciones desiguales, heroicas tolerancias de grandísimas necesidades, inclemencias del tiempo, largos espacios que caminar, ásperas cuestas que vencer, caudalosos i rápidos ríos que atravesar; i que es mas necesario el sufrimiento que el valor, sirven ménos en esta guerra las manos que la paciencia. Me lisonjeo que sois soldados de tan escogidas i  brillantes circunstancias, que no solo no merezco el ser vuestro general, sino que ni aun me considero digno de ser soldado de ninguno de los generales que me rodean. I para decirlo de una vez: sé mui bien, i a mi limitada penetracion no se esconde, que estáis hechos a pelear, i acostumbrados a sufrir. Pero es menester que mucho mas allá, extienda el ánimo nuestra resolucion. Sabemos ya que la tierra que emprendemos conquistar, es bastante cortada. Los ríos que la riegan son muchos, rápidos i caudalosos. No son los montes, que en sus frondosas arboledas presentan ventajosas proporciones para poderosas emboscadas. Muchos son los cerros con estrechos senderos donde se nos puede disputar a palmos el terreno: i muchos los indios que pueden aprovecharse de estas ventajas en la defensa de su país. Ellos supieron formar ejército para oponerse a los Incas i a los Almagres. Ellos acertaron ahora a juntarse para deliberar sobre el partido que debían elegir contra nuestras ideas, i esto mismo nos convence, que si saben discurrir, también saben pelear. Ellos saben buscar alianzas, forman escuadrones i sostienen combates. Ellos, al fin, sabrán ahora venir a combatirnos, i esto mismo sabrá avivar nuestra vigilancia i poner en arma nuestra osadía.

«Pocos somos, ya lo veo, pero me alegro, que de la honra de la hazaña toca mas a cada uno, cuando se parte entre menos. Me alegro también cuando veo la observancia que prestáis a la disciplina militar, i cuando admiro vuestro valor, circunstancia que en vosotros sube tanto de punto que jamás podré yo hacer su verdadero elojio.

Pero sí, me atrevo a aseguraron que en muchas mas ocasiones deberéis imitar mi ejemplo que obedecer mis órdenes. Una tan solamente os quiero dar, i aquí la tenéis: ¡o morir amigos míos, o vencer i conquistar! A esta resolucion es consiguiente la loable i útil determinacion de no desampararnos unos a los otros en los riesgos. En ellos veréis ser yo el que exponer la, vida primero por él más ínfimo de los soldados. Si así lo resolvéis i ejecutáis, perpetuaremos nuestra fama con una gloriosa conquista, i con una Honrosa muerte. I como cada lino debe procurar que sea en todo igual la gloria de las hazañas, por cuenta correrá el igualar a todos en el premio.

Jamás fué de mejor condicion el conquistado que el conquistador; venirnos a mandar i no a obedecer, pero esta. dominacion debe ser moderada, desinteresada, piadosa, caritativa, i para no cansarnos, debe ser racional, equitativa i justa. I seremos tan escrupulosos en esta parte que tendrá por culpa común la queja de un indio contra un solo español. Ellos, sin duda, irritarán vuestra cólera, i provocarán vuestro enojo, pero pondréis cuidado en que ninguno de vosotros pierda con ellos la paciencia. Con esta conducta les haremos suave la sujecion al soberano, i se aficionarán gustosos al cristianismo. No nos excedamos con estos miserables en el castro de sus defectos, ni les carguemos de excesivo trabajo. Mirad, señores, por vuestra fama póstuma; por mucha razón que tengamos, los que vengan después de nosotros, se han de poner de parte de ellos como personas miserables, i no penséis que los historiadores nos perdonen cosa alguna. Ellos nos ruborizaran publicando nuestros defectos. Elogiaran desde luego nuestras heroicidad-des, mas no entregarán al silencio nuestras malas operaciones. I tal vez suponiendo en cada uno de nosotros un perverso Sila, nos preguntarán con Quinto Cátulo ¿Si en la guerrea; os deshacéis de los enemigos, i en la paz aniquiláis con trabajo a los conquistados, con quiénes viviréis? Osan honesto, señores, a que camine siempre delante de nosotros la fama, de que sonaos fieles en las promesas, relijiosos en las costumbres, llenos del espíritu de caridad con el miserable, i valerosos con los que soberbiamente tenaces se nos opongan, i yo os aseguro, que a la luz de estas brillantes cualidades, donde baya mas indios que vencer, tendremos ménos que pelear. Basta ya, amigos míos, busquemos a los copiapenses con la suavidad, i si con ella no logramos reducirlos, suya será la culpa, i llevarán sobre sí todo el peso de nuestras armas.

«El corazón me anuncia, señores, que es nuestra la conquista de este dilatado país. Mas para principiarla i llevarla Bastee su conclusito, con el acierto que pide empresa de tanta consecuencia, debéis pensar que no saldréis con ella si no lleváis a Dios en el corazón. Para arreglar vuestras acciones, persuadios de que estáis siempre en su presencia. Al rei i a vuestra honra también deberéis tener a la vista, i obrar en toda circunstancia por el dictamen de la razón, para que en nada sean deservidas ambas majestades, i a toda costa os aseguro la dulce posesión de un cúmulo de honra i de felicidades para vosotros i para vuestros descendientes.»

Disuelta la junta de capitanes, el jeneral tomó posesión del reno de Chile por la corona de Castilla, i al territorio de Copiapó le dió i denominacion del Valle de la posesión. Todo se Hizo con las formalidades acostumbradas en semejantes actos con instrumento formal autorizado por Juan Pinel, escribano real, para remitirlo a la corte, i después se hizo relacion de él en el Lib. 1.° de provisiones de la Capital, a fin de conservar en Chile su memoria. Concluido el ceremonial se hizo salva con la artillería, i todo se puso a punto de rechazar a los copiapenses, si se resolvían a pelear.