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Crónicas
Tomo I
Capítulo VIII. Envia el Gobernador al Perú a los capitanes Alonso Monroy i Pedro Miranda. Pretendida conjuracion de los españoles contra el Gobernador.

Cuatro días después del ataque del fortín de Huelen i batalla de Mapocho, llegó Pedro de Valdivia de la esploracion de las provincias de los promaucaes i de Arauco, como queda dicho, i halló la ciudad de Santiago reducida a cenizas. Hizo algunas correrías por sus alrededores, que obligaron a los indios a retirar sus partidas volantes, i volvieron los españoles a edificar sus casas para abrigarse de la intemperie.  Los indios, por su parte, hacían cuanto podían para hostilizarlos. Dejaron de sembrar retiraron los víveres. Tuvo entrada la hambre, i se hacia sentir demasiado con las frecuentes escaramuzas con que eran incomodados. En las que se hacían contra ellos, nada se hallaba que pudiese aliviar tan urjente necesidad, porque supieron los vararon alejar los pocos comestibles que tenían.

Estas guerrillas, la hambre, el continuo trabajo, i la falta de vestuario, causaron en la plebe algunas inquietudes, i desconfianza de la expedicion. Conocía el gobernador la necesidad de mandar por socorros a  Perú para sofocarlas, i sosegar los rumores que corrían entre los soldados. Un monte de dificultades se le presentaba a la vista de este negocio, que lo acongojaba no poco, i con la precisión de presentarse alegre i superior a todo empeño. No tenia nave que surcase el mar. Por tierra no era fácil, estaban de guerra los copiapenses. Los españoles iban en disminucion, i no podía hacer marchar un competente destacamento. Se inclinada a mandar pocos a toda costa, i que caminasen de noche i por veredas escusadas. Dudaba hallar quiénes aceptasen esta peligrosa resolucion, aunque conocía el valor de sus soldados. En cada pensamiento hallaba un monstruo de dificultades. El último le pareció tener ménos inconvenientes, porque en su ejecucion, por mal que saliese, no se aventuraba la conquista, pero no se atrevía a mandarlo. En esta especie de agitacion, le ocurrió el arbitrio de empeñarles por honor, i en un concurso de los que se juntaban en su casa, dijo: «OH  si hubiera algún valiente que trillando enemigos pasase por socorros al Perú!» No bien se supo en la ciudad, cuando vio  llena su casa de españoles que se ofrecían a la e empresa. Por no agraviar a ninguno, admitió a Alonso de Monroy, Pedro de Miranda, i a otros cinco, cuyos nombres no sé por qué los callaron, que fueron los primeros que se ofrecieron (abril de 1542) (23). Marcharon los elejidos  a orientar al gobernador del Perú de los progresos de la conquista, con orden de pedirle algunos socorros de jente, ropa i víveres, ofreciendo se pagaría todo largamente en oro. Llevaron las credenciales de esta oferta en la cantidad que podían conducir siete hombres i en el hebillaje de la montura, que todo era del precioso apetecido metal, para ostentacion de la riqueza que habían hallado, i que sirviese de aliciente para enganchar.

Despedidos cortésmente de los que salieron cortejándoles, siguieron la marcha por el camino que ya sabias. En el valle de Copiapó fueron sorprendidos por una partida de bárbaros mandada por el capitán Cuteu: se defendieron mas con desesperacion que con valor, i después de haber vendido sus vidas por el subido precio de muchas de los enemigos, perecieron todos, ménos los capitanes Monroy i Miranda, cribados de heridas. Mui maltratados i ensangrentados los conducían, atadas las manos, para quitarles la vida con la crueldad que, según sus bárbaras costumbres, debían tener por la suerte que alcanzaron, pero la suerte de los desgraciados prisioneros que tenia determinado conservarle la vida, dispuso que, Pichi manque señora de aquel valle, se compadeciese de ellos, movida de los ruegos de Miranda, que hablaba bien su idioma. Ella misma les desató las fuertes ligaduras de las manos, les lavó i curó de las heridas que recibieron en la refriega, i les hospedó en su choza para mayor seguridad de sus personas.

Un hijo de esta compasiva señora se aficionó de los caballos, i los dos capitanes se ofrecieron i se dedicaron a enséñale a cabalgar. En una de las salidas al campo, que mira al septentrión del valle, aprovecharon la ocasión (24). Quitaron alevosamente la vida al primogénito de su jenerosa  libertadora, i huyeron hacia al Perú a donde felizmente llegaron, (octubre de 1542). Fueron conducidos por un español llamado Casco, de los que pasaron a Chile con Almagro, i por quejoso o por huir del castigo de algún delito, sobrecogido de alguna amorosa pasión, se quedo en Copiapó, i casado tomó vecindad en aquel valle. La suerte también les deparó una india, que en un (25)llevaba dos saquitos de harina de maíz, i todo sirvió de viático para la jornada. Con esta atrocidad pagaron a su libertadora el mayor beneficio que pudieron recibir. Si es cierto, ignoro si hicieron bien estos capitanes quitándole la vida a quien eran deudores de la suya. Algunos escritores de Chile convienen en este hecho, pero yo no me puedo persuadir que cometiesen semejante temeridad. Ellos no tuvieron necesidad de elegir ese tiempo i ese arbitrio para huir. Los indios ni tenias cárceles ni prisiones con que asegurarlos, i con mas seguridad pudieron verificarlo en el silencio de la noche. El libro primero de provisiones de la ciudad de Santiago, da marjen a mi modo de pensar. En él se hace relacion de la ida, prisión i regresó de Monroy, i ni aun mencion se hace de su libertad, ni del modo de alcanzarla. En la ciudad se tuvo noticias de su derrota. Con ella no solo cayeron de ánimo los españoles, sino que también contribuyó a dar esfuerzo a los enemigos, i sirvió de margen a la murmuracion. Esto dió mérito a los escritores de Chile para afirmar, que los principales capitanes del ejército graduaron de inasequible la empresa, i a Pedro de Valdivia de temerario, i determinaron hacerle presente las necesidades i desnudez de la tropa, i aun de los oficiales, proponiéndole la retirada al Perú, resueltos a quítale la vida si no accedía a sus pensamientos. «¿De qué sirve debían el oro cuando con el no podemos aliviar las necesidades en que estamos constituidos? ¿No sería insensata locura de nosotros si permitiéramos ser víctimas de la ambicion i de la codicia de un hombre temerario?»

Nos dicen haberse esparcido esta atrevida i mal premeditada resolucion por la ciudad, pero que el licenciado don Rodrigo Gonzalez Marmolejo, capellán mayor de aquel ejército, hombre sagaz i prudente, pudo aquietar aquellos ánimos turbulentos, i deshizo la conjuracion contra la preciosa vida de tan excelente gobernador. Ganó el corazón de los soldados con la dádiva de una gran cantidad de oró, que su jenerosidad repartió entre todos, para que se surtiesen de lo necesario al arribó de las naves que se esperaban del Perú i debían aportar en breve sobre las costas de Chile, como se verificó.

Sosegada la conjuracion, prosiguen los mismos escritores, i contiendo el gobernador cuanto conviene en semejante casó el escarmiento, meditó el modo de hacer un ejemplar castigó en alguno de los culpados, sin peligró de que se volviese a levantar la misma borrasca. Mandó juntar el ayuntamiento, i orientó a los capitulares en la conjuracion, i les propuso la conveniencia que traen a las repúblicas los castigos ejemplares de los delitos graves, para contener a todos en sus deberes, i que seria mui útil ejecutarlo en la ocasión. Vinieron todos en ello, i se procedió a la prisión de los motores de la conjuracion, se sustanció la causa, i comprobado el delito, sufrieron pena capital, i con ella se ahogaron los perniciosos rumores de aquel ejército, i el gobernador cuidó de dar avisó de todo al rei, i al gobernador del Perú (26).