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Crónicas
Tomo I
Capítulo XLII. El gobernador vuelve a la plaza de Arauco - Caupolican intenta rendir la ciudad de Cañete - Se refieren su prisión y suplicio.

Asentados los negocios del gobierno político en la ciudad de la Concepcion (18 de diciembre de 1559), volvió el Gobernador a la plaza de Arauco con ánimo de asegurar todo el territorio que conquistó Pedro de Valdivia, i cuya restauracion acababa de verificar. La ciudad de Cañete era todo su cuidado, i le llevaba la atencion porque el jeneral araucano tenia puesta contra ella todas las miras de su furor. Desde Arauco aumentó su guarnicion con 80 soldados, que envió con Gabriel de Villagra, i llegaron mui a tiempo. Ocurria don García: con oportunidad a las ideas de Caupolican, i le frustraba sus designios. La inconstante veleidosa fortuna, que poco tintes le habia declarado su primojénito, ahora le niega sus caricias, i se empeña en favorecer a don García. Por estas cualidades sin duda, la dió a conocer la antigüedad en figura de hembra, pues decir mujer o veleidad, todo es una misma cosa; pues no bien comienzan a querer un objeto con estremo, cuando ya lo aborrecen con odio implacable; sino es que acariciase a don García, por jóven, i desdeñase a Caupolican por anciano!

Murmuraban los araucanos la, conducta de. su jeneral. Hacian una circunstanciada relacion de los malos sucesos de aquella guerra, con delincuente malicioso silencio de sus victorias. Nada de esto debe causarnos admiracion. «Es dura condicion de los que gobiernan, dice el padre Olivares, ser juzgados do todos, i que en cada casa se levante un tribunal para ellos con la injusticia de condenarlos sin oirles tomando argumento para culpar de imprudentes las disposiciones de solo la desgracia de los acontecimientos.»

Era inalterable la constancia de Caupolican, i su prudencia sabia despreciar las hablillas del vulgo. En esta prudente ciencia debian estar orientados todos los Gobernadores i no se esperimentarian muchas perjudiciales consecuencias de sus desaciertos. Meditaba arbitrios para merecer algun halago de la inconstante Diosa. Ya se habia persuadido que rehusaba favorecerle a cara descubierta, i quiso probar el medio de los ardides. Vió divididas i distantes las fuerzas del ejército español i le pareció ocasion oportuna de debilitarlo, i lograr una buena suerte. Pensó verificarlo tomando las plazas de Tucapel i de Lebu i la ciudad de Cañete, i aguardar despues al Gobernador para atacarlo vivamente hasta rendirle. I persuadido firmemente de la posibilidad de su empeño, resolvió empezar por la de Cañete, tomándola de sorpresa. Para facilitar la empresa, envió al capitan Puran, Hombre disimulado i que Labia: sido criado de los españoles, para que en calidad de indio de paz entrase en la ciudad, i observase La hora conveniente para el ataque. Consiguió Puran entrar con frecuencia i no ser descubierto, pero hizo amistad con otro indio llamado Andres, criado del maestre de campo Reinoso, i tuvo por conveniente el descubrirle su comision, estimulándole a que concurriese a facilitar su ejecucion así con los incentivos de la amada libertad, como con los halagos del premio. Astutamente advertido el criado, o por precaucion o por fidelidad a su señor, se manifestó condescendiente con Paran i le facilitó el hecho. Quedaron de acuerdo en que poco despues del medio dia era el tiempo oportuno para la sorpresa, porque, le dice, aquella era la hora destinada al descanso de la jente que toda la noche velaba, i fijaron el siguiente dia para dar el golpe.

Partió Puran mui alegre a dar noticia de su negociacion a Caupolican, i Andres a su señor. Este que no era tardo en cosa de la guerra, dispuso los puestos que debia ocupar la infantería, i el paraje donde convenia poner la caballería, miéntras Caupolican daba las convenientes disposiciones para el asalto. Llegada la hora, se arrimó a la ciudad i entró en ella sin oposicion un grueso destacamento. Entónces hizo Reinoso la señal de cerrar las puertas i acometer, i ninguno tuvo la felicidad de salir por sus piés. La caballería salió inmediatamente a campaña, i desbarató el ejército enemigo. murieron muchos capitanes araucanos, i quedó el campo cubierto de cadáveres. De los españoles ninguno pereció, pero quedaron muchos heridos de peligro.

Caupolican tuvo tiempo de ocultarse en un bosque, i de allí pasó a los montes de Pilmaiquen, su patria, con muchos de su familia, i no pocos de sus amigos. Pero de nada le valió haberse metido en lo mas escondido i fragoso de aquellos bosques, porque fué descubierto i vendido por el capitan Tongolmo, su vecino i su amigo, en quien descansaba i depositaba todas sus confianzas i sus interioridades. Sirvió de guía este traidor para que don Pedro de Avendaño con 50 soldados de caballería, diese repentinamente sobre aquel héroe araucano verdaderamente grande, pero dos veces infeliz, una por su desventurada empresa, i otra por no haber sabido apartar de sí a tan malvado hombre, que le pagó sus finezas reduciéndole a morir en un vergonzoso suplicio.

Llegó el capitan Avendaño al paraje con mucho silencio, tomó las salidas de la casa, i de improviso entró en ella. Caupolican hizo la valerosa resistencia que pedía su acreditado valor, fasta que entrado el dia i herido en un brazo, viéndose solo i abandonado de los suyos, fué estrechado a rendirse. Condujo Avendaño su noble prisionero a la plaza de Tucapel, i en el camino le encontró una de sus mujeres llamada Guden, que llevaba un niño en brazos. Le mira Guden con rostro airado i le reprende «¿Cómo te dejaste prender? le dice. ¿Acaso echaste en olvido tu patria i tu ser, que no diste el último aliento con las armas en las manos? Tú que eras el freno que contenía i sujetaba a estos hombres soberbios ¿cómo ahora con menosprecio de tu fama, te entregas a sus cadenas, a su obediencia, a su sujecion i a la infame servidumbre? ¿No seria mejor morir gloriosamente peleando, que entregarse a estos Hombres crueles i perversos que, te quitarán ignominiosamente la vida, como lo hicieron con otros notables capitanes?» I tomando en las manos el niño, «no quiero, dice, tener hijo de hombre tan cobarde, que creciendo olvide su nacimiento, i herede tu pusilanimidad,» i le rebentó los sesos contra un canto.

Reinoso luego que lo tuvo asegurado, lo hizo sufrir atroz i horrible muerte (121), no tanto por mortificarle o castigarle su rebeldía, cuanto para escarmiento de los lemas. Caupolican era hombre de buenos talentos, i se aprovechó de ellos en aquel estremo rindiendo la cerviz a la fuerza de la verdad. Abrazó el cristianismo, i sufrió con paciencia cristiana la ignominia i dolorosa muerte a que le condujo la oculta fuerza de su destino. Este célebre jeneral de los valerosos araucanos, que en campal batalla venció al incomparable Pedro de Valdivia, que dos veces arruinó hasta sus cimientos la ciudad de la Concepcion; que hizo desalojar la de Angol, la de Villarrica, la de Santa-Marina de Gaete, i las plazas de Arauco, Tucapel i Puren; que tuvo en arriesgado aprieto las ciudades Imperial i Valdivia, i que, dió tanto que hacer a los españoles i les puso a la mano muchos laureles para coronarse en once sangrientas batallas que les presentó; éste, pues, famoso caudillo, se ve hoi vencido de la traicion, i reducido a pedir rendidamente la vida que no habia derecho para quitarle, ofreciendo sujetar a la Iglesia i al rei los estados de Arauco i Tucapel. Pero la inevitable suerte, que le trajo a este subido punto de su desgracia, le condujo tambien a las sangrientas manos del desapiadado e imprudente Alonso de Reinoso, que con bárbara crueldad entregó a la muerte un héroe que, por sus hazañas, debe tener lugar entre los que reciben incienso en los templos de la fama.