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Crónicas
Tomo I
Capítulo XCII. Asedian los indios la plaza de Arauco i sale el Gobernador a socorrerla - Batallas de la Cuesta de Villagra i de Curaquilla.

Los araucanos no dejaron descansar muchos dias al Gobernador. Ayllavilu juntó un cuerpo de 6,000 hombres. Se confederó con los del estado de Tucapel, que con este hecho volvieron a romper la paz, que habian tratado. Tomó el fuerte que Alonso de Rivera fundó cerca de la Imperial, i pasó a cuchillo toda su guarnicion, que se componía de 150 españoles. Puso estrecho asedio a la plaza de Arauco, i no con debilidad; era dirijido su ejército por el español, que quejoso de Alonso García Ramon i convidado por el jeneral Cadehuada de Puren, se había pasado a los enemigos. No solo repetía Ayllavilu fuertes i bien ordenados ataques, sino que tomadas las avenidas de la plaza, impidió la introduccion de víveres, noticias i socorros. Levantó toda la comarca, i logró algun daño en la plaza. La tuvo tan apretada, que bien fué menester para defenderla todo el valor i esperiencia militar de su comandante Pedro Gutierres de Mier (160).

Nada tardo el Gobernador en salir a socorrerla. Ayllavilu orientado de que él atravesaba e i Biobio, se arrimó a esperarle en la cuesta de Villagra, i en una reñida batalla le presentó un glorioso triunfo. Derrotó por entónces aquel ejército, pero Ayllavilu lo rehizo bajo la direccion de su español. Bastante le (lió que hacer, i le provocó a segunda batalla en las llanuras de Curaquilla. Aquel español hubiera dado mucho en que entender al Gobernador, si deseoso de encontrar con su persona para vengarse de su agravio, no se hubiera arrojado a la desesperada, i con temeridad al peligro en que pereció. Le disputara a palmos el terreno, pero tuvo la desgracia de haber sido muerto en la funcion por el capitan Antonio Galleguillos.

Mejor le hubiera estado a este español librar sus quejas, i la injusticia que concibió haberse hecho a su honor i a su mérito, a la real piedad i justificacion del Soberano, o haberse entregado, como buen cristiano, a la providencia del Altísimo. Pero neciamente olvidado de que tambien en aquellos remotos paises distantes del trono, debe haber una fuerza superior, que conserva, i asegura al inferior sus derechos, i que la soberanía castigará en el superior el abuso de la autoridad que le confió, si se le interponen justos reclusos, se abandonó este miserable a tan vil infidelidad contra Su señor natural, contra la relijion, i contra las obligaciones de la noble sangre que le dió su nacimiento. Muchísimo perturba la razon, i facilmente conduce a la de, la insensibilidad con que en ocasiones se manejan algunos jefes sobre las justas quejas de los inferiores, conducidos de la errada máxima, de sostener a los superiores de aquellas distancias, que por lo mismo debían ser estrechados a gobernar conforme al espíritu de la leí.

Vencido aquel ejército i enteramente derrotado, pudo el gobernador seguir sus operaciones. Regresó a la ciudad de la Concepcion, i desde allí pasó a la capital, para ilustrarla con su presencia. Todo este invierno lo supo emplear bien (1605). Puso buen orden en la administracion de justicia, i promovió los asuntos políticos i económicos, que dijimos en el capítulo anterior.

El maestre de campo don Juan Rudolfo Lisperger, a quien quedaron encargados los negocios de la guerra, llevó las armas al estado de Tucapel. Hostilizó todas sus parcialidades, i practicó lo mismo en la provincia de Puren. Estos horrorosos estragos causaron algun efecto. 50 mil personas de los estados de Arauco i Tucapel dieron la paz. Estos mismos la dieron a Alonso de Rivera, i la acaban de violar. No quiso el Gobernador admitirla sin la condicion de ser trasmigrados a la parte del norte del rio Itata, que les pareció dura, i quedaron en una especie de suspension de armas. De aqui vino que Juan Sanchez, mestizo español i de india, que años antes se pasó al enemigo, propusiese volver a las banderas españolas, si se le concedia perdon de su delito. Se le otorgó prontamente, pero jamas se hizo confianza de él. Estos son los progresos de la primera campaña de Alonso García Ramon, que le dejamos en la capital, i su maestre de campo regresó a la plaza de Arauco.