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Crónicas
Tomo I
Capítulo CI. Gobierno de Don Lope de Ulloa i Lemus - Reprueba la guerra defensiva - Se retira a España el Padre Luis de Valdivia - Fallece el Gobernador.

El licenciado Talaverano i la audiencia de Chile, pusieron en notícia del virrei del Perú, don Francisco Borja i Aragon, príncipe de Esquilache, el fallecimiento del Gobernador Alonso de Rivera, la eleccion que este hizo en el oidor decano de aquel tribunal, i el estado de las cosas de Chile, i su Excelencia dió despacho de Gobernador interino a don Lope Ulloa i Lemus, natural del reino de Galicia, militar de buenos créditos, i acreedor a esta confianza, a quien tenia consultado para sucesor de Rivera. Se embarcó en el puerto del Callao para el de Concepcion, donde fué recibido del ejército con los honores exesivos, que cada uno de los gobernadores apetece, i de la ciudad con la celebridad que tiene establecida la costumbre (enero 12 de 1618).

En aquel verano no se separó de la ciudad de la Concepcion. Dejó maniobrar libremente al padre Luis en los negocios de su empeñosa idea de pacificacion, i se estuvo en observacion de los acaecimientos de ella i sus resultas, para informar al rei con sólidos fundamentos. I para que la frontera estuviese bien servida, i resguardada la línea divisoria, mantuvo en el empleo de maestre de campo a Alonso Nuñez de Pineda, que sucedió al coronel Pedro Cortés, cuando fué enviado a esta corte, i en el de sarjento mayor a Juan Fernandez Rebolledo, oficiales ambos de esperimentada conducta.

En este tiempo le llegaron los reales despachos del gobierno i presidencia i determinó trasladarse a la capital, i entró en ella el 25 de mayo de 1618. Pretendió se le recibiese debajo de pálio; dar la espalda al coro en las funciones de catedral; que estando sentado estuviese de pié el tribunal; i fijar su residencia en la capital como presidente de la Audiencia. Corrieron los informes a la corte i resolvió el rei por su real cédula de 25 de julio de 1620, se estuviese a la costumbre observada por sus antecesores, i se le dice que ninguno de los que le precedieron dejó la frontera. De resultas de esta real determinacion, informó al rei las conveniencias que resultarían de trasladar aquella Audiencia a la ciudad de la Concepcion, donde tuvo su primer establecimiento; pero se despreció esta proposicion.

Se hallaba la corte embarazada con informes contradictorios sobre el punto de pacificacion bajo el sistema de la guerra defensiva; i porque don Lope era oficial de buen talento, se le dió facultad de hacer lo que le pareciese mas conveniente a su real servicio, i al aumento i adelantamiento de Chile; pero no sin particular encargo de preferir los medios de paz a los de guerra, i se le manifiesta la real inclinacion a la sujecion de los indios sin efusion de sangre, deseoso el católico monarca de verles en el seno de la iglesia.

Tuvo por sospechosos en este punto a los capitanes del ejército, i a los vecinos de la ciudad de la Concepcion. Les suponia divididos en partidos i facciones, i jamas les pidió dictámen. Les veía separadamente i escuchaba al padre Luis, i procuraba orientarse por si mismo en el estado de aquel negocio, por sus efectos. En la capital consultó a los ministros de la real audiencia i capitanes experimentados que cansados de servir, se retiraban a buscar la serenidad, de que siempre se goza en aquella cuidad, huyendo de las borrascosas tempestades de la guerra, que son mui frecuentes en la de la Concepcion. Estos le hicieron conocer, i principalmente el licenciado Hernando Talaverano Gallegos, su inmediato antecesor, que sin el peso de las armas i rigores de la guerra, nunca entrarian por la puerta de la obediencia. Concluidos estos negocios i encargados los del gobierno político al tribunal de la Audiencia, se puso en viaje para la ciudad de la Concepcion; i no bien había llegado, cuando las revoluciones de los indios pidieron su presencia en la plaza del Nacimiento, donde regularmente residía el padre Luis.

Puesto allí, ofreció a los indios la paz, i condescendió con el P. Luis en la libertad de Pelantaru, que por ella prometia poner de paz toda la tierra de guerra, i suavizar al capitan Ancanamun, de quien pendía el buen éxito de esta negociacion. Pero no pasaron muchos dias sin que experimentase los malos efectos que producía la suavidad. Ancanamun, Lientur i Pelantaru, que se unió con ellos, luego que se vió en su país, dieron una trasnochada sobre la frontera por la parte sub-andina. Aparentaron intencion de pasar el Biobio por la parcialidad de Santa Fé, para llamar las tropas españolas hácia aquella parte de la línea divisoria. i dieron el golpe 14 leguas mas arriba.

Esta sorpresa verificada en circunstancias de la libertad de Pelantaru, i de brindarles con la paz, sirvió para desengañar al gobernador de la ineptitud de los indios, suaves propuestas practicadas por el P. Luis, i por los Gobernadores que le precedieron desde la fatal época de la línea divisoria, i de la guerra defensiva. Publicó la ofensiva i la contradijo su Reverendísima. Llevó a efecto su resolucion, i el P. Luis, viendo despreciada su renuncia, tomó el partido de retirarse a estos reinos. Para esto no hizo falta su Reverendísima. Quedó de rector del colejio de la ciudad de la Concepcion, el P. Gaspar Sobrino, i contradecía la guerra con mas ardor i ménos prudencia. El Gobernador se vió en presicion de echar por el atajo para remover impedimentos que pudiesen perturbar su buen gobierno. Mandó salir del obispado de la Concepcion al P. Sobrino con espresa órden de presentarse en su colejio de la ciudad de Santiago; obedeció su Reverendísma, i el provincial envió al P. Juan Romero, jesuita de mucha espera, para que ocupase la silla del P. Sobrino.

Esta determinacion i la de regresar a estos reinos el padre Luis, dió algun cuidado al Gobernador, i dispuso que el capitan Domingo de Ayala pasase a la corte con destino de informar al rei sobre las ruidosas contradicciones de los dos jesuitas, i sobre las ruinosas resultas del pretendido sistema, aun concedida su verdadera ejecucion (1619). Le encargó hiciese ver a S. M. la imposibilidad de su establecimiento, i el mal estado en que se hallaba aquel reino. Que expusiese la necesidad que Babia de mil españoles para poblar, i que 200 de ellos fuesen casados i suplicare al rei se dignase mandarlos. Fué oido Ayala en la corte, i se le aprobó al Gobernador su resolucion de pasar la línea divisoria para castigar a los rebeldes i se pasó órden al virrei del Perú en real cédula, dada en Madrid a 16 de enero de 1621, para que calculase el costo del trasporte de los mil Hombres i enviare a estos reinos la cantidad.

Puso en ejecucion el Gobernador su determinacion de entrar a castigar a los rebeldes i hacerles conocer que no por debilidad, como estaban persuadidos sino estrechados de la obediencia, se Babia suspendido la guerra, i les habia dejado sin castigo sus insolentes insultos i sacrílegas infracciones de sus palabras. Llevó el mismo Gobernador las armas por Angol hasta Paren, territorio de Ancanamun i Pelantaru. Persiguió a estos orgullosos rebeldes, taló sus mieses, quemó sus chozas, i devastó todo el pais. Les hizo muchos prisioneros, que repartió a los oficiales i soldados que mas se distinguieron en esta salida.

Castigados los de Puren i las parcialidades vecinas i reducidos a buscar asilo en la aspereza de los montes de Nahuelbuta, retiró el Gobernador el ejército a cuarteles de invierno (1620). Lo distribuyó en las plazas de la frontera. Acordonó el Biobio con torreones que mandó levantar para abrigo de las partidas que batían sus riberas i desalojó la plaza de Monte-rei, i otros fortines, para que sus guarniciones sirviesen en ellos, que este fué el método que tuvieron los gobernadores de aquel reino en su conquista. Dispuso retirarse a la ciudad de la Concepcion, i que el maestre de campo i el sarjento mayor molestasen a los rebeldes con continuas correrías, i estos jefes no los dejaron descansar.

Se acercaba la primavera, i el Gobernador se preparaba para otra espedicion, pero asaltado de la enfermedad de gota que padecia, falleció el 24 de octubre de 1620. Fué casado, pero no dejó sucesion i descansan sus cenizas en la catedral de la arruinada ciudad de la Concepcion.