ACTAS DEL CABILDO DE SANTIAGO PERIODICOS EN TEXTO COMPLETO COLECCIONES DOCUMENTALES EN TEXTO COMPLETO INDICES DE ARCHIVOS COLECCIONES DOCUMENTALES

Crónicas
Tomo II
Capítulo V. Se traslada el Gobernador a la ciudad de Santiago.

Meditaba el gobernador sacar alguna jente de la capital i su distrito. Conocia tambien las dificultades de conseguirlo, i que para vencerlas era indispensable su presencia. Tambien sentia dejar la frontera, i dudaba el partido que habia de tomar. Sus talentos de primer órden hallaron medios para separarse de la perplejidad. Dispuso resguardar la línea para asegurar el territorio. Mandó quitar los techos pajizos de las obras reales en todas las plazas de la frontera i que se cubriesen de teja, i libró su costo en el caudal del situado, que, aunque salia del real erario, se reputaba un ramo separado ya de la real hacienda, consumido en el ejército, i sus destinos al arbitrio del gobierno. Nombró de su lugarteniente a don Alonso de Córdoba i Figueroa, con órden de residir en la ciudad de la Concepcion. El empleo de maestre de campo que dejó Córdoba lo dió a don Fernando de Zea, i puso a su cargo el estado de Arauco. Mantuvo a Rebolledo en el de sarjento mayor para que defendiese la frontera de San Felipe. I guarnecido todo con mil trescientos españoles i seiscientos ausiliares que servian a sueldo del rei, no habia motivo de recelar.

Marchó sin sobresalto a la ciudad de Santiago, i fué recibido en ella con magnificencia. Se esmeraron sus vecinos en cortejarle, porque ya tenian noticia de que sabia estimar a los hombres condecorados, i que en su prudente política no tenia entrada la idea de abatir la nobleza, que suelen tener algunos gobernadores de aquellos remotos paises, cuya práctica les hace odiosos i aborrecidos. Se recibió de presidente de la Audiencia i compitieron en este acto la ostentacion i el aplauso.

Concluidos los dias de regocijo, consultó a la Real Audiencia la necesidad de reclutar jente para el ejército, que se hallaba mui bajo aun con la entrada de los quinientos hombres que llevó de Lima. Les hizo ver el mal estado en que se hallaba el obispado de la Concepcion, i el soberbio orgullo de los indios con la, victoria de sus dos últimos jefes, Lientur i Butapichun, i salió del acuerdo se enarbolasen dos banderas de infantería i un estandarte de caballería.

Esta dilijencia era puramente militar, i en ella no inferia gasto al erario, pero la sagaz política del gobernador quiso dar este paso por condescendencia i por hacerse partido con los oidores. I en verdad, que bien fué menester, porque nadie ocurría a las banderas Hizo segunda consulta con aquel tribunal, llamó a los señores del cabildo i a los principales vecinos. A los primeros hizo ver la necesidad de hacer levas, i les pidió diesen asistencia i favor a ellas; i a los vecinos les propuso la conveniencia que resultaría al real servicio i al pais, si algunos de ellos se resolvian a servir un uño en la guerra.

Esta prudente conducta del gobernador no hacía el efecto que se prometió i esperaba. Los oidores se desentendían i el Ayuntamiento se manifestaba remiso en el mismo negocio, i los vecinos rehusaban empeñarse en una guerra que nada mas les prometía que penalidades, consumo i atrasos de su hacienda. No distaban de este peligroso empeño por falta de valor i destreza, que entónces, despues i ahora lo que le sobra a la nobleza de Chile. es animosidad i gallardía. Bien conocían i conocen ahora también la estrecha obligacion de defender el patrio suelo, pero hacían memoria, i tambien ahora la recuerdan, ,que la tierra toda de su país está regada con la sangre de sus mayores, i que el fruto de este rojo i horrible riego van otros de afuera a cojerle, sin que las piadosas reales intenciones de los soberanos hayan sido bastantes para remediar este abuso. Ven que ellos llevan todo el peso del real servicio i de la guerra, i que por informe: de los gobernadores, cojen los estraños el empleo que supo merecer el hijo de la patria. Esta conducta observó el gobernador luego que vió salir de aquel reino a su antecesor, que favoreció í protejió esta justa acreencia de aquellos colonos. Les quite los empleos de la guerra i los lucrativos que tenian i los dió a los europeos. Estaba mui reciente este golpe que les hacia conocer servirian ellos i su posteridad con el desconsuelo de verse despojados del premio, i por eso no entraban en partido. Este es mal irremediable. Está léjos el recurso, i al favor de la distancia son admitidos i atendidos a ojo cerrado los informes de los gobernadores. Conformarse con esta desgracia i servir a la patria i al rei como se hace hasta hoi i se hará, que es saludable consejo; no perder la esperanza, que vendrá dia en que el rei, renovando las piadosas, antiguas i moderadas disposiciones de sus augustos predecesores, mande estrechamente que los premios sean igualmente partibles entre los europeos i colonos; marchad alegremente a la defensa de la corona cuando lo pida la necesidad.

Así lo hicieron en aquella ocasion los vecinos de la ciudad de Santiago. Cuando se hallaba el gobernador mas embarazado en este negocio, llegó de la frontera don Fernando de Bustamante Villegas, caballero esperimentado en la guerra de Chile. Lleve la noticia que condujeron dos cristianos prisioneros que huyéron de la tierra de los rebeldes. Dijeron que Butapichun í Queunpuantú hacían junta jeneral en todo el país enemigo para invadir las fronteras, i que ya tenían alistados siete mil hombres. Entraron todos en cuidado, i dejaron unos el sistema de indiferencia i otros se apartaron de su renuente ánimo, i se trató seriamente de la conservación de aquel reinó.

Entónces el gobernador, que era de entendimiento vivo i perspicaz, aprovechó la disposicion de aquellas jentes i la confusion en que los puso la triste nueva de Bustamante. Dispuso una junta en su casa, compuesta de dos oidores i el fiscal del Ayuntamiento i de algunos capitanes retirados por su ancianidad. Hablaron mucho sobre el mal estado del pais i sobre la falta de setecientas plazas en el ejército, i todos fueron de dictámen que se hiciesen apercibimientos con toda formalidad; que se juntase jente i caballos i se diese toda asistencia al gobernador. Se comisionaron dos personas del Ayuntamiento para que apercibiesen a los vecinos que con menos perjuicio podian seguir la guerra en aquel verano.

Se estrecharon las órdenes para la leva, í en 1.° de noviembre del mismo año de 1630, marcharon a la Concepcion ciento ochenta hombres que se juntaron. Pocos dias despues marchó el gobernador con treinta caballeros jóvenes de espíritu animoso, que con su lucimiento i aparato dieron brillo a aquel estenuado ejército.