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Crónicas
Tomo II
Capítulo XXIII. Gobierno de Don Antonio de Acuña i Cabrera.

Orientado el virei del Perú, don García, Sarmiento de Sotomayor, conde de Salvatierra, del fallecimiento del caballera Mujica nombro de gobernador interino del reino de Chile a don Antonio de Acuña i Cabrera, de la orden de Santiago, que sirvió en Flandes de capitan de caballería, i habiendo pasado al Perú de correjidor de una de sus provincias, lo hizo su excelencia maestre de campo del presidio del Callao, Arribo al puerto de la Concepcion con mucha pompa de numerosa i lucida familia i se conducía en todo por el espíritu de vanidad. Lleva consigo a su. mujer la señora doña Juana Salazar de Palavisino i a don Juan i a don José Salazar, Hermanos de esta señora. Presentó la real provision librada por el virei a 7 de marzo ole 1650 i en virtud de ella fué recibida al ejercicio de su empleo en la ciudad de la Concepcion el 5 de mayo del mismo año..

Posesionado el gobernador, separo del empleo de maestre de campo a Juan Fernandez Rebolledo i lo vendió en tres mil pesos al sarjento mayor don Ambrosio de Urrea. Esta fué la época en que se hicieron venales los empleos del ejército de Chile destinados antes a premiar el mérito: en la resulta de Urrea acomodo a su cuñado don Juan, contraviniendo a lo mandado por el soberano en su real cédula de 15 de diciembre de 1646. Pocos meses le duró a Urrea el empleo, le separó de él para conferirlo al espresado Juan i el de sarjento mayor a su hermano don José.

Ocuparon éstos sus destinos. Don Juan, el de la plaza de Arauco, i don José, en la del Nacimiento. Todos tres se dedicaron a facilitarla celebracion del parlamento jeneral para ratificar las paces que sus antecesores estipularon con los indios. Todo parecia disponérseles a la medida del deseo. Los indios de Osorno i Cumco que con los de Valdivia, Calle-Calle, Cayumapú, Huanehue i Quinchilea eran los únicos que estaban de guerra, pidieron la paz a don Martin de Uribe, gobernador de la provincia de Chiloé, con la favorable circunstancia de pedir tambien conversores. Uribe paso la noticia al gobernador i al mismo tiempo, sin aguardar su resolucion, envió al padre Agustin Villaza, de la estinguida compañía, para que estableciese una casa de conversion i radicase la paz en Osorno. Conceptuaba que admitida de éstos seria fácil suavizar a los demas caciques vecinos. En efecto, persuadidos del padre Villaza, la admitieron i se convinieron a concurrir al congreso que ya estaba acordado con los caciques de la frontera i debía celebrarse en las inmediaciones de la plaza del Nacimiento.

Para el dio señalado no faltó el gobernador a la testa de ocho mil hombres españoles i ausiliares al lugar de la asamblea. Concurrieron veinte mil indios de los que gozan de aquella especie de independencia que les constituye vasallos no mas que en el nombre. Pero de ellos solo concurrieron veinte caciques de los de guerra i eran éstos cerca de ciento. No se dió el gobernador por satisfecho, i con razona un solo cacique que falle es bastante para echarlo a perder i turbarlo todo, i envió al veedor Villalobos con el padre Francisco Vergara tambien de la estinguida Compañía de Jesus, i con el capitan de indios de paz Baltazar Quijada para tratar de que todos los que no concurrieron a la asamblea ratificasen las paces estipuladas en ella. Tambien paso tarden al gobernador de Chiloé para que enviase un jesuita con la misma legacía a los de la parcialidad de Cuenco, i fue comisionado para esta negociaron el padre Juan de Moscozo con el capitan de caballería Juan de Alvarado. Se unieron todos los comisionados en Osorno i negociaron diesen la paz todos los rebeldes que no quisieron hallarse en el parlamento; i quedó de paz todo aquel reino i transitables todos sus caminos desde Copiapó hasta Chiloé.

Al mismo tiempo que salieron aquellos comisionados, salid tambien el gobernador para la plaza de Boroa sin mas escolta que su compañía de oficiales reformados; i dejó órden al maestre de campo para que le siguiese con el ejército. Despues de este temerario arrojo le sujirió otro su ambicion. Dejó el ejército en Boroa i disfrazado en traje de paisano marchó a la plaza de Valdivia, visitó aquel distrito i del mismo modo regresó a Boroa. flechas estas peligrosas marchas sin objeto de utilidad pública, volvió con el ejército a la frontera. Distribuyó la tropa en las plazas de la línea divisoria i bajo a la ciudad de Santiago (marzo 21 de 1651) donde fué recibido con magnificencia.

No perdió tiempo para sus maniobras. Estendió excelentes informes para el soberano i para el virei i se valió de la pluma del erudito padre maestro frai Agustin Carrillo de Ojeda. Ponderó la pacificacion jeneral de aquellos indios; subió de punto aquello de haberse ido solo hasta la plaza de Valdivia, callando las circunstancias del disfraz i aparentando haber hecho la jornada sin el ejército, pero con una regular comitiva. Este papelon le valió la propiedad del empleo que le concedió el rei suponiendo real i verdadero aquel mérito. I como la real piedad concibió cierta, i duradera la pacificacion comprobada con la jornada de Valdivia i jamás fue escaso su majestad en los premios, revocó el nombramiento de gobernador de aquel reino que tenia hecho en don Pedro Carrillo de Guzman i le concedió ocho años de gobierno con la especial gracia de no contarle el tiempo de su interinato. Este fué siempre el método que tuvo la ambicion para ganar ascensos i por eso aquel pais rico i abundante por naturaleza se ha mantenido ruinoso hasta hoi.

Pero como los edificios que levanta la ambicion sobre los cimientos de la falsedad fueron siempre espuestos al mas leve vaiven de la fortuna, no tardo éste mucho tiempo en desplomarse. La mujer i cuñados del gobernador de nada mas trataban que de enriquecerse. En las plazas de Arauco i Nacimiento estancaron el comercio de toda especie de electos, hasta de los de primera necesidad, i no permitian mas mercaderes ni vivanderos que los suyos para embolsar entre los dos todo el situado (14).

Poseidos de la mas execrable codicia, movieron guerra a los pehuenches i huilliches habitantes de la cordillera. Les incomodaban i aniquilaban con frecuentes correrías i sorpresas sin otro mérito de parte de los hostilizados que tener hijos i mujeres que esclavizarles. Los indios sub-andinos, temerosos de que usasen con ellos la misma conducta, se manifestaban mal contentos. Los vecinos de la frontera, recelosos de una jeneral revolucion, se quejaban del gobierno i llegaron los lamentos a la misma superioridad. Tomo entonces el gobernador la determinacion de separar a sus cuñados de los empleos i envió al jesuita P. Diego Rosales con encargo de tranquilizar a los pehuenches i huilliches. El padre Rosales hizo bien su comision i los devolvió mas de quinientas personas de las que les habian esclavizado el maestre de campo i sarjento mayor Acertada resolucion la del gobernador, si hubiera, sido constante; pero su mujer tuvo arte para, volver a colocar a sus hermanos en los mismos empleos para ruina de su casa i de toda la provincia de la Concepcion.