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Crónicas
Tomo II
Capítulo XLII. Gobierno interino de Don Anjel de Peredo - Le entran socorros del Perú i trata de la pacificacion de los indios

El virei del Perú, don Diego Benavides i la Cueva, conde de Santistévan, cuidadoso por los malos sucesos de Chile en que fué impresionado desde la corte i eran resaltas de la Real Audiencia contra el almirante don Pedro Portel, i viendo que en la guerra de los indios se habian consumido treinta i cuatro millones de pesos estraidos de las arcas reales del Perú i que en ella eran ya muertos cuarenta mil españoles, deseaba estinguir aquellos males con la pacificación del pais que tantos años habia sido teatro de la mas cruel i sangrienta guerra. I como el rei estaba persuadido contra la conducta del almirante, determinó separarle del gobierno i encargarlo a una persona en quien ademas de los talentos militares indispensables para hacer la guerra con buen efecto concurriese tambien aquel golpe de prudencia que constituye i eleva a los hombres al carácter de buenos gobernadores. Era adornado de estas apreciables circunstancias don Anjel de Peredo, natural de Queveda en Asturias, caballero de la órden de Santiago, i le libró despachos de gobernador de Chile (2 de diciembre de 1661) con espresion de que gobernase miéntras llegaba don Jerónimo de Benavente i Quiñones.

Le dió el virei sus instrucciones con amplísimas facultades para la pretendida pacificacion, i le prometió no escasearle los socorros que necesitase. Recibidos los despachos i hechas las prevenciones necesarias para el traspone de trescientos cincuenta soldados que condujo, se embarco en el puerto del Callao i arribo con felicidad al de la Concepcion (mayo 22 de 1662), donde se recibió del gobierno con las ceremonias acostumbradas en semejantes actos. Pocos dias despues de su salida de aquel puerto salieron otras dos naves conduciendo cada una doscientos soldados i trescientos mil pesos para gastos de guerra; una de ellas tuvo la desgracia de naufragar sobre las costas de Itata i se ahogaron ciento cuarenta i siete soldados i casi toda la tripulacion. Esta pérdida fue por muchas causas mui sensible. Se necesitaba de tropa i no habia erario real en Chile, pues su anual entrada no excedia de treinta mil pesos. De todo pasó noticia el gobernador al virei con el plan de sus designios, i su excelencia le envió otros doscientos soldados i caudales para que adelantase sus ideas.

Adoptó máximas del almirante. I las mantuvo la junta de guerra compuesta de doce esperimentados capitanes Confirió el empleo de maestre de campo a don Ignacio de la Carrera, i el de sarjento mayor al capitan don Juan de la Roelas. Adelantó el sistema de pacificacion muchas veces recomendado de la real piedad. Estableció la plaza de Arauco en Lota sobre una loma baja que domina la marina, libre de inundacion i fácil de ser socorrida. l tomadas convenientes disposiciones para celebrar la paz en una asamblea pasó a la ciudad de Santiago (junio 30 de 1002)l i se recibió de presidente de la Real Audiencia con general aclamacion de todo su vecindario.

Poco tiempo estuvo en la capital porque volvieron a fermentar en las parcialidades araucanas revoluciones capaces de perturbar la pretendida paz. Disgusto mucho a los araucanos la plaza de Iota. No querian ver en aquel estado el frenó de su amada libertad. Pero el gobernador con su prudencia supo sosegar por entónces sus inquietudes, i suspendió la ejecución de la idea de poblar el pais interior ocupado por ellos. No se detuvo en que tenia desembolsados el real erario trescientos mil pesos en ornamentos i vasos sagrados para las iglesias de las casas de conversión, i mas de quinientos mil en trasportes de religiosos conversores, i adhiriendo al dictamen del virei restableció aquellas casas de conversion arruinadas por los mismos indios, que debieron conservarlas, i estableció otra en Tolten Bajó sobre la embocadura del rió de este nombre en el mar del sur.

El virei aprobaba i sostenía cuanto determinaba el gobernador, i con franqueza le daba los ausilios que pedia. Se dedicó su excelencia a ver cumplidas i verificadas las piadosas intenciones del monarca, que nada mas encargaba que la pacificacion de aquellos indios. Estaba el rei persuadido de que este era el único medió de lograr sin conversion i sacarles de las oscuridades de su estravagante ciega infidelidad. Desde los primeros tiempos de la conquista de estos jentiles fueron nuestros católicos monarcas penetrados de un santo celó de su conversion, i su real munificencia no se ha detenido en dispendios de su erario por ver cumplidos sus ardientes deseos de la salvación de aquellos bárbaros. Mas ellos parece que hicieron empeñoso capricho de frustrar e inutilizar todos los arbitrios de la real piedad; pues si por los años de 1662 i 63 se pudieron reducir a determinada suma los gastos de este ramo, hoi no es fácil averiguarlo, i con el doloroso sentimiento de no haberse avanzado un paso en su reducción a la Iglesia.