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Crónicas
Tomo II
Capítulo XLVI. Don Cárlos II entra en la sucesion de la corona de España i se hace en Chile su proclamacion - Ruidosos ocursos del Gobernador, i se refiere la resolucion que tomó la Corte sobre ellos.

Don Cárlos II; rei de España, hijo de don Felipe IV i de doña María Ana de Austria, su segunda mujer, nació a 6 de noviembre ds 1661, i a los cuatro años de edad subió al trono, en 17 de setiembre de 1665, bajo la tutela de la reina su madre i de un consejo o junta de rejencia, que de los principales grandes i ministros de mayor confianza dejó establecido el rei su padre en su testamento …… Luego que tuvo la edad competente se hizo cargo del gobierno de la monarquía, la que rijió hasta 1.º de noviembre de 1700, en que falleció (45). Fue proclamado en Chile en diciembre de 1666 por el gobernador don Francisco de Meneses.

El caballero Meneses hizo la guerra contra los araucanos con felicidad. Se manifestaba agradable con el soldado i tenia afable trato con los oficiales. No fué solícito (ni le tenia cuenta) en tener completo el número de plazas del ejército, porque de esta falta le reportaba utilidad, pero cuidaba de la asistencia de las existentes, i de que nada les faltase para su comodidad, i no permitia se les defraudasen sus intereses. Premiaba el mérito de los oficiales sin la tiranía de hacerles desear el emplo que les correspondía por escala. El estado militar le amaba, porque sabia distinguir a los oficiales en su estimacion, i por eso tuvieron las armas buenos sucesos en su gobierno, porque cuando salia el ejército a campaña se esmeraban todos en hacer prodijios de valor. Pero todo lo oscureció con su impetuosidad i con el espíritu de venganza que ardía en sus entrañas. Era de jenio ardiente, de mala condicion, i peores intenciones con los que concebia que podian hacerle oposicion, i se hizo mui odioso con las personas pudientes. Entró en ruidosas competencias con el reverendo Obispo de Santiago i con la Real Audiencia, i como no podía, oprimirlos con su autoridad, dirijió informes a la corte, tan calumniosos como falsos contra el ilustrísimo prelado, i contra los ministros de aquel tribunal, i tenia agraviados a todo los caballeros seculares i eclesiásticos. Era codicioso en sumo grado. Defraudaba los reales intereses del situado con dallo del Estado, i era dado al lucro con perjuicio del público i del particular. Perseguir a todos los que le parecia podían notar sus excesos, i con la opresion i tiranía atentaba hacer ciegos, sordos i mudos a sus súbditos, i este fué el principio de su perdicion. Porque persuadida la corte de que las jentes tienen derecho para apetecer un gobierno suave i fundado en las sabias i equitativas leyes del príncipe, libre de tiranía i del odioso despotismo, se separó del pernicioso sistema de sostener a los gobernadores de América en sus tropelías con el vasallo, i determinó hacer justicia, sin que esta práctica produje-se entónces ni aun la imajinacion de las funestas consecuencias que pudieran recelarse, ántes sí la agradable satisfaccion de saber el súbdito que sus justas demandas son atendidas en la corte sin contemplacion, i queda el vasallo desarmado de todo motivo i de todo colorido para buscarse i procurarse la libertad de su opresion, pues sabe que la hallaria en la real piedad del príncipe i en la justificacion de sus ministros, que libres de falsas preocupaciones le oirian con benignidad e indignarian el real ánimo a su justa satisfaccion. Bien era menester esplicarse mas para ocurrir a los inconvenientes del tiempo presente, pero no profundicemos i volvamos a la historia.

Era el gobernador en suelo grado soberbio, i no podia sufrir que aun en sombra se opusiesen a sus ideas. Dispuso que en la parcialidad de Repocura se levantase una plaza de armas. La actividad de don Ignacio de la Carrera la construyó en breve tiempo, i le dió noticia de su conclusion. I como sobre los asuntos públicos tiene derecho la crítica, i ni aun la soberanía estuvo exenta de su jurisdiccion, ni el poder alcanzó jamás a su remedio, se hizo conversacion de este lecho en una tertulia de la capital. Se hallaba en ella don Juan Gallardo, sujeto de primera distincion, i dijo que lo dudaba mucho. La inicua adulacion le llevó al gobernador esta noticia con los coloridos i ribetes que sabe poner la malignidad de los infames detractores, i provocaron su indignacion. Su impetuoso depotismo, sin hacer cargo al caballero Gallardo, dispuso que el preboste le arrestase, i cabalgado en una mula lo condujese a Repocura, donde el comandante de la plaza le hizo entender de órden del gobernador, que su destino era reconocer la fortificacion para que saliese de dudas. La proposicion de Gallardo mas fué digna de desprecio, que merecedora de tan severa demostracion. Pero si el gobernador le dio este chasco, no fué sin vuelta, que el tiempo proporcionó a Gallardo darle otro igual pero mas sensible (46).

Todo el tiempo que gobernó este caballero fué un seminario de discordias. Don Manuel Pacheco, veedor jeneral del ejército de Chile, persona de mucho celo i desinterés, tenaz i exactísimo en lo que concebia ser de su obligacion, pero sin la prudencia, que sazona todo negocio, tuvo con el gobernador cierta desavenencia sobre la distribucion del situado. Entraron las detracciones o chismes, i con ellos soltó aquel jefe las riendas a su impetuosidad, i avanzaron las tropelías mas allá de lo que alcanza el sufrimiento. Exasperado Pacheco, resolvió quitar la vida al gobernador .... Entendieron algunas personas de buena intencion, i procuraron disuadirlo; pero los ultrajes i perjuicios recibidos (mucho se esponen los gobernadores injustos, i aventuran la tranquilidad pública) le habian quitado la libertad, i quedó sin efecto la persuasion de sus amigos. Llevó su idea hasta intentar su ejecucion. Acompañado de un baje acometió al gobernador en la plaza de San Juan de Dios en la capital. Le disparó una bala con pistola, pero erró el tiro. ¡Horroroso atentado contra la persona del gobernador, que lleva la representacion del soberano! Pero el que desesperado se abandona a tan execrable delito, si no asegura el golpe sufrirá las resultas que tuvo el caballero Pacheco.

El gobernador, que era hombre de espíritu animoso no se sorprendió. Puso mano a su espada, i lo mismo hizo su ayudante Francisco Fierro, i los dos quitaron la vida al paje. Pacheco se refujió al sagrado de la iglesia, de donde le estrajeron, i asegurado en buena custodia le mandó pasear por las calles vestido de coles, i a medio rapar la cabeza, barba i ceja, tratándole como a frenético. Restituido a la prision, una mañana le hallaren muerto, sin señal de exterior violencia, de modo que pudo juzgarse su muerte por natural; pero se la imputaron al gobernador, conducidos de la máxima, de que pájaros de esa esfera no se enjaulan para darles libertad. El público quedó persuadido de que el gobernador quiso apartar de sí un enemigo tenaz, i empeñado en su ruina, haciendo la reflexion de que si de actual presidente intentó contra su vida, separado del gobierno pretenderia en la residencia su aniquilacion.

Con el reverendo Obispo i oidores jamas tuvo el gobernador buena correspondencia. Se dirijieron a la corte recíprocas quejas, pero las de los oidores merecieron ser atendidas, i le fueron funestas al presidente.

No lo fueron menos las de don Ignacio de la Carrera i Turrugoyen. Estas comenzaron por cosas frívolas, i los chismes o detracciones las abultaron tanto, que casi acabaron con la preciosa, vida de un oficial de realzado mérito, del caballero Carrera. Parece que a la buena conducta i a los sobresalientes méritos militares fueron siempre en Chile inseparables las persecuciones. Pero dígase ¿qué persecucion omite en aquellas distancias la venganza? Mucho deslumbra el mérito ajeno. Corra de camino esta advertencia, i vamos al caso.

Estando el gobernador en la ciudad de la Concepcion, envió preso a Carrera a la plaza de San Pedro, i sin formalidad de proceso, ni otro acto judicial que su antojo, le mandó quitar la vida, i envió al verdugo para que ejecutase su horrible tiranía. No hai maldad que no intente en aquella distancia un gobernador cuando este empleo recae en un hombre vengativo. Se le intime a Carrera la cruel órden, que recibió sin alteracion, i pidió tiempo para las cristianas disposiciones. Entregado todo a ellas, i sin mas pensamiento que morir, pasada la média noche, entraron en su prision el cura i dos oficiales, que compadecidos de su injusto trabajo le sacaron de ella, i le pusieron en una balsa acompañado de un brioso jóven, que la hizo navegar por el Biobio, sobre su embocadura al mar, i puesto en la ribera setentrional se condujo al convento de San Francisco de la ciudad de la Concepcion.

De allí pasó a ver al gobernador, en circunstancias de hallarse solo este jefe. Le habló con entereza, i despues de haberle escuchado con mansedumbre, aunque forzada, le dijo: "Retírese Ud. que a los hombres de honor con el susto es bastante." Arrogante i valerosa accion la de don Ignacio, propia de una invencible constancia, cualidades inseparables de los hombres que jamás fueron poseídos de la vil grosera adulacion, i que siempre fueron animados del jeneroso espíritu de la integridad.

Se burló de las dilijencias que hizo el gobernador para asegurarle, i del convento de San Francisco pasó a Lima. Se presentó a la Audiencia de Lima, que gobernaba el Perú por fallecimiento del virei, conde de Santistévan, i justificó su accion con varias cartas del mismo gobernador i con otros documentos que llevó de Chile. A la sazon se hallaba en Lima Matías de la Zerpa, natural del reino de Granada, que en la guerra de Chile se habia hecho famoso, i dió una declaracion contra el gobernador, imputándole enormes delitos que no habia hecho, mas no hai que admirarse de esta inicua conducta, porque la venganza daña mas que una ponzoñosa víbora.

En lo mas ardiente de estas escandalosas desavenencias se hallaba el gobernador en la capital, de regreso de la frontera, léjos ya de las duras incomodidades de la guerra i sumerjido en las delicias de la paz que siempre se goza en aquella ciudad. I como en aquellos tiempos los buenos soldados no se hallaban bien, ni se contemplaban empleados si no trataban de alguna conquista, se alistó en las encantadoras banderas de Cupido, i emprendió la rendicion de una señora, que adornada de nobleza, discrecion i hermosura no carecia de la virtud de la fortaleza. Bien era menester que la poseyese, en grado superior para resistir los asaltos de tan poderoso enemigo, cual es un gobernador en aquellos remotos paises. Se dejó poseer de la dulce aficion i fué tan viva i diestramente sorprendido, que entregado todo a la pasion olvidó las mas sérias reflexiones de la racionalidad, porque el amor profano i la ciencia no pueden en una silla, que aquel tiene la ceguedad por cualidaded inseparable de su sér. Embelasado i conducido de aquellos dulces desórdenes a que convidan los frondosos mirtos de que son poblados los deliciosos bosques de Venus, se precipitó a la celebracion de un matrimonio sin la debida licencia del soberano, i lo contrajo con la señora doña Catalina Bravo de Saravia, hija de don Francisco, señor del Almenar i despues marqués de la Pica.

Sus amigos le hicieron conocer los riesgos de esta impremeditada resolucion; pero como el amor es ciego, no alcanzaron sus persuasiones a separarle de este empeño, i él mismo se entregó en manos de sus enemigos. La Audiencia de Chile lo puso en noticia de la de Lima, i lo avisó tambien a la corte. Aquel tribunal, que se mantuvo irresoluto sobre las quejas de don Ignacio de la Carrera, i sobre los demas ruidosos ocursos de que estaba orientado, determinó pasar todos los espedientes a la corte, i la reina gobernadora, por su real cédula de 12 de diciembre de 1666, dio comision a don Pedro Fernandez Castro, conde de Lemos, nombrado virei del Perú, para que a su llegada a Lima desagraviase a los oprimidos vasallos de Chile.

El virei, luego que por noviembre del agio siguiente de 1667 tomó posesion del vireinato, procuró adquirir conocimiento de la verdad sobre los ocursos de Chile. Resultaron ciertas i bien fundadas las quejas producidas contra el gobernador, i determinó separarle del gobierno. Lo confirió a don Diego Dávila Coello i Pacheco, i nombró de juez pesquisidor al doctor don Antonio de Munive, de la órden de Alcántara, oidor de audiencia de Lima, que acababa de llegar a América, i estaba libre de conexiones.

Meneses, que sabia los repetidos ocursos que se habian hecho contra él a la corte, i a la Audiencia de Lima, se recelaba de alguna séria resolucion del nuevo virei, i para precaverse, i evitar sus resultas, tenia en el puerto de Valparaiso al capitan Martin de Bolívar, para que al arribo de las naves del Perú tomase todas las cartas i noticias de las personas que en ellas aportasen, i de sus comisiones. Mas, esta precaucion no tuvo el efecto a que se dirijia, i recibió el golpe de su separacion que recelaba. Vió Bolívar entrar la nave que condujo a los caballeros Dávila i Munive, i fué a ella para hacer el escrutinio de que estaba encargado. Entendida su comision, le detuvieron a bordo, y con todo secreto i reserva pasó órden el caballero de Dávila a las maestres de campo Miguel de Silva i Martin de Erizar para que a nombre suyo se recibiesen del gobierno en las ciudades de Santiago i la Concepcion, i al oidor don Juan de la Peña para que se recibiese de presidente de la Real Audiencia, i se pusiese en prision al gobernador.

Los comisionados Peña i Silva tomaron convenientes precauciones para asegurarle, pero no faltó quien lo entendiese, i le avisase de su peligro. Meneses, que sabia cuánto importa a un jeneral tener contentos a los oficiales i soldados, i se habia granjeado la voluntad de la clase militar, se persuadió de que puesto en la frontera burlarla las determinaciones del virei, miéntras ocurria a la real piedad, i al momento salid par, la ciudad de la Concepcion. En verdad, que si llega no le hubiera faltado la mayor parte de los oficiales, i con ellos la tropa para resistir la determinacion del virei. Su excelencia ya se puso en este caso, i dió órden a los comisionados para volver a Lima si hallaban resistencia a sus disposiciones. No logró Meneses su intento. Don Juan Gallardo, que le profesaba un odio implacable por las persecuciones que le hizo, voló en su seguimiento, i le alcanzó. Meneses habia puesto espuela a su caballo para alejarse de Santiago, i fatigado se le cansó, para que Gallardo, olvidando la nobleza que le did su nacimiento, se abandonase a una grosera venganza. hizo que Meneses ya preso, i entregado a sus vengativas manos, cabalgase en un mal caballo ensillado con los avíos de un pobre soldado. Adelantó mas el desaire. Fatigado de la sed aquel tributado caballero, cuando llegó a la acequia de la Cañada, pidió se le diese agua, i mandó Gallardo se le sirviese en vaso inmundo e indecente. Todavía esto es nada. Para entrarle en la ciudad aguardó su inícua venganza que se acercase el medio dia, i le condujo por las calles mas públicas, i atadas las manos, como si fuera persona de la ínfima plebe. Todo esto sabe hacer la venganza en aquellos remotos paises, porque sabe han de quedar impunes sus excesos.

El abatido caballero Meneses tuvo arte para evadirse de la prision en que le pusieron, i trasmontó la cordillera para trasladarse a Buenos Aires, i de allí a España. Llegó a la ciudad de Mendoza, i perseguido de órden del juez pesquisidor, se refujió en la iglesia de San Agustin, de donde se trasladó a la de los padres mercedarios, pero no pudo huir i salvarse, i fué conducido a Chile (abril de 1670). Sin duda no fue Gallardo el conductor, porque le hubiera hecho sufrir el doloroso sentimiento de presentarlo a la vista de don Anjel de Peredo, que marchaba para su gobierno del Tucuman, i el que ahora le conduce le permite ocultarse a un lado del camino mientras pasa aquel caballero. Su impetuosidad, i debilidad en admitir chismes que lo precipitaban a los excesos de venganza le condujeron a este turbion de desgracias. La permision eficaz del Altísimo permite esta diversidad de sucesos, i humilló la soberbia elacion, para que con estos ejemplares al ojo eviten los hombres que las felicidades los saquen del centro de la modestia.

Puesto Meneses en casa de ayuntamiento, mandó el juez pesquisidor asegurarle con un par de grillos No sufrió muchas horas esta molestia porque afianzada su persona, i las resultas con veinte mil pesos, se le dió la ciudad por cárcel, i concluida la causa, fue conducido a Lima, i el virei le destinó a la ciudad de Trujillo, donde murió (47). La señora doña Catalina, su esposa, le acompañó en su destierro, i le sobrevivió muchos años i falleció en Lima.