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Crónicas
Tomo II
Capítulo LXXV. Es trasladado al Obispado de Santiago el Ilustrísimo señlor Doctor Don Alonso del Pozo i Silva, Obispo de Córdoba del Tucuman - Declaran los indios la guerra - Ponen ejército en campaña i asedian La Frontera - Socorre el Maestre de Cam

Por ascenso del ilustrísimo señor doctor don Alejo Fernando de Rojas fué trasladado a la iglesia de Santiago de Chile él ilustrísimo señor doctor don Alonso del Pozo i Silva, natural de la Concepcion, del mismo reino. Fué colejial del colejio convictorio de San Francisco Javier de la espresada ciudad capital, cura rector, canónigo majistral, arcediano i lean de la Catedral de su patria, de donde se le promovió a Obispo del Tucuman por los años de 1711. Tomó posesion de aquella iglesia en el de 23 i la gobernó hasta el de 731 que fué ascendido a Arzobispo de Charcas, cuya silla obtuvo algunos años hasta que la renunció i se retiró a la ciudad de Santiago, donde falleció en 1745, i descansan sus preciosas cenizas en la iglesia del colejio máximo de la estinguida Compañía de Jesus: fué mui limosnero i varon de grande virtud, quedó flexible su cuerpo despues de tres dias muerto (86).

Colocado don Manuel de Salamanca en el empleo de maestre do campo i comandante jeneral de la frontera, se dedicó a atesorar un caudal jigante. Su industria tendió la red por cuantas partes le enseñaba la, codicia. I como la autoridad que debia contenerle en los límites de lo justo era la fuerza superior que daba alientos a su audacia, la hizo pasar por las rápidas corrientes del Biobio, buscando en aquellos incultos paises mas pábulo que sirviese de alimentarle la sagrada hambre del oro que dulcemente le atormentaba. Pasó órden a los capitanes de amigos para que se le personasen en la ciudad de la Concepcion, i verificada su comparecencia, exijió de cada uno de ellos quinientos pesos por el empleo que, o ya por el lucro que les reportaba, o bien por no dejar el establecimiento en que se hallaban no dudaron darlos, i al mismo tiempo les encomendó cantidad considerable de abalorios, quincallería i otros jéneros comerciables para que repartiesen a los indios de sus parcialidades. Estos hombres perversos (a mui pocos conocí sin vicios detestables) en las compras, i ventas que desde entónces les hicieron, los tiranizaron tanto, que tocaron el estremo de la bárbara cruel inhumanidad, i les quitaban, i vendian los hijos para cobrarse cuando no alcanzaban a satisfacer con los ponchos, único ramo del comercio de aquellos naturales (87).

Oprimidos éstos de la tiranía, apelaron a las armas, i resolvieron sublevarse. Se convocaron todos los que habitan entre los grados 27 i 42 de latitud austral, i fijaron el 21 de marzo de 1723 para la insurreccion. Pero por especial providencia de Dios, que quiso evitar grandes estragos, i la jeneral desolacion de todo Chile la anticiparon los insurjentes el dia 9, i aunque se hicieron desde la parcialidad de Puren las señales que se tenian comunicadas, no fueron entendidas por la anticipacion. Fue el caso, Pascual Delgado, capitan de amigos, de la provincia, de Quechereguas, mui abominado de los araucanos, determinó viajar a la ciudad de la Concepcion, i porque no se les fuese de la mano le quitaron la vida de la mañana del 9 del espresado mes al tiempo de montar a caballo para su jornada, i fueron comprendidos en esta desgraciada suerte su teniente Juan de Navia, i N. Verdugo, capitan de la parcialidad de Viluco, que se habia asociado con Delgado para hacer el mismo viaje. Este hecho fue la declaracion de guerra, i la convocatoria jeneral para defensa de la causa comun entre un gobierno despótico. De este modo conservaron siempre los indios de Chile los derechos de su libertad, i sacudieron el pesado yugo de los gobernadores que no gobernaron conformándose con las suaves equitativas leyes del código español. Estas insurrecciones fueran ménos frecuentes si los gobernadores llevaran sus resultas, pero éstas jamás llegaron a esa elevacion, i tienen que sufrir su peso el Estado, el real erario, i los colonos españoles, que los gobernadores salen del mal paso poniendo la firma en un informe tirado por su asesor letrado, i dando cuenta a la corte con unos autos levantados a su satisfaccion, i conformes a sus ideas. De modo que después es menester darles gracias i contarles por mérito para el premio lo que fué delito digno de ejemplar castigo. Todo lo componen la distanciad las buenas conexiones en la corte. Volvamos al asunto.

Pusieron los indios un mediano ejército en campaña a las ordenes del toqui jeneral Vilumilla, natural de la parcialidad de Maquegua que por su marcial espíritu supo adquirirse esta suprema graduacion, i la confianza de su nacion. Este jefe intimó a los conversores la evacuacion de las casas de conversion sin que llevasen cosa alguna de ellas, i les repitió esta órden en los dial 14 i 15 del mismo mes, con apercibimiento de salir de sus tierras, aprovechando los instantes, no fuese que algunos mocetones (88) enconados i deseosos de sangre española se deslizasen a insultarles, i herirles, i le seria tan sensible como irremediable.

Sin perder tiempo resolvió Vilumilla el bloqueo de las plazas de la frontera, situadas a la parte meridional del Biobio, bajo la conducta de sus capitanes subalternos (89), i para el de la de Puren comisionó a Ragñamcu, miéntras que él juntaba las tropas que debierón concurrir al campo de reunion si no se hubiera anticipado el dia de la conjuracion. Ragñamcu, alojado en el ventajoso sitio de los Pantanos de Puren con los víveres i ganados que tomó en las estancias de los españoles, dejando un pequeño detacamento, se fué sobre la plaza. Esta no tenia mas de treinta soldados de guarnicion, i toda la que podia juntar no pasaria de cien hombres inclusos los mercaderes, i otros españoles que lograron meterse en ella. Su mayor defensa consistia en algunos malos fusiles, i un falconete que para hacer fuego con él era necesario taparle a cada tiro una lacra que tenia, i con todo, a su fuego se debió la defensa de esta colonia muchas veces vivamente atacada por Ragñamcu.

El 16 del mismo marzo avistó este jeneral a la plaza, incendió sus arrabales, i en las escaramuzas que hicieron al rededor de las murallas, perdieron un indio principal. Furiosos por vengar su muerte, quitaron la vida a un niño de diez años que cautivaron. Le arrancaron el corazon, i ensangrentaron las armas en él, le cortaron la cabeza, i puesta en la punta de una lanza, corrieron con ella por todo el campamento para infundir esfuerzo a los mocetones, i dejó el ataque para el 19, aguardando la ¡ente que le iba llegando por instantes.

Al anochecer este dia se dejaron ver de los sitiados, i entrada y a la noche, dieron el primer avance, pero viendo que murieron doce con el fuego del falconete, servido a metralla, se retiraron. Volvieron al amanecer del dia siguiente, i porque morian no pocos al rigor de las armas de fuego, se retiraron segunda vez, i entablaron proposiciones de ajuste. I como son hombres sin vergüenza, i que de nada hacen punto de honor, advirtiendo que el 21 llovia mucho, persuadidos de que el fue, go no podía hacer efecto, acometiendo tercera vez i esperimentando su engaño, se retiraron, i repitieron los tratados de paz. Por preliminar de ella pidió Ragñamcu se le entregase un cacique de la parcialidad de Repocura que el comandante de la plaza tenia en rehenes, i este oficial, que nada mas tenia de militar que la patente, obrando lijeramente le entregó, contradiciéndolo sus subalternos. Esta lijereza le hizo concebir a Ragñamcu que en los españoles habia miedo i terror, i dieron cuarto ataque, pero tan vivamente que avanzaron a picar con echar las murallas que eran de terraplen, i ruinosas por las aguas, i por un incendio que padecieron un mes ántes las obras interiores contiguas a ellas. En este avance murieron cincuenta indios, i se retiraron a las cinco horas de la tarde, escarmentados de modo que no volvió Ragñamcu a probar fortuna.

Cuatro dias después entraron en la plaza doce españoles que conducidos de dos indios de paz caminaron por veredas escusadas, i condujeron alguna pólvora i balas enviadas a todo riesgo por el comandante de la del Nacimiento, suponiendo en Puren la, escasez que tenia de estas municiones. Poco despues llegaron otros cincuenta soldados enviados por el comandante jeneral de la frontera (30 de marzo de 1723), i en seguida de ellos este jefe a la testa de un escuadron de cuatrocientos combatientes. Estuvo tres dias en la plaza, i en ninguno de ellos dejó de salir a darles buenos golpes de manos. Con estas surtidas le hizo algunas presas a Ragñamcu, i le quitó mucha parte del ganado que tomó en las estancias de los españoles, i todos los granos i otros víveres que tenia en su castillo de los Pantanos. Socorrido este establecimiento, regresó al de Nacimiento, dejando en aquél doscientos soldados de caballería a las órdenes del teniente jeneral don Juan Güemes Calderon, i de comandante de la plaza al maestre de campo de infantería, don José Antonio de Urra.

Este oficial puso la plaza en estado de defensa, limpió el foso, i levantó un rebellin de maderos gruesos. Vilumilla, que ya habia concluido la leva, pasó a tomar el mando del ejército. Envió a Rabñamcu sobre Puren, i él se apostó en las riberas del Biobio, que lo hizo pasar i repasar por partidas volantes en sus mayores crecientes. I reflexionando que no les perseguian, i que ya en el distrito de la Laja no hallaban presa, resolvió pasar él mismo con un cuerpo de treinta hombres, con destino de hostilizar las llanuras de Yumbel. El gobernador se hallaba en esta plaza, i orientado de la resolucion de Vilumilla, envió a su sobrino, el comandante jeneral de la frontera, pira que contuviese sus progresos, i divirtiese al araucano miéntras se acercaba el verano, i se juntaban las tropas españolas. La actividad de este jefe aprovechó los instantes, i buscó a los enemigos por las márjenes del Biobio. Le orientaron de su situacion los españoles que pudieron libertarse de su furor, i dio con ellos en las lomas bajas del rio Duqueco. Observó sus movimientos, i reconocidas sus fuerzas, les atacó cuando le pareció oportuno ejecutarlo (23 de agosto de 1723), i logró ponerles en precipitada fuga, que para salvar la vida no les dejó mas arbitrio que arrojarse a las impetuosas corrientes del Biobio, cuyas aguas sirvieron de comun sepulcro a casi todo aquel desordenado ejército. Alcanzó el comandante jeneral Salamanca esta victoria, no por superioridad de fuerzas, que por esta parte era de mui incierta suerte, i la debió a la casualidad que diremos. Poco despues de comenzada la funcion entró al campo de batalla el capitan de milicias don Juan Anjel de la Vega con su compañía; el dia era opaco a causa de una nebulosa llovizna, i oida de los enemigos la marcha que tocaba la trompeta, no pudieron distinguir su número, i el miedo les finjió que entraba al ejército español un grueso refuerzo, i sin la mayor premeditacion ni pretension alguna de su jeneral, resolvieron, cada uno de por sí, retirarse, i lo ejecutaron tan desordenadamente que fué fácil derrotarles, i regresó victorioso Salamanca.

Vilumilla, que era hombre de espíritu verdaderamente grande, nada perdió de su animosidadad; unió las reliquias de su derrotado ejército con el que bloqueaba a Puren; envió a Ragñamcu a los Andes para que empeñase a los pehuenches en la guerra, i estrechó el asedio de aquella plaza con la idea de resarcir con su rendicion las pérdidas de la pasada desgracia. No salió con ello, pero logró quitar la vida a su comandante don José Antonio de Urra en una salida que hizo contra un destacamento de los indios que trabajaban en estraviar las corrientes del rio que daba agua a la plaza. I si la animosidad del mestizo Bayotaro no hubiera atravesado con las lanzas a su caudillo toda aquella tropa hubiera sido víctima de la inconsideracion del caballero Urra. La plaza tambien hubiera corrido la desgraciada suerte que le habia proporcionado aquella impremeditada surtida, hecha contra todo el arte de la guerra; no podian los enemigos salir con la idea de quitar el agua, ni la plaza tenia guarnicion para surtidas. Don Juan Güemes Calderon estuvo a la mira de las resultas. Salió con cien caballos; unió la tropa que no pereció en el primer ímpetu de los bárbaros, i con buen Orden la retiró de la plaza, aunque con el comandante i veinte hombres ménos.

Con esta partida, i otras de ménos consideracion que ya habia tenido quedó mas débil aquella guarnicion, pero apesar de los continuos valerosos ataques con que la molestaba el arrogante Vilumilla, la mantuvo el teniente jeneral Güemes Calderon, haciendo vigorosas defensas. En las demas plazas nada hubo de consideracion; en los primeros amagos fueron escarmentados los enemigos con el fuego, i desistieron del empeño de rendirlas.