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Crónicas
Tomo II
Capítulo CIV. Se levanta un reducto en el boquete de Antuco - Vuelve Lebian tercera vez contra la plaza de Santa Bárbara, i se retira - Sale el Maestre de Campo a campaña, i es llamado del Gobernador a la ciudad de La Concepcion.

Las continuas irrupciones de los pehuenches pedian la fortificacion de los boquetes o puertos de los Andes que conducen a la isla de la Laja, i el maestre de campo determino se hiciese. Para esto acordaron levantar un reducto en el de Antuco, sobre el confluente de los rios Tubunléu i Laja. I porque en aquellos remotos paises están persuadidos de que todos los estranjeros son insignes matemáticos i excelentes injenieros, el 28 de diciembre de 1769, dia de los inocentes, confiaron este cargo a don Ambrosio O'Higgins de Vallenar, vasallo del rei de Inglaterra, que por haber tenido la desgracia de quebrar en cantidad de pesos en efectos comerciables con que le habilito el comercio de Cádiz, para que puesto en una lonja de la ciudad de Lima en el Perú, los vendiese, se dedico a servir de aventurero en aquella frontera el 26 del espresadó diciembre. Le dio el maestre de campo para esta espedicion un escuadron compuesto del capitan don Francisco Arriagada, del subteniente don Andrés de Alcázar i Zúñiga, hoi conde de la Marquina, veinticinco dragones veteranos i seiscientos milicianos de caballería con su comandante don Manuel Seguel. Buen principio para entrar a servir es comenzar por donde acaban otros, i a donde muchos oficiales de mérito jamás pudieron llegar; puede mucho la precaucion.

Puesto don Ambrosio en el paraje (31 de diciembre, 1769) i reconocido el sitio para la fortificacion, pensó adelantar algo a su comisiona i sin órden ni noticia de los jefes resolvió buscar, a los pehuenches en las cordilleras de los Andes. Propuso la idea a los capitanes Arriaga i Seguel i a los principales oficiales que tenia a sus ordenes, i éstos aprobaron el pensamiento i se profirieron a la espedicion. En la primera marcha de esta peligrosa espedicion (2 de enero de 1770) llegaron al paraje nombrado los Chacayes, cerca del elevado monte del volean de Antuco, al oeste de él, i camparon sin disposicion ni orden militar; (porque don Ambrosio no tenia de militar mas que ocho dias) las ordinarias formalidades i precauciones que debe observar cualquiera tropa que marcha, principalmente en pais enemigo, i cada uno echo pié a tierra en donde le pareció que estaría mas acomodado para pasar la noche. En la segunda paso al valle de la Cueva, situado al oriente del primer cordon de los montes andinos, i cada uno hizo el alojamiento donde hallo paradero para que pasturase su caballo. Seguel i otros oficiales de milicias i el mismo don Ambrosio -me orientaron en el desgreño de esta espedicion, i añadió el último que si hubiera sido atacado de cincuenta pehuenches, todos hubieran perecido. Conoció Seguel el evidente peligro a donde los conducía la honrosa ambicion de don Ambrosio, i manifestó a sus oficiales i a otros labradores, sus llamaradas, su intencion d,e no pasar adelante, antes sí, la de volverse. "Vamos vendidos (les dijo) con este modo i sin la mas remota esperanza de premio, pues saliendo bien (que es caso negado) de esta desgreñada espedicion, don Ambrosio hará abultados papeles para sacar un. gobierno i nosotros no saldremos de la esfera de labradores trabajando en nuestras estancias." Don Ambrosio, que no estaba distante del alojamiento de Seguel, oyó la conversacion; i aprovechándose del aviso de su infalible derrota, determinó la retirada al ideado reducto, que era el verdádero, único i útil objeto a que fue comisionado. No se olvido don Ambrosio de la reflexion de Seguel, i cuando ya se vio en mediana elevacion hacia memoria del pronostico.

Al mismo tiempo que el maestre de campo hacia marchar a don Ambrosio con destina de fortificar el punta de Antuco, juntaba Lebian su jente para, repetir otro ataque contra la plaza de Santa Bárbara, i por eso no fue don Ambrosio descubierto de los pehuenches en la espedicion de la Cueva i logró regresar sin esperimentar su ruina; lo reservaba la fortuna para instituirlo su primojénito. Con su acostumbrada bizarría atacó Lebian tercera vez la plaza de Santa Bárbara (28 de diciembre de 1769). Su comandante lo puso en noticia del maestre de campo i le avisa la escasez que tenia de municiones de guerra para defenderse con la espresion de no quedarle pólvora para tres horas de fuego. Se repitió otra junta de guerra i fué el incepdio de Troya; reventó la mina que ardia en los corazones, de los buenos i animosos oficiales. Propusieron la salida del ejército como indispensablemente necesaria para socorrer aquella plaza i cortar a Lebian la retirada tomandole el boquete de Villucura, " La resistió el maestre de campo con todo el peso de la autoridad i se volvieron contra él aun sus mismos amigos i partidarios. Los émulos que tenia, en la junta con maliciosa:moderacion callaban i le dejaban errar i sus amigos. voceaban i le improperaban de cobarde; de modo que se concluyó la junta sin concluir cosa alguna. I para ocurrir al objeto de su convocacion mando el maestre de campo que Freire i el teniente don Bernardo Baeza, intimó amigo suyo, marchase con quinientos milicianos de caballería i condujese a la de Puren otro repuesto de víveres, i a don Antonio de Ugarte, teniente de la compañia de dragones de la rema, con dieziocho soldados de ella para refuerzo de su guarnicion, i que puesto sobre la ribera del Biobio, a vista de aquella plaza, se me permitiese elejir doce milicianos i con ellos pasase a la de Santa Bárbara, Con orden de poner en ella, a todo costó, cuatro quintales de pólvora que :se me entregaron en dos barriles. Don Domingo Ivárez Ramirez, natural del Ferrol, ayudante mayor graduado de capitán que hacia las fupciones de sarjento mayor, uno de sus amigos i el que mas le habia improperado de cobardia, to-davía enardecido decia que habia otros capitanes i mas antiguos que Freire; que la introduccion de la pólvora en la plaza de Santa Bárbara, bloqueada por Lebian, era dudosa como lo ma nifestaba la orden de verificarla a toda costa; i que no se sacrificaba a un oficial con tan corto número de tropa, sino en el caso de seguirse del sacrificio la salud del ejército, que bien seguro,estaba debajo de las murallas de la plaza haciendo gastos al erario sin utilidad. Secamente se le contesto que hiciese lo que se le mandaba sin replicar. Se nos dial la orden i aprontada la tropa (28 de diciembre de 1767), marchamos dentro de media hora i ;al anochecer el mismo dia estuvimos sobre Puren

Quedó Ugarte en ella. Freire regresó a la de los Anjeles i yo aquella misma noche emprendí mi marcha para la de Santa Bárbara, i al amanecer el diá siguiente a vista de los enemigos me puse bajo el cañon de la plaza i entré en ella con felicidad, de cuya resulta abandono Lebian sus ideas i regreso a su pais.

En estas circunstancias tuvo noticias el maestre de campo de que el gobernador estaba cerca de llegar a la ciudad de la Concepcion i se vio en la necesidad de tomar otras medidas i variar de idea. Resolvió entonces poner en movimiento el ejército con designio de municionar las Mazas de la línea i de pasar al boquete de los Andes de Villucura i levantar un pequeño fortin (3 de enero de 1770) en el paraje llamado San Lorenzo. Se puso al fin en campaña despues de haberlo rehusado en ocasiones oportunas que le hubieran sido mui favorables i llego a la plaza de Santa Bárbara. Puso su campamento bajo el cañon de este establecimiento con la espalda, i a la izquierda cubierto con la barranca del Biobio, i sus fosos i el costado derecho bien resguardados con los edificios del hospicio de relijiosos misioneros del Colejio de Propaganda, donde tomó su alojamiento. Aquella noche no lo pasaron bien, estuvieron sobre las armas porque una patrulla de las tropas milicianas al ¿quién vive? de otra respondió en idioma pehuenche i ésta se sorprendió i dio parte sin reconocerla; orientado el maestre de campo de esta novedad mando tocar la jenerala, tan sobresaltado estaba, que pocos dias ántes la habia mandado tocar en la de los Anjeles una vez a las once de la mañana porque el aire levantó polvareda a distancia de una legua, i otra porque desfilando a media noche un rebaño de cabras por las inmediaciones de un baluarte, hallándose este jefe en él, le pareció tropa de caballería, i no respondieron al quién vive sin duda porque aquellas cabras no entendían el idioma i formalidades militares. Yo, que siempre he gozado de temperamento sosegado i de un espíritu filosófico, me reia interiormente de estas bufonadas i procuraba disculparlas cuando los parleros ¡fogosos las murmuraban.

Allí dispuso el caballero maestre de campo que pasase al sur del Biobio una partida de veinticinco soldados de, caballería veterana i cuatrocientos cincuenta milicianos, i porque estaba decretado que todo lo habia de errar, lo estaba también que las comisiones de poco riesgo i problamente ventajosas las encargase a sus amigos i partidarios con esclusion de los del partido del reverendo obispo i aun de los indiferentes, i de esta última clase éramos algunos subalternos. Dió la presente al teniente don Laureano Bueno con orden de sorprender a Colhueman i Pichuncura, conocido éste por el apodo Monte de Pollon, capitanes de las parcialidades de Quilacura i RucaAlhué, i para divertirlos se movió hacia los Andes, barajando la ribera septentrional del Biobio i campó en las llanuras de Coinco, tres leguas cortas mas arriba de la plaza, rio por medio, al frente de las parcialidades espresadas. Estos, abandonadas sus chozas por expuestas a una sorpresa, se internaron media legua mas adentro, i se hallaban inmediatos a una montaña cosechando una sementera de trigo escoltados de cuarenta indios armados. Adquirida está noticia i la del paraje de su situacion por un indiecito que hicieron prisionero, el teniente Bueno, que ya tenia dadas pruebas de poca animosidad, se arredró imajinando un cuerpo de pehuenches superior al que llevaba a sus ordenes, que cuando fué comandante de la de Santa Bárbara debió saber que no le habla ni podian tenerle aquellos. capitanes, i con el pretesto de no tener órden para buscar los enemigos en la montaña sino en la llanura de su ordinaria residencia, malogro la ocasion de desbaratar la pequeña partida de Colhueman i Pichunmanque, que sin duda hubieran sido muertos o prisioneros.

Cayo, en fin, sobre las chozas que halló solas i sin mueble alguno, i las entregó a las llamas. De allí se retiró mui desairado, i repaso el Biobio; mas no se le hizo cargo de !su desacierto aunque fué notorio, i se miró con disimulo al favor de la decapitacion de nueve pehuenches que hicieron los de la campaña de forajidos en el paraje donde debia obrar el oficial.

Miguel Riquelme, hombre flajeriosísimo, capitan de esta compañía de bestias feroces, con doce de estos tigres, i dos soldados de caballería veterana, disimuladamente se separó de la partida, i marcho en solicitud de sorprender a aquellos capitanes. Entró en funcion con ellos, i a vuelta de escaramuzas les mató los nueve pehuenches que dijimos, les hizo huir, les quitó algunas indiecitas, i ni uno de los quince volvió sin presa.

Luego dejó el maestre de campo aquel campamento, i apartado del útil pensamiento de fortificar el boquete de los Andes de Villucura, deshaciendo sus marchas por la misma vereda, volvio a la plaza de los Anjeles (enero 8 de 1770). En ella se hallo con orden del gobernador, que ya habia llegado a la ciudad de la Concepcion con cuatro compañías de infantería i caballería de milicias de la capital, i nada satisfecho de sus operaciones militares, le mando bajar a su presencia, i que dejando en la isla de la Laja una columna de mil hombres a las ordenes de un capitan con dos subalternos para defensa de la línea, condujese la, demas tropa veterana, de milicias hasta la villa Gualqui situada sobre el Biobio, seis leguas al sur de la Concepcion, en donde debia quedar a las odénes del teniente don Bernardo Baeza para disponer de ella. Se obedeció la disposicion del gobernador, i quedamos con la columna de la Laja, Freire, el teniente don Francisco Bello en calidad de primero i segundo comandante, i yo en la de ayudante. El maestre de campo salió para la Concepcion, i verificó su marcha con mas de tres mil hombres en treima i seis horas, con tanta celeridad que quedaron estropeados los caballos (enero 10 de 1770), e incapaces de servir en aquel verano, i presentado al gobernador fué recibido con desaire.