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Documento Nš 15 - CDHI, XXIII, 91-101.

Oficio del Virrey de Lima a la Suprema Junta de Santiago de Chile, de 12 de octubre de 1812.

Oficio del Virrey de Lima a la Suprema Junta de Santiago de Chile.- Cuando no veo al frente de ese hermoso reino sino espíritus ambiciosos, que aspiran a una gloria y poder personal con el pretexto de independencia; cuando no diviso sino hombres arruinados, que en los disturbios, disensiones y guerras civiles creen hallar un remedio a su desastrada situación, cuando advierto aniquilado el orden público, perdida la armonía social, y paz interior, desecha la unidad, y declarado el Reino con una proporción al desorden a no reconocer autoridades, y a convertirse en anarquía, sin espíritu público; sin amor a las instituciones nacionales, haciendo ludibrio y ultraje de la más grande nación, deseando su ruina y acabamiento, despreciando a sus valientes defensores y hermanos, insultando a los primeros y más altos magistrados de estos dominios, publicando en los periódicos alegrías insultantes, adoptando emblemas ridículos, y derramando noticias las más falsas y opuestas a la autenticidad de los hechos para sorprender el ánimo de los pueblos, y apercibirlos a su ruina y desolación me vienen Vms. en su carta de 29 de agosto último diciendo que descansan en la rectitud de sus intenciones, y que la tranquiliza la aprobación de las Cortes de España, de la Regencia, de los Ministros más provectos y de la nación misma.

No ignoro la Real Orden de cuya letra se valen unos para esta aserción: pero siendo Vms. generosos y francos con sus sentimientos deben confesar que engañaron a la nación, dando a su conducta un viso de apariencia que jamás tuvo en la realidad, y que si tuvo algún ministro de los que llaman V.V. provectos que prostituyendo su carácter, y olvidando las muchas obligaciones que debía al Rey y a la Nación, protestase su representación a la sorpresa, llegará día que tenga que responder a tan criminal abandono.

Pero contrayéndome a los tres cargos que V.V. me hacen: primero sobre el aumento del precio del tabaco, que de esta dirección se remite a esa para los habitantes de ese reino; segundo sobre los corsarios armados que hostilizan los buques extranjeros que frecuentan esos puertos; y tercero sobre la protección que dispensa este superior gobierno al puerto de Valdivia que se ha substraído de la obediencia de V.V. diré sucintamente. Nada ha estado, ni está más distante de mis intenciones y de los sentimientos de mi corazón que afligir y hostilizar unos pueblos que componen una familia y son parte del Imperio Español. Los amo sobre manera como hermanos, estoy penetrado de su inocencia y acendrada fidelidad, sólo podré convertirme como mandatario del Rey y de la nación contra aquellos egoístas y ambiciosos que los seducen haciéndolos servir a sus criminosos planes, enemigos de su reposo, tranquilidad, orden y sosiego y verdugos de su patria; a estos trataré siempre de aniquilarlos para que no manchen la tierra con la sangre de sus conciudadanos, y empeñaré todos mis esfuerzos por restituirles la paz interior y social, armonía de que han sido despojados, pues, la felicidad del reino no está vinculada a la prosperidad de uno, dos o más individuos usurpadores del poder soberano en la patria.

El Virrey y Capitán general del Río de la Plata me mandó en parte de pago de las ingentes sumas que adeudan aquellas provincias a estas cajas, las libras de tabaco que dicen US. haber comprado en la Habana; la conducta de aquel jefe se arreglaría por las hostilidades que le hacen V.V. privándole de todo auxilio y socorro aún en sus apuros mayores y aflicciones: tendría presente que el puerto de Montevideo, lugar de su residencia, no había hecho a V.V. ni al reino que se han propuesto mandar, la menor vejación, para que se le tratase como a enemigo extranjero enviando tropas contra él en auxilio de los rebeldes de Buenos Aires, y en nada ofende la dignidad de mi encargo con admitir este pago, pues yo no debo revocar sus procedimientos ni me es permitido el juzgarlo cuando ambas autoridades son independientes, emanan de un mismo origen y deben proceder uniformes y a un mismo fin. El aumento de precio al tabaco en rama destinado a ese reino fue acordado en junta extraordinaria de Tribunales, por su acta de 4 de febrero último; y si yo me conformé con ella fue por la necesidad de aumentar el precio de los cosechadores, y los mayores costos que tiene en el día por las condiciones del puerto de su embarco para que no abandonasen este cultivo, que no les costeaba. V.V. sin tan justos y estrechos motivos y por causas menos equitativas, han puesto a toda clase de efectos a la salida de sus puertos un nueve por ciento, incluso los municipales sobre valor de plaza, y uno y medio más en quintal de toda la de peso. El trigo, sebo, charqui, menestras y todo fruto del país sufren este gravamen, y el uno y medio % de balanza y tajamar, todo lo que refluye en perjuicio de los consumidores de esta capital y provincia. Por estos datos verán V.V. que yo como apoderado de la Nación española estoy necesitado a obrar en obsequio de la unidad, integridad y conservación de su gran familia mientras V.V. por embarazar estos fines y dividirla para su más pronta destrucción, y acabamiento; mejoren V. V. en hora buena sus frutos, hagan V.V. que la provincia de Saña pierda los ingresos que imaginan, y cuenten V.V. que la extorsión la habrán hecho a su misma patria; procuren V.V. que esa dirección satisfaga a esta prontamente los 61.613 pesos, y de tres mil fardos que condujo la Fragata Sacramento, pues de lo contrario faltan capitales para sostener la factoría de Chiclayo que únicamente sirve a esa negociación, y no habrá arbitrio para socorrer a ese reino, de este artículo que ha formado el gusto del consumidor.

En orden a los corsarios armados en este apostadero para hostilizar los buques extranjeros que frecuentan esos puertos en uso de aquella libertad consiguiente a la igualdad de estas provincias con las de la Península, es de notar que V.V. califiquen por ofensivo un procedimiento tan peculiar a mi alto encargo que es perseguir al enemigo, y evitar el contrabando a cuyo fin me mandan las leyes de estos dominios, que tenga siempre la gente apercibida y alistada en forma de prevención, y que todas las justicias políticas, militares, den favor a los capitanes, y cabos que fueren contra ellos, sin entretenerse con contradecir, ni conocer las órdenes que llevaren, ni detener los navíos, antes sin proveerlos de todo lo necesario si lo pidieren. Todo enemigo de la nación, y el contrabando son los dos únicos objetos que persiguen, que cuando falten a estos deberes serán devueltas las presas que hicieren con los daños y perjuicios que causasen. V.V. no habrán visto bloqueados sus puertos, ni embarazado el comercio permitido por las leyes nacionales, sino perseguidos solamente aquellos que abusando del desamparo de nuestras costas introducen con perjuicio del erario, de nuestra agricultura y artes, géneros y artículos de lujo que arruinan nuestras nacientes manufacturas que quitan todo estímulo al trabajo, fomentan la ociosidad, obstruyen el aumento de población, relajan las costumbres, nos despojan de nuestras riquezas, que después convierten en nuestro daño, y hacen infelices a innumerables familias que se sostienen de la labor y acaban con nuestros artesanos. No se presten V.V. tan dóciles a las malignas sugestiones de alguno o algunos extranjeros, que tomando la inocente piel de corderos, son unos lobos, unos tigres, que devoran cuanto ven, introduciendo un veneno que acaba y aniquila el cuerpo político, haciendo irrisión y mofa de nuestra hospitalidad, y noble carácter, que califican por ignorancia, lo que quiere ese Mr. Bresfon emisario de Bonaparte, supuesto cónsul americano, que tienen V.V. a la inmediación, es ver la América española en un estado deplorable, que se destroce en facciones y partidos, y que la guerra civil se encienda entre unas y otras provincias, para que faltando la unión entre sí, no le quede ni aún la triste esperanza de salvarse de las garras del tirano de Europa, o de algún otro usurpador que haga de estos ricos y preciosos dominios una melancólica mansión de esclavos, si la suerte de la Península se decide desgraciadamente, que no es posible.

Se dice también en la carta que conservo, que V.V. se hallan con avisos reiterados de que se espía las operaciones de ese gobierno: son a la verdad demasiado públicas para entrar en la fatiga de inquirirlas; y si no hubiera sido tan franco, y generoso el asilo que he prestado a los naturales de ese reino, y sus vecinos, ni sufriría esta impostura mi carácter, ni llenarían V.V. sus periódicos de anécdotas falsas, que pondrán en último desprecio el que publican: cuenten V.V. que no ha de ver las intrigas, y el artificio del enemigo que les aflija sino el cañón, y el fusil, cuando la razón y la verdad pierdan todos sus derechos.

El último capítulo es la protección, que dispensa este gobierno, al puerto de Valdivia, que se ha separado del la obediencia de que reside en esa capital: lo que hayan V.V. opuesto a todos los principios de justicia y política, porque la demarcación de las provincias, los límites de la extensión de las autoridades es una parte de la legislación demasiado respetable para transgredirlas. Las continuas vicisitudes, y alteraciones que ha sufrido y sufre el gobierno de esta capital, las facciones y partidos, que unos a otros se suceden, y el ningún sistema que guarda, el ver a la fuerza usurpada dando la ley que dicta el capricho y arbitrariedad, y un sinnúmero de males de que están amenazados los inocentes pueblos, ha hecho ver a Valdivia, que no debe sepultarse en un volcán devorador cansado de la anarquía, que experimentaba, fomentada en sus principios por sus párrocos, y pastores, ministros de la paz y lenidad; ha visto, que aquel poder que demarcó los límites y señaló la autoridad inmediata, a la que debía prestar homenaje, y obediencia, ya no se respeta, y que su imagen ha sido sojuzgada, abandonada, despreciada y separada por la usurpación y la fuerza, que un intruso gobierno quiere arrebatar el consentimiento de los pueblos, y que las leyes todas, así religiosas como políticas, se le resisten. A la verdad, parece cosa muy notable, que crean V.V. que la demarcación de límites sea un principio de justicia para seguir la suerte de la capital; pues en este caso los pueblos, dependientes de las gobernaciones, y provincias de España, no estarían en obligación de libertarse del tirano, cuando éste ocupe, y se apodere por la fuerza de sus capitales, considero que haría una traición a los sagrados deberes de mi cargo, si no auxiliara y protegiera a todos los pueblos que quieren componer una familia con la grande nación española que admiten sus instituciones, usos y costumbres, que no renuncian su carácter, y que en la gloriosa contienda que sostiene, no la desamparan, ni dilacerán sus entrañas, porque la firme unión entre sí, es la sola esperanza de salvarse.

Admitan V.V. la Constitución nacional de que acompaño un ejemplar y que con inexplicable placer y júbilo, acaban de jurar los pueblos españoles y entre ellos esta inmortal e insigne capital que tengo el honor de mandar; condenen V.V. a las llamas y a un eterno olvido las que están para adoptar, y tienen puesta a examen, como un eterno baldón de ignominia, y el más feo borrón de la fidelidad del reino; y cuenten V.V. con cuantos auxilios pueda y deba prestar; y de lo contrario las tropas reales que puestas al norte de este virreinato deben descansar ha mucho tiempo en la capital de Quito, y las del Sud, que posesionadas ya del Tucumán, continuarán estrechando la infiel capital del Río de la Plata, dejando quieto y tranquilo el Perú, se abrirán muy en breve, paso por esas cordilleras, que consideran V.V. inaccesibles, y tomando sus victoriosas banderas bajo su protección a esos inocentes y desgraciados pueblos, acabarán con los ambiciosos y usurpadores, y tiranos que los oprimen. No den V.V. lugar a este día triste y muy funesto a los sentimientos de mi corazón, y renunciando todo plan, vinculen V.V. la unión, paz y reposo interior entre esos hermanos, pónganlos V.V. a cubierto de la desolación y ruina y sean autores por esta vez de su felicidad. Dios guarde a V.V. muchos años.

     Lima, 12 de Octubre de 1812.- El Marqués de la Concordia.

     Señores don Pedro José Prado Jaraquemada.- Don José Miguel de Carrera.- Don José Santiago Portales.