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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Anexos
Documento Nš 25. - CDHI, XXIII, 131-143.

Relación de Rafael de la Sotta sobre el desembarco de la expedición española en Talcahuano en marzo de 1813.

El día... [1] de Marzo de 1813 entre doce y una del día arribó al puerto de San Vicente la expedición enemiga que se dirigía de Chiloé y Valdivia en cinco buques, de los que eran dos fragatas y tres bergantines. A las 4 ½ de la tarde dio fondo en el surgidero de la boca del río Lenga; y en el momento se conoció ser expedición enemiga dirigida de Chiloé por la construcción de las chalupas, y demás embarcaciones menores que incontinenti echaron al agua, distinguiéndose sobre cubierta mucha gente, todo lo que comuniqué incontinenti al Gobernador Intendente de la ciudad de la Concepción (la ciudad dista de aquel punto 2 ½ leguas, y de Talcahuano 3 ½) pidiéndole su dictamen de lo que debería de hacer en aquel caso; no tuve contestación alguna. En el entretanto, y en cuanto me fue posible me puse en defensa con mi corta guarnición que se componía de 150 hombres. A las 8 de dicha noche se me avisa por mis centinelas avanzadas que el enemigo se hallaba desembarcado en dicha boca de Lenga (dicho río dista de Talcahuano 1 ½ legua), monto a caballo, diríjome a aquella ensenada en compañía de 2 Dragones, los cuales fueron sorprendidos y tomados prisioneros por una avanzada que ya tenía en tierra el enemigo, y yo escapé de sus garras por el quite que naturalmente hizo mi caballo al tomarlo por las riendas, eché en huida, y la oscuridad de la noche me libertó que me volteasen con los muchos tiros que me tiraron. Me dirigí a aquella hora que serían más de las 9 ½ a los cañones de a 24 de la explanada de San Vicente, que tenía abocados a tierra, y antes de llegar allí encontré en aquellos médanos de arena al Secretario del Gobernador Intendente de la Concepción, don Santiago Fernández, perdido y solo, y le impuse todo lo ocurrido, y que se dirigiese inmediatamente a comunicarlo al señor Gobernador para que caminasen las fragatas de refuerzo.

Llegado que fui a dicha explanada, hice descargar por elevación los dos cañones, bastante señal para demostrar a la ciudad que había novedad, como para alarmar la poca gente que tenía en las alturas de Talcahuano, creyendo fijamente ser atacado aquella misma noche, y ocupando treinta hombres para sostener aquellos cañones, tuve a bien enterrarlos, y traerme las cureñas replegando esta tropa para aquellas alturas. Apresurando yo solo el paso para llegar a la plaza a dar otras disposiciones, dentro de ella encontré tres sujetos montados con un traje extraño, les doy el quien vive, y después de retardarlo, me contestan: “El Intendente del ejército del Rey, que acaba de desembarcar en la boca del río Lenga, mandado por su general a hablar con el Gobernador Intendente de la provincia de la Concepción”. Le contesté que estaba bien, y que viniense conmigo a mi casa, que era el Gobernador de aquel puerto, a mostrarme sus credenciales, y que en el modo como los encontraba, parecía ser un espía enemigo. Me respondió, que conmigo no tenía nada que hablar, y así que los momentos urgían en la felicidad, o desgracia de aquel país, y así que le facilitara un soldado para que lo dirigiese a la ciudad, haciéndome responsable en su demora a las resultas.

Viendo el orgullo de      su respuesta le contesté echando mano a mis pistolas: “marchen por delante, piratas, si no queréis en este momento ser víctimas”; así lo hicieron.

Llegado a casa, mandé asegurar sus dos compañeros, exigí por sus credenciales, que aún se resistió a mostrármelas hasta que le ofrecí cargarle de prisiones, entonces me las entregó, con tres pliegos más cerrados y sellados para las corporaciones de la ciudad, Cabildo Eclesiástico, secular y Gobernador Intendente. En el momento sacando dos copias certificadas de las credenciales, a la una de la madrugada del siguiente día le remití una copia y los tres pliegos al Gobernador Intendente, quedando el Intendente del ejército real bien asegurado, todo lo que comuniqué Oficialmente al de la Concepción, diciéndole que   me instruyera qué debería de hacer en aquel caso en que me veía, que la fuerza que se combinaba por inteligentes que pueda venir en aquella expedición de desembarco en aquellos cinco buques menores, no puede ser más de 900 a 1.200 hombres. Esa noche antes me vinieron de refuerzo 80 hombres con 4 cañones de a 4. No tengo contestación alguna hasta las 11 del día, donde me remite tres pliegos cerrados de las corporaciones en contestación para que entregue al Intendente del ejército real, le ponga en libertad con sus compañeros, que lo eran su Secretario y un soldado, añadiéndome que como yo tuviere los objetos a la vista, y contando con 700 a 800 hombres entre infantería, caballería y artilleros que tenía dada orden marchasen en mi refuerzo, tratase si era posible sostenerme o replegarme con mi corta guarnición a aquella ciudad.

Viendo pues mi situación tan ventajosa, el entusiasmo de mis tropas que no se les oía otra voz que la de Viva la Patria, morir o vencer. Ver a un tiempo desde nuestra posición de defensa el refuerzo que nos venía, y que marchando a un paso regular, o nos uníamos o tomábamos al enemigo entre dos fuegos, según el camino que debía traer. Le contesté que sin pérdida de momento avanzasen las tropas, y se posesionasen de las alturas de la chácara de Manzano, ordenando al conductor del oficio, que fue abierto, se lo mostrase al Comandante que mandase la división en su tránsito. Así Se puse en defensa; a las dos de dicha tarde se movió el ejército enemigo, dirigiéndose sobre Talcahuano; a las tres se aproximó a tiro de cañón de mi calibre de a 24 una guerrilla de Dragones de 25 hombres que tenía afuera en expectación de sus movimientos; incontinenti que la avistaron le hicieron      fuego con 6 cañones del calibre de a 4 que traían de tren volante. Se replegó dicha guerrilla bajo de mis fuegos que a continuación se rompieron. Tres veces los puse en retirada en el mayor desorden.

Se supo después que la tropa gritaba que eso no era lo tratado, que cómo les habían ofrecido que no se les tiraría un tiro. Después de tres horas de fuego que les sostuve a 1.800 hombres que me atacaron, los cuales viendo mi resistencia, y que los destrozaba mi artillería, tocando a degüello avanzaron a bayoneta calada sobre mi artillería, y mis valientes soldados no abandonaron sus cañones hasta defenderlos con sus propias bayonetas después de clavarlos. De las tres partes de mi guarnición morirían 6, tomaron la población de aquel puerto, yo escapé por entre sus bayonetas mediante los pies de un famoso caballo. A cuantas personas encontraban por las calles, que quedaron, algunos godos los pasaban a cuchillo sin distinción de personas, mujeres y niños, encerradas en sus casas que a balazos forzaban las cerraduras, fueron asesinados; no saciando su furia con los que encontraron en el pueblo se dirigieron a los montes y a donde oían llorar muchachos o el menor ruido se estuvieron haciendo fuego hasta que la oscuridad de la noche los hizo replegar con el toque de reunión que fue cuando cesó el degüello.

El ejército de refuerzo que se alcanzaba a distinguir como llevo dicho al mando del traidor Comandante de Infantería, Ramón Jiménez Navia, en las tres horas que sostuve el fuego se divirtió en mi sacrificio, pues venía de entrega como lo verificó. A menos de una legua de    Talcahuano me encontré con el refuerzo y su comandante a quien a presencia de sus oficiales con aquella ardiente furia que respiraba mi    corazón en aquellos momentos, le dije mil insultos, e inflamados sus oficiales juntos conmigo, y aún aquella parte de tropa que nos rodeaba dijeron vamos y marchemos a morir todos o reconquistar Talcahuano; marchamos precipitados un corto trecho cuando Jiménez mandó hacer alto, y viniéndose a mí me dice: “como me subleva Ud. la tropa”. Contestele: “yo no la sublevo, ellas y, sus oficiales se vienen conmigo”, hizo presente que la orden traía del Gobernador Intendente de la provincia era que en caso de no llegar a tiempo del ataque, y que Talcahuano fuese tomado, se replegase a la ciudad con lo cual traslucí algún resfrío, y mandado en retirada sus tropas que obedecieron, me adelanté yo a la ciudad.

A poco rato que serían las o de la noche se presenta allí en palacio del Gobernador Intendente, donde yo me hallaba, el Intendente del ejército (el mismo que yo prendí) con oficio de intimación de rendición a la ciudad en el término de tantas horas. Se dio orden por su gobernador, para que se juntasen  las corporaciones reunidas, y leído que fue el citado oficio, se observó un gran silencio, hasta que el Deán Roa, y el Conde la Marquina prorrumpieron diciendo que lo que se debería hacer era capitular y de ninguna suerte ponerse en defensa, con cuya voz se fueron los más concurrentes. Concluido dicho razonamiento se me preguntó por el Gobernador Intendente, dijese mi sentir respecto yo me había batido con aquel enemigo, que fuerza consideraba creía la que me atacó, que con tan poca gente hice tanta resistencia; le contesté que me parecían serían poco más de mil hombres los cuales por tres veces se pusieron en retirada y logré disiparlos inmediatamente por lo que se demostraba ser unos reclutas, que su figura era de indios chilotes.

Peroró entonces el Intendente diciendo que tenía setecientos hombres con su correspondiente tren volante de artillería y que si con estos y las milicias, que se podrían juntar así de infantería, como de caballería no se podría hacer una rigurosa defensa en la mañana siguiente. Hubieron sus opiniones; la mía fue que de ningún modo debíamos aventurar una acción decisiva que me parecía, que sin pérdida de momento, se sujetase al Intendente del ejército real, se tratase de sacar todos los caudales, pertrechos de guerra y cosas preciosas de la ciudad; retirando igualmente todos los ganados. Que se citasen todos los cuerpos de milicias de la provincia, y se diese cuenta a la capital; y se retirasen todas las tropas a lo interior, tomando las mejores posiciones hasta reunir un ejército respetable para presentar acción. Dichas proposiciones se oyeron con resfrío de aquellas corporaciones. El Intendente propuso se le permitiese ir hablar con el Intendente del ejército real, a suplicarle que por la mañana se acordaría la contestación a lo que se accedió. Por la mañana juntas de corporaciones y todo el pueblo en el palacio se me aclama a mí por general de las tropas, que se separase a Jiménez, y que de nadie tenían la mayor confianza sino era de mí, en cuya inteligencia dijese mi dictamen, que fue el mismo antecedente con el que avinieron. Se ordenó incontinente a Jiménez, y a mí a replegar las

tropas para Puchacay. Se opuso el pueblo a que fuera Jiménez, pero después cedió. Marché yo por delante     llegado que fui al campamento les hice presente a los oficiales y tropa lo determinado por el Gobierno, pueblo y corporaciones, a lo que contestaron, “señor vamos allá, pero no sea cosa que nos entreguen a nosotros como entregaron a Ud. ayer sacrificando toda su guarnición”. Los disuadí de estas expresiones, y me contestaron “vamos”.

Enseguida me dirigí hacer presente lo mismo al cuerpo de Dragones que se hallaba a la retaguardia; antes de llegar a ellos me llama Jiménez y me dice “mal estamos, oiga Ud. lo que dice ese Cabo” “Señor, lo que hay es que la tropa no quiere pelear con nadie sino es entregarse a Lima y no hay otra voz que “Viva el Rey” a lo que contesté, este hombre está loco o ebrio, se entonó este a un mismo tiempo con compañía de Granaderos, y levantándose el tumulto un Granadero me toma por la solapa del uniforme diciéndome que me retire, y, que no obedecen otras órdenes que las de don Ramón Jiménez y del Gobernador don Pedro [José] Benavente, y tirándome así a un lado trato de tomar mi caballo para escapar, me tiran dos tiros, no me aciertan, huyo a una     vista de las tropas que se dirigen a tomar la Plaza aclamando al Rey. Receloso de mi Ordenanza trato de separarme y tomo el camino solo para Penco el Viejo con ánimo de embarcarme en la lancha cañonera (que escapó de la toma de Talcahuano) para dirigirme en ella para Valparaíso. Reflexiono en el camino la tardanza que por los tiempos podrían motivar largo viaje y combinando convenía más mi ida por tierra, me determiné a ser yo el conductor de esta infausta noticia al Gobierno. En mi tránsito por dicho Penco solicito al patrón de la citada lancha para ordenarle se hiciese incontinenti a la vela con su tripulación para Valparaíso, haciendo víveres en aquella costa; haciéndole responsable de las resultas, si así no lo verificaba; que al Comandante de aquel puerto no comuniqué nada por parecerme sospechoso. Así tomé mi ruta por aquellas montañas, solo hasta llegar a media noche a la villa de Coelemu.

Al amanecer del siguiente día continué mi viaje, y a medio día llegué a la villa de Quirihue, encontrando en el camino el regimiento de dicha villa, que con su Coronel don Antonio Merino, se dirigía para Concepción, le hice presente lo ocurrido, y así que se regresase y oficiase a la capital de Santiago ofreciéndose marchar por aquella raya de su jurisdicción, como lo verificó, y con el mismo propio oficié yo al superior Gobierno todo lo sucedido en Concepción y Talcahuano. En la misma tarde encontré los dos regimientos de Cauquenes que marchaban igualmente para Concepción, los hice regresar y oficiar en los mismos términos que el antecedente; cuyas noticias fueron las primeras que recibió el superior Gobierno. Así es que en la villa de San Fernando a los tres y medio días de camino encontré al Presidente de la Junta de Gobierno don José Miguel Carrera, que con una escolta de diez o doce hombres se dirigía precipitado a la ciudad de Talca a donde formó su cuartel general, a quien le informé muy pormenor todo lo ocurrido. Desde aquel punto empezó a dictar las más felices y acertadas providencias. El dinero que venía de Concepción se salvó y con ardides se tomó prisionera una partida de 30 Dragones bien armados con su Comandante, que venían en seguimiento de los caudales.

La suerte a porfía y el gran Dios favorecía nuestra débil fuerza, tanto que infundió temor al enemigo con los progresos de la primera acción de las Yerbas Buenas, y en seguida el ataque de San Carlos; que los obligó a encerrarse en Chillán, y nosotros reconquistar la ciudad de Concepción y su puerto; tomarles prisionera la fragata Tomás que venía de Lima con el refuerzo de 30 oficiales desde Brigadier inclusive, cincuenta mil Pesos y demás pertrechos de guerra.

El superior Gobierno que nos regía se creyó estar concluida la guerra con estas operaciones, y desde aquellos momentos no trató de otra cosa sino fue quitar a los señores Carreras; llegando al extremo de no franquear ningún auxilio al ejército, antes sí proteger la deserción de los oficiales y tropa, y por último los mandó entregar al enemigo después de haber ellos entregado el mando. Rafael de la Sota.

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[1]

En blanco en el original (N. del E).
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