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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
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Documento Nš 46 - CDHI, XXIII, 210-222.

Relación de la Junta de Corporaciones del 6 de octubre de 1813.

Nada debe ser más conveniente en los gobiernos populares, que la ilustración del pueblo en sus pecu­liares negocios. Por esto en España se dan al público las discusiones de las Cortes, con expresión de las opiniones particulares de los diputados; y este ejemplo lo tomaron los españoles de las naciones más ilustradas del mundo. Los que sirven al pueblo deben dar cuenta al pueblo mismo de su conducta. De esta suerte, los buenos tienen la satis­facción de hacer ver su justicia, y los débiles son conocidos sin la menor equivocación. Demos, pues, cuenta por la primera vez a los pueblos de Chile, y a todo el mundo, del celo con que desempeñan sus encargos los funcionarios públicos.

El día 6 del corriente fueron convocados en la sala del gobierno, los tribunales, corporaciones y prelados de la capital, para resolver la providencia que se debía tomar en las críticas circunstancias en que se halla la patria. El Gobierno hizo presente a aquella asamblea, que se veía en la precisión de renunciar su cargo, porque lo consideraba ilegítimo; porque siendo esta opinión demasiado general y bien fundada, no podía contar con la aceptación de los pueblos, que conviene en todos tiempos, para manejar con acierto los arduos negocios del Estado.

Se leyeron los votos de los vocales del Gobierno y del Senado, de los cuales resultó que todos, ex­cepto don Francisco Ruiz Tagle y don Manuel Araos, eran de opinión que se convocase al pueblo para que dijese si era su voluntad que quedase todo en el estado en que se halla, o determinase lo que juzgara conveniente.

El Senador Henríquez mani­festó en un breve discurso, la nulidad del Reglamen­to Constitucional, y la violencia que se hizo a los pueblos en las elecciones de Gobierno y Senado, concluyendo con que se hiciese nueva elección po­pular. Después de esto pidió el Presidente de la Junta los votos de las corporaciones, y fueron por el orden y al tenor siguiente:

El Regidor don Antonio José de Irisarri dijo: que creía no hubiese un solo hombre de bien sobre la tierra, que dejase de confesar la nulidad de la Constitución y de las elecciones del Gobierno, del Sena­do y del Cabildo; que todo había sido obra de la violencia, de la fuerza y de la arbitrariedad; que los pueblos sólo podían darse por satisfechos del ultra­je que habían recibido, reponiéndoles en el goce de sus derechos, para que eligiesen sus gobernantes con entera libertad; que si se temía la demora que necesariamente bahía de traer una convocación ge­neral, se nombrase interinamente el Gobierno por los sufragios de la capital, haciendo entender a los demás pueblos del Estado, que las circunstancias no permitían consultar la voluntad de todos ellos; que siendo la Constitución nula a incapaz de proporcionar el bien del Estado, no merecía la menor consideración; y que el Senado, que era un cuerpo que nada podía influir en el buen manejo de los negocios de la patria, y cuyas facultades no estaban bien determinadas en la Constitución, debía sus­pender sus funciones en el momento, hasta que el pueblo determinase lo que fuese de su soberano agrado; que todo esto podría quedar evacuado en el día, citando para aquel mismo lugar a todos los vecinos padres de familia, y reputados ciudadanos.

El Regidor don Silvestre Lazo dijo: que la nuli­dad del Gobierno, del Senado y del Cabildo eran demasiado conocidas para detenerse en hablar de ellas; que se conformaba con la citación del pueblo, para que votase libremente por los individuos que quisiese emplear en estos destinos.

El Regidor don Matías Mujica dijo: que su voto era el del anterior.

El Regidor don Miguel Ovalle dijo: que a pesar de que conocía la nulidad del Gobierno y del Se­nado, creía que no se debía tratar de otra cosa que de nombrar el vocal que faltaba en la Junta, y que esta elección se hiciera por el pueblo.

El Procurador General de Ciudad don Anselmo de la Cruz dijo: que la nulidad de que se trataba era una cosa de poco momento; que desde Adán hasta hoy todos los gobiernos del mundo habían sido tan ilegítimos como el nuestro, a excepción del de Saúl, que fue ungido por el Señor; y que en esta virtud era de opinión que todo siguiese como hasta aquí, y que sólo se procediese a nombrar el Vocal que faltaba por el Senado.

El Regidor don José María Guzmán dijo: que creía de necesidad que se pusiese al pueblo en libertad Para que eligiese Gobierno, Senado y Cabildo.

El Regidor don José María Rozas repitió los vi­cios de la Constitución y de las elecciones; dio al Gobierno las gracias por haber proporcionado al Estado de Chile un día tan glorioso, en que después de tanta opresión se permitía a los hombres hablar con su corazón y conforme a los principios de la libertad; dijo que su voto era que se convocase al pueblo para que se procediese a elegir libremente sus funcionarios; y que esto se podía verificar por medio de los inspectores y prefectos de policía, sin exponer la ciudad a la menor inquietud.

El Regidor Secretario don Timoteo Bustamante dijo: que conocía la nulidad de todo lo que se había obrado desde la extinción del Congreso; Pero que creía conveniente la continuación de todas las cosas presentes hasta que variasen las circunstan­cias actuales.

Se le arguyó por el Senador don Juan Egaña con la dificultad de que habían [había]seis vocales, no debiendo ser mas que tres, y le pidió dijese cuá­les eran los que debían gobernar.

Entonces con­testó que se conformaba con el voto de don José María Rozas.

Los regidores don Antonio Hermida y don Juan Francisco Barra expusieron su voto por la nueva elección popular, conformándose con cuanto había expuesto el Senador Henríquez.

Los alcaldes don Jorge Godoy y don Joaquín Trucios, votaron al tenor de los dos regidores an­teriores. Los prelados de la Merced, San Agustín, San Juan de Dios y Santo Domingo votaron conformes por la elección popular.

El Padre Custodio de San Francisco, Fray F. Bauzá, dijo: que se conformaba con el voto del Pro­curador de Ciudad. El Prior del Consulado don Pedro Nolasco Valdés dijo: que se conformaba con el voto de don José María Rozas. El Cónsul don José Mariano Astaburuaga dijo: que era de la misma opinión y del mismo voto del Senador Henríquez. El Cónsul don Agustín Gana dijo: que su voto era que continuasen todas las cosas en el estado actual, hasta la reunión del Congreso, que debía, convocarse a la mayor brevedad. El Prefecto don José María Ugarte dijo: que se conformaba con los votos de los Senadores Egaña y Henríquez. El Prefecto don Francisco Javier Errázuriz dijo: que su voto era el del Senador Henríquez. El Administrador del Banco de Minería don José Ureta dijo: que se conformaba con el voto del Procurador de Ciudad.

El Diputado de Minería don Feliciano Letelier dijo: que su voto era conforme al de don José María Rozas, agregando que se diese un manifiesto a los pueblos del Estado, en que se les hiciese ver que la necesidad había obligado al vecindario de esta capital a elegir por sí solo sus gobernantes, sin es­perar el voto general de todos.

El Comandante de Voluntarios don José San­tiago Luco dijo: que era del mismo voto que el Se­nador Henríquez. El Coronel don Manuel Barros dijo: que era de la misma opinión del Procurador de Ciudad, y que sólo se procediese a nombrar el Vocal que faltaba en el Gobierno, debiendo recaer esta elección en un militar. El Prefecto don Mariano Lefevre dijo: que se conformaba con el voto de don José María Rozas.

El Comandante de Artillería dijo: que conocía la nulidad de la Constitución, del Gobierno y del Se­nado; pero que creía que era conveniente no hacer novedad en nada; que no se separase el Gobierno del Senado, y que sólo se eligiese por ambos cuer­pos el Vocal que faltaba en el primero. Dijo en se­guida que él entendía que toda la mutación que se trataba de hacer era para que su familia que tiene actualmente la fuerza, no se hiciese más formidable al pueblo, pero que desde luego é1 asegu­raba sobre su palabra de honor, que luego que se concluyese la actual guerra, o antes, dejarían él y sus hermanos el mando de las armas, y se irían fuera del reino.

El Brigadier don Ignacio de la Carrera dijo: que su voto era el mismo de don Manuel Barros. El Canónigo don José Antonio Errázuriz dijo: que se conformaba con el voto del Comandante de Artillería don Luis de la Carrera. El Juez de apelaciones don Gabriel Tocornal dijo: que no le parecía era tiempo oportuno para tratar de nuevas elecciones, y que se nombrase solamente por el Senado el Vocal que faltaba en el Gobierno. El juez de apelaciones don Ignacio Godoy dijo: que le parecía bastante legítimo el actual Gobierno; que sólo se tratase de nombrar el Vocal que faltaba, lo cual debía hacer el Senado. El Decano del Tribunal de Apelaciones don Lo­renzo Villalón, dijo: que no debía ponerse en cues­tión la nulidad de la Constitución, del Gobierno, del Senado y de cuanto se había hecho en aquella época, porque esto era demasiado notorio y mani­fiesto; pero creía no era el tiempo conveniente de hacer innovaciones, conformándose como el señor Gana, con que a la reunión del Congreso, que debía convocarse prontamente, quedaría todo reme­diado.

Al tiempo de leerse por el secretario don Maria­no Egaña esta votación, se retractaron de sus res­pectivos votos el Prefecto Lefevre, los regidores Mujica y Bustamante y el Prior de San Agustín, diciendo que volvían a votar por que continuasen las cosas como estaban actualmente.

Omito por ahora varias particularidades de aquella asamblea, porque pueden proporcionarnos materia para discurrir en los números siguientes. Podrán tal vez quejarse de mi poca prolijidad algunos señores de los que votaron en aquella sesión; pero deben ad­vertir, que no siendo posible conservar en la memoria tantas y tan diversas especies, no hago poco en referir lo sustancial. Ahora dejaremos a cada cual que pese las razones expuestas en la Junta de Corporaciones, y haga sus cálculos para cotejarlos después con el resultado. Yo me contentaré con demostrar a mis lectores, que la opinión vertida en el número anterior de este periódico, no es original, pues hemos visto que toda la Junta del día 6 del corriente, a excepción de dos individuos, convino en las mismas ilegitimidades que anunció el autor del Semanario.

 

Razonamiento del Senador Henríquez a las Corporaciones el 6 de octubre de 1813, según ha podido conservarse en su memoria.

Padres del Pueblo:

Mi voto de que se convoque al pueblo para que elija con libertad a sus gobernantes, y decida de la cesación o permanencia del Senado, supone la nulidad de la Constitución provisoria, y es una medida necesaria en la crisis actual. En una sesión don N. acusó de nulidad al gobierno presente, y dijo que los vocales legítimos eran los tres nombrados por suscripción al tiempo de suscribirse el Reglamento provisorio; a uno de ellos llamó vocal nato del gobierno. En el momento de la invasión del enemigo fue nombrado General en Jefe de nuestro ejército el Vocal don José Miguel Carrera; y el Senado interpretando la Constitución y únicamente atento a la salvación de la patria, sustituyó su ausencia nombrando para el Poder Ejecutivo a don Juan José Carrera. En aquel momento se hallaron enfermos, sin fuerzas para los nuevos y arduos negocios, y más adecuados para sus anteriores destinos los señores Portales y Prado. El Senado por los enunciados principios, y atendiendo al corto número de los Senadores presentes, nombró vocales a los ciudadanos Pérez e Infante. En aquella ocasión fue mi parecer que se pusiese la autoridad suprema en uno solo con la asociación de dos ministros; esto es, que se eligiese un dictador.

Hallándose indispensable el que marchase para el ejército don Juan José Carrera, se nombró por el Senado en su lugar al ciudadano Eyzaguirre. Nuestros virtuosos pueblos, sea que tuviesen presente la premura de nuestras circunstancias, o la moderación y alto mérito de las personas nombradas, o la confianza que les había merecido el Senado, no hicieron sobre estos nombramientos alguna reclamación. Estos nombramientos, no estando entre las facultades senatorias, se reservaban, según el mismo Reglamento, al pueblo soberano. Pero nuestras circunstancias fueron terribles, mas éstas ya no existen. El vocal don Francisco Pérez, no puede por su enfermedad asistir al Gobierno. ¿Nombraremos los senadores otro vocal, habiendo don N. acusado de nulidad los nombramientos anteriores? Otros documentos tenemos de que al Gobierno actual se le juzga intruso. La existencia del Senado es incompatible con la crisis actual. En ella el gobierno debe obrar con absoluta libertad e independencia. Las trabas impiden la actividad. En tales casos las Repúblicas simplifican sus gobiernos. ¿Queremos salvarnos por un camino inverso del que han seguido y siguen los pueblos cultos? La permanencia del Senado, y la retención de sus facultades, contradictorias con las facultades supremas que debe llevar a Talca el gobierno, o un representante suyo, ha imposibilitado su partida. Acerca de este punto ha habido una reluctancia insuperable. Sobre otros se ha originado una competencia peligrosa. Así es como el Reglamento provisorio se ha hecho funesto a la patria. Mas ¿por qué veneramos tanto a este Reglamento? Él en todas sus partes es nulo. Sabéis que los que lo formamos no obtuvimos para ello poderes del pueblo. Él fue obra de cuatro amigos. Nosotros hicimos lo que entonces convenía. Él fue suscrito, pero sin libertad. Entonces se expuso al público en el Consulado un cartel en que estaba la lista de los nuevos funcionarios, y este cartel fue suscrito por miedo de la fuerza. Hablemos con libertad; esto me manda mi carácter, índole y empleo. No hubo elección libre; y si no hubo elección libre, se suscribió por temor. Hasta cuándo sostenemos en los días que apellidamos de libertad, unos procedimientos desusados y no conocidos en los mismos pueblos que llamamos esclavos. Convóquese al pueblo, y el gobierno dicte providencias, que son muy fáciles, para que elija sus gobernantes libremente, con buen orden y regularidad. Hágase la elección por votos secretos para que sea más libre. La capital da el tono a las provincias; ellas aplaudirán esta señal deseada de libertad, se harán cargo de la premura del tiempo, y aprobarán una medida indispensable y provisoria hasta el próximo Congreso. La presencia del enemigo, la evidencia de los riesgos que por todas partes nos rodean, impondrán silencio a las pasiones, y abrirán los ojos de los electores para que pongan hombres excelentes al frente de los negocios públicos. Todos saben que la salvación de la patria depende de las manos a quienes se confíe el timón del Estado. Traed  a la memoria cuanto he dicho en un discurso, que está en los últimos Monitores acerca de la oportunidad de las circunstancias presentes para reunirnos, vivificarnos y organizarnos en un estado regular. La guerra es saludable a las repúblicas. La guerra hace pensar con virtud y cordura a los Estados nacientes. Tenéis el ejemplo en Holanda, y más cerca en los Estados Unidos, que formaron su Constitución estando invadidos de poderosos ejércitos. Reanimad al patriotismo, entusiasmad al pueblo; esto es fácil, en dándole una influencia indirecta en los grandes asuntos por medio de la elección libre de sus gobernantes.