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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
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Documento Nš 74 - CDHI, XXIII, 297-320.

Diario de las operaciones militares de la división auxiliar comandada por el Coronel Juan Mackenna. Comprende desde su salida de Talca el 19 de Diciembre de 1813 hasta el 3 de Mayo de 1814.

Diciembre 19. Salió la división de Talca a las órdenes del Coronel don Marcos Balcarce, jefe de las tropas auxiliares de Buenos Aires y se situó en Villavicencio, 3 leguas al Sur del Maule. Decía Balcarce que desde aquella posición protegía todas las provincias de la banda septentrional del Ñuble. Nada hizo menos que esto; un cuerpo de caballería de 1.200 hombres fue destinado a sus órdenes para asegurar la división de cualesquiera sorpresa que intentase el enemigo, que estaba encerrado en Chillán, es decir, a 43 leguas de su campo. Admirable precaución.

Hasta cerca del 20 de diciembre se mantuvo la división en esta posición sin saberse cuál era su objeto, y sin avanzar sobre el Nuble, a pesar que contaba 700 fusileros, 6 piezas de artillería y la caballería dicha.

Diciembre 20. Salió de Talca el General O'Higgins, el cuartel maestre Mackenna y el Capitán de artillería don Nicolás García, quien ha formado este diario. Dice así: llegué a Longaví acompañado de mis jefes el día 21.

Se determinó formar el campamento como media legua hacia la cordillera y se verificó concluyendo su atrincheramiento el día 29; estaba formado de una especie de pentágono sin bastiones y sólo por salientes unos pequeños baluartes que escasamente daban lugar al manejo del cañón; su situación era en un llano y tenía a la espalda pantanos. No se ocupó este campo.

Recibimos de Talca pertrechos de guerra y nos dispusimos a la marcha.

Enero 1º 1814. Salió la división para Cauquenes, no hubo novedad en el camino; nuestros alojamientos en los días 2, 3 y 4 fueron Bureu, Ensenada de Perquilauquén, estero de Cauquenes y proximidades de esta villa como a una legua de distancia.

Enero 5. Entramos en Cauquenes, en cuya villa se situó la división con ánimo de permanecer en ella por algún tiempo. Pocos días después salí con un cañón y 250 hombres, entre veteranos y milicianos, a sostener una guerrilla que a las órdenes del Capitán Bueras se decía estaba en acción con otra enemiga en Doñimuelo; en 12 horas de camino llegué a Quirihue (14 leguas de Cauquenes) donde me encontré con los expresados oficiales, quienes me dieron tan diversas relaciones de lo acontecido que jamás pude cerciorarme en qué modo sucedió el ataque, que a toda vista apareció acción de no otra importancia que el de impedir se llevase el enemigo los ganados. A los dos días regresé para Cauquenes, a donde llegué en otros dos; en este intermedio se recibieron un cañón y pertrechos de guerra para auxilio de la división, y para el Ejército, caballos y cuarenta mil tiros de fusil.

Mientras permanecimos en Cauquenes se atrincheró la plaza y se ocupó una altura inmediata al pueblo, todo ello sin regla militar y sólo suficiente para contener el ímpetu de tropas bisoñas. Al siguiente día de haberse concluido el atrincheramiento se determinó nuestra marcha para Quirihue, a donde llegamos por el 15 de enero en tres días de camino. Nuestro parque era conducido en 18 carretas, 12 carretones y muchas mulas; en cualesquier desfiladero nuestra artillería y pertrechos ocupaban un espacio mucho mayor que el que podían cubrir 700 y tantos fusileros. Sobre si este carruaje había de andar reunido o por divisiones hubo una competencia entre el cuartel maestre y el Comandante accidental de artillería; el primero sin atreverse a asegurar que la dispersión era buena, quería que anduviesen con celeridad los carruajes dejando entre ellos grandes intervalos; el segundo se resistía a este procedimiento asegurando no sería responsable de lo que no estaba a su vista y caminaba en desorden; el cuartel maestre lo atropellaba con su poder tanto, que el artillero se vio obligado a hacer dimisión de su empleo; no se le admitió, pero terminaron las diferencias.

Por este tiempo se hallaba el enemigo o muy débil, o muy intimidado, pues nunca se nos presentó.

Nuestra estación en Quirihue no ofrece cosa particular. Salieron dos convoyes para Concepción, el primero por el veinte fue escoltado por una guerrilla y una pieza de artillería hasta el Itata. El plenipotenciario Cienfuegos aprovechó esta oportunidad para pasar a Concepción. El segundo convoy en el que iba O'Higgins salió el 30 de enero. Al marcharse O'Higgins nos prometió incorporarse con nosotros acompañado del grueso del Ejército a los 20 días contados desde aquella fecha. Quedó desde entonces por jefe de la división el Coronel Mackenna.

A pocos días de la partida del General en Jefe, recibimos orden suya de pasar a ocupar el punto del Membrillar, donde debíamos esperarle; verificamos nuestra marcha con toda la brevedad posible, pero el mal estado de los carruajes nos hizo tardar cinco días en el camino; al llegar a nuestro destino se nos presentó una guerrilla sobre los altos de Cucha-Cucha. Nos acampamos en el Membrillar, ocupando la fortificación en que estuvo la segunda división de nuestro Ejército en octubre del año pasado.

No ocurrió novedad en los primeros días; un fulano Zapata que poco antes había fugado de Concepción al enemigo pos incomodaba en las noches poniendo fuego a los campos. La guerrilla de Cucha [Cucha] nos observaba continuamente.

Así pasamos hasta el 22 de febrero en la noche en que se verificó el ataque a las fuerzas enemigas situadas en Cucha [Cucha]: el resultado fue el que manifiesta el parte de Mackenna comunicando al Gobierno en 23, y publicado en el Monitor [Araucano] de 5 de marzo; se observa en esta parte mucha exageración en algunas cosas y por otra parte mucho olvido del verdadero mérito. Tampoco se acuerda de la insubordinación de algunos oficiales que nos comprometieron quizá[s] a la ruina de la división.

Desde esta época redobló el enemigo su vigilancia y situó su campamento a nuestra vista en Quinchamalí, lo que y por las varias gruesas divisiones que se nos presentaban nos hizo conocer había recibido el enemigo el refuerzo que se anunciaba a las órdenes de Gaínza. Nuestra comunicación con Concepción era dificultosa: los vivanderos se minoraron y los pocos que se presentaban eran según comprendo espías del enemigo. Continuamente había escaramuzas de poca importancia. No fue poca la consternación de nuestra división cuando supo la pérdida de Talca, la prisión de varios patriotas, y la toma de los caballos de Hualpén, que casi imposibilitaba la marcha de las divisiones de Concepción en auxilio nuestro. Procuramos aumentar nuestra fortificación construyendo otro reducto en una altura situada al Norte de nuestro campamento.

La pérdida de Talca llegó a nuestra noticia el 6 de marzo, el 7 hubo junta de jefes de cuerpos a petición del Coronel Balcarce quien proponía desamparar el campamento, abandonando todo lo pesado, saliendo de noche, caminando sin cesar hada amanecer en Quirihue y siguiendo por la sierra a pasar el Maule por donde se pudiese. La proposición es propia de un pícaro, de un ignorante consumado, o de un bárbaro ¿a qué racional se le ocurriría entregarse a una vergonzosa fuga, y dejar sacrificadas las principales fuerzas del Estado?

Un oficial de artillería verdadero amante de la libertad chilena, le representó que a más de las grandes dificultades que ofrecía aquella determinación de las que de ningún modo se podía salir bien, era preciso confesar que había resolución para sacrificar las divisiones de Concepción, a lo que era consiguiente la ruina del Estado. Balcarce para ponerse a cubierto de su cobardía, sostenía que la falta de comunicación del General en jefe era un presagio del mal estado en que se hallaba: tal era su terror que lo manifestó en la orden del día que es como sigue: “Sn. N. y la deserción pica”, es verdad que picó desde que llegaron a sus oídos las noticias desagradables que hemos dicho; pero no era causa bastante para un proyecto tan descabellado como el propuesto. Por último dije debían mandarse diferentes avisos al General en Jefe esperando constantes en nuestra posición, hasta saber el verdadero estado de las cosas. El General Mackenna se resolvió a esperar ocho días, más ofreciendo desamparar la posición si en aquel tiempo no llegaba, o se sabía del General en Jefe. No mucho tiempo después se llevó el enemigo nuestros caballos que pacían a media legua del campamento. El orgullo que manifestaba el enemigo era grande y cada día nos estrechaba más.

También se preparó el mortero en su ajuste para usar de él en caso necesario. Se me ofrece aquí hacer algunas advertencias acerca de este horroroso instrumento con que se amenazaba a los chillanejos y su manejo en la división auxiliar. El mortero estaba montado en un ajuste viejo por el ángulo de 45 grados invariablemente. El oficial que debía manejarle ignoraba (a pesar de sus experimentos) el alcance verdadero por más de 200 varas; no sabía la duración de la bomba en el aire, ni el tiempo que tardaba en arder la espoleta, como tampoco contar en el reloj de segundos; una mala plancheta manejada con mucho misterio y poca inteligencia debía servir para tornar las distancias inaccesibles; pero por fortuna no había en la división a quien poderle hacer conocer estas cosas, de modo que el mortero sólo servía para imponer al enemigo con su fama, y dar trabajo a los que lo conducían.

Volviendo al Membrillar, siempre estaba pendiente la cuestión de desampararle: el del partido de oposición los entretenía pidiendo plazo sobre plazo. Tendríamos víveres como para un mes. El 16 de marzo pasó el enemigo su campamento a la banda del Sur del río de Itata, y por una espía supimos que era con el objeto de oponerse a la venida de nuestro General, quien se hallaba en marcha, o próximo a ella. El 18 tuvimos aviso del mismo, diciéndonos que el 19 se presentaría sobre los altos de Ranquil con el Ejército. El enemigo se dirigió así a aquella parte y se situó en un bajo que ocultaba la vista de su Ejército, precisamente en el camino que debían traer los nuestros. La tarde del 19, se dejó ver nuestro Ejército en el lugar que se indicó, nos avisó su llegada con tres tiros de cañón, a que nosotros correspondimos con nueve. Nada percibimos de la acción del Quilo. No se tiene presente si los nuestros hicieron movimiento el 20, pero sí es cierto que cuando nos estábamos congratulando con su venida, y recreándonos con mirarlos con los anteojos, se nos presentó el enemigo por aquella parte en términos que nos llevó la atención. Venía con el grueso de su Ejército en tres divisiones, cada una de ellas más gruesa que nuestra división entera; pasó los ríos de Itata y Ñuble poco más arriba de su confluencia, y se encaminó hacia nosotros. Como a las tres de la tarde nos fue necesario mandar una partida de a pie para favorecer la recogida de nuestro ganado. El oficial que la mandaba no llevaba órdenes y se avanzó sobre una partida enemiga que tenía a su inmediación. Esta se retiró y reunió a otras muchas que iban llegando. Se mandó inmediatamente retirar a los nuestros que escasamente lo pudieron ejecutar, protegidos del fuego de nuestra artillería y no sin gran peligro de ser cortados.

Apenas habían llegado, y retirado un cañón de a cuatro que se había sacado a alguna distancia para el mismo efecto, cuando la vanguardia del enemigo (en la que venía el estandarte real) embistió hacia nosotros, y protegida de un bajo vino a salir sobre una loma llana a la banda de tierra de nuestro campamento, desde donde se arrojaron sobre nosotros en fuerza de carrera, sin atender al grande estrago que hacía nuestra artillería a fuegos cruzados, como también la fusilería del reducto del Norte, bajo cuya inmediación debía pasar. Los que venían atrás vista la pérdida de sus compañeros volvieron la espalda con más velocidad que habían venido, y los nuestros cantaron victoria. Cuatro o cinco de los más valerosos se habían avanzado cerca del reducto grande: entonces se llenó de gloria el Coronel Balcarce, saliendo a la bayoneta con sesenta hombres, y haciendo prisioneros tres o cuatro de ellos. Ayudó mucho al éxito del señor Balcarce la salida que también hicieron las tropas del reducto grande que estaban inmediatas a aquel lugar. En este estado llegó el grueso del ejército, nos rodeó por todas partes y siguió un ataque general de los más obstinados que ha habido en esta guerra. El Coronel Mackenna pasó al reducto de Balcarce, y pudo prevalecer a que le diese cincuenta hombres para reforzar el punto avanzado del reducto grande, donde teníamos una culebrina de a 8, por cuyo lado cargaba su fuerza más el enemigo, quien clavó tres piezas de artillería al anochecer asestándolas todas hacia aquella pieza. Nuestra fusilería peleaba resguardada de la trinchera haciendo un fuego muy vivo. Se ignora por que motivo parase sus fuegos el reducto del Norte, media hora antes de terminarse esta acción, pudiendo ofender al enemigo por el flanco, pues con el mucho fuego, y la lluvia de noche se nos habían imposibilitado la mayor parte de los fusiles, y la culebrina sola tenía que contestar por la izquierda a tres cañones, y por la derecha a las partidas que se aproximaban a menos de tiro de piedra. En lo arduo de la acción se nos clavó por desgracia un cañón de a 4 del reducto grande con la misma aguja al introducirla en el oído. Como a las 7 y media de la noche merecimos desmontarles un cañón, y este infortunio les obligó a retirarse por aquella parte, lo que también debe atribuirse a la dispersión, que precisamente debían causar la oscuridad, llovizna y fatiga. Sólo restaba la partida que por la banda de arriba nos estaba incomodando con mucha inmediación, y aunque se propuso varias veces que era fácil cortarlos, no se puso en ejecución, y ellos se retiraron de por sí en modo que aparentaba fuga. Nosotros quedamos inmóviles en nuestro campamento reparando nuestras pocas pérdidas, y aunque se propuso seguir al alcance de un modo cauteloso, o seguro, se despreció esta proposición. Debe decirse en honor a la verdad, que si un tambor nuestro hubiera salido tocando ataque, las pérdidas del enemigo hubieran sido incalculables. Es cierto que se debe usar con prudencia de la victoria, pero como la prudencia es virtud, estriba en el término medio, y sus extremos viciosos son el mismo desprecio del enemigo, o la pusilánime timidez. El enemigo había dejado abandonada su artillería en una quebrada a una milla del campamento y su dispersión fue excesiva.

Esta acción duraría en toda su fuerza de 3 a 4 horas.    En general puede decirse que la oficialidad y tropa se portaron con excesivo valor. Perdimos al Comandante de caballería don Agustín Almarza y al Capitán Cáceres que feneció a los pocos días de resulta de una herida. Tuvimos 6 soldados muertos y 18 heridos o contusos. El general Mackenna fue levemente herido por una bala de fusil que le raspó el pescuezo.

Al amanecer del 21 recogimos de lo que había abandonado el enemigo una cureña, dos cajones de cartuchos de fusil, tres armones y algunos otros útiles. Observamos al enemigo como en dispersión discurriendo por el campo, tirando fusilazos sin objeto y algunas partidas por los diversos caminos que tomaban parecían desertarse. Nuestra división se mantuvo tranquila esperando que se le reuniesen las divisiones de Concepción, entre tanto, pudo el enemigo salvar toda su artillería. Este día llegaron las partidas avanzadas de O'Higgins que habían sido espectadoras de nuestra refriega.

Aunque he dicho que los oficiales en general llenaron sus obligaciones, no deben olvidarse los relevantes servicios del Coronel don Joaquín Guzmán que durante la acción se mantuvo tendido en el foso del último reducto en el piadoso empleo de rogar a Dios por el buen éxito de sus compatriotas. El Capitán don Juan Manuel Ceballos tuvo bastante habilidad para acomodar la gran mole de su cuerpo escondida detrás de una carreta, no obstante que una mujer le insultaba tratándolo de cobarde. Son acreedores a igual elogio el Teniente Barra de Concepción, el Ayudante Sotomayor de Aconcagua, y el Abanderado López de Los Ángeles. Todos ellos fueron premiados, los unos con ascensos, y los otros con pomposas certificaciones.

Día 22. Reparamos nuestra trinchera por las partes débiles teniendo noticia que el enemigo estaba aterrado. La división del General O'Higgins, se acampó en frente de nosotros como una milla de la ribera izquierda del Itata.

Día 23. Pasó el Itata dicha división y se incorporó a la auxiliar. Reunidas las fuerzas ascendían su total a un mil cuatrocientos fusileros, ciento cuarenta artilleros, dieciocho piezas de cañón de varios calibres, y no sé a qué número de caballería miliciana.

Día 24. Marchó el Ejército y alojó en la Loma de los Palos. Desde allí mandó O'Higgins a su ayudante, el Capitán don Venancio Escanilla con un oficio para Gaínza en que lo reconvenía por el mal trato que se decía daba a los prisioneros, particularmente al anterior General en Jefe y a su hermano.

Día 25. Llegó a nuestro campamento un pequeño convoy de víveres remitido por la Junta de Concepción; los conductores nos informaron no haber encontrado enemigos en el camino.

Marchó el Ejército hasta... en donde acampamos. El Capitán Escanilla volvió con la respuesta de Gaínza que no dejaba la menor duda de su carácter falso; prometía en ella que sabía el modo con que debían tratarse los prisioneros siendo constante que estaban cargados de prisiones.

Día 26. Alcanzó el Ejército a acamparse en portezuelo de Durán. Supimos de positivo que el enemigo reunía fuerzas en San Carlos en cuyo pueblo tenía en la actualidad 100 hombres; muchos oficiales eran de opinión se pasase a atacar aquella plaza, porque consideraban que derrotada esta división, sería fácil echar a los enemigos del país y acabarlos; pero el General en Jefe accedió a los pareceres de los coroneles Mackenna y Balcarce, que eran de opinión de retirarnos hacia el Maule. No parece fuera de propósito notar que aunque la naturaleza hace a todos los hombres iguales en derechos, con todo la misma naturaleza parece que destina al hombre al empleo que deba tener en la sociedad, y que pasando de aquellos límites de que es capaz su desempeño, lejos de ser útil es perjudicial a sí y a la patria. No se hace favor, sino mucho agravio a un hombre de bien colocarlo en un alto empleo que demanda nociones superiores a sus conocimientos, o talento porque es afrentarlo exponiéndole sus faltas de manifiesto a la expectación pública.

Día 27. Alojamos en casa de don Felipe Lavandero.

Día 28. Nos alojamos en la casa de Teja.

Día 29. Alojamos en el estero de Cangaral. Supimos que el enemigo había cobrado brío con nuestra retirada, que se dirigía hacia el Maule, y que le llegaban frecuentes refuerzos.

Día 30. Pasamos Perquilauquén, y nos acampamos como una legua del [al] Norte de este río. El ejército enemigo se acampó como a tres leguas de nosotros hacia la Cordillera. Se supo después que Elorriaga se había venido de Talca acompañado de dos hombres por el camino de Linares. Por ese tiempo se hacían ya intolerables las     extorsiones que hacía nuestra tropa; no sólo se tomaba todo el ganado que se encontraba; sino también los soldados saqueaban las casas de los miserables, sin dejarles aún lo necesario para su subsistencia. Varios oficiales hicieron presente al General remediase aquellos daños; pero éste insensible a los estímulos de humanidad nunca puso remedio, y aún parece se complacía su corazón de los padecimientos de aquellos miserables.

Abril 1º. Pe[r]dimos la mayor parte del ganado menor que habíamos acopiado al pasar los ríos de Longaví y Achibueno. Nos alojamos inmediatos a la ribera derecha de este último río después de dudar por algún tiempo cual sería el sitio más ventajoso. El enemigo distaba de nosotros como legua y media, alojado sobre la ribera izquierda del mismo río por el camino de Linares. Determinamos apoderarnos en la noche de dicha villa y presentar batalla al siguiente día. A las 12 de la noche se puso el ejército sobre las armas, pero las municiones que estaban entregadas a la dirección de don Manuel Vega, tardaron tanto en alistarse, que nos tomó la aurora sin haber marchado. En este estado se nos incendió gran parte de la pólvora, y entre el desorden que causó este accidente, se escaparon de nuestro campo varios reos de consecuencia, y se pasaron al enemigo. Se frustró el plan de ataque.

Abril 2. Llegó nuestro ejército al llano de Alquén, y el enemigo acampó en Yerbas Buenas.

Abril 3. Habiendo dado parte nuestras guerrillas de que el enemigo estaba en movimiento nos preparamos para recibirle. Se interceptó un oficio de Ángel Calvo, oficial que siendo ayudante del jefe de la segunda división de nuestro ejército se pasó al enemigo, en que se quejaba a Gaínza que aunque se le consideraba con una fuerza de 400 hombres, no podía contar con más de 200.

Un soldado nuestro disperso o fugado del enemigo, nos dio noticia de la derrota que había experimentado en la Cancha Rayada la división que mandaba don Manuel Blanco y Cicerón.

Enterados de que el enemigo no hacía movimiento, marchó nuestro ejército al Maule, prevenido para recibirlo, en caso de que intentase atacar; como al mediodía llegamos a la orilla del río en el vado que se dice de los Alarcones o del Fuerte; ocupaba ya el enemigo la banda del Norte con dos o tres piezas de artillería y fusileros; nuestras guerrillas tentaron forzar el paso, pero sin éxito. Se hizo junta de guerra: el Coronel Balcarce opinó pasásemos con el grueso del ejército. Los oficiales aguerridos opinaron de distinto modo, pues era inevitable nuestra pérdida si accedíamos a su determinación; en estas disputas se pasó algún tiempo, y el enemigo se presentó con el grueso de su ejército. Nuestra infantería se atrincheró con prontitud y nuestra caballería salió a contenerlo. El enemigo formó su caballería en media luna y era sin comparación mejor que la nuestra. En la tarde hubo algún fuego, se retiró el enemigo hacia Bobadilla y sacamos un cañón para perseguirle. La Guardia Nacional sostuvo la acción y el Coronel Alcázar, a pesar de órdenes del General para que atacase con los Dragones, se contentó con observar los movimientos del enemigo. En la noche mandó el General O’Higgins al General Mackenna para que se pusiese en marcha con su división a pasar el río por el vado de Cruces como una legua más arriba, lo que se verificó en la misma noche.

Abril 4. Amanecimos al Norte del río, en cuya posición pasamos todo el día.

Abril 5. En la orden del día, se hizo saber al ejército que sufriría pena de muerte el que robase la cantidad de cuatro reales.

Emprendimos nuestra marcha y acampamos en el estero de...

Abril 6. Acampamos en los Tres Montes de Guajardo.

Abril 7. Se hizo prisionero a un oficial europeo del ejército enemigo; este dio razón del desorden con que pasó Gaínza el Maule, asegurando que habría sido destruido, o al menos habría perdido su artillería si lo hubiésemos atacado. Seguimos nuestra marcha y a poca distancia fueron contenidas nuestras partidas avanzadas por una división enemiga; por lo que se destacaron de nuestra línea algunos fusileros con dos cañones para contenerla. El parte siguiente del Teniente Coronel don José María Benavente, detalla el por menor de esta acción. El General en Jefe mandó otro cañón de auxilio; el oficial encargado de la artillería de la vanguardia desempeñó esta comisión cargando sobre el flanco del enemigo escoltado de 30 fusileros, a los primeros tiros logró ponerlo en fuga.

 

Parte del Teniente Coronel don José María Benavente.

Esperábamos que la tropa almorzase para caminar cuando se avisó que el enemigo se avistaba y que quitaban algunas mulas, se dio orden para que montase la caballería que eran sólo Dragones y Nacionales, me mandaron reunir a los Dragones bajo las órdenes Coronel Alcázar, nos encaminamos hacia el Sur de este punto, para donde habían salido ya dos piezas de artillería y 50 Granaderos; como a una legua del ejército nos cargó el enemigo, que se presentó respetable, hizo echar pie a tierra algunas partidas, y cargar a nuestras piezas que quedaron sólo con 6 u 8 hombres; nosotros habíamos formado a la derecha, fue preciso echar pie a tierra para sostenerlas o que nos llevasen juntos con ellas, nunca creíamos perderlas pero sí recibir algunos palos: nos alentaba mucho ver que el ejército venía ya en marcha, y que una o dos piezas avanzaban como a tomar por su flanco derecho al enemigo por dos veces nos cargó con arrojo hasta menos de tiro de pistola, pero las piezas estaban bien servidas y mandadas por dos bravos oficiales; los dragones tenían entusiasmo, pero su Coronel fue a desplegar el valor que le es característico, media cuadra a retaguardia, protegido de un barranco. Es constante que si hubiéramos sido auxiliados de la infantería de la vanguardia, no hubiéramos recibido daño alguno, y quizás hubiéramos hecho mucho al enemigo; pero hablando sobre esto con el Coronel Sota, edecán del General, me dijo que él mismo había llevado la orden al Sargento Mayor Campino que mandaba los granaderos, y que éste contestó que no quería; el resultado fue que sin ningún auxilio se retiró el enemigo con algún desorden. No supimos por no demorar la marcha la pérdida que tuvieron los limeños, nosotros tuvimos tres muertos, y once nacionales heridos, no sé si los dragones recibieron algún mal.

Después de reunidos nos dirigimos al río Claro en cuyo paso esperábamos nuevo choque, se me dio orden cuando estuvimos cerca para pasar, el enemigo había dividido sus fuerzas en dos columnas, una dejó en casa de Parga, y la otra como a diez cuadras río abajo con una pieza de cuatro que no usó; se le hizo fuego con las piezas dobles del ejército, desde las alturas inmediatas y pasé protegido de los fuegos, luego pasó la infantería de vanguardia y una parte de la del centro, luego las divisiones enemigas repasaron el río y se me mandó entonces repasarlo y observarlas a 4 ó 5 cuadras a retaguardia, allí permanecí hasta que pasó todo el ejército y luego que se reunió el enemigo tuve orden para seguir la retaguardia del ejército hasta las Quechereguas, que llegamos como a las 4 y media de la tarde.

Día 8. El Coronel Balcarce, cuyo entusiasmo por la seguridad individual le había hecho concebir ideas lisonjeras de ponerse a gran distancia del enemigo, no perdonaba ocasión de persuadir a la pronta retirada y lo había conseguido; pero varios obstáculos nos demoraron hasta las once de la mañana, a cuya hora se dejó ver Gaínza con toda su fuerza; que no fue sentida hasta que estuvo a media legua de nuestro campamento. El cuartel maestre mandó retirar la artillería del flanco derecho (que era por donde venía el enemigo) y que pasase a ocupar aquel punto el oficial de artillería de vanguardia con sus cañones; se atrincheró la casa alrededor con líos de charqui y tercios de sebo, y los dos cañones más avanzados con los tercios de carpas, tierra y rama. No bien se había efectuado esto cuando el enemigo empezó un fuego de cañón muy vivo y no muy mal dirigido a los principios; pero castigado por nuestra artillería, declinó tanto que ya al fin no disparaba un solo tiro de provecho. El oficial de artillería que se hallaba al frente de él, advirtió al General, a media acción, y lo repitió cuando el enemigo terminó sus fuegos, que sería fácil apoderarnos de su artillería avanzando una división de fusileros por detrás de una cerca protegida por el fuego de una pieza; pero a esto se opusieron los Coroneles Mackenna y Balcarce. Retirado el enemigo, algunas balas por alto fueron bastante para que su caballería se alejase de nosotros con precisión.

En la noche se hizo junta de guerra para acordar si debía retirarse el ejército burlando al enemigo con la oscuridad. Sabedor de esto un oficial de nuestro ejército, se fue a excusar a donde el General, y le hizo presente que no podíamos hacer retirada sin ser sentidos, y que siendo atacados en el paso de Lontué, era inevitable nuestra derrota, lo que le hizo mudar de dictamen.

Al terminarse el cañoneo nos llegó una partida de víveres de [desde] Curicó, y nos dio noticia que quedaba allí la división del mando de don Santiago Carrera.

Día 9. Se mantuvo el enemigo al frente de nosotros, y sólo hicieron pequeños tiroteos entro las guerrillas de ambas partes.

Día 10. Se retiró el enemigo hacia Talca, dejando muchos de sus muertos insepultos.

Los últimos movimientos de nuestro ejército no ofrecen otra cosa particular hasta su entrada en Talca, después de las capitulaciones, por lo cual y por estar relacionado en el diario general los sucesos de estos días, no los repito.

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