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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Anexos
Documento Nš 100 - CDHI, XXIII, 389-399.

Informe de Juan Mackenna relativo a la conducta militar de los hermanos Carrera.

En cumplimiento del oficio de V.E. en que me manda informar todo lo que sepa de los Carreras, y su conducta para documentar la causa criminal que de orden de V.E. se está siguiendo, protesto por lo más sagrado de mi honor decir la verdad en un todo apartándome de todo sentimiento personal ajeno de un corazón honrado cuando se trata de la justicia y del honor de la Patria.

No me apartaré un punto de los hechos públicos por ser tan ciertos y notorios. Aquella horrible conspiración del 15 de noviembre de 1811 presentó a esta capital la idea y cúmulo de los males consiguientes, en ella se vio arrojado el Supremo Poder Ejecutivo por oficios dirigidos desde los cuarteles de Granaderos por don Juan José Carrera, quien con su hermano don José Miguel, puestos sobre las armas amenazaron con sus bayonetas a este desarmado pueblo, y tuvo que ceder a sus injustas pretensiones. Dichos oficios se motivaron en que el pueblo pedía que tan inicuos gobernantes como los que componía el ejecutivo debían ser quitados. En vista de lo cual, y junto el pueblo en la plaza salieron los secretarios del Gobierno y peroraron al pueblo anunciando que el gobierno quería ser residenciado y conocer sus faltas para no sólo salir del gobierno, sino para sufrir el castigo que mereciesen sus malas obras.

¡Ah señor! Escúchanse en el pueblo las mayores satisfacciones que pudieron experimentar unos hombres honrados, y el eco de todos fue decir que nada tenían que pedir contra el ejecutivo, que su conducta irreprensible, y sus notorios servicios los hacían acreedores al reconocimiento de la patria y al amor de sus conciudadanos. Esto se actuó en el Cabildo donde debe constar, y se pasaron copias de esta acta al Supremo Congreso, y al ejecutivo. Sabido este acto en los cuarteles despéchanse sus comandantes y al instante ordenan la marcha del batallón de Granaderos, a las puertas del Gobierno formase allí con bala en boca; y unos pocos hombres parientes y amigos de dichos Carreras hacen callar a los que anteriormente aplaudieron todas las operaciones del Gobierno y reunidos en la sala del Cabildo dicen, y gritan que el pueblo nombra cuatro diputados para que presenten al Congreso sus peticiones. Estos fueron don Juan Antonio Carrera, don Manuel Araos y Carrera, don Manuel Rodríguez y don José María Guzmán. Entran estos en las salas del Congreso, expone Rodríguez que la voluntad general era nombrar a don Ignacio Carrera presidente del Gobierno. Al instante sale un oficial de granaderos don Bernardo Vélez diciendo que su Comandante don Juan José y sus tropas no pasaban por aquel partido, y que bajaba a la plaza a avisarle lo ocurrido. Al instante subió don Juan José, peroró contra los representantes del pueblo, y he aquí un acto el más demostrativo de la opresión, y el más contrario a las ideas liberales del sistema. Propuso don Juan José ante el Congreso por Presidente de la Junta a don José Miguel y su dictamen fue aprobado; concluyéndose aquel acto procediendo contra lo que expusieron los diputados nombrados, y contra los fueros, y derechos de la soberanía nacional, representada en el Congreso universal de Chile, que cedió a la imperiosa ley de la necesidad de ser violentada por la misma fuerza que mantenía para su autoridad. ¡Oh ignorancia!

Asentado don José Miguel de Presidente se nombraron de vocales a don Gaspar Marín y don Bernardo O'Higgins. Estos sujetos conociendo la violencia de su elección tardaron poco tiempo en desamparar al Gobierno, entraron en su lugar don Manuel Manzo y don José Nicolás [de la] Cerda, quienes inmediatamente salieron y luego entraron don Pedro Prado y don José [Santiago] Portales; de suerte que en poco más de un año se hizo tan despreciable el Gobierno que ninguna persona de honor se presentaba para ocupar los primeros asientos de la patria.

Referido lo que acaeció el 15 de noviembre, resta referir lo que pasó en los días subsiguientes. Acusáronme de una conspiración, que descubrieron en otros los Carreras, preséntanse dos delatores, estos hacen de testigos en mi causa. Niego unos hechos indocorosos de que me acusaban; hácese el careo correspondiente, convenzo hasta la evidencia a dichos delatores sacándolos delincuentes en el proceso. Dase vista al Fiscal, quien condena a estos injustos a la pena ordinaria, y empéñase don Juan José pasando un oficio aterrante a los jueces en sacar airosos a mis acusadores, y a mí, culpado, y cómplice en dicha conspiración. Obran en los autos los oficios conminantes que en todo tiempo probarán la parcialidad de aquel sujeto, y la debilidad reprensible de unos jueces de tan poca integridad que antepusieron su seguridad amenazada a los sagrados deberes de la justicia y del honor oprimido injustamente. En fin, pasé por una prisión vergonzosa de 4 meses y una confinación a las costas de este Reino.

Creyeron los Carreras que en esta conspiración si debía llamarse tal, estaba ligado el mismo Congreso, o muchos individuos de él, y con inaudita temeridad juntando las tropas en la plaza, expelieron del Congreso a sus representantes el día 2 de Diciembre del mismo año; y se vio en aquel día repetida con más escándalo la escena del día 15 de que resultó, que ofendida la provincia armada de Concepción quisiese vengar sus agravios, no haciendo lo mismo la de Coquimbo por desarmada, y la capital pasó sojuzgada y oprimida.

Bien públicos han sido los daños que experimentó el Estado con que Concepción tomase las armas para oponerse. Fue necesario que los Carreras caminasen con la fuerza armada de la capital a oponerse en el Maule; de una y otra parte se originaron grandes gastos, el ánimo de los patriotas se resolvió, y con esto quedaron en movimiento todos los resortes del odio y rivalidad; y aunque se terminaron en Talca estas diferencias, quedó siempre encendido el fuego de la discordia; y empezaron a suceder unas a otras las revoluciones de Concepción hasta el término de haber preponderado allí el partido de los sarracenos, quienes entregaron aquella provincia al Virrey de Lima, y se suscitó la guerra en que casi se ha arruinado del todo esta preciosa porción del universo, cuyos daños están de manifiesto y omito detallarlos por públicos y notorios. En esta guerra fue don José Miguel el General en Jefe y sus hermanos generales de división. Mientras mandaron el ejército en obsequio de la verdad digo que trabajaron; pero como que carecían de todos conocimientos malograron las mejores oportunidades de concluirla en sus principios. Los acontecimientos más fatales en que les hallo culpa es de haber usado para las comisiones, prorratas etc., de una porción de pillos que robaron tanto; cuyas quejas y clamores llegaban todos los días a los oídos del Gobierno. Esta fue la causa que tomasen tanto partido contra la patria la gente de aquellos campos principalmente la provincia de Arauco, que por el violento despojo que experimentaron sus habitantes de sus caballos se levantaron en masa, y han sido el instrumento para que exista el ejército limeño, y pudiese ser socorrido cuando tal vez por falta de recursos se hubiese entregado.

Por estas y otras cosas el Gobierno que en aquel entonces mandaba el reino, trató de removerlos del mando, so color de que el Gobierno de las armas no debía existir en una sola familia, cuya conducta merecía la desaprobación del reino por este hecho, y para conseguirlo marchó para Talca con una fuerte división, y desde allí intimó a los Carreras su deposición.

Sabido esto por el ejército, comenzó a fermentar la opinión, unos por los Carreras, y otros contra ellos. Yo precisamente debía declararme a obedecer a quien debía, y por ser causa tal vez de un rompimiento sangriento en el ejército, sin consulta de nadie partí desde Talcahuano en un bote a la boca del Maule, y presentado ante el Supremo Gobierno del Estado, di cuenta de lo que había observado en aquel destino, y pedí ocupaciones en aquella división para servir en lo que se me ordenase, y morir o al frente del enemigo, o desempeñando cualquier otro cargo que me ordenase aquel supremo poder.

Fue aprobada mi conducta por el gobierno en el particular en vista de haberme dado aquella respetable división para que la mandase en jefe, y nombrando de General en Jefe de todo el ejército al Brigadier don Bernardo O'Higgins. Partimos de orden del gobierno a ejecutar los superiores mandatos. Llegó la división al Membrillar y ocupamos varias otras posiciones teniendo algunas guerrillas con el enemigo; entre tanto el vocal Doctor [José Ignacio] Cienfuegos fue a Concepción a publicar, y hacer reconocer al señor O'Higgins de General en Jefe del ejército. La resistencia que hubo para esto, las prisiones, revoluciones, deserciones y otros infinitos males deben estar detallados en los partes dados posteriormente por el señor Cienfuegos, y el señor O'Higgins. Yo no quiero acriminarlos por no meterme en cosas que por tan notorias ninguno las ignora, y por consiguiente será esta una materia en que sé que otros han informado: sólo sí de paso diré, que por no haber obedecido prontamente al Gobierno, y haberse desprendido con generosidad y desinterés republicano del mando, que ya indebidamente retenían se vio la Patria en los umbrales de su ruina, pues esta renuncia dio tiempo al enemigo destruido a reponerse, y a que llegasen de Lima los grandes refuerzos que trajo Gaínza, con los que seguramente hubieran triunfado los enemigos, si las tropas escasas de la patria no hubieran hecho aquellos esfuerzos de valor y de heroísmo romano con que aterraron y aniquilaron a los enemigos de Chile, en las memorables acciones del Membrillar y del Quilo, donde con fuerzas tan desiguales hicieron tan respetables los chilenos su bravura y sus armas, y corrieron con ellas hasta Talca al enemigo, que pensó ocupar a la capital prevalido de su caballería, y concluir con nuestro ejército negándole el camino por donde pudiese ser socorrido y auxiliado, pero repito, ¡oh chilenos, chilenos eternos sean en la historia vuestros loores y alabanzas!

Esta digresión parece me aparta del asunto principal; pero concluiré diciendo y recapitulando los crímenes que me parece hacen reos a los Carreras. Primero la insubordinación, y que no reconocen superioridad; 2º. El ser revolucionarios atentadores de la pública seguridad y conspiradores contra las legítimas autoridades del Estado; 3º. Abrigadores de gente mala sediciosa y viciosa; 4º. Que no conocen otra ley que la de su antojo y que sólo propenden a una aristocracia tan contraria a nuestro sistema para su prosperidad; 5º. Que su genio, sus modales e intrigas nunca conciliarán la unión para hacer respetable nuestra opinión. Por lo que juzgo si se me permite opinar en la materia, que el Gobierno debe alejarlos de nuestra capital por algún tiempo, el que sea bastante para enseñar al soldado a ser subordinado, a no ser venal y a que las bayonetas jamás se empleen en poner y quitar gobiernos, que esta será irremisiblemente la causa de la perdición universal del Estado, y a que todo militar se ilustre, sepa que el pueblo desarmado es el soberano, y que el armado no tiene voz en las cosas políticas, ni deliberación alguna, sino que es dependiente, sin volunta, ni libertad por haberla vendido a la patria por su dinero, y que sólo debe obedecer y callar, y observar si en las conmociones populares hay concursos numerosos, y se expresa la voluntad general del reino entero, cifrada en el Congreso que de necesidad debe haber sin pérdida de momento; para que valide los gobiernos y que haya una autoridad legítima.

Qué lástima es, Señor excelentísimo, que estén tan divididas las familias principales del patriotismo, ojalá que estos hombres cedieran de buena fe a la perfecta unión que necesitarnos, para restablecer la paz entre las familias principales del pueblo; sin ella nunca habrá seguridad interior. A mí me imputó don José Miguel en oficio que pasó a la anterior Junta, la nota de revoltoso y sanguinario. Ojalá que ellos alguna vez, hubieran penetrado al fondo de mi corazón y hubieran correspondido al primitivo amor que les profesé cuando les conocí, me fueron ingratos. Sin embargo, la historia ofrece a cada paso a los gobiernos sabios el medio de restablecer uniones y dar un golpe fino de política. Persígase a los Carreras causados, menos al resto de su familia, y convencidos de su causa y sentenciada, salgan por un poco de tiempo a donde el Gobierno determine y persuádaseles, que con los brazos abiertos los recibirán sus émulos si abjuran el no proteger a los malos, y se unen de corazón a los buenos. Antes de seis meses pueden pasearse con nosotros y repartirse de los empleos de la patria, guardando fidelidad al Gobierno y demás autoridades, moderando el gasto y lujo destructor de los pueblos y del verdadero republicano. Quiera Dios así lo vea y que en algún tiempo me abrace con ellos, diciéndoles soy el mismo que fui en 13 de noviembre de 1811, sean VV. los mismos, haya entre las familias nobles un nudo indisoluble que a ellas y al Estado haga felices; y de este modo conseguir yo el apartarme al campo dejando las fatigas para descansar en el seno de mi amada familia.

Dios guarde a V.E. muchos años. Santiago y Julio 20 de 1814.- Juan Mackenna.

Excelentísimo Supremo Director del Estado.

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