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Crónicas
Descripcion Histórico Geografía del Reino de Chile por don Vicente Carvallo Goyeneche, precedida de una biógrafa del autor por don Miguel L. Amunátegui.
 
Primera parte. Que contiene el descubrimiento i conquista del Reino de Chile: el establecimiento de su Gobierno secular i eclesiástico: un compendio de la historia de sus Gobernadores: i una breve noticia de sus Obispos.
 
Tomo I

Capítulo XXIV. Sale Pedro de Valdivia contra los araucanos - Batalla de Tucapel - Muere Valdivia en ella.

Pasados algunos días del levantamiento sorpresa de la plaza de Arauco, llego a la ciudad de la Concepcion uno de los correos que envió Reinoso, avisando al Gobernador el levantamiento, la muerte de los tres españoles, la eleccion de Caupolican, la sorpresa de la plaza de su mando, el aprieto en que se hallaba la de Tucapel, la multitud de indios que cubrían los caminos, i la desgracia del piquete que habla mandado con Diego Maldonado. Pedro de Valdivia, sin perder momento, envió varios indios por distintos caminos con cartas para Juan Gómez de Almagro, comandante de la plaza de Puren, ordenándole pasase con 14 hombres a la de Tucapel. Con toda la jente que pudo juntar salió para Arauco (78), a fin de diciembre de 1553. Campo a la parte meridional del Biobio sobre su ribera, donde levantó un fortín de campaña para seguridad de su tropa. Al siguiente dia entró en la plaza de Arauco, envió cuatro soldados de experimentado valor para que reconociesen el camino, i tomó puntuales noticias de la situacion i fuerzas de los indios. Los tuvo en poco i los despreció como tropas que pelean sin orden, i acostumbrado a vencerlos en otras ocasiones, pensó le seria fácil derrotarlos, hasta lograr un total destrozo.

Se fué a casa de Diego de Maldonado, que se hallaba enfermo de de las heridas que recibió cuando de orden de Reinoso intentó pasar a Tucapel. Informado de este capitán que eran muchos los enemigos, pero que se podía pasar adelante, marcho con 46 soldados i siete criados indios de servidumbre, todos montados (79). Se encamino para Tucapel, i aun no había andado dos leguas, cuando encontró las cabezas de los que mandó reconocer el campo (80). Esta desgracia lo puso en cuidado, i le obligó a pensar i proponer la retirada hasta, juntar mas jente. El ardor de algunos jóvenes imprudentes, la graduó de cobardía, persuadidos de que era contra la reputacion de las armas españolas, i el Gobernador, por no manifestar el prudente temor que le detenía, perdió vida, jente i una gran parte de lo conquistado.

Sin entrar en mas contestaciones, dió espuelas a su caballo, i ardiendo mas precauciones, hizo en tres días la marcha sin ver un indio, hasta que llego a las llanuras d e Tucapel, donde dió vista a, los Araucanos, que le esperaban en numerosos, aunque desordenados escuadrones. Dividió a sus españoles en tres partidas. Una de diez hombres al mando de Antonio Bobadilla; otra del mismo número a las ordenes de Diego de Oro; puso la tercera, con otros diez. bajo la conducta de Juan Llamas, i quedaron trece soldados i un sargento para guardia de su persona.

Hecha esta división, se puso de rodillas con todos sus soldados i capitanes, i hechos muchos actos de fervorosa contricion, recibieron la absolucion de sus pecados. Cumplidos los deberes de la piedad. cristiana, con semblante alegre i risueño corno si estuviera en su mano la victoria, les hizo tan arrogante razonamiento. que no solo les infundió valor i. esfuerzo, sino que los puso en una especie de furor capaz de embestir contra la misma muerte.

Puestos ya en orden de pelear, levantó bandera de paz, i se envió a ofrecer a Caupolican, diciéndole: « que estañaba de su fidelidad verles sobre las armas. que ignoraba, los motivos de su rebelión, pero les prometía perdonarles el delito, castigar al que los había agraviado i darles cumpliera satisfaccion.» La respuesta de Caupolican fué dar principio a la funcion. El Gobernador luego que les vio venirse, fué a ellos con tan buen orden, como desprecio, i se trabó la mas sangrienta batalla que hubo en Chile.

Se miraba aquella campaña cubierta de lanzas i macanas, i entre una espesa, nube de polvo, que levanto el tropel de los caballos, nada mas se veía en aquellos mal ordenados escuadrones, que una horrorosa carnicería. Corrían arroyos de sangre por todas partes que descargaban el golpe los españoles, i no había va quien les resistiese i embarazase la victoria. Pero Dios, que sabe distribuir a su arbitrio la fortuna de las batallas, permitió que el indio Felipe Lautaro, natural de la parcialidad de Arauco, paje de armas del gobernador, se pasase a la parte de los vencidos, i alzando la voz, hizo memoria a los suyos que se peleaba nada ménos que por la libertad de ellos, de sus hijos i de sus mujeres con esto les inspiró aliento i osadía.

Tomó Lautaro el mando del ejército, i como aprehendió en una escuela, supo dar las órdenes convenientes para proseguir la batalla. Lo dividió en seis escuadrones, que puso a las órdenes de Mariantu, Painehuala, Lebentun, Huaticol, Lincoya i Tucapel, i dispuso que fatigado uno, se retirase a retaguardia, i siguiera peleando el inmediato. Puestos en este orden con un extraordinario denuedo, les hizo marchar hacia los fatigados españoles, i con la misma presencia de ánimo les señalaba los puestos que convenía ocupar. En un brioso caballo de su señor, volaba de una parte a otra de su ejército, i ordenó que entrasen oscureciendo el aire con lluvias de piedras (81)i de flechas que cubriesen a los españoles. Mandó entonces el gobernador que el capitán Antonio Bobadilla con la división de su mando, cerrase con el primer escuadrón, que lo mandaba Mariantu, pero fué desbaratado Bobadilla, i destacó al sargento de su guardia con diez soldados de ella, que obligaron a Mariantu a retirarse, pero vino sobre ellos el escuadrón de Painehuala, i acabó con estos diez leones, que vendieron sus vidas a precio mui subido.

Vino en su socorro el capitán Diego de Oro, i de un golpe despachó a Painehuela; pero muerto este capitán se retiró su escuadrón, i entró a pelear el de Lebentun. En este se presento el famoso Caupolican que cargo sobre el capitán Diego de Oro, i a pocas vueltas de escaramuzas, le derribo, i mató de un golpe de macana. No estuvo ocioso el capitán Francisco de Reinoso, hizo un horrible estrago en los escuadrones enemigos, pero Lebentun le apretó de tal suerte que fué menester que el mismo Gobernador le libertase a esfuerzos de su propio brazo.

Viéndose el Gobernador en mal estado con los pocos españoles que le quedaban, que ya no eran mas que trece, resolvió abrirá se en la plaza, i lo emprendió a todo costo. Lautaro mandó entonces que peligran los dos escuadrones de su retaguardia; pero con todo haciendo prodigios de valor, se puso a la vista de ella i viéndola demolida, se dió por perdido. Mas no por eso aflojo un punto de su animosidad, i tomó el partido de la retirada, que debió haber hecho a un desfiladero inmediato al campo de batalla por su retaguardia, luego que vio el nuevo orden de pelear en que Lautaro puso a los enemigos, i cuando lo intento ya fué a destiempo, porque acababa Caupolican de ocuparlo con los dos escuadrones de la vanguardia de su ejército.

Los españoles, llenos de espanto con esta operacion militar que no esperaban, echaron el resto de su esfuerzo. Pero como no peleaban ya a esfuerzos de aquel valor prudente, que siempre fué acompañado de la presencia de ánimo, sino impelido de un turbulento despecho; no pudieron aquellos valerosos conquistadores aprovecharse de su prudencia. Bien pudieron libertar la vida huyendo, i haber salvado la persona del Gobernador; pero el violento furor con que peleaban, no les dió lugar aun para pensarlo, i fueron puestos en tal desorden. En esa lamentable confusión experimentaron aquellos, hasta entonces invencibles campeones, la mas cruel venganza acompañada de un brutal furor. Sufrieron prolija i dolorosa muerte los que quedaron Vivos, i esta suerte le cupo al Gobernador. Viendo muertos a casi todos sus capitanes i soldados (82), se separó de la batalla con su capellán para confesarse. En este cristiano acto le cogieron, i atadas las manos, i cubiertos los rostros de sangre, fueron presentados a Caupolican (83). El Gobernador pidió rendidamente la vida, prometiéndoles con juramentos desembarazar su país. Tres días le tuvieron Vivo martirizándole entre los brindis, con que celebraban tan señalada victoria. Miraba a su Lautaro para que intercediese por el, pero fué en vano, porque el anciano Lebentun abuelo del jefe del tercer escuadrón, viendo inclinado a Lautaro i a Caupolican, sin aguardar a contestaciones, de un golpe de macana, que le dió en la cabeza, lo dejó inmóvil. Así acabó la vida quien debió eternizarla. Jamás la inconstante fortuna puso tan firme el clavo de su inquieta rueda que no queden esfuerzos a desgraciadas volteretas, aun aquellos que les parece estar bien equilibrados en ella.