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Crónicas
Descripcion Histórico Geografía del Reino de Chile por don Vicente Carvallo Goyeneche, precedida de una biógrafa del autor por don Miguel L. Amunátegui.
 
Primera parte. Que contiene el descubrimiento i conquista del Reino de Chile: el establecimiento de su Gobierno secular i eclesiástico: un compendio de la historia de sus Gobernadores: i una breve noticia de sus Obispos.
 
Tomo I

Capítulo XXXVII. Vuelve Caupolican contra el Fortin de Pinto i se retira - Sale el Gobernador para el Estado de Arauco - Batalla de Las Lagunillas.

Aunque se retiró Caupolican vencido, no fué escarmentado. Pidió mas jente a las parcialidades de Arauco i Tucapel, i a las provincias vecinas, i volvió a reforzar su ejército con el mismo intento de desalojar a los españoles, i despechado se acercó al valle de Penco. Fué descubierto de las centinelas avanzadas, que sin perder tiempo avisaron al Gobernador, ¡teniendo este jefe por mas acertado esperarle en campaña para que pudiesen pelear 100 hombres de caballería que adelantó don Luis de Toledo, salió en demanda de los araucanos, al mismo tiempo que ya éstos estaban sobre las vegas del río Andalien (14 de setiembre de 1557). Pero vió Caupolican la caballería i no estimó conveniente pasar el río, i se retiró a Arauco para hacer nueva leba, con ánimo sério de volver a atacar el fortin en donde tan mal le habia ido.

El Gobernador tambien hizo lo mismo, volvió a su establecimiento a aguardar el resto de la caballería, que no tardó en llegar con su jefe don Luis de Toledo, a quien siguieron muchos caballeros de la capital (18 de setiembre de 1557). Uno de ellos don Antonio Gonzalez con 12 españoles, bien armados i montados en briosos caballos, mantenidos los 13 aventureros por el vicario jeneral don Bartolomé Rodrigo Gonzalez Marmolejo, tío de don Antonio. En el mismo tiempo, llegó tambien de la Imperial el capitan Martin Ruiz de Gamboa con otros 50 soldados, escojidos entre todos los de aquella guarnicion (106).

Puesto Caupolican en Arauco, fué recibiendo las tropas que le enviaban las parcialidades i provincias aliadas, i Hecho alarde de su ejército, se halló con la jente de 44 parcialidades i 32 capitanes, que muchas veces habian medido sus armas con las de los españoles, i acercaba su numeroso ejército al de 16,000 hombres. El Gobernador se hallaba en la misma operacion de revistar sus tropas, i despachada la escuadra para el Perú, desalojó el fortin de Pinto i puso el campamento en el valle de Penco. Pasó revista i vió que tenia 450 soldados de caballería i 350 de infantería. Colocada ésta en el centro a las órdenes del maestre de campo Juan Remon i del sarjento mayor Pedro de Obregon, con los capitanes don Felipe Hurtado de Mendoza, don Alonso Pacheco i Vasco Suarez. En los dos costados puso la caballería mandada por don Luis de Toledo i el capitan Martin Ruiz de Gamboa, con los capitanes Alonso de Reinoso, Rodrigo de Quiroga i Francisco de Ulloa. El se hizo jefe de tina de estas compañías, i elijió por alferez de ella al capitan Pedro del Castillo.

I conociendo todo lo que puede en el soldado tener concepto hecho de la animosidad del jeneral, en una breve i eficaz oracion, les dió a entender el espíritu que le animaba, i les dijo: que estaba firmemente persuadido de su valor, del que le tenian dadas evidentes pruebas; pero que tuviesen entendido, que la constancia de los araucanos manifestaba ser aquella victoria un leve asomo de las muchas i dificultosas que su esfuerzo debia conseguir. Les hizo comprender la osadía de los enemigos con quienes combatían, i que por ella i su constancia, debian estimarlos i no hacer menosprecio de ellos por la desigualdad de las armas, que era mui peligrosa conducta. Les dijo tuviesen cuidado porque los araucanos acostumbrados a vencer, i mui distantes de todo temor, habian de hacer todos los esfuerzos de su poder para rezarcir la pérdida que tuvieron, i volver por su reputacion, i que seria luego i a cada paso, porque viéndolos pocos en número, i ellos excesivamente muchos, los despreciarían i por lo mismo acometerían con la esperanza de rendirlos en la continuacion de asaltos; que previniesen el ánimo no ménos para resistir empeñosas batallas, que para despreciar jenerosamente las duras necesidades que infaliblemente debían seguirse de aquella guerra, i que no se presentaba otro arbitrio, que el de los dos estremos, de morir o vencer mas como la causa era de Dios, estuviesen seguros de su asistencia, si no se hacían indignos de ella abusando de las victorias. Pero que si todavía querian persuadirse de que la buena o mala suerte de las batallas consistía en la fortuna, a quien se le atribuyó un desmedido poder en los negocios de la guerra, no pretendia oponerse a esta coman opinion, mas que tuviesen entendido que una órden mal entendida i peor ejecutada o una imprudente temeridad, tiene demasiado influjo para hacer que aquella pase de los vencedores a los vencidos, i que estos frecuentes accidentes, que no puede preveerlos el jeneral, tampoco está en su mano remediarlos, i no se le deben imputar las desgracias que de ellos pueden seguirse. Pero que esto lo evitaba el valor acompañado de una pronta ciega obediencia, que se prometia i esperaba, porque ella sola es la que tiene parte en los buenos sucesos de la guerra.»

Concluido el razonamiento, se batió la marcha i salió del valle de Penco (2 de octubre de 1557) con 800 hombres, 8 piezas de artillería, cuyo capitan era Francisco Alvarez Berrio, i campó sobre la ribera del Biobio. Aparentó pasarle por donde hoi está situada la plaza de San Pedro, i bajó a verificarlo dos i media leguas mas abajo de su embocadura al mar. Para esto hizo entrar las cinco lanchas de la escuadra, i en cuatro dias venció este peligroso paso, sin que se lo disputasen los araucanos. Los primeros que pusieron el pié en su ribera meridional fueron el Gobernador, el maestre de campo Juan Remon, Julian de Bastida i Diego Cano, i los cuatro se apartaron solos, pero bien montados a reconocer el campo.

Caupolican cuidadosamente les dejó pasar el Biobio, para que vencidos como suponia, no se le fuese alguno de las manos, i luego que tuvo la noticia de que estaban sobre su ribera pata atravesarla, movió su ejército i con algunas marchas se acercó al mismo rio, i campó en las llanuras de las Lagunillas, sin advertir que es terreno mui despejado i ventajoso para la caballería, que ellos no tenian i que hacia la mayor fuerza de los españoles. Formó el ejército en tres líneas, de modo que colocadas pudiesen socorrerse con oportunidad, i aguardó al Gobernador con ánimo de rezarcirse de la pasada pérdida, i así fué este hecho de armas uno de los mas sangrientos que hubo en Chile.

Reconocido el ejército araucano i su formacion por los batidores del campo español, marchó el Gobernador a atacarle. La caballería comenzó la sangrienta batalla que acabó con la noche. Hicieron los araucanos esfuerzos de desesperacion, mas bien que de prudente animosidad, sin temor del horrible estrago que les hacia la artillería. Pretendieron interpolarse con los españoles para que las armas blancas Hiciesen todo el costo, pero no lo pidieron conseguir: les formó Remon una impenetrable muralla de acero con la infantería, que al mismo tiempo les disparaba una copiosa lluvia de balas con la arcabucería. Al favor de su fuego destrozaba la caballería aquellos numerosos escuadrones, i logró desordenarlos. Sus comandantes aprovecharon este momento decisivo de la, batalla, i les pusieron en desordenada huida, a pesar de la vijilante actividad de Caupolican, que enviaba prontos refuerzos a sus líneas para evitar el desórden i la fuga. Los vencedores fueron al alcance de los fujitivos i a ninguno de los que alcanzaron perdonaron la vida, i se retiraron cuando vieron noche. El Gobernador no dió cuartel a los rendidos, hizo quitar la vida a todos los venir. la prisioneros, ménos a un capitan (107) que, cortadas las manos, lo envió a Caupolican para irrefagable testimonio de una bárbara crueldad, distante de toda humanidad, i que mas sirvió de irritarlos, que de escarmentarlos. Fué tal la carnicería que hicieron los españoles en la huida de aquellos bárbaros, que ni aun se pudo calcular el número de sus muertos. De los españoles murieron Francisco de Osorio i Hernando Guillen, muchos quedaron mortalmente heridos, i tuvieron pérdida considerable de caballos (108).