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Crónicas
Descripcion Histórico Geografía del Reino de Chile por don Vicente Carvallo Goyeneche, precedida de una biógrafa del autor por don Miguel L. Amunátegui.
 
Primera parte. Que contiene el descubrimiento i conquista del Reino de Chile: el establecimiento de su Gobierno secular i eclesiástico: un compendio de la historia de sus Gobernadores: i una breve noticia de sus Obispos.
 
Tomo I

Capítulo LXXIII. Desembarco de piratas en las costas de Chile - El Gobernador pide al Virrei de Lima jente para concluir la Conquista, i para lo mismo hace pasar a España a su hermano Don Luis - Batalla de la Cuesta de Villagra - Envia el Gobernador

Tomas Canvendish pirata ingles, salió de Plismut con tres buques el 21 de julio de 1586, i desembocando por el estrecho de Magallanes el 24 de febrero del año siguiente, entró en el mar del sur, i tomó puerto en la isla de Santa María. De allí pasó al de la Herradura, en la bahía de la Concepcion, i porque no pudo hacer desembarco, navegó en demanda del de Valparaiso. Vió tambien que en este se pusieron en arma i bajó al de Quintero. Aquí tomó agua i leña porque nadie le hizo oposicion, hasta que Alonso de Molina Parraguez enviado por don Alonso Campo Frío de Carvajal, correjidor de la capital, se arrimó a la costa i le puso una emboscada. Cayeron en ella los ingleses, i aunque hicieron todo lo posible por lograr una buena retirada, no se la permitió hacer Alonso de Molina que tomo prisionero a un oficial i trece marineros, con muerte de otros ocho. El pirata se alejo de las costas de Chile, i tomando el rumbo Vitela el oriente, apreso una nave procedente de Filipinas que navegaba para Nueva España, i regreso a Inglaterra (147).

Este ocurso le hizo concebir al Gobernador poca esperanza de ser socorrido por el virrei. Conceptuaba que S. E. equiparia una escuadra que impidiese los progresos de los ingleses, i sus gastos i la jente que debia emplearse en ella, era lejítimo impedimento que escusaba al virrei en el olvido de aquella conquista. Bien reflexionado todo, resolvió pasar a la capital, en donde estuvo el tiempo preciso para enviar a la corte a su hermano don Luis, con designo de que informase al Soberano sobre el estado de aquel reino, i pidiese un cuerpo de tropas para verificar con él la rendicion de los araucanos, i que al paso hiciese los mismos oficios con el virrei (noviembre de 1589). Este se desentendió, i no se acordó mas de Chile. Esta negociacion salió mui mal. Gasto en ella don Luis 30,000 pesos i quedo con las manos vacías, porque aunque el rei le oyó benignamente i le dió 600 hombres i embarcaciones para conducirlos a Tierra Firme, despues de desembarcados en Portobelo, de orden de la Corte, que tuvo noticia que una armadilla de piratas aguardaba el regreso de los galeones de América, los volvieron a embarcar en ellos para armarlos.

Si el pirata no hubiera sido escarmentado en Chile i hubiera permanecido sobre sus costas, sin duda retardarian mucho los progresos del Gobernador. Le hubiera obligado a dividir las pocas fuerzas que tenia, para defender la marina, i los araucanos ya se aprovecharian de la division. No bien fueron orientados del arribo de los ingleses, cuando se pusieron sobre las plazas desalojadas, a demolerlas i cegar sus bozos, persuadidos de que aquel movimiento era de necesidad, con designio de volver a ocupar aquellos puestos, luego que desembarazados de los enemigos de Europa, fuesen socorridos en las urjencias que en la actualidad padecian. Otro trozo de 4,000 hombres salió bajo la conducta de Quintuhuenu a encontrar al Gobernador que, puesto en la frontera ya de regreso de la capital, pasaba: el Biobio con 600 españoles, a las ordenes de los capitanes Irazabal, Ruiz, Guzman, Jufré, Rodolfo, Cortez, Quiroz, Ulloa, Galleguillos i Avendaño. Tambien le acompañaba el maestre de campo con su compañia de reformados, en número de 130 hombres, con los que lacia prodijios de valor, i de ellos elijió 20 el Gobernador para guardia de su persona.

Quintuhuenu elijió la cuesta de Villagra para atacarle. Tomó por asalto el fortin que allí tenian los españoles paso   a cuchillo su guarnicion (enero de 1590). Se fortificó en la plazeta del cerro, i atrincherado de gruesos troncos de árboles, i colocados sus escuadrones en los puestos convenientes, hizo memoria a los suyos de las victorias que allí mismo alcanzaron sus ascendientes. Les dió a entender que de aquella batalla pendía necesariamente su libertad, la de sus mujeres, hijos i de la patria, i les puso tan animosos, que deseaban el momento de irse a las manos con los españoles que ya tenian a la vista.

El Gobernador conoció la ventajosa situacion del jeneral araucano i dispuso un buen órden de pelea. Tomó la vanguardia con sus 20 reformados, le seguía el maestre de campo con otros 100 de esta clase, i luego iba el sarjento mayor con igual número de soldados escojidos; i dió órden a estos jefes de atacar a los enemigos por la derecha, e izquierda de la cuesta, despues de vencida la subida, para dar entrada al resto del ejército. Quintuhuenu no aguardó a que subiesen, i destacó un escuadron para que se lo impidiese. Con este comenzó el Gobernador una de las mas sangrientas batallas que se han tenido con aquellos bárbaros.

Este jefe con sus 20 reformados abrió paso al maestre de campo i al sarjento mayor, i entraron peleando por ambos costados de la subida, hasta que montó a lo alto de la cuesta todo el cuerpo del ejercito. Enardecidamente peleaban de una i otra parte, i tan enfurecidos que no cuidaban de las heridas que recibían. A los escuadrones que peleaban, relevaba Quintuhuenu con increible celeridad, sostituyendo otros de su cuerpo de reserva. Tenia ya cansados a los españoles i fatigados los caballos. Cantaban ya la victoria los araucanos, pero hicieron los españoles esfuerzos grandes de valor, i estrecharon a Quintuhuenu a hacer la reseña de recojer su ejército a las trincheras. Entónces 20 españoles de los mas animosos cargaron sobre ellos con tal ímpetu, que abrieron bastante brecha para que todos entrasen.

Entró primero el maestre de campo con su compañía i le siguieron otros capitanes con las suyas. Hacían aquellos leones españoles estragos horrorosos en los enemigos, pero no era bastante para intimidarlos. Corria Quintuhuenu por todas partes infundiéndoles un desesperado esfuerzo. Resistian i embestian con furor ciego, i se entraban por las puntas de las espadas, sin temor de la atroz muerte que en ellas encontraban. Dudosa estaba la victoria, hasta que advirtió el Gobernador que ninguno de los araucanos hablaba sino su caudillo, i que a la voz de éste hacían prodijios de valor, i cargó sobre el. El bárbaro entónces se desmontó del caballo, i el Gobernador hizo lo mismo sin perder tiempo, i aferrado con él, le dió tres puñaladas i le dejó a sus piés. La guardia del Gobernador cerró con aquel escuadron, i este valerosa jefe tomó su caballo para  perseguir la victoria de una funcion que él mismo tuvo la satisfaccion de haber comenzado i acabado. Viendo los españoles teñido en sangre a su Gobernador i los araucanos muerto a su caudillo, peleaban aquellos, no ya con esfuerzos regulados de un prudente valor, sino a impulsos de no se qué ferocidad que hacia parecer al ménos animoso un engrifado tigre; i los indios hechos ya unos tímidos corderillos, sin la voz que les animaba, tomaron el arbitrio de la fuga, despeñándose por aquellas escarpadas rocas para salvar la vida, i dejaron mas de 600 muertos en el campo de batalla.

De los españoles pocos salieron sin heridas. Dos le hicieron al Gobernador, la una un poco profunda, pero no peligrosa. Murieron 20 de los mas útiles; porque los hombres de espíritu son los que mas se empeñan en estas peligrosas acciones; que los afeminados, poco cuidadosos del honor, en su mismo carácter tienen asegurada i vinculada la conservacion de su individuio, que es el único ídolo a quien saben tributar sus nada bien olorosos inciensos. La suerte de estos 20 le cayó tambien a un portugues del habito de Cristo. Antes de la funcion despreciaba a los araucanos: «que él habia peleado, decia, con varias naciones de Europa armadas con todo jénero de armas, i no debia temer a unos pobrecillos que no conocian el uso de las de fuego; i que no podian estos hombres despreciables ponerse en el rol de los europeos.» Comenzada la batalla, les vió jugar diestramente sus lanzas, i descargar feroces golpes con las macanas, i esperimentó que con ellas abollaban las armas de acero i quebrantaban los huesos. Conoció entónces el valor de los araucanos, i salió de su error, aunque la acelerada muerte que le dió uno de los pobrecillos, no le dió tiempo para retractarse de su proposicion.

Bajó el Gobernador al valle de Laraquete, i campó sobre la ribera del Carampangue. Allí tuvo noticia de que la escuadra de bajeles guarda-costas del mar del sur, enviada por el virrei del Perú que recelaba de piratas, puesta a la vista de la cuesta de Villagra, habia celebrado la victoria que hemos referido con una salva de toda su artillería; se hallaba surta en el puerto de la Concepcion con destino de echar en tierra alguna jente, ropa i dinero que enviaba el virrei, a cargo de Hernando Comero de Andrade. (Enero de 1590).

No era esto lo que el Gobernador se prometia, ni esperaba lo que ménos se necesitaba para la conclusion de la conquista en que se hallaba, empeñado, i resolvió que el maestre de campo fuese a Lima a orientar al virrei del estado de la guerra, i que se dignase S. E. dar los auxilios necesarios para terminarla, supuesto que las victorias ganadas a los araucanos, presentaban oportunidad para ver logrado este fin, i satisfacer con él los vivos deseos del Soberano. (Febrero de 1590), Al mismo tiempo determinó que el capitan Francisco de Hernandez, que se hallaba en la ciudad de la Concepcion, saliera para la de Santiago con destino de conducir la jente que se pudiese sacar para la guerra en su distrito; i marcharon todos a sus comisiones.

Luego que se vió libre de este cuidado, comenzó a levantar la plaza de Arauco, que incendiada el dia de la batalla de la cuesta, de Villagra, se arruinaron todas sus obras interiores, i levantó el castillo de San Ildefonso. Al mismo tiempo cuidó de requerir a los indios con la paz, i les prometió todo buen tratamiento i la moderacion de tributos con perpetuo olvido de lo pasado, siempre que la paz fuese verdadera i jeneral. Admitieron los araucanos la proposicion, pero finjidamente, i quedó de guerra un capitan con su parcialidad, como regularmente acostumbraban con su política, para a la asombra de éste hostilizar todo con ventajas. En el ajuste i convenio adhirieron sin repugnancia a todo lo que se les propuso, i estuvieron en la espresada plaza a su ratificacion (1590).