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Crónicas
Descripcion Histórico Geografía del Reino de Chile por don Vicente Carvallo Goyeneche, precedida de una biógrafa del autor por don Miguel L. Amunátegui.
 
Primera parte. Que contiene el descubrimiento i conquista del Reino de Chile: el establecimiento de su Gobierno secular i eclesiástico: un compendio de la historia de sus Gobernadores: i una breve noticia de sus Obispos.
 
Tomo I

Capítulo LXXXVIII. Defensa de la ciudad de Osorno y su despoblacion.

Gobernaba la ciudad de Osorno el maestre de campo don Fernando Figueroa de Mendoza i viendo que ya no era posible impedir la conspiracion suscitada por Pelantaru, envió al capitan Rodrigo Ortiz de Gatica, para que hiciese presente al Gobernador la necesidad de jente, víveres i otras cosas para defender aquella importante colonia. No fué infructuosa esta dilijencia, porque conociendo el Gobernador la verdad de la noticia, que tocaba por esperiencia propia de todo el Obispado de la Imperial, dirijía sus ideas a poner en defensa sus establecimientos con las pocas fuerzas que tenia. De ella envió setenta hombres a las órdenes del maestre de campo Gomez Romero, que embarcados en el puerto de la Concepcion, navegaron en demanda del de Chiloé, de donde sacó alguna mas tropa, i un buen número de animales de aquella comarca.

Tuvo noticias que un grueso destacamento de los enemigos se hallaba fortificado en la ciénega de Parpalen, i resolvió atacarlos, porque desde allí hostilizaban los distritos de Osorno i Carelmapu. Por todas partes estaban defendidos de la ciénega, cuya estrecha entrada tenian defendida con varias cortaduras fortificadas de fuertes palizadas. Todo lo venció la constancia de aquel jefe, i se introdujo en el terreno enjuto ocupado por los indios. Combatió casi todo un dia despues de innumerables guerrillas, que ya habian tenido en los tres anteriores, que tardó en ganar la entrada. Al fin consiguió una completa victoria con prision i muerte de muchos, que perecieron, tanto al rigor de las armas, como ahogados en la ciénega, que fué su último, aunque desesperado recurso para libertar la vida, que rindieron en el mismo arbitrio, con que pensaron conservarla.

Concluida la batalla, se retiró para la ciudad de Castro, i envió a la de Osorno cincuenta hombres a las órdenes del espresado capitan Ortiz de Gatica, que llegaron felizmente a la ciudad. Quedaron éstos de guarnicion en ella; i con la jente que habia descansada salió el maestre de campo Fernando de Figueroa a hostilizar la provincia del Cumeo, porque ya los indios de encomienda se habian unido con los de guerra bajo la conducta de Ligcoy, que lo era de la encomienda del mismo Figueroa, i le elijieron jeneral por hombre de buenas luces i de esperimentado valor.

Supo éste fortificarse con mil indios en tan ventajoso sitio, que por dos costados era defendido de un profundo canal de mar i por los otros dos circuido de una ciénega que no se podia transitar a caballo por parte alguna, i para vencerla a pié, debia ser con el agua a la cintura, i con el trabajo de terraplenar con fajina i tierra. Conoció Figueroa los peligros de esta empresa, si intentaba verificarla por la ciénega, i resolvió atacar a Ligcoy por el canal.

Para ésto dispuso hacer cuatro piraguas, i en ellas venció este paso, i al favor de las armas de fuego, logró hacer su desembarco. Vencido este embarazo, se halló en otro mayor. Quedó debajo de un risco cortado a plomo por naturaleza, i se vió en el empeño de entrar por la ciénega. Por esta parte halló algunas veredas injutas, i se conocia que por ellas bajaban los indios a la marina; pero todas estaban sembradas de estacas con puntas agudas, para dificultar su tránsito, i dispuso Figueroa que los ausiliares se empleasen en sacarlas, para que los españoles pudiesen pelear. De este modo salió de la cienega, cuyas avenidas estaban fortificadas con palizadas defendidas de flecheros, que no las abandonaron sino forzados de las armas de fuego. Despues de una larga i valerosa defensa se retiraron con buen órden i se entraron en el fuerte, que tenían en la estremidad de una escabrosa roca. Allí hicieron los últimos esfuerzos de valor. No se rindieron, i entrada la noche desampararon su Rochela, i huyeron por la cienega. Cuando vino el dia siguiente, i se vió desalojado el fuerte, envió Figueroa los auxiliares bajo las órdenes del capitan Pedro Ortiz Gatica de Abalos i Aranda, para que los acabase de derrotar. Este capitan hizo muchos prisioneros, i fué uno de ellos el partidario Ligcoy, a quien allí mismo mandó Figueroa castigar con un horroroso suplicio, que escarmentase a los demas, i se retiró victorioso a Osorno.

Pero como ya tenia mui adelantadas las negociaciones de la conspiracion, nada de esto sirvió para contenerlos, i le fué preciso socorrer el fuerte de Tapellada, situado sobre la ribera de Rio Bueno, por aviso que tuvo de su comandante Rodrigo de Rojas, que aguardaba ser atacado de un numeroso escuadron de los indios. I en verdad que este auxilio llegó mui a tiempo, no solo para la defensa de Tapellada, sino tambien para sostener al cespitan Gaspar de Vierra, que enviado por el Gobernador de la ciudad de Valdivia a correr por las provincias de Calle-Calle i Quinchilca, para cerciorarse de las revoluciones que se notaban en todas aquellas parcialidades, tuvo la felicidad de libertarse con su compañía, i por esta casualidad no haber sido comprendido en la desolacion de aquella ciudad, de cuya desgracia le orientaron algunos españoles de los que residian en las estancias, i huyendo hácia el lado de Osorno, le alcanzaron en Quinchilca.

Con esta noticia resolvió Figueroa despoblar a Tapellada, i unir todas las fuerzas de su distrito. Ya no le quedó duda de la conjuracion, que se anunciaba desde la desgracia del Gobernador Martín García Oñez de Loyola, i regresó a la ciudad a tomar la providencias conducentes a su defensa. Sin perder momento de tiempo levantó en ella una ciudadela, i para estimular a todos, era el primero que tomaba el azadon para trabajar, i de este modo la vió concluida en pocos días. Fué desde luego acertada providencia, por que ya estaban revelados todos los de la comarca, i obraban de acuerdo con Paillamacu i Pelantaru, i con todos los de aquel obispado. Dispuso que todos los españoles pernoctasen en ella, i echaba una patrulla por la ciudad. Tuvieron la precaucion de acercar las monjas clarisas del Monasterio de Santa Isabel a la ciudadela, para que no peligrasen si los indios tomaban la ciudad, i las pusieron en la casa del capitan Rodrigo Ortiz de Gatica, que tenia capacidad hasta para un pequeño templo con puerta a la calle, i la cedió gustoso para que aquellas sagradas vírjenes llevasen ménos incomodidades.

En estas circunstancias supo Figueroa que en Menmencaví se unian los indios para atacar la ciudad, i le pareció mas conveniente buscarles en sus cuarteles para escarmentarlos i alejarlos del pensamiento de invadirla. Aprestada la tropa que elijió para la empresa, puso en ejecucion su idea para adelantarse a darles el golpe con que ellos meditaban sorprender aquel establecimiento. Le salieron tan ajustadas estas medidas, que logró derrotarlos i quitarles cantidad de ganados que habian robado en las estancias de los españoles, que ya tenian saqueadas.

Cuando regresó victorioso se hallaba con la noticia, conducida por unos indios de paz, de que al septentrion de Rio-Bueno estaba acampado un escuadron de españoles. I considerando lo peligroso del tránsito de aquel rio, que no podian hacer sino en canoas, que son embarcaciones de poco burbo, i no habia mas de cuatro, envió a los capitanes Rodrígo Ortiz de Gatica i Pedro de Gatica, su hijo, para que los contuviesen i facilitasen el tránsito, que suponia mal arriesgado. Llegaron estos capitanes no sin oposicion de los indios, i se hallaron con el coronel Francisco de Ocampo, que habiendo arribado al puerto de Valdivia once dias despues de su desolacion, i orientados por los mismos indios de que la ciudad de Osorno aun se mantenia, i que su gobernador la defendía haciendo correrías por todo el distrito, i buscandoles en los parajes donde sabia que determinaban unirse, resolvió pasar a su socorro. Ignoraba Ocampo el número de tropas que allí tenian los enemigos, i determinó hacer la marcha por veredas escusadas. Las halló tan escabrosas i tan escasas de mantenimientos, que llegó su tropa a Rio-Bueno cansada, estropeada i fatigada del hambre. Aliviaron todos estos trabajos con la llegada de los Gaticas, que como hombres ricos condujeron todas las provisiones que conceptuaron podian necesitar. Brevemente se repusieron, i atravesado el rio, tomaron la marcha para Osorno.

Este refuerzo de tropa hizo a los indios suspender el ataque que meditaban hacer contra la ciudad. Pero, repuesta esta tropa de las incomodidades de su penosa marcha, le pareció conveniente al coronel Ocampo volver a Valdivia, para despachar los navios al Perú, i regresar con la jente que habia quedado para su cuidado i resguardo. No bien salió Ocampo, cuando ya los indios volvieron a resolver la sorpresa de la ciudad con un cuerpo de seis mil hombres, i para verificarla aprovecharon la oportunidad que les presentó una tempestuosa noche (mayo 20 de 1600). Su misma oscuridad i la borrasca pusieron a los españoles en un delincuente descuido. Saquearon los indios la ciudad, i la entregaron al fuego. La pérdida fué grande, porque aquellos españoles tenian en sus casas todos sus bienes, i de noche las dejaban al cuidado de sus criados i de las mujeres, bajo el seguro de una patrulla, que aquella noche fiada en la tempestad la abandonó. Con la luz de las llamas vieron el cautiverio de sus mujeres, que despues se fueron rescatando i canjeando; i entre ellas a la señora doña Gregoria Ramirez, relijiosa del monasterio de Santa Isabel, de la órden de Santa Clara, cuya pérdida llenó de sentimiento a la ciudad.

Estinguido el incendio con la lluvia que trajo la tempestad, asediaron tan estrechamente la ciudadela que no les dejaron arbitrios ni aun para salir a tomar agua, i hubieran perecido a los rigores del hambre i de la sed, si el coronel Ocampo no pusiera toda dilijencia en su regreso; tres dial duró el asedio, i lo levantaron porque se acercaba aquel oficial, i se retiraron precipitadamente, pero cargados de despojos. En su precipitacion conoció el gobernador el regreso de Ocampo, que tardó, porque orientado de la invasion que hizo el pirata Cordés en la provincia de Chiloé, tuvo que pasar allá para desalojarle, i dispuso que el capitan Pedro Ortiz de Gatica les picase la retaguardia. Pero le siguió sin efecto alguno hasta la isla de Gaete, que dista tres leguas de la ciudad al norte de ella. Allí encontró Gatica al coronel Ocampo, i a éste le pareció mas acertado dejar aquella arriesgada empresa, i regresar a la ciudad, que no debia aventurarse.

Los indios no hicieron mas detencion que la precisa para asegurar los despojos que sacaron de la ciudad, i volver sobre ella; pero con la llegada de Ocampo no se atrevieron a ponerle asedio formal, i bloquearon con dobles partidas. Por interes de los cautivos velaban los partidarios con tal eficacia, que hasta mostaza, nabos, romaza i otras hortalizas silvestres les costó a muchos de los sitiados o la vida o la libertad.

El Gobernador mandaba hacer surtidas con oportunidad, disponiéndolas segun las noticias que adquiría de la situacion de los enemigos, i se lograba hacer algunas presas de ganados para aliviar la necesidad. En una de estas salidas, fué Dios servido disponer la recuperacion de la relijiosa cautiva. Cayó esta señora en manos del indio Huertemayu, Que residia cerca del Rio Bueno, hacendado i casado con seis mujeres. Su recojimiento, virtud, modestia i constancia invencible contuvieron la desenfrenada lascivia de aquel bárbaro, i no se atrevió a tocarla. La tenia Huertemayu con veneracion i respeto, i deseaba restituirla a los españoles; pero no se determinaba a hacerlo, por no incurrir en la indignacion de los domas; i en verdad que no le hubiera estado bien, porque sus compatriotas le hubieran aniquilado. No fué necesario que pereciere Huertemayu, i Dios con su sabia providencia gobernó este lance.

Salió de la ciudad el capitan Jerónimo de Peraza a dar un golpe de mano a los enemigos i quitarles algunos ganados, i tomó prisionero a un indio. Sabia éste la instancia que se hacia por la relijiosa, i ofreció guiar a los españoles hasta ponerles en el paraje *tierras de Huertemayu, si le concedian la vida. Se admitió la propuesta, i ordenó al capitan Peraza la salida, pero no con tanto secreto, que dejase de llegar a noticie, de los indios, i dispusieron tres partidas para, sorprenderle. Huertemayu que deseaba desprenderse de una señora que de nada mas le servia que de tener a quien venerar i servir, se valió de un indio de su familia, llamado Rodrigo, que por aficionado a la relijiosa se dedicaba con Elena, india del mismo Huertemayu, a servirla i asistirla, i ambos eran cristianos i de natural bondad. En estas circunstancias peligrosas para los españoles, dispuso Huertemayu que Rodrigo ocultamente se avanzase a la primera espera de las que tenian preparadas contra los españoles, antes que cayesen en la emboscada, i avisado Peraza de su peligro, le condujese a su casa por veredas escusadas, i le previniese que él i todos los de su familia se retirarian a los montes inmediatos, para que sus compatriotas no comprendiesen su intelijencia con los españoles

Se persuadió Peraza de Huertemayu por la natural sencillez del enviado, i creyendo el aviso, siguió a Rodrigo, aunque no sin un cuidadoso recelo, hasta que lo puso en la choza de la relijiosa, verificándose todas las circunstancias que espuso. La monja era avisada de todo por Huertemayu i luego que vió a los españoles, rindió humildes gracias a su divino esposo por el beneficio de restituirla al deseado nido de su celda. I por fruto de sus trabajos i cautiverio, le llevó a Elena i a Rodrigo, que la siguieron hasta la ciudad de Santiago, donde vivieron sin separarse del camino de los divinos preceptos, i sirviendo al monasterio murieron santamente. El Capitan Peraza no tocó en los bienes de Huertemayu, i volvió triunfante a la ciudad con la amada prenda, que tanto deseaba (agosto 15 de 1000). Celebraron aquel triunfo con las aclamaciones que puedan ser permitidas a un pueblo asediado.

Los indios estrechaban el asedio, i los españoles refleccionaban sobre el tiempo de su duracion, i que ni aun se les daba esperanza de socorro, sabiendo que se mantenian animosamente i con invencible constancia. Esta indolencia les hacia persuadirse que todo el distrito del obispado de la Imperial se hallaba en igual apuro, pero no podian creerse se les dejase de auxiliar desde la capital, o desde el Perú, i en junta de capitanes i vecinos, resolvieron mantener la ciudad a todo costo.

Para esto pensaron desembarasarse de mujeres, niños, relijiosos i otras jentes inútiles para la guerra. A consecuencia de esta resolucion del consejo de guerra, se dispuso que el coronel Ocampo, que ya era gobernador de la ciudad, pasase a la provincia de Chiloé en solicitud de víveres, caballos i jente para llevar a efecto su determinacion. Tomó Ocampo 100 soldados escojidos al mando de los capitanes Jerónimo de Peraza, Rodrigo Ortiz de Gatica i Pedro Ortiz de Gatica, i emprendieron aquella tan penosa, como peligrosa espedicion.

Son imponderables los trabajos que en esta marcha sufria la invencible constancia de los españoles. Ella se hizo a pié por escabrosas montañas i sin otros víveres que las yerbas del campo. No daban un paso sin que hubiese un ataque que sustentar; i les fué indispensable vencer los riesgos de tres formales batallas, i en la última rindió la vida su comandante el coronel Ocampo, i casi sufrieron una total derrota.

Viéndose perdidos, se arrimaron a la ribera de un canal de mar, i se fortificaron en ella. Pero los indios les tomaron todas las salidas i veredas, i no hubo noche que no les sorprendiesen. En este apretado lance elijieron por comandante al capitan Peraza, i éste resolvió cortar madera i hacer una embarcacion para pasar el canal i burlar el estrecho bloqueo de los indios. En breve tiempo levantaron una piragua, i al favor de la noche hicieron su trasporte en cuatro viajes.

La siguiente mañana se hallaron los indios sin la presa que hubieron por suya, i con aceleradas marchas los siguieron hasta que les dieron alcance i volvieron a las frecuentes guerrillas, en que no dejaban de esperimentar alguna pérdida. Mas al fin logro su animosa constancia entrar en Carelmapu, pueblo de indios de paz i residencia de algunos españoles

Aquí halló al capitan Francisco de Hernandez, que acababa de llegar con 100 españoles en el novio de Francisco Donoso, enviado del Gobernador al socorro de la ciudad de Osorno, i se mantuvo con él hasta que el correjidor de la de Castro dió las providencias que se le pedían. Despachado Peraza con algunos víveres i caballos se unieron las dos partidas i marcharon con la posible brevedad, contemplando a los sitiados en los últimos aprietos de la necesidad en que les tenia tan estrecho i tenaz asedio. Observaron estos comandantes tal precaucion i buen orden en su marcha, que no presentaron a los indios la mas pequeña oportunidad de acometerlos con ventaja. Todas las incomodidades se redujeron a pequeñas guerrillas, en que las mas veces salían escarmentados los indios, i entraron en la, ciudad, donde fueron recibidos de los sitiados con aquel aplauso que pedía la necesidad en que estaban constituidos.

Luego que los sitiadores tuvieron noticia de la muerte del coronel Ocampo, i del aprieto en que estuvo el capitan Peraza, doblaron los ataques contra la ciudad pero fueron frustrados todos sus esfuerzos. Hicieron aquellos españoles una tenaz honrosa resistencia Ninguna persona tuvo privilegio para eximirse de ocurrir a su defensa Las mujeres bajo la direccion de doña Ines Bazan, natural de estos reinos, esposa del capitan Juan de Oyarzun representaban armadas sobre los muros, desmintiendo la debilidad del sexo con su valor. Prodijios de animosidad hicieron con doña Ines. Supo su grande i esforzado ánimo poner admiracion en los mismos valientes soldados a cuyo lado peleaban.

Con el mismo refuerzo se confirmaron mas en animosa resolucion de mantener la ciudad que ya contaba sus defensores por el número de sus habitantes, i solo la falta de víveres pudiera hacerles variar de dictamen. Trataron de alejar de si este inconveniente, i en junta de guerra determinaron saliesen- los capitanes Peraza i Hernandez, cada uno con 100 lumbres (enero 20 de 1602). Aquel a solicitar del correjidor de la ciudad de Castro otro repuesto de viveres, i éste por disposicion del Gobernador de aquel reino al socorro de Villa-rica. Hernandez orientado de la desolacion aquella colonia i regreso luego Peraza llego a Carelmapu i oriento al correjidor de la ciudad de Castro en el objeto de su viaje i resolucion de la junta de la de Osorno. Fué atendida tan justa solicitud pronta i liberalmente despachada Tomadas las provisiones de boca que le dieron, regresó Peraza con toda diligencia a su destino i llevo víveres para todo el invierno.

El Gobernador del reino concibió de otro modo. No le pareció conveniente mantener aquella colonia que faltando las demas era necesario socorrerla por Chiloé i para eso necesitaba un cuerpo de 300 españoles que no era fácil verificarlo. Su modo de pensar fué seguido de la ejecucion, i pasó orden al gobernador de Osorno que, por fallecimiento del maestre de campo don Fernando Figueroa de Mendoza, i del coronel Ocampo, lo era el capitan Francisco de Hernandez, para que desamparase la ciudad, i se retirase a la provincia de Chiloé a fundar con sus vecinos las poblaciones de San Antonio de Calbuco, i San Miguel de Carelmapu.

Trató Hernandez de llevar adelante las disposiciones del gobierno, i aquellos vecinos se conformaron obedientes, i perdieron la esperanza de volver a las ricas posesiones que perdieron. Hechas las prevenciones indispensables para una vigorosa defensa en la peligrosa retirada que emprendían, se pusieron en viaje con imponderables trabajos, i con los vivieres que cada uno pudo conducir, perseguidos de los enemigos, fatigados del cansancio i desfallecidos del hambre, (octubre de 1502). Bien fué menester la esperiencia militar de un capitan como Francisco de Hernandez, para conducir monjas, mujeres, niños, por país enemigo. En una palabra, un pueblo que habia sufrido un asedio de cuatro años en 26 dias hizo la marcha, aunque con pérdida de 24 personas que desfallecidas i enfermas, murieron en el camino.

Envió a la ciudad de Castro a los relijiosos i monjas, i quedó con el resto de la jente en los establecimientos que tenía órden de hacer. De todo orientó al Gobernador; este jefe determinó enviar una embarcacion que trasportase al puerto de Valparaíso todas las personas relijiosas. Dieronse éstas a la vela i les sobrevino una tormenta que rompió el timon, i de tal modo maltrató la nave que, por especial providencia, tomaron el de la Concepcion i anclada en él se hundió a los tres dias de su arribo. Despues de algunos meses les proporcionó el Gobernador otro buque, i en el aportaron a Valparaíso de donde se trasladaron ala capital en diciembre de 1603.

Las monjas con las limosnas que les franqueó la piedad de los vecinos de la misma ciudad, levantaron su monasterio bajo el título de Santa Clara, i dejaron el de Santa Isabel reina de Hungría, que tuvo el de Osorno, i le concluyeron con otra considerable limosna que les envió el virei del Perú, clon Gaspar de Zúñiga i Acevedo, conde de Monte-Rei, i con 30,000 pesos con que algunos caballeros de Lima contribuyeron para su fábrica (156).

Gobernaba la ciudad de Osorno el maestre de campo don Fernando Figueroa de Mendoza i viendo que ya no era posible impedir la conspiracion suscitada por Pelantaru, envio al capitan Rodrigo Ortiz de Gatica, para que hiciese presente al Gobernador la necesidad de jente, viveres i otras cosas para defender aquella importante colonia. No fue infructuosa esta dilijencia, porque conociendo el Gobernador la verdad de la noticia, que tocaba por esperiencia propia de todo el Obispado de la Imperial, dirijia sus ideas a poner en defensa sus establecimientos con las pocas fuerzas que tenia. De ella envio setenta hombres a las ordenes del maestre de campo Gomez Romero, que embarcados en el puerto de la Concepcion, navegaron en demanda del de Chiloe, de donde saco alguna mas tropa, i un buen numero de animales de aquella comarca.

Tuvo noticias que un grueso destacamento de los enemigos se hallaba fortificado en la cienega de Parpalen, i resolvio atacarlos, porque desde alli hostilizaban los distritos de Osorno i Carelmapu. Por todas partes estaban defendidos de la cienega, cuya estrecha entrada tenian defendida con varias cortaduras fortificadas de fuertes palizadas. Todo lo vencio la constancia de aquel jefe, i se introdujo en el terreno enjuto ocupado por los indios. Combatio casi todo un dia despues de innumerables guerrillas, que ya habian tenido en los tres anteriores, que tardo en ganar la entrada. Al fin consiguio una completa victoria con prision i muerte de muchos, que perecieron, tanto al rigor de las armas, como ahogados en la cienega, que fue su ultimo, aunque desesperado recurso para libertar la vida, que rindieron en el mismo arbitrio, con que pensaron conservarla.

Concluida la batalla, se retiro para la ciudad de Castro, i envio a la de Osorno cincuenta hombres alas ordenes del espresado capitan Ortiz de Gatica, que llegaron felizmente a la ciudad. Quedaron estos de guarnicion en ella; i con la jente que Babia descansada salio el maestre de campo Fernando de Figueroa a hostilizar la provincia del Cumeo, porque ya los indios de encomienda se habian unido con los de guerra bajo la conducta de Ligcoy, que lo era de la encomienda del Mismo Figueroa, i le elijieron jeneral por hombre de buenas luces i de esperimentado valor.

Supo este fortificarse con mil indios en tan ventajoso sitio, que por dos costados era defendido de un profundo canal de mar i por los otros dos circuido de una cienega que no se podia transitar a caballo por parte alguna, i para vencerla a pie, debia ser con el agua a la cintura, i con el trabajo de terraplenar con fajina i tierra. Conocio Figueroa los peligros de esta empresa, si intentaba verificarla por la cienega, i resolvio atacar a Ligcoy por el canal.

Para esto dispuso hacer cuatro piraguas, i en ellas vencio este paso, i al favor de las armas de fuego, logro hacer su desembarco. Vencido este embarazo, se hallo en otro mayor. Quedo debajo de un risco cortado a plomo por naturaleza, i se vio en el empe?o de entrar por la cienega. Por esta parte hallo algunas veredas injutas, i se conocia que por ellas bajaban los indios a la marina; pero todas estaban sembradas de estacas con puntas agudas, para dificultar su transito, i dispuso Figueroa que los ausiliares se empleasen en sacarlas, para que los espa?oles pudiesen pelear. De este modo salio de la cienega, cuyas avenidas estaban fortificadas con palizadas defendidas de flecheros, que no las abandonaron sino forzados de las armas de fuego. Despues de una larga i valerosa defensa se retiraron con buen orden i se entraron en el fuerte, que tenian en la estremidad de una escabrosa roca. Alli hicieron los ultimos esfuerzos de valor. No se rindieron, i entrada la noche desampararon su Rochela, i huyeron por la cienega. Cuando vino el dia siguiente, i se vio desalojado el fuerte, envio Figueroa los auxiliares bajo las ordenes del capitan Pedro Ortiz Gatica de Abalos i Aranda, para que los acabase de derrotar. Este capitan hizo muchos prisioneros, i fue uno de ellos el partidario Ligcoy, a quien alli mismo mando Figueroa castigar con un horroroso suplicio, que escarmentase a los demas, i se retiro victorioso a Osorno.

Pero como ya tenia mui adelantadas las negociaciones de la conspiracion, nada de esto sirvio para contenerlos, i le fue preciso socorrer el fuerte de Tapellada, situado sobre la ribera de Rio Bueno, por aviso que tuvo de su comandante Rodrigo de Rojas, que aguardaba ser atacado de un numeroso escuadron de los indios. I en verdad que este auxilio llego mui a tiempo, no solo para la defensa de Tapellada, sino tambien para sostener al cespitan Gaspar de Vierra, que enviado por el Gobernador de la ciudad de Valdivia a correr por las provincias de Calle-Calle i Quinchilca, para cerciorarse de las revoluciones que se notaban en todas aquellas parcialidades, tuvo la felicidad de libertarse con su compa?ia, i por esta casualidad no haber sido comprendido en la desolacion de aquella ciudad, de cuya desgracia le orientaron algunos espa?oles de los que residian en las estancias, i huyendo hacia el lado de Osorno, le alcanzaron en Quinchilca.

Con esta noticia resolvio Figueroa despoblar a Tapellada, i unir todas las fuerzas de su distrito. Ya no le quedo duda de la conjuracion, que se anunciaba desde la desgracia del Gobernador Martin Garcia O?ez de Loyola, i regreso a la ciudad a tomar la providencias conducentes a su defensa. Sin perder momento de tiempo levanto en ella una ciudadela, i para estimular a todos, era el primero que tomaba el azadon para trabajar, i de este modo la vio concluida en pocos dias. Fue desde luego acertada providencia, por que ya estaban revelados todos los de la comarca, i obraban de acuerdo con Paillamacu i Pelantaru, i con todos los de aquel obispado. Dispuso que todos los espa?oles pernoctasen en ella, i echaba una patrulla por la ciudad. Tuvieron la precaucion de acercar las monjas clarisas del Monasterio de Santa Isabel a la ciudadela, para que no peligrasen si los indios tomaban la ciudad, i las pusieron en la casa del capitan Rodrigo Ortiz de Gatica, que tenia capacidad hasta para un peque?o templo con puerta a la calle, i la cedio gustoso para que aquellas sagradas virjenes llevasen menos incomodidades.

En estas circunstancias supo Figueroa que en Menmencavi se unian los indios para atacar la ciudad, i le parecio mas conveniente buscarles en sus cuarteles para escarmentarlos i alejarlos del pensamiento de invadirla. Aprestada la tropa que elijio para la empresa, puso en ejecucion su idea para adelantarse a darles el golpe con que ellos meditaban sorprender aquel establecimiento. Le salieron tan ajustadas estas medidas, que logro derrotarlos i quitarles cantidad de ganados que habian robado en las estancias de los espa?oles, que ya tenian saqueadas.

Cuando regreso victorioso se hallaba con la noticia, conducida por unos indios de paz, de que al septentrion de Rio-Bueno estaba acampado un escuadron de espa?oles. I considerando lo peligroso del transito de aquel rio, que no podian hacer sino en canoas, que son embarcaciones de poco burbo, i no habia mas de cuatro, envio a los capitanes Rodrigo Ortiz de Gatica i Pedro de Gatica, su hijo, para que los contuviesen i facilitasen el transito, que suponia mal arriesgado. Llegaron estos capitanes no sin oposicion de los indios, i se hallaron con el coronel Francisco de Ocampo, que habiendo arribado al puerto de Valdivia once dias despues de su desolacion, i orientados por los mismos indios de que la ciudad de Osorno aun se mantenia, i que su gobernador la defendia haciendo correrias por todo el distrito, i buscandoles en los parajes donde sabia que determinaban unirse, resolvio pasar a su socorro. Ignoraba Ocampo el numero de tropas que alli tenian los enemigos, i determino hacer la marcha por veredas escusadas. Las hallo tan escabrosas i tan escasas de mantenimientos, que llego su tropa a Rio-Bueno cansada, estropeada i fatigada del hambre. Aliviaron todos estos trabajos con la llegada de los Gaticas, que como hombres ricos condujeron todas las provisiones que conceptuaron podian necesitar. Brevemente se repusieron, i atravesado el rio, tomaron la marcha para Osorno.

Este refuerzo de tropa hizo a los indios suspender el ataque que meditaban hacer contra la ciudad. Pero, repuesta esta tropa de las incomodidades de su penosa marcha, le parecio conveniente al coronel Ocampo volver a Valdivia, para despachar los navios al Peru, i regresar con la jente que habia quedado para su cuidado i resguardo. No bien salio Ocampo, cuando ya los indios volvieron a resolver la sorpresa de la ciudad con un cuerpo de seis mil hombres, i para verificarla aprovecharon la oportunidad que les presento una tempestuosa noche (mayo 20 de 1600). Su misma oscuridad i la borrasca pusieron a los espa?oles en un delincuente descuido. Saquearon los indios la ciudad, i la entregaron al fuego. La perdida fue grande, porque aquellos espa?oles tenian en sus casas todos sus bienes, i de noche las dejaban al cuidado de sus criados i de las mujeres, bajo el seguro de una patrulla, que aquella noche fiada en la tempestad la abandono. Con la luz de las llamas vieron el cautiverio de sus mujeres, que despues se fueron rescatando i canjeando; i entre ellas a la se?ora do?a Gregoria Ramirez, relijiosa del monasterio de Santa Isabel, de la orden de Santa Clara, cuya perdida lleno de sentimiento a la ciudad.

Estinguido el incendio con la lluvia que trajo la tempestad, asediaron tan estrechamente la ciudadela que no les dejaron arbitrios ni aun para salir a tomar agua, i hubieran perecido a los rigores del hambre i de la sed, si el coronel Ocampo no pusiera toda dilijencia en su regreso; tres dial duro el asedio, i lo levantaron porque se acercaba aquel oficial, i se retiraron precipitadamente, pero cargados de despojos. En su precipitacion conocio el gobernador el regreso de Ocampo, que tardo, porque orientado de la invasion que hizo el pirata Cordes en la provincia de Chiloe, tuvo que pasar alla para desalojarle, i dispuso que el capitan Pedro Ortiz de Gatica les picase la retaguardia. Pero le siguio sin efecto alguno hasta la isla de Gaete, que dista tres leguas de la ciudad al norte de ella. Alli encontro Gatica al coronel Ocampo, i a este le parecio mas acertado dejar aquella arriesgada empresa, i regresar a la ciudad, que no debia aventurarse.

Los indios no hicieron mas detencion que la precisa para asegurar los despojos que sacaron de la ciudad, i volver sobre ella; pero con la llegada de Ocampo no se atrevieron a ponerle asedio formal, i bloquearon con dobles partidas. Por interes de los cautivos velaban los partidarios con tal eficacia, que hasta mostaza, nabos, romaza i otras hortalizas silvestres les costo a muchos de los sitiados o la vida o la libertad.

El Gobernador mandaba hacer surtidas con oportunidad, disponiendolas segun las noticias que adquiria de la situacion de los enemigos, i se lograba hacer algunas presas de ganados para aliviar la necesidad. En una de estas salidas, fue Dios servido disponer la recuperacion de la relijiosa cautiva. Cayo esta se?ora en manos del indio Huertemayu, Que residia cerca del Rio Bueno, hacendado i casado con seis mujeres. Su recojimiento, virtud, modestia i constancia invencible contuvieron la desenfrenada lascivia de aquel barbaro, i no se atrevio a tocarla. La tenia Huertemayu con veneracion i respeto, i deseaba restituirla a los espa?oles; pero no se determinaba a hacerlo, por no incurrir en la indignacion de los domas; i en verdad que no le hubiera estado bien, porque sus compatriotas le hubieran aniquilado. No fue necesario que pereciere Huertemayu, i Dios con su sabia providencia goberno este lance.

Salio de la ciudad el capitan Jeronimo de Peraza a dar un golpe de mano a los enemigos i quitarles algunos ganados, i tomo prisionero a un indio. Sabia este la instancia que se hacia por la relijiosa, i ofrecio guiar a los espa?oles hasta ponerles en el paraje *tierras de Huertemayu, si le concedian la vida. Se admitio la propuesta, i ordeno al capitan Peraza la salida, pero no con tanto secreto, que dejase de llegar a noticie, de los indios, i dispusieron tres partidas para, sorprenderle. Huertemayu que deseaba desprenderse de una se?ora que de nada mas le servia que de tener a quien venerar i servir, se valio de un indio de su familia, llamado Rodrigo, que por aficionado a la relijiosa se dedicaba con Elena, india del mismo Huertemayu, a servirla i asistirla, i ambos eran cristianos i de natural bondad. En estas circunstancias peligrosas para los espa?oles, dispuso Huertemayu que Rodrigo ocultamente se avanzase a la primera espera de las que tenian preparadas contra los espa?oles, antes que cayesen en la emboscada, i avisado Peraza de su peligro, le condujese a su casa por veredas escusadas, i le previniese que el i todos los de su familia se retirarian a los montes inmediatos, para que sus compatriotas no comprendiesen su intelijencia con los espa?oles.

Se persuadio Peraza de Huertemayu por la natural sencillez del enviado, i creyendo el aviso, siguio a Rodrigo, aunque no sin un cuidadoso recelo, hasta que lo puso en la choza de la relijiosa, verificandose todas las circunstancias que espuso. La monja era avisada de todo por Huertemayu i luego que vio a los espa?oles, rindio humildes gracias a su divino esposo por el beneficio de restituirla al deseado nido de su celda. I por fruto de sus trabajos i cautiverio, le llevo a Elena i a Rodrigo, que la siguieron hasta la ciudad de Santiago, donde vivieron sin separarse del camino de los divinos preceptos, i sirviendo al monasterio murieron santamente. El Capitan Peraza no toco en los bienes de Huertemayu, i volvio triunfante a la ciudad con la amada prenda, que tanto deseaba (agosto 15 de 1000). Celebraron aquel triunfo con las aclamaciones que puedan ser permitidas a un pueblo asediado.

Los indios estrechaban el asedio, i los espa?oles refleccionaban sobre el tiempo de su duracion, i que ni aun se les daba esperanza de socorro, sabiendo que se mantenian animosamente i con invencible constancia. Esta indolencia les hacia persuadirse que todo el distrito del obispado de la Imperial se hallaba en igual apuro, pero no podian creerse se les dejase de auxiliar desde la capital, o desde el Peru, i en junta de capitanes i vecinos, resolvieron mantener la ciudad a todo costo.

Para esto pensaron desembarasarse de mujeres, ni?os, relijiosos i otras jentes inutiles para la guerra. A consecuencia de esta resolucion del consejo de guerra, se dispuso que el coronel Ocampo, que ya era gobernador de la ciudad, pasase a la provincia de Chiloe en solicitud de viveres, caballos i jente para llevar a efecto su determinacion. Tomo Ocampo 100 soldados escojidos al mando de los capitanes Jeronimo de Peraza, Rodrigo Ortiz de Gatica i Pedro Ortiz de Gatica, i emprendieron aquella tan penosa, como peligrosa espedicion.

Son imponderables los trabajos que en esta marcha sufria la invencible constancia de los espa?oles. Ella se hizo a pie por escabrosas monta?as i sin otros viveres que las yerbas del campo. No daban un paso sin que hubiese un ataque que sustentar; i les fue indispensable vencer los riesgos de tres formales batallas, i en la ultima rindio la vida su comandante el coronel Ocampo, i casi sufrieron una total derrota.

Viendose perdidos, se arrimaron a la ribera de un canal de mar, i se fortificaron en ella. Pero los indios les tomaron todas las salidas i veredas, i no hubo noche que no les sorprendiesen. En este apretado lance elijieron por comandante al capitan Peraza, i este resolvio cortar madera i hacer una embarcacion para pasar el canal i burlar el estrecho bloqueo de los indios. En breve tiempo levantaron una piragua, i al favor de la noche hicieron su trasporte en cuatro viajes.

La siguiente ma?ana se hallaron los indios sin la presa que hubieron por suya, i con aceleradas marchas los siguieron hasta que les dieron alcance i volvieron a las frecuentes guerrillas, en que no dejaban de esperimentar alguna perdida. Mas al fin logro su animosa constancia entrar en Carelmapu, pueblo de indios de paz i residencia de algunos espa?oles.

Aqui hallo al capitan Francisco de Hernandez, que acababa de llegar con 100 espa?oles en el novio de Francisco Donoso, enviado del Gobernador al socorro de la ciudad de Osorno, i se mantuvo con el hasta que el correjidor de la de Castro dio las providencias que se le pedian. Despachado Peraza con algunos viveres i caballos se unieron las dos partidas i marcharon con la posible brevedad, contemplando a los sitiados en los ultimos aprietos de la necesidad en que les tenia tan estrecho i tenaz asedio. Observaron estos comandantes tal precaucion i buen orden en su marcha, que no presentaron a los indios la mas peque?a oportunidad de acometerlos con ventaja. Todas las incomodidades se redujeron a peque?as guerrillas, en que las mas veces salian escarmentados los indios, i entraron en la, ciudad, donde fueron recibidos de los sitiados con aquel aplauso que pedia la necesidad en que estaban constituidos.

Luego que los sitiadores tuvieron noticia de la muerte del coronel Ocampo, i del aprieto en que estuvo el capitan Peraza, doblaron los ataques contra la ciudad pero fueron frustrados todos sus esfuerzos. Hicieron aquellos espa?oles una tenaz honrosa resistencia Ninguna persona tuvo privilegio para eximirse de ocurrir a su defensa Las mujeres bajo la direccion de do?a Ines Bazan, natural de estos reinos, esposa del capitan Juan de Oyarzun representaban armadas sobre los muros, desmintiendo la debilidad del sexo con su valor. Prodijios de animosidad hicieron con do?a Ines. Supo su grande i esforzado animo poner admiracion en los mismos valientes soldados a cuyo lado peleaban.

Con el mismo refuerzo se confirmaron mas en animosa resolucion de mantener la ciudad que ya contaba sus defensores por el numero de sus habitantes, i solo la falta de viveres pudiera hacerles variar de dictamen. Trataron de alejar de si este inconveniente, i en junta de guerra determinaron saliesen- los capitanes Peraza i Hernandez, cada uno con 100 lumbres (enero 20 de 1602). Aquel a solicitar del correjidor de la ciudad de Castro otro repuesto de viveres, i este por disposicion del Gobernador de aquel reino al socorro de Villa-rica. Hernandez orientado de la desolacion aquella colonia i regreso luego Peraza llego a Carelmapu i oriento al correjidor de la ciudad de Castro en el objeto de su viaje i resolucion de la junta de la de Osorno. Fue atendida tan justa solicitud pronta i liberalmente despachada Tomadas las provisiones de boca que le dieron, regreso Peraza con toda diligencia a su destino i llevo viveres para todo el invierno.

El Gobernador del reino concibio de otro modo. No le parecio conveniente mantener aquella colonia que faltando las demas era necesario socorrerla por Chiloe i para eso necesitaba un cuerpo de 300 espa?oles que no era facil verificarlo. Su modo de pensar fue seguido de la ejecucion, i paso orden al gobernador de Osorno que, por fallecimiento del maestre de campo don Fernando Figueroa de Mendoza, i del coronel Ocampo, lo era el capitan Francisco de Hernandez, para que desamparase la ciudad, i se retirase a la provincia de Chiloe a fundar con sus vecinos las poblaciones de San Antonio de Calbuco, i San Miguel de Carelmapu.

Trato Hernandez de llevar adelante las disposiciones del gobierno, i aquellos vecinos se conformaron obedientes, i perdieron la esperanza de volver a las ricas posesiones que perdieron. Hechas las prevenciones indispensables para una vigorosa defensa en la peligrosa retirada que emprendian, se pusieron en viaje con imponderables trabajos, i con los vivieres que cada uno pudo conducir, perseguidos de los enemigos, fatigados del cansancio i desfallecidos del hambre, (octubre de 1502). Bien fue menester la esperiencia militar de un capitan como Francisco de Hernandez, para conducir monjas, mujeres, ni?os, por pais enemigo. En una palabra, un pueblo que habia sufrido un asedio de cuatro a?os en 26 dias hizo la marcha, aunque con perdida de 24 personas que desfallecidas i enfermas, murieron en el camino.

Envio a la ciudad de Castro a los relijiosos i monjas, i quedo con el resto de la jente en los establecimientos que tenia orden de hacer. De todo oriento al Gobernador; este jefe determino enviar una embarcacion que trasportase al puerto de Valparaiso todas las personas relijiosas. Dieronse estas a la vela i les sobrevino una tormenta que rompio el timon, i de tal modo maltrato la nave que, por especial providencia, tomaron el de la Concepcion i anclada en el se hundio a los tres dias de su arribo. Despues de algunos meses les proporciono el Gobernador otro buque, i en el aportaron a Valparaiso de donde se trasladaron ala capital en diciembre de 1603.

Las monjas con las limosnas que les franqueo la piedad de los vecinos de la misma ciudad, levantaron su monasterio bajo el titulo de Santa Clara, i dejaron el de Santa Isabel reina de Hungria, que tuvo el de Osorno, i le concluyeron con otra considerable limosna que les envio el virei del Peru, clon Gaspar de Zu?iga i Acevedo, conde de Monte-Rei, i con 30,000 pesos con que algunos caballeros de Lima contribuyeron para su fabrica (156).