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Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
XXVI. De cómo salió el campo de Arauco para ir a Tucapel, y de la batalla que le dieron los indios en Millarapue

Llegado que fue don García al valle de Arauco, estuvo dos días en él y envió en ellos a su maestro de campo que reconociese sitio donde se pudiese mudar de allí. Trájole relación que de la otra parte del río que pasa por este valle estaba un llano muy a propósito, porque tenía cerca todas las cosas de que tenía necesidad. Otro día levantó el campo y se fué [a] aquel asiento: desde allí envió a correr y descubrir el camino de adelante y tomar plática de los indios, que por no parecer ninguno era señal debían de estar juntos. Arnao Cegarra, que era contador del rey, natural de Sevilla, fué con una compañía de caballo esta jornada. Queriendo don García guiarse más por calidad que por plática de guerra, pues era cierto Arnao Cegarra no tenía ninguna, y así no llevando su gente recogida para lo que le sucediese, un soldado entró por el monte tras de unos indios, que ,como le vieron solo revolvieron sobre él, y peleando lo mataron, después de haberlo buscado, que lo vinieron a hallar despojado de las armas y vestidos, lo cargaron en un caballo y llevaron al campo a enterrar. Don García, degustoso por la mala orden que se había tenido, dio una reprehensión al que los llevaba a su cargo, y no le encomendó cosa otra alguna.

Después de esto envió al capitán Rodrigo de Quiroga que tomase lengua de un fuerte, en donde le decían estar juntos los indios esperándole. Yendo su camino, llegó a un paso cerrado con muchos árboles grandes cortados, que junto al camino los había criado naturaleza; estos árboles cayendo cerraban el camino, de suerte que no se podía pasar por él si no era quitando aquel impedimento; y para haberlo de quitar había de ser el trabajo mayor, porque era mucha la longitud, y los indios pretendían ocuparlos en aquella obra para pelear con ellos en aquel monte, teniéndolos encerrados en él. Después que hubo reconocido lo que convenía, se volvió y dijo a don García era trabajoso llevar el campo por aquel camino. Por este respeto acordó en su consejo de guerra llevarlo por la tierra llana entre la costa de la mar y el camino cerrado; pues había caminos muchos y buenos que iban perlongando la tierra, el viaje que se llevaba, sin rodeo alguno; cuanto más que aunque lo hubiera se tenía por mejor.

Echado bando para partir, las espías que estaban dentro de el campo dieron luego aviso el camino que llevaba. Siendo informados, y pareciéndoles que de temor había dejado de ir el camino de el fuerte por no pelear con ellos, se determinaron aquella noche ir, y al amanecer pelear con él en donde estaba antes que saliese a mejor tierra, porque la de Millarapue, que así se llamaba donde tenía don García el campo asentado, por ser, como era, tierra doblada de valles y cerros, aunque pequeños, era mucho a su propósito, y que tendrían ventaja a los caballos. Con esta determinación salieron de el fuerte repartidos por tres partes, teniéndole en poco a causa de las muchas victorias y buenos sucesos de atrás; los tenían tan soberbios, que sin consideración alguna, sino como hombres temerarios, la siguiente mañana al amanecer vinieron sobre el campo: traían por su capitán mayor a Queupulican, hombre de grandes fuerzas y muy cruel. Luego que fueron descubiertos de las centinelas, que aún no se habían retirado, tocaron arma. Los indios, oyendo una trompeta que se tocó en el campo, entendiendo por ella eran descubiertos, dieron una grande grita, a la cual despertó todo el campo: tomando las armas esperaron la orden que se les daba. Los indios caminaron hasta ponerse a tiro de mosquete, allí hicieron alto por dos partes que venían caminando, los unos a vista de los otros; y cuando los unos hicieron alto, los otros pararon y se estuvieron quedos. Representada la batalla, llamando a los cristianos a ella, el otro escuadrón que venía por las espaldas tardó tanto, que no llegó a tiempo de pelear. Don García mandó cargar el artillería, que eran cuatro piezas de campo que estaban puestas en un alto y señoreaban los indios bien al descubierto: dejó por guarda de el campo una compañía de infantería, de que era capitán un caballero de Plasencia, llamado don Alonso Pacheco, y proveyó que dos compañías de caballo y una de infantería se pusiesen al encuentro de los indios, y que no peleasen si no les compeliese necesidad, hasta que él lo mandase. Ellos, no teniendo sufrimiento para guardar la orden que les fué dada, rompieron con los indios, y anduvieron peleando de tal suerte, que dos soldados que entraron en ellos los derribaron de los caballos: socorriólos el capitán Rodrigo de Quiroga con algunos infantes y gente de caballo. Los indios les tenían ventaja, porque se peleaba en poco llano y muchas laderas, y en saliendo de el llano que tenían no los podían enojar, si no eran los infantes, que hicieron mucho efecto, porque andando peleando iban siempre ganando con ellos. El otro escuadrón, que estaba a la mira, mejor ordenado, cerrado con sus capitanes delante poniéndolos en orden, atados unos rabos de zorra a la cinta por la parte trasera, que les colgaba a manera de cola de lobo, por braveza entre ellos usada: éstos traen los más señalados y valientes.

Acaesció una cosa entonces, que por ser dina de memoria la escribo, para que entienda el que esto leyere y considere cuán valientes hombres son estos bárbaros, y cuán bien defienden su tierra. Unos corredores le trajeron a don García un indio, al cual mandó que le cortasen las manos por las muñecas; así castigado lo envió a donde los señores principales estaban, y que les dijese si le venían a servir les guardaría la paz, y si no lo querían hacer que a todos había de poner de aquella manera. Ellos, tomando por instrumento el castigo hecho en el indio para su disinio, hablaron su gente, y para ello tomó la mano el Queupolicán, como después se supo por cierto, y les dijo como ya veían los cristianos estaban dentro en sus casas, y que éstos eran los mismos que otras veces habían desbaratado, y que ahora, porque se veían muchos juntos, los enviaban amenazas; que todos peleasen animosamente, teniendo tino a la victoria, de la cual todos quedarían ricos, pues era cierto traían grande cantidad de ropas, caballos y otras muchas preseas de que habían de estar muy regocijados, pues le cabría tanta parte de el despojo a todos en general, y que si lo que él no creía, le sucediese mal, no tuviesen temor de dar otra y otra batalla; hasta morir todos; y que cuánto mejor les era morir peleando valientemente, que no verse como aquel indio cortadas las manos: y para más animarlos andaba el indio las manos cortadas por el escuadrón diciendo a todos su mal.

En este punto y de la manera dicha estaban los indios en su escuadrón representada la batalla, y entre ellos el indio sin manos diciéndoles en voz alta que peleasen, no se viesen como él. Los indios, viendo que a sus compañeros hasta entonces no les iba mal, sino que peleaban bien, estaban parados esperando a los cristianos que iban poco a poco a ellos. Comenzó a jugar la artillería tan bien que, metiendo las pelotas en la multitud, hicieron grande estrago y pusieron mayor temor, porque yo vide una pelota (que me hallé presente y peleé en todo lo más de lo contenido en este libro) que yendo algo alta, primero que dió en los enemigos llevó por delante grande número de picas que las tenían enhiestas, haciéndoselas pedazos, y sacándoselas de las manos los dejaban con espanto de caso tan nuevo para ellos, porque aunque otras veces habían peleado contra artillería, era pequeña y no había hecho en ellos tanto daño. Don García llevó por delante dos compañías de arcabuceros con grande determinación, disparando en el escuadrón sus arcabuces, derribando muchos a causa de tomarlos juntos: y viendo tres estandartes de a caballo que venían a romper con ellos y el artillería que no cesaba, no pudiendo sufrir su perdición volvieron las espaldas, los de a caballo, entre ellos alanceando muchos; y por estar cerca una quebrada grande y honda escaparon los más echándose por ella: allí los mataban los soldados de a pie a estocadas y lanzadas: muchos se rindieron, que pasada aquella furia escaparon las vidas con pequeño castigo. El otro escuadrón que peleaba con el capitán Rodrigo de Quiroga, como vió su daño tan al ojo, por no pasar por donde sus amigos y compañeros huyeron y por ser el sitio donde se peleaba áspero, murieron pocos.

Tomáronse entre todos setecientos indios a prisión, sin más de otros tantos que murieron peleando. Serían los indios que vinieron aquella mañana, a lo que ellos dijeron, diez mil indios, aunque todos no llegaron a pelear por la tardanza que tuvo el postrero escuadrón. Tomáronse prisioneros diez caciques, señores principales, que hacían oficio de capitán: Queupolican, capitán mayor, huyó. A estos principales, don García los mandó ahorcar todos. Allí se nido un cacique, hombre belicoso y señor principal, que en tiempo de Valdivia había servido bien, indio de buen entendimiento, después de haber procurado que le diesen la vida, no pudiéndolo alcanzar, aunque muchos lo procuraron por ser tan conocido. Éste, viendo que a los demás habían ahorcado, rogó mucho al alguacil que lo ahorcase encima de todos en el más alto ramo que el árbol tenía, porque los indios que por allí pasasen viesen había muerto por la defensión de su tierra.

De los cristianos no murió ninguno; hubo muchos heridos aunque no de heridas peligrosas; tomáronse armas cosa increíble(7).

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Notas

(7) O dicho de otro modo: tomóse un número increíble de armas.
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