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La historia moderna de la imprenta en Chile se inició con las siguientes palabras que Camilo Henríquez estampó en el prospecto de la Aurora de Chile:

"Está ya en nuestro poder el grande, el precioso instrumento de la ilustración universal, la imprenta. Los sanos principios el conocimiento de nuestros eternos derechos, las verdades sólidas, y útiles van a difundirse entre todas las clases del Estado. Todos sus pueblos van a consolarse con la frecuente noticia de las providencias paternales, y de las miras liberales, y patrióticas de un gobierno benéfico, próvido, infatigable, y regenerador. La pureza, y justicia de sus intenciones, la invariable firmeza de su generosa resolución llegará, sin desfigurarse por la calumnia, hasta las extremidades de la tierra. Empezará a desaparecer, nuestra nulidad política; se irá sintiendo nuestra existencia civil: se admirarán los esfuerzos de una administración, sagaz, y activa, y las maravillas de nuestra regeneración. La voz de la razón, y de la verdad se oirán entre nosotros después del triste, e insufrible silencio de tres siglos".

Hoy en día, aunque en una situación histórica muy distinta, si tuviésemos la necesidad de ponderar las múltiples posibilidades que ofrecen las diversas tecnologías digitales para la utilización de la información, difícilmente podrían encontrarse palabras más acertadas que aquellas, con la única salvedad de que ya no es la imprenta, sino que un complejo sistema de computadores, programas y redes los que facilitan esa tarea.

La profundidad y el alcance que esta verdadera "revolución informática" han tenido en el mundo hacen que incluso se hable de la "Era Digital", planteándose así la idea de que el mundo ha cambiado. Y efectivamente es así. Los diversos programas existentes permiten procesar textos con gran facilidad, realizar complejos cálculos en cuestión de una fracción de segundo, comunicarse en forma instantánea con personas ubicadas en lugares distantes e incluso transmitir imágenes y sonidos. El mundo, tal como lo percibimos, no como es, se ha convertido en un lugar más pequeño donde las distancias, aunque conservan su realidad física, se han acortado.

Las aplicaciones concretas de las tecnologías digitales son múltiples y ya entregan innumerables beneficios en diversas áreas del quehacer humano y, especialmente en los campos asociados al conocimiento y a la enseñanza. Y esta innovación ha llegado incluso a una disciplina que, quizás por una cuestión de denominación, está impregnada de "pasado", de "antigüedad", la historiografía.

Aceptando que la labor del historiógrafo es fundamentalmente de investigación, y que esta actividad consiste en la recopilación de información y en el procesamiento de ella según ciertos métodos y criterios específicos para alcanzar conclusiones que den luz sobre los hechos y procesos del pasado, las mismas que posteriormente deben difundirse, resulta incuestionable que las aplicaciones digitales son un aporte invaluable. Con la única salvedad del análisis cualitativo, propio del ser humano, estamos en presencia de herramientas que permiten la construcción de "bases de datos" con la información estampada en documentos originales, libros o fotografías, o con aquella más "pura", es decir, fechas, nombres, datos biográficos, estadísticas de todo tipo, bibliografías, etc., posibilitan un acceso rápido a todo tipo de fuentes de información, claro está, siempre que estas hayan sido incluidas en los sistemas correspondientes.

La utilidad de ellas es tal, que incluso es factible realizar análisis cuantitativos, si son requeridos, y redactar y modificar textos, los que también es posible publicar electrónicamente.

Ahora bien, si a todo esto agregamos la posibilidad que ofrece Internet, la "red global", tenemos como resultado que a dicha información se puede acceder desde cualquier parte del mundo.

Nuestra disciplina no puede permanecer al margen de esta corriente de innovación que ya resulta tan trascendental como el invento de Gutenberg.

Dos son las intenciones que nos han llevado a concretar este proyecto, que ya ha adquirido un carácter permanente y dinámico. Por un lado rescatar y salvaguardar, mediante la digitalización, una parte importante del contenido del patrimonio documental de nuestro país. Por otro, facilitar la investigación historiográfica y las labores docentes. Es por ello que básicamente trabajamos en dos iniciativas paralelas: la creación de un sitio web donde pretendemos reunir los textos documentales más importantes de los distintos períodos de la historia del país y también la construcción de una "herramienta" que facilite las labores de investigación y enseñanza a través de una base de datos que proporcione la posibilidad de una consulta más expedita de la información contenida en archivos y colecciones documentales impresas, la que eventualmente podría proyectarse a las fuentes manuscritas conservadas en distintos archivos e incluso, publicaciones periódicas especializadas.

Todo esto no implica que lo tradicional, el papel y la tinta, estén condenados a desaparecer. El placer de tomar un libro y recorrer sus páginas no es reemplazable por las teclas de un equipo. Sin embargo, se debe tener un criterio utilitario en estas materias, dado que las tecnologías digitales permiten realizar ediciones electrónicas de aquellos textos que han alcanzado la categoría de "raros y valiosos", y que en el "soporte" tradicional alcanzarían un gran volumen, con los consiguientes problemas de costos editoriales y de almacenamiento en las estanterías de las bibliotecas.

Un mundo verdaderamente fascinante se abre ante nuestros ojos e indiscutiblemente el patrimonio historiográfico y documental de nuestro país puede alcanzar grados de difusión nunca vistos.

Cristián Guerrero Lira