ACTAS DEL CABILDO DE SANTIAGO PERIODICOS EN TEXTO COMPLETO COLECCIONES DOCUMENTALES EN TEXTO COMPLETO INDICES DE ARCHIVOS COLECCIONES DOCUMENTALES

Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
XLVI. De cómo se juntaron los indios de la comarca de Angól y vinieron sobre la ciudad por tres partes, y fueron desbaratados por el capitán Lorenzo Bernal

Después de desbaratado el capitán Zurita, los indios de la provincia, cantando victoria, despachan mensajeros a todos los comarcanos que animasen a los demás principales, para que tomando las armas todos juntos echasen a los cristianos de aquella ciudad, pues en los recuentros que habían tenido siempre habían salido con victoria, y que no dejasen pasar el tiempo conforme a su pretensión tan favorable; éstos, despertando a la voz, hicieron junta a su usanza, que es juntarse en un campo llano, y con gran cantidad de vino que hacen de maíz y de otras legumbres todos juntos beben, y después de haber bien bebido, un principal plático de semejantes oraciones se sube en un madero que para el efecto tienen hincado en medio de todos, y allí les habla poniéndoles por delante sus trabajos y libertad, y la orden que para ello dan los señores principales a quien todos tienen de obedecer: que se animen a tomar las armas, y echen de sí una carga de tanta pesadumbre como de ordinario reciben con los cristianos, gente que nunca descansa de hacerles mal, y acaben de una vez guerra tan pesada e importuna, pues era necesario ya tener seguridad en sus casas, echarlos de la provincia, porque quedándose en ella en ninguna parte podrían estar; que de día y de noche, lloviendo, con grandes fríos, cuando más descuidados estuviesen los habían de hallar a sus puertas matando sus hijos y mujeres y destruyendo sus haciendas. Esta oración les hace el principal señor si es hombre elocuente, y si no toma la mano por él algún indio otro que los sepa persuadir más o menos conforme a lo que intentan hacer, y como el tiempo lo requiere. Resumidos los indios en que seguirán su voluntad, se apartan luego los señores principales, y sin dejar llegar ningún indio que no sea principal por la orden que tienen de guardar secreto, se reúnen en lo que han de hacer; y así, después de haberse juntado y tratado como dije, se determinaron ir sobre la ciudad de Angol por tres partes. Llegándose a ella con buena orden de guerra, reparándose por ser tierra llana con fuertes que hacían para no recibir daño alguno, y desde un fuerte reconocer en dónde harían otro primero que aquel desamparasen, y de esta manera ir a ponerse sobre la ciudad todos juntos, y que estando cerca, a la hora que les pareciese, conforme a la plática que de las espías tendrían puesta para el efecto dentro en la ciudad, que les avisarían de todo lo que los cristianos hacían; con este acuerdo, asaltando la ciudad todos a un tiempo, la ganarían tomando la mano. Los principales de Mareguano, juntos cuatro mili indios, vinieron a un estero que estaba de la ciudad dos leguas; allí cortaron madera y se hicieron fuertes con una palizada. Puestos en defensa, enviaron mensajeros por toda la provincia les viniesen a ayudar los demás principales que estaban con ellos acordados.

En este tiempo los vecinos de Angol, como estaban sin capitán, los alcaldes ordinarios, no confiando en su plática de guerra, con todos los principales de la ciudad rogaron al capitán Lorenzo Bernal se encargase de todo, así de lo de guerra correo de paz y república; el cual, a contemplación de sus amigos, que así mismo se lo pidieron por merced, lo aceptó. Fué recibido en el cabildo, e luego mandó hacer reseña de toda la gente que en la ciudad había, y de las armas que tenían: halló ochenta hombres entre soldados y vecinos, de los cuales tomó cincuenta, y con ellos fué a reconocer el fuerte que los indios tenían en el estero. Pareciéndole más fuerte de lo que se entendía, contra el parecer de algunos se volvió a la ciudad; los indios, como les vieron ir sin acometerles, tratan que de miedo lo hacía por no osar pelear más. El capitán Bernal, como astuto, entendió que los indios, soberbecidos de no acometerles ni pelear con ellos en el lugar que estaban, habían de salir a buscarle; y como él lo dijo en público, así fué, que otro día salieron del fuerte, y se fueron a poner legua y media de la ciudad, ribera de un río grande y de mucha defensa para ellos. El capitán Bernal con treinta hombres los volvió a reconocer, dejando la ciudad reparada de fuerte y de guardia ordinaria; como vió el sitio que tenían, que era fuerte y muy a su ventaja, se volvió sin hacer más que reconocer de la manera que estaban. Los indios soberbios, viendo que dos veces que con ellos se habían visto no había osado pelear, dieron aviso a los demás escuadrones que caminasen todo lo que pudiesen, que los cristianos estaban con tanto miedo que no osaban con ellos pelear, y que llegando sobre la ciudad los turbarían de manera que sin perder lanza sería todo suyo. Tan confiados estaban en la victoria, que las mujeres que en la ciudad había las habían repartido entre los señores principales. Con esta arrogancia y soberbia salieron de allí, y se ponen camino de la ciudad en una loma junto a otro río, donde esperan respuesta de sus amigos.

El capitán Lorenzo Bernal salió de la ciudad con veinte hombres, no para más efecto de reconocerlos, y ver de la manera que venían y el sitio que tenían. Llegado a vista le comenzaron a decir muchos oprobios y hacerle amenazas, teniéndole en poco. No parando en ello, reconoció que en la parte que estaban eran perdidos, trató en su pecho darles allí batalla, y para más certificarse de lo que convenía, mandó a cuatro soldados que vadeasen el río por encima de donde los indios estaban, que de piedras y tierra habían hecho una trinchea, y detrás de ella estaban reparados. Reconociendo el río se vadeaba por allí, mandó lo reconociesen por la parte de abajo; hallaron así mismo tenía vado. Luego envió dos soldados a la ciudad que de su parte dijesen a los alcaldes que con toda brevedad le enviasen treinta soldados con todos los arcabuces, que serían doce, y le trajesen un tiro de campo. Los que en el pueblo estaban decían era mal hecho ponerlo y aventurarlo a perder todo tan temerariamente, y para que no peleasen le hicieron ciertos requerimientos en nombre del rey. Lorenzo Bernal, entendiendo, como práctico de guerra, que si daba lugar a los demás escuadrones que venían caminando a que llegasen, siendo asaltada la ciudad por tantas partes se perderían, quiso, como prudente, pelear con los pocos antes que esperar se juntasen todos; despachando de sí a los que en aquello hablaban los mandó volver a la ciudad, y él, con número de sesenta soldados, estuvo aquella noche sobre ellos, teniéndolos a manera de cerco, y no peleó antes porque no le había llegado la pieza de campo que esperaba. Teniéndolos desvelados, y estándolo también los cristianos, le llegaron quinientos indios amigos y compañeros para ayudarle en aquel asalto, que ya de antes los tenía prevenidos; gente que, a trueque de aprovecharse, que es robar, hacen la guerra a sus parientes y amigos; éstos repartió y puso por cuarteles. Era cosa de ver el miedo que tenían los cristianos que en la ciudad habían quedado con las mujeres, porque sabían que si les decía mal eran perdidos; lloraban sus mujeres e hijos vellos en poder de aquellos bárbaros. Los indios [que] estaban en el fuerte bien quisieran aquella noche desampararlo e irse conociendo que los cristianos esperaban el día para pelear; y que lo que habían visto de vadear el río era para conocer el sitio y comarca: teniéndolo reconocido, estaban a lo menos con ellos igual si esperaban que el día les dijese lo que habían de hacer; quejaban de sus compañeros porque caminaban con tanta pereza, que bien pudieran haber llegado a la ciudad puesto a vista; siendo acometida, de necesidad habían ir a socorrerla, y que entonces le fueran ellos siguiendo a las colas de los caballos, como a gente vencida; por otra parte, querían salir del fuerte e irse la vuelta del río. Juntos en escuadrón no osaban determinarse a este efecto por ser tierra llana, hasta llegar a él, y veían que los cristianos todos andaban a caballo velándolos, y los indios amigos puestos en el escuadrón hacia la parte del río, que era por donde ellos pensaban ir; de esta manera se estuvieron quedos animados por sus capitanes. Después que fué bien de día, puesta la pieza de campo en el lugar que podía hacerles daño, comenzó a jugar algunas pelotas.

El capitán Lorenzo Bernal mandó apear a todos, y repartió los cuarteles por donde habían de pelear, y a los indios les dió por orden lo que habían de hacer a vuelta de los cristianos, quedando él a caballo para mejor proveer y mandar lo que convenía. Los cristianos, por la parte que les fué señalado, juntos con dos cuadrillas, comenzaron a disparar sus arcabuces en los enemigos, y los amigos indios muchas flechas, que como eran iguales en armas y lengua, era de oír lo que se decían los unos a los otros, porque los de guerra les decían mirasen eran parientes y amigos, y pues todos eran unos y peleaban por la libertad de todos, que se pasasen a ellos y les favoreciesen contra aquellos perros cristianos, grandes enemigos de todos los indios en general. Los indios amigos les decían eran traidores, salteadores, enemigos comunes, y que por robarlos habían venido a su tierra codiciosos de sus haciendas, sin tener atención a lo que les habían dicho, que allí habían de morir como malos; de esta manera peleaban y hablaban. Los cristianos, cubiertos con sus dagas y buenas lanzas, jugaban con los indios bravas lanzadas, mataban algunos, y los indios herían a muchos. Peleóse con grande vocería y grita que los amigos junto con los cristianos daban, y la pieza de artillería que jugaba. Los indios que en el fuerte estaban acaudillándose daban las mismas voces, de que era grande el estruendo, las trompetas que llevaban a su usanza, que ellos llaman cornetas, y las que los indios de guerra tenían; era cosa de grande levantamiento de ánimo, porque todos ellos, después de haber peleado y hecho todo lo que pudieron, viéndose entrar, y que los cristianos, envueltos con ellos, se aprovechaban de las espadas, que a estocadas mataban muchos, y los indios amigos, siendo iguales a ellos en el traje y armas, sin conocerse, andando envueltos todos juntos, los herían en gran manera, volvieron las espaldas huyendo hacia el río, que estaba cerca: los amigos se ocuparon en robar el despojo, como hombres que le ayudaron a ganar. El capitán Bernal mandó a los cristianos subiesen a caballo y siguiesen el alcance, los cuales los alcanzaron presto, y como estaban de ellos enojados y era tierra llana, tan encarnizados andaban matando y alanceando, que un soldado vecino de la ciudad de Osorno, llamado Francisco Valiente, valiente hombre portugués, yendo tras de una banda de indios alanceando con otros soldados, se arrojaron los indios de una barranca en el río; dando en un raudal grande, andaban nadando por él; este soldado, no teniendo temor a la altura de la barranca, ni el correr del río, se arrojó con su caballo tras ellos, que era cosa de ver cómo andaba nadando con el caballo envuelto con los indios; él espada en la mano salió a la otra ribera libre; en esto llegaron los indios amigos ayudando a los cristianos: mataron tantos, que el río llevaba el agua teñida el tiempo que duró el matar, hasta que el capitán Bernal los mandó retirar, y envió un hombre a la ciudad que llevase la nueva del buen suceso que Dios había sido servido darles. Tomáronse prisioneros por los amigos y cristianos muchos indios; de ellos mandó matar algunos, y castigó a otros cortándoles las manos y los pies. Murieron en este recuentro mil indios, sin muchos que fueron heridos; murió Illangulien, capitán general de esta junta; tomáronse algunas cotas de las que ellos habían ganado en otros recuentros a cristianos, muchas lanzas de Castilla, dagas, espadas, capas, sayos y camisas que traían, porque los más de estos indios eran los que habían desbaratado al capitán Zurita, y aquellas ropas le habían quitado; de los cristianos no murió ninguno; hubo muchos heridos, aunque iban bien armados. El capitán Bernal, recogida su gente, se fué a la ciudad alegre y victorioso, dando gracias a Dios por el buen suceso que fué servido darle; todos juntos se fueron apear a la iglesia, ofreciendo a Dios su victoria. Los que quedaron en la ciudad para guardar de ella los salieron a recibir llorando de placer, dándoles muchos loores, como a hombres que con su industria y valor los había libertado de aquel cautiverio que esperaban. Los demás indios que venían caminando a ayudar a sus compañeros a mucha prisa, ya cerca de la ciudad, tuvieron nueva eran perdidos; allí donde les tomó la voz se deshicieron, y fué cada uno por donde quiso la vuelta de su tierra. De esta manera se libró la ciudad de aquellos bárbaros que tan determinadamente venían sobre ella.