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Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
LVIII. De cómo el general Martín Ruiz de Gamboa, por orden del gobernador Rodrigo de Quiroga, fue a poblar la ciudad de Castro y de lo que hizo. Está esta ciudad poblada en cuarenta y tres grados

El general Martín Ruiz salió de la ciudad de Cañete por orden del gobernador para ir a poblar en lo que se llama Chiloé, porque no sólo se contentaba Rodrigo de Quiroga con restaurar lo que Francisco de Villagra había perdido, mas poblar al rey una ciudad nuevamente, reparando lo que tenía presente y acrecentando por sus capitanes lo de lejos, y tan sin costa del rey que se juntaron en breves días en la ciudad de Osorno ciento y diez hombres, que era por donde se había de entrar a hacer la jornada: que como tuvieron nueva iba [a] aquel efecto, acudieron de muchas partes soldados para ir en su compañía. Viendo la orden que tenía y se reparaba para llevar bastimentos y cosas pesadas por la mar, como hombres que sabían cierto iba a poblar, y así todos los que quisieron embarcaron sus ropas y las demás cosas que tenían, quedando ellos a la ligera. Antes que pasase el verano salió de Osorno y llevó consigo algunos vecinos de la misma ciudad que tenían sus repartimientos de indios en comarca de la ciudad que iba a poblarse. Éstos para que le ayudasen a pasar los caballos y soldados [por] un brazo de mar que divide la tierra firme de Osorno de la isla de Chiloé, puestos todos en este desaguadero que corre la mar por él en sus menguantes y crecientes con más braveza que un río grande por impetuoso que venga, y es menester para pasar de un cabo al otro conocer el tiempo, porque muchas veces se ha visto perder los caballos y meter la corriente a los cristianos dentro en la mar grande y han escapado los que así han ido con gran trabajo, porque el pasaje que tienen en unas piraguas hechas de tres tablas y una por plan, y a los lados a cada un lado una, cosidas con cordeles delgados, y en la juntura que hacen las tablas ponen una caña hendida de largo a largo, y debajo de ella y encima de la costura una cáscara de árbol que se llama maque, muy majada al coser: hace esta cáscara una liga que defiende en gran manera el entrar del agua. Son largas como treinta y cuarenta e pies y una vara de ancho, agudas a la popa y proa a manera de lanzadera de tejedor. De estas piraguas, que es el nombre que les tienen puestos los cristianos, que ellas se llaman en nombre de indios dalca, se juntaron cincuenta. Reman a cada una conforme como es, de cinco indios arriba hasta once y doce y más: navegan mucho al remo. En estas piraguas pasó en cuatro días trescientos caballos a nado por la mar adelante hasta llegar a la otra costa, longitud de una legua castellana, y ciento y diez hombres juntamente con los caballos, que fué un hecho temerario, porque de ninguna nación, griegos ni romanos, se halla escrito haber ningún capitán hecho caso semejante. Estando de la otra parte, informado de la disposición de la tierra, halló que reo había camino por donde pudiese llevar el campo, si no era por la costa de la mar, a causa de ser montosa la mayor parte de la isla y llevar muchos caballos de carga. Tuvo muchos inconvenientes para que no hubiese efecto la jornada que llevaba, diciendo echaba a perder el reino; en tiempo que tanta necesidad tenía de gente no convenía sacar ninguna más. Martín Ruiz, como hombre prudente y que entendía no se movían de celo que tuviesen del reino, sino de envidia, puesto como estaba con la gente junta y a pique de hacer viaje, paresciéndole no estaba bien a su presunción, habiéndolo primero pesado tantas veces y resumido en que se hiciese, caminó la costa de largo ocho días. Al cabo de ellos dejó el campo, con orden que caminase detrás de él, y pasó adelante con treinta soldados a caballo, para ver si había lugar conveniente donde asentar el campo, y desde allí buscar sitio para poblar, pues se hallaba en mitad de la isla, y viendo era bien poblada, halló un asiento y por ser tal pobló en él, junto a la mar, ribera de un río, rodeada de hermosas fuentes criadas de naturaleza de muy buena agua, y hermosa campaña abundantemente regalada de muchas pesquerías de toda suerte de pescados; púsole nombre la ciudad de Castro, y a la provincia, Nueva Galicia. Luego se informó de los indios y tomó por memoria los repartimientos que podía dar a soldados que con él habían ido, dejando justicia en nombre del rey. Después de nombrado concejo y puesta horca, se embarcó en un navío del rey y anduvo navegando hasta el archipiélago, que es de muchas islas, y esta isla grande es la principal de todas ellas: tiene de longitud sesenta leguas, y de latitud seis y ocho, y así al poco más o menos. Está apartada de la Cordillera Nevada cuatro leguas, y hay entre la isla y la Cordillera un otro brazo de mar que tiene de ancho dos leguas. Este brazo de mar viene de hacia el estrecho de Magallanes; y rompió por aquella parte de que hizo tantas islas, y salió por estotra, que es por donde Martín Ruiz pasó con las piraguas. Desde allí adelante va la costa hasta el estrecho de Magallanes áspera, aunque de muchos puertos, porque la mar va cerrando siempre con las haldas de la Cordillera Nevada y no hay lugar donde se pueda poblar ningún pueblo otro hasta el estrecho. Pues habiendo navegado por estas islas y tomado plática de todas ellas, echó en tierra al capitán Antonio de Lastur que llamase de paz los principales de una isla grande llamada Quinchao, de muchos naturales, el cual lo hizo tan bien, que trajo la mayor parte de ellos consigo a dar la obediencia al general en nombre del rey, y para buen efecto dejó en la ciudad de Castro un capitán que la tuviese a su cargo y mandase visitar aquella provincia, con orden que si lo que él había repartido saliese alguna parte incierta lo remediase con la mejor orden posible, no permitiendo se hiciese agravio ninguno.

Dejada esta orden se vino por la mar alegre en haberle sucedido tan bien su jornada. De allí se partió, aunque con triste nueva, por la muerte de su mujer, moza y rica, que estuvo cerca de tenerle compañía, para irse a ver con el gobernador, y por ser en mitad del invierno y por aquella tierra [que] en aquel tiempo hace bravos temporales de Norte, no pudo navegar y fué a darle cuenta por tierra de lo que había hecho. Llegado a Cañete, donde el gobernador estaba, fué bien recibido, como hombre que tan buena cuenta había dado de lo que llevó a su cargo. Luego, desde a pocos días, le llegó nueva al gobernador que el rey don Felipe había proveído Audiencia para el reino de Chile, y que eran llegados a la ciudad de la Serena tres navíos, y en ellos venían dos oidores, y que el rey les mandaba asentasen el Audiencia en la ciudad de la Concepción. Con esta nueva dejó al maestro de campo encargada la gente y se vino a la Concepción, y con él el general Martín Ruiz.

Los oidores llegados a la Serena fueron recibidos por el capitán Alvaro de Mendoza, natural de Extremadura, por teniente de gobernador, con muchas invenciones que mandó se hiciesen para alegrarlos. Después de haber descansado pocos días del trabajo de la mar y recibido algunos caballeros de los que vinieron a Chile con Costilla, que estaban quejosos del maestro de campo por causas que, aunque fueran verdaderas, eran bien livianas, dándoles buena esperanza a todos, se vinieron en sus navíos al puerto de Valparaíso, que es escala de la ciudad de Santiago, y fueron visitados de todos los nobles que en la ciudad había, dándoles el parabién de su venida y festejándolos como mejor pudieron, porque Santiago es un pueblo fértil, vicioso de todas cosas, muy bastamente proveído para la vivienda de toda suerte de hombres. Se holgaron allí; rogándoles y pidiéndoselo por merced en nombre de toda la república fuesen [a] aquella ciudad, no lo quisieron hacer, diciendo no traían orden para parar en pueblo alguno si no era en la Concepción, donde el rey les mandaba asentar su Audiencia. Dijéronles era invierno y por aquella costa reinaba mucho el Norte; que les podía suceder algún caso adverso; no lo quisieron hacer resumidos en su opinión, de que después fueron bien arrepentidos; y porque fueron informados que la ciudad de la Concepción estaba falta de todo bastimento, mandaron embarcar en los tres navíos que traían el más trigo que pudieron y se hicieron a la vela por el mes de julio, año de sesenta y siete.

Navegando con buen tiempo, les dió una tramontana al principio bonancible y de buena navegación, como ella suele venir, y desde a poco embraveciéndose la mar, y el viento tomando fuerzas, sobreviniendo la noche, iban con grandísima tormenta, que aunque iban su derrota, no se entendían ni sabían qué orden tener para sustentarse; y así navegando a la ventura, encomendándose a Dios, cesó el Norte y saltó luego en travesía, que es otro viento peor. Éste los echó la vuelta de tierra, y como era tan oscuro, y la mar andaba hecha fuego, el navío de Marroquí, que era uno de los tres y el mejor de ellos, vino con el temporal tan cerca de tierra que sin entenderse el piloto, dió en unas peñas y en el momento fue hecho pedazos. Murieron en él muchos hombres principales y nobles, en especial el capitán Reinoso, que había servido a su majestad mucho en las Indias; Pedro de Obregón, que así mismo había servido a su majestad; Gregorio de Castañeda y otros muchos hombres principales, que algunos de ellos venían del Perú de negocios que tenían, y otros se habían embarcado en la Serena y puerto de Valparaíso; sólo escapó un pobre hombre llamado Lorenzo, ginovés, y dos indios que sin saber cómo ni de qué manera se hallaron en tierra, que los echó la mar; no supieron dar otra razón alguna. Los otros dos navíos, al amanecer, se hallaron junto a tierra, y queriendo dar en ella, por escapar las vidas, fue Dios servido, como era de día bonanzó un poco el viento, y con este buen socorro doblaron una punta, y detrás de ella hallaron un puerto que se llama de la Herradura, donde dieron fondo y estuvieron al seguro dos leguas de la Concepción; desde allí se fueron los navíos a Talcahuano, que es el puerto de aquella ciudad. Los oidores se vinieron por tierra; fueron recibidos con mucha alegría del pueblo. El gobernador les entregó el gobierno del reino y se fue a Santiago, donde tenía su casa.

Era Rodrigo de Quiroga, cuando tomó el gobierno a su cargo, de edad de cincuenta años, natural de Galicia, de un pueblo pequeño llamado Tor, dos leguas de Monforte y diez y seis de Ponferrada; hombre de buena estatura, moreno de rostro, la barba negra, cariaguileño, nobilísimo de condición, muy generoso, amigo de extremo grado de pobres, y así Dios le ayudaba en lo que hacía; su casa era hospital y mesón de todos los que la querían, en sus haciendas y posesiones. Se pudo con verdad decir de él, lo que decían los griegos de Cimón, aquel valeroso natural de Atenas, hijo del gran Milciades. Costóle tener el gobierno dos años poco más que gobernó, de sus haciendas gastadas y perdidas por su ausencia. Gran cantidad de pesos de oro. Gobernó bien con próspera fortuna sin tenerla adversa, ni salió de la guerra en todo el tiempo que gobernó, antes si alguna cosa se hacía que conviniese al bien público, era el primero que ponía las manos en ella, y así se trataba como un soldado particular, teniendo mucha cuenta y muy puesto por delante el gobierno que a su cargo tenía, para que en tiempo alguno no le fuese reputado ni puesto por cargo haber dado ocasión alguna a mal suceso. No se le conoció vicio en ninguna suerte de cosa, ni lo tuvo; tanto fué amigo de la virtud.