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Crónicas
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Prólogo al lector

Después que la edad mesma (lector grave o curioso) con impropiedad mucha del nombre de soldado (pues si bien una pierna cuyo tobillo vi a su rodilla junto, estaba sana) otras mil quiebras graves (no soldadas) me retiraron de la continua guerra deste Reino de Chile, habiéndome por pobre y no premiado por la poca sustancia dél, me he acogido al refugio común de lo que a todos los que a bien librar alcanza así quedamos, que no sé si me diga es de pastores, única granjería desta tierra, que obliga y casi fuerza a vivir de ordinario (o casi siempre) en campesina ociosa soledad; y acordándome, dijo San Bernardo:

   Puesto ya en la ociosidad
Es donde ha de recelarse
Della el hombre, y ocuparse;

Y por haber leído doctos libros, que en este mismo tiempo salieron a luz, que tratan de los grandes frutos del honesto trabajo y mayores daños de la ociosidad torpe, determiné ocuparme, como por espacio de más de seis años lo hice, en diversa lección de santos, escritura, políticos, filósofos, y de historia; y como tan necesitado de consejos prudentes, viéndome en la vejez y falto dellos, así por la del mío, como por el tiempo que me había dado la guerra en tanto ya pasado de mi vida, de atender a este estudio por mí tan deseado, y avarientando las sentencias que hallaba, cual riqueza de minas tan copiosas, junté un tesoro grande; y dél ya mi voluntad enamorada, por el aprecio que dellas hacia el entendimiento, y como el labrador que halló un tesoro de tanta estimación que no conoce su valor ni su grandeza y quilates, anda confuso sin determinarse en el modo de su aprovechamiento, así algún tiempo anduve confuso, hasta que vina ya a atreverme a tanto que me puse a escribir; y animado con tan grande riqueza, hice un poema dilatado, tanto que en escribirle en borrador segundo y en limarle, he gastado tres años. Hele mostrado a doctos que le aprueban por ser el cuerpo dél destas sentencias; y el modo de su engaste, dicen que al gusto que a lo moderno tienen hoy los hombres. Y así lo intitulé Coloquio sentencioso de provecho y gusto. Está acabado ya, y yo no contento de la lima que tiene en todas partes, deseo que vaya a España por su grado, o por lo menos a probar ventura. Espero en Dios la ha de tener mejor que otros mis hijos, porque es sentencia del Espíritu Santo:

   Es de los trabajos buenos
El fruto siempre glorioso,
Muy alegre y provechoso.

Y porque la dilación (principalmente si mi vida falta, cosa tan contingente) podría dar un mal logro al libro todo, y deseando ver dél alguna parte bien lograda, he tenido por muy dichoso acierto ofrecer los tres discursos que aquí he juntado a quien querría y deseo ofrecer servicios muy mayores.

El primero del Compendio Historial desta guerra para que S.E., por tenerla a su cargo, como de provincias subordinadas por S.M. al virreinado de su gobierno, vea, por tantos sucesos pasados, la fuerza de la precisa necesidad, para no desestimar más aquella guerra, sino ayudarla con los medios necesarios que, por los trances pasados, se muestran ser convenientes. Y en orden a ellos dice San Agustín:

   Por las cosas ya pasadas
Solemos bien colegir
Lo más que está por venir;

Y también dijo el Sabio en los Proverbios:

   Discípulo vemos es
De lo pasado y presente,
El día y tiempo siguiente;

Si es bien verdad que dice San Gregorio:

   De lo pasado el error
Reprehenderse y notarse
Puede mejor que enmendarse;

A que añadió Plutarco doctamente:

   Memoria de lo pasado
A lo presente da asiento,
Y a lo futuro escarmiento.

El segundo discurso de los Avisos prudenciales en las materias de gobierno y guerra, no contiene nada mío, más que sólo el engaste, pues todos son de autores conocidos, y a la margen citados sus lugares, que de otra suerte yo no me atreviera a poner la rudeza de mi pluma en tan difícil cosa, principalmente hablando con personas que tanto mejor que yo lo entenderán, que es sentencia del divino Gregorio:

   Caridad es dar consejo
Al necio, más al sapiente
Arrogancia impertinente.

Aunque es cosa muy cierta y muy sabida que los más sabios buscan y tienen en más los consejos de quien los puede dar, por aquel dicho sabio que en su proemio acota Justo Lipsio, que dice:

   Que para graves personas
Son los consejos más ciertos
Los que dan renglones muertos;

Y así dijo Casiano como docto:

   Digno es de alabanza grande
El que busca con cuidado
Consejo experimentado;

Y también dijo el Sabio en los Proverbios:

   En su corazón el sabio
Los preceptos bien concibe,
El necio mal los recibe;

Y Séneca, de Catón así decía:

   Tanto era estimado en Roma
Por sus consejos Catón,
Como por armas Cipión.

El tercero y último discurso que trata de Astrología Judiciaria junté a éstos por ser cosa tan ordinaria (y más en los mayores de la militar profesión) el desear oír pronósticos adelantados de su buena fortuna y sucesos, ocasionándose esta común costumbre (no sé si diga abuso) de los muchos que refieren autores graves, antiguos y modernos, que fueron hechos a gravísimos príncipes, los cuales se les cumplieron a la letra, disculpa que lo es deste deseo curioso, pero no a la creencia demasiada que algunos dan a cosas semejantes; pues como dice el divino Gregorio:

   Así como nadie hubo
Que su principio ante viese,
Ni quien su fin conociese;

y porque por algunos pronósticos que acaso a mí me han salido acertados, habiéndolos dicho no con afirmativa promesa, sino con algún barrunto de su cumplimiento (que es el modo con que dellos trato), ha habido alguna voz en este Reino y fuera dél, de que soy de los que les dan demasiada creencia, hice este tratado en que se ve muy claro que no soy desta secta envanecida, si bien tengo por cordura muy grande el no desestimar los avisos que a veces por impensados medios nos envía la Divina Providencia.

Todo lo en todos tres por mí tratado lo sujeto no sólo a la corrección de la santa Iglesia Católica Romana, de quien me precio de obediente hijo, pero también humilde a lo que todo docto se dignare darme, que siendo tal la apruebo desde luego; pero suplico a los discretos todos, se acuerden en favor mío de aquella piadosa sentencia de Vejecio que dice:

   No culpando la osadía
De un escritor, das aliento
Para escribir a otros ciento.

Y ésta es muy necesaria en este Reino, donde habiendo tan agudos ingenios como doctos sujetos, he sido yo el primero que, tan falto de todos requisitos, me he estrenado de tanto atrevimiento, cosa que bien conozco no me ha de dañar poco, pues viendo que he ganado por la mano a todos los que quisieren tomar este camino (que juzgo desde hoy no serán pocos) procurarán que éste mi libro muera sin aplauso, pretendiendo la palma desta primacía; más para bien mitigar este deseo les ruego que se acuerden de la sentencia de aquel grande maestro Tácito, que dice:

   El honor de toda empresa
En que han muchos trabajado,
Siempre al que acaba es dado.

Y éste les quedará a los coronistas, y yo me tendré por contento y bien premiado con sólo haber servido con este cornadillo (a quien le ofrezco) respondiendo a injustas objeciones con la sentencia de Quintiliano, que dice:

   Es de ingenios perezosos
Contentarse con notar
Los otros, sin trabajar;

y con que dice el divino Basilio:

   Anda siempre la pereza,
Como llena de estulticia,
Muy sobrada de malicia.

Y es de advertir que por haber sido estos tres discursos del libro grande que ha hecho el autor dellos intitulado Coloquio Sentencioso de provecho y gusto, como ya queda dicho, son interlocutores principales dél, Provecto y Gustoquio, nombres en él introducidos de dos capitanes amigos, principales personajes del dicho coloquio, en significación de que su mayor pretensión es traer al lector provecho y gusto. Provecto había militado en Chile mucho tiempo, Gustoquio en Flandes, y hablaban en Madrid de donde eran naturales, y se hallaban allí en sus pretensiones.