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Crónicas
Compendio Historial
Capítulo II

De la entrada del gobernador don Pedro de Valdivia en Chile con los conquistadores, hasta la batalla de Santiago.

    Hallándose Pizarro mal siguro
Entre tantos amigos de don Diego,
Concertó con don Pedro de Valdivia,
(Capitán valeroso y de gran nombre,
Y, a lo que dicen, de los arriscados
Que entraron con Borbón la ciudad sacra)
Que a conquistar a Chile se partiese
Con los amigos más aficionados
Del muerto general y de los suyos,
De que juntó casi doscientos hombres,
Los más de los que entraron con Almagro
Y fueron de la tierra más contentos,
Aviándolo el Marqués con mucha hacienda
Del Rey, y de la suya con gran parte;
Y en esto se partió con mucho gusto
De los que se partieron y quedaron.
Llegó a Atacama con algún recato
Por lo que dicho queda; en que se hallaba
Un valeroso capitán valiente,
Que Francisco de Aguirre era su nombre,
Y en milicia muy grande le tenía;
El cual con sus amigos y soldados
Todos, sólo catorce, había corrido
Aquella tierra, y castigado en parte
Aquellas muertes de los que mataron
A la vuelta de Almagro, como dije.
Y habiéndosele a un fuerte retirado
Los naturales, le ganó, y entrole;
Y a un gran despeñadero se arrojando,
Y quedando trescientos allí muertos,
Les cortó las cabezas, y las puso
Por almenas del fuerte, para espanto
De la gente, y por esto hasta hoy se llama
Un pueblo que está allí, de las Cabezas.

     Llegando pues Valdivia, persuadiole
Que se fuese con él con sus soldados,
Prometiendo de hacerle su segundo,
Aunque en secreto, en todas ocasiones,
Porque en público bien lo merecía,
Como adelante se verá probado.
Acertolo, y de allí se encaminaron
A aquel gran despoblado en que, pasando
Trabajos muchos, iban confiados
De hallar en Copiapó refresco grande,
Cual Almagro le tuvo cuando entraba.

Mas antes de dejar este desierto
Diré dos cosas suyas admirables,
Y son dos ríos que exquisitos tiene:
El uno que de día sólo corre
De dos picas de caja, y media vara
O poco más de fondo llevar suele,
Y a la puesta del sol o más o menos
Poca cosa, se seca de repente,
De suerte que no corre ni una gota;
Y los indios le llaman Anchallulla,
Que es lo mesmo que grande mentiroso.
El otro es cerca deste, de sal blanca,
Que corre como de agua permanente,
Y es toda sal perfecta en todo punto,
Que sacada de allí luego se cuaja
Y queda como el ampo de la nieve;
Y todas sus riberas están blancas
De piedras della como el alabastro.
Dejo otros minerales de colores,
De piedra y jaspes de diversos modos,
Que en otra tierra fueran valiosas
Y tuvieran estima memorable
     Llegó Valdivia a Copiapó, y hallole
Despoblado de gente y bastimento;
Y aunque hizo diligencias y emboscadas,
No pudiendo prender ni a un indio sólo,
Pasaba allí su gente hambre y aprieto
Sustentada con sólo unos chanales,
Fruta silvestre de la tierra y mala;
Y a cabo de tres días en un alto
De un encumbrado médano de arena,
Vieron gente y no poca que miraba
Muy a su salvo el seco alojamiento;
Pero no era posible en muchas horas
Aquel sitio ganar, con gran rodeo;
Y un valeroso castellano viejo,
Caballero de Burgos, que su nombre
Era Gaspar Orense, prometía
Fácilmente traerle, si allí estaba,
El cacique del valle, o de los vistos
El más principal indio que allí hubiese.
A todos admiró tan gran promesa;
Más aceptada, que a caballo luego
Se pusiesen algunos, dijo presto;
Y desnudo en su toldo, con calzones
De lienzo, y borseguíes en plantillas,
Jubón blanco y bonete colorado,
Sin más arma ofensiva o defensiva
Que su mesmo valor, que era muy grande,
Se fue acercando al médano de arena,
Haciendo reverencias, sumisiones,
Quitándose el bonete y inclinando
La cabeza hasta el suelo, y fue subiendo
Por el médano arriba poco a poco;
Y aunque tardando más de una hora larga,
Por ir con gran trabajo cahondando,[5]
Al fin llegó allá arriba con aliento.
Los indios le esperaron porque vían
Que un hombre solo era y desarmado,
Y ellos estaban más de cuatrocientos.
En llegando en la lengua cuzca dijo
(Que es la que aquellos hablan) le dijesen
Cual era allí el cacique, a quien traía
Él de su capitán de paz palabras,
Deteniéndose a posta en la barranca,
Hincando las rodillas al decirlo.
A lo cual un muchacho, adelantando,
Salió unos pasos hacia él, diciendo:
Yo soy, di que me quieres; y él al punto
Como a echarse a sus pies fue, y agarrole
Y aunque a tenerle muchos acudieron,
Con él y con los más vino rodando
Por el médano abajo en un momento,
Sin que daño ninguno recibiese;
Y acudiendo al socorro los caballos
En fin prendieron nuestro caciquillo,
Único hijo del mayor cacique,
Con gran risa de Orense y regocijo
Del buen efecto de su pensamiento;
          Que se alegra en su consejo
          El hombre, acertando alguno,
          Y es bueno el que es oportuno
.[6]
Así se reparó la gente toda,
Porque vino de paz el padre luego
Alegando disculpas infinitas,
Y el preso prometió guardarla siempre,
Cosa que cumplió mal como veremos.

                GUSTOQUIO

Graciosa cosa y valeroso hecho,
Cierto merecedor de premio grande.

                 PROVECTO

Como esos, centenares de mayores
Han sido con olvido allí pagados,
En que se cumple bien lo que Cornelio
Tácito dice de esta suerte mala:
          Miserable es el que siendo
          En hechos esclarecido,
          Muere sin ser conocido.
Esto os quise contar por un donaire,
Pero pocos podré desta manera,
So pena de pasar mucho la raya.

                 GUSTOQUIO

Grande lástima es que cosas tales
Haya de sepultar perpetuo olvido.
Pero seguid, que va gustoso el cuento.

                 PROVECTO

Pasó Valdivia con su brava gente
Ciento y cincuenta leguas más arriba
Hasta un gran valle que los naturales
Le llaman Mapochó, y en él se vía
Y en su grande comarca ser bastante
Para una población sufrir copiosa;
Y de lo que noticia se alcanzaba
El comedio era allí de lo ya visto;
Y así se resolvió de hacer un pueblo
En este valle, como al fin se hizo,
Que cabeza del Reino ha sido siempre,
A quien puso por nombre Santiago
Del Nuevo Extremo, por del Pirú serlo,
Dándole forma en ordinario modo,
En que no me detengo, porque ha rato
Questa relación dura y aún estamos
Muy al principio, y falta casi todo.
     Desde aquí conquistó de su comarca
A cuatro y a seis leguas más y menos
Como dos o tres mil indios en breve,
Con que pasaban ya mejor la vida,
Que había sustento al modo de la tierra,
Carne de caza y de la mar pescado
(Aunque está quince leguas la más cerca.)
Pero como no sólo se buscaba
Un mal comer, y esto con riesgo tanto,
Siguiose luego el pretender que diesen
Oro los indios, y aunque alguno daban,
Menester era más para el deseo,
Que como dijo el Cordobés sapiente:
          Más difícil es vencer
          La codicia, mal de males,
          Que enemigos corporales.
Y así los indios presto lo entendieron.
     Era muy esencial abrir camino
Para poder pasar al Pirú, pocos
Siguros, a buscar lo necesario;
Lo cual dificultaba el estar toda
Por conquistar la tierra del comedio,
Principalmente aquellos copiapoes
Que del gran despoblado eran la llave,
Y así por esto, como porque es cosa
Muy sabida de diestros capitanes,
          Que en toda nueva conquista
          No es bien mucho adelantar,
          Sin las espaldas ganar;[7]
Determinó Valdivia que un caudillo
Los fuese a conquistar, y que poblase
En un sitio dél ya reconocido
En la costa del mar, en buena parte,
Y justamente en la distancia media
Que hay desde Copiapó hasta Santiago.
     Salió pues con sesenta compañeros
Juan Bohon, capitán de grandes partes
De virtud y bondad y fortaleza;
Mas dijo bien por esto Marco Aurelio:
          Siguros van los oficios
          En poder de virtuosos,
          Mas ellos muy peligrosos.
     Pobló con brevedad donde hoy se llama
Ciudad de la Serena, en aquel sitio
Del valle que Coquimbo se llamaba,
Por cuyo nombre es hoy más conocida,
Haciendo un fuertecillo, y bastecido,
Y del pueblo nombrados los vecinos,
Y dejando en él como hasta veinte hombres,
Y algunos naturales ya asentados,
Bohon con los cuarenta fue adelante
A la conquista de los copiapoes,
Cosa en que consistía el hecho todo;
Y fuera bien el principar por ella
Antes de dividir sus fuerzas pocas.
Murió en ella y los suyos, que uno sólo
No se escapó de muerto o de cautivo,
Con que viniendo sobre el pueblo luego,
Lo mismo hicieron, de los que allí había
Sólo escapando dellos un vecino,
Que Pedro de Cisternas se llamaba,
Que aportó por milagro a Santiago,
Y pudo dar la nueva del suceso;
Con el cual, y con otros desconciertos
Causados (u de agravios como algunos
Sienten) u de motivos diferentes,
Los indios se apocaban cada día
Con irlos de ordinario conquistando,
Cosa que a poner vino a los cristianos
Con mil necesidades al extremo,
Porque andando las armas en las manos,
Con continuos trabajos excesivos,
Su estado cada día empeoraba,
Y a términos llegaron que comían
Chicharras y otras tales inmundicias,
Buscadas por los campos por sus manos;
          Que el harto el panal desprecia,
        Mas el que busca que coma
          Lo amargo por dulce toma[8]
Y era lo más sentible que no hallaban
Camino alguno de esperar mejora,
Rotos ya y destrozados y perdidos,
Que aunque tenían de oro alguna suma,
Ni les vestía ni les sustentaba,
Antes les era peso cuidadoso,
En que pasaron bien extrañas cosas
De su desprecio y compras excesivas,
En que bien se probaba no son ricos
Los que oro mucho tienen, sino aquellos
A quien concede Dios poder gozarlo.
          Y que solos ricos hace
          De Dios haber bendición,
          Pues lo son sin aflicción
.[9]
Estando pues en este gran aprieto
Prendieron de Aconcagua y de Quillota,
Valles grandes distantes quince leguas
De aquella población, unos caciques
Que eran los principales de la tierra;
Y el más Michimalongo se llamaba;
Con que entendieron mejorar su suerte.
Mas viendo en largo tiempo no acudían
A tratar de librarlos sus vasallos,
O por batalla o amigable pacto,
Y que no se atrevían por ser muchos
Los españoles que aún quedaban vivos,
Que serían ciento y treinta, poco menos,
Tomaron un consejo sabio mucho,
Pues como el grande Tito Livio dijo:
          En el principio el consejo
          Es grande sabiduría,
          Y en el peligro osadía.
Como desesperados acordaron
De dividirse, y que Valdivia fuese
La tierra arriba a descubrir buscando
O la muerte o remedio a tantos males;
Que es proverbio de Séneca sabido:
          Buena muerte es la del hombre
          Que ataja de prevenida
          Muchos males de la vida.
Para lo cual llevó cincuenta sólo,
Tomando para sí el mayor peligro,
Que es precepto de Tácito Cornelio:
          Al repartir las facciones,
          La más ardua el general
          Tome, o repartirá mal.
Juzgando, como fue muy cierta cosa,
Que en viendo los vasallos de los presos
Dividida la fuerza, a rescatarlos
Vendrían sin duda a probar ventura
Con los otro ochenta, se quedaron
En cuatro cuadras que tenía el pueblo,
Cuatro muy valerosos capitanes:
Los dos Franciscos, Villagra y Aguirre,
Juan de Ávalos Jufré, Monroy el otro.
     Vinieron pues los indios al combate,
Después de algunos días, orgullosos,
Antes de amanecer como una hora,
De que aviso tenían los cristianos
Por un indio que Aguirre preso había,
Y en orden y a caballo estaban todos,
Cosa que les valió el quedar con vidas.
La multitud era infinita casi;
Lo cierto que serían más millares
Que los ochenta que se defendían,
Matando muy gran suma a cada paso,
Que era canalla bárbara aunque inmensa.
Y al fin como eran tantos, se estuvieron
El día entero así obstinadamente,
Que habiendo puesto fuego a las pajizas
Casas de los cristianos, ya muy cerca
De vencer estuvieron a la tarde.
Estaba en el cuartel, que el fuerte era
La casa de don Pedro de Valdivia,
Cuya defensa a Aguirre había dejado,
Una brava mujer que fue más que hombres,
La cual Juana Jiménez se llamaba[10]
Y ésta con cuatro inútiles soldados
De los presos caciques tenía cuenta,
Que estaban en un cepo todos juntos;
Y oyendo que el murmullo de los indios
Voceando sus nombres repetían,
Conoció que librarlos solamente
Era su pretensión, y así mandoles
A aquellos hombres que con ella estaban,
Que al punto los matasen, y no osando
Hacerlo, recelando el ser vencidos
De tan gran multitud, ella tomoles
Una espada, y matolos por su mano,
Y cortando las bárbaras cabezas,
Arrojolas afuera de una en una;
Y luego que aquel vulgo temeroso
Reconoció frustrada su esperanza,
Y muertos sus caciques, cuya ira
Temía por no haberlos libertado,
Retirándose fue por sus cuadrillas,
Siguiéndole los nuestros y matando
Muy muchos dellos hasta bien de noche;
Que los caballos andar ya no podían.
     Murió un cristiano sólo, aunque quedaron
     Murió un cristiano sólo, aunque quedaron
Muchos muy mal heridos, y el que menos
Poco menos que muerto de cansado,
Desangrado y molido de porrazos.
Mas todo se olvidó con la victoria.
Quemáronse los tres cuarteles todos
Empobreciendo más sus moradores.
Sólo quedó el del capitán Aguirre,
Que era fuerte, y la casa de Valdivia,
Que a la conquista fue importante cosa,
Y a la conservación, que si se ardiera
Despoblar fuera fuerza y retirarse.
     Sabido este suceso luego vino
Don Pedro de Valdivia, y conquistando
Con gran facilidad la tierra fueron.

 

__________

[5]

Tal vez leerse cohondando, o más bien cohondido, de cohondir, voz usada en el siglo XIV, que significa confundido. -M.

[6]

Prover.

[7]

Tácito.

[8]

Proverbios.

[9]

Proverbios.

[10]

El nombre de esta mujer que mató por su propia mano a los caciques prisioneros, o que, según otras versiones, lo que parece más probable, los hizo ultimar por los soldados que los custodiaban, era Inés de Suárez, y no el que se da en el texto. Este cambio de nombre, tratándose de tal hecho respecto de una persona como la antigua querida de Valdivia, que a la muerte de éste pasó a ser la esposa legítima del gobernador Rodrigo de Quiroga, se explica perfectamente. Cuando escribía su relación Melchor Jufré, los descendientes de Quiroga, aunque no lo fueran de doña Inés de Suárez, que no dejó descendencia, ocupaban la más alta situación social en la colonia, y naturalmente habrían mirado con desagrado que se hiciese recuerdos que desdijeran de la posición social y del aprecio que aquella señora supo conquistarse por su carácter bondadoso y caritativo. -M.