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Crónicas
Compendio Historial
Capítulo VI

En que se contiene lo sucedido hasta la muerte de Alonso García Ramón,
prosiguiendo la guerra ofensiva como antes

     El licenciado Pedro de Vizcarra
Teniente general por el Rey era,
Y habiendo sucedido en el gobierno,
Aunque de mucha edad, el pecho puso
A la dificultad instantemente,
Y a la guerra subió desde Santiago
Llevándose consigo la más gente
Que la ciudad tenía, y los vecinos
Que de su voluntad se le ofrecieron
Viendo puesta su patria en tal extremo,
Ganada por sus padres con su sangre
Y que ellos sustentaban con la suya.
      El que señaló y de los primeros
Fue Luis de Cuevas, que en Arauco había
Sido ya capitán, y así del Reino
Alférez general fue hecho ahora.
Yo que la rota pierna ya tenía
Soldada, aunque no muy del todo firme,
Que habiendo sido electo por alcalde
De Santiago, do tenía mi casa,
Una vara traía (gruesa tanto
Como jineta de la infantería)
Que me servía de arrimo necesario;
Con todo, me animé de subir arriba
De la honrosa ocasión instimolado.
Pero habiendo salido algunas leguas
De la ciudad, que casi despoblada
Quedaba, de tal suerte que temieran
Que los indios y esclavos la ganasen,
(Como dos o tres veces lo intentaron)
Por auto me mandó que me quedase
Por quedar en peligro tan notorio,
Diciendo el conservarla era importante
Y ninguna otra cosa más ni tanto,
Y así juzgaba que esto convenía
Al servicio de entrambas Majestades
Más que subir con él, con que vencido
Hube de obedecer, mostrando gusto,
Que como dice Tácito Cornelio:
         Lo que por fuerza ha de hacerse,
         Tiene más seguridad
         Hacerlo de voluntad.
Mas bien entendí el riesgo en que quedaba,
Que fue de suerte que no mes entero
Pasó, que no intentasen rebelarse
Los indios del distrito; y tocada arma
En todo un día, sólo veinte hombres
Pude juntar para sacar conmigo,
Y éstos no bien del todo aderezados;
Con que corrí hasta Maule, y con castigo
Pequeño sosegué aquel alboroto.
Es cuento largo. Al fin con vigilancia
Salimos deste aprieto, con extremos
Que, si aquí yo pudiera recontarlos,
Os admiraran; pero sabed sólo
Que los frailes de todas religiones,
En tocando arma, ya con arcabuces,
Ya con las demás armas que podían,
Acudían a la guardia a darnos cuerpo;
Y con éste y con otros artificios
Que la necesidad pura mostraba,
Pudimos sustentar tan gran distrito,
Que es de cien leguas, con cuidado y maña.
     Lo de arriba empezó luego a abrazarse
En guerra, y a perderse lo más dello.
Santa Cruz se deshizo, y no de valde,
Que el poderla sacar costó lanzadas.
Valdivia se perdió con gran estrago
Que en ella hicieron nuestros enemigos,
Sin escapar apenas hombre vivo
Ni mujer que no fuese a cautiverio
Con criaturas, niños, religiosos,
En que pasaron lastimosos cuentos.
Perdiose algo después la Villa-Rica.
Los de Osorno se vieron apretados,
Que también su comarca se alzó luego;
De que ya que no os cuento alguna parte,
Este rasguño ved por muestra corta
Del paño desta grande desventura:
Y fue que habiendo puesto graves penas
Sobre que no comiesen los caballos,
Sin las cuales ninguno se escapara,
Con recato y secreto los sangraban
De noche, y con la sangre entretenían
La vida; más pasó tan adelante
Esta necesidad en meses treinta,
Que habiendo allí aportado un indio amigo
Que acaso entre muy pocos que venían
De Chilué, acertó a ser mozo y grueso,
Y habiéndole mandado que guardase
De su amo y bien cerca los caballos,
Tardándose y buscado, la cabeza
Sola fue hallada, y lo demás sin duda
Crudo comido fue de los soldados:
Mirad si la hambre andaba bien en punto
Pues a tal constriñó a cristiana gente.
Pero esto que aquí os digo es de adelante.
Volvamos a tomar el hilo roto:
Arauco aún en el fuerte con trabajo
Se pudo sustentar, y no pudiera
A no estar en la costa mesma puesto
Y poder por la mar ser socorrido,
Cosa que le ha tenido tanto tiempo.
En Chilué quedaron muy perdidos,
Pudiendo por milagro sustentarse
Por la mar, socorridos con peligro
Y costa grande más que era el provecho
Que de así sustentarle se tenía,
A riesgo de cosarios, que cual dije
Le tuvieron ganado, y recobrarle
En riesgo puso lo que allí quedaba
En lo de arriba todo, y hasta ahora
Más el punto que el útil le sustenta.
    Y volviendo a tratar de Santiago,
Que es cabeza del Reino como digo,
Llegó a estar en aprieto tan notorio
Que de milagro más nos sustentamos
En él que con las fuerzas corporales,
Que si se alzara la comarca toda
A puñados de tierra nos mataran;
Y fue muy cierta cosa lo trataron,
Y aunque sus intenciones descubrimos,
Y con severidad los castigamos,
Tengo por muy sin duda que de hecho
Se alzaran, si la suma Providencia
Por su misericordia no lo obrara
Por medios cuales nunca imaginamos.
Y uno fue, y no el menor, que a Buenos Aires
Habiendo ya llegado mala fama
Desta calamidad y grande aprieto,
Y su gobernador, que era don Diego
Rodríguez de Valdés y de La Banda,
Tomándola cual cosa de importancia
Al servicio del Rey y señor nuestro,
Y con el celo que ministros tales
Acuden luego a semejantes cosas,
Y aunque se hallaba sin hacienda alguna
Real que poder gastar, ni suya equivalente
Válido de su industria y de su gracia,
Trató con una escuadra que aportado
Había de portugueses a aquel puerto,
El servicio que a Dios y al Rey harían
En socorrer necesidad tan grande,
Y como dél sería presentado
Ante Su Majestad, con vivo esfuerzo,
Ofreciendo enviar para animarlos
A su mesmo sobrino don Francisco
Rodríguez y de Ovalle, que consigo
Traído había, y como hijo amaba;
Y moviéndoles Dios los corazones,
Que era bizarra gente y noble della,
Abrazaron la empresa y aceptaron
Por capitán al dicho don Francisco,
El cual se le otorgó con gusto suyo,
Que acudiendo a su noble nacimiento
A servir a su Rey así ofreciose;
Y juntando setenta brevemente,
Y doblando jornadas, fue volando
Por entrar aquel año, que a tardarse
No pudiera pasar la cordillera;
Y era el entrar entonces la importancia,
Y apenas alcanzó a pasar hallando
La cordillera ya de nieve llena;
Y con cincuenta dellos entró en Chile,
Que a los demás faltaron los caballos,
O quizá voluntad perseverante,
Que hizo la de los más de más estima.
    Llegó a veinte de abril en coyuntura
Que estaba la ciudad como ya he dicho,
Cercadas y barreadas ya las calles
De tapias, y velándonos las noches,
Aunque esto fue adelante poco tiempo
En el gobierno que siguiose déste.
Y en tan buena ocasión fue su llegada
Que del Cielo caídos parecieron,
Y mitigaron los intentos malos
Que estaban a la clara descubiertos;
De que habiendo a Vizcarra ya avisado,
También dejó venir alguna gente
En confianza de la que del reino
Del Pirú se aguardaba cada día,
Que llegó luego, como ya veremos,
Y antes a Santiago la que digo.
Y pasado el conflicto y apretura
Militó en aquel Reino aquella gente
Con menos premio que merecimiento,
Cosa ordinaria ya en aquella tierra
Y como mal de muchos tolerado,
Con más paciencia que es agradecido;
Digo en lo temporal, que Dios bien paga
Si es que ellos por servirle lo hicieron,
Como su capitán debió sin duda,
Que si no tiene bien lo que merece
En tierra pobre, tiene parte rica,
Y es de todos amado con estima,
A que obliga su gran merecimiento.
    Pero volviendo al cuento lastimoso,
Tan victoriosos ya los rebelados
Hacían insolencias inauditas
Matando sacerdotes y criaturas
Inculpables, por bárbara arrogancia,
Sin que hallase en ellos piedad alguna
Alma de las que fueron a sus manos,
En que pasaron cosas increibles:
    Que si la prosperidad
    Hace a buenos insolentes,
    ¡Qué hará a bárbaras gentes (39)!
  Andando en este fuego pues el Reino,
Del Pirú a gobernarle fue enviado
Un rico caballero de gran suerte,
Llamado don Francisco de Quiñones,
Que con la gente que consigo trujo
Y la que juntar pudo veterana,
Los guerreó con valeroso brío,
Y en ocasiones que se le ofrecieron
Les ganó dos victorias de importancia,
Por un su general bien gobernadas,
Que Francisco Jufré tuvo por nombre,
Y muy grande en la guerra le tenía,
Ganado en ocasiones mil antiguas,
De Bernal compañero y de los bravos
Que en los cercos de Arauco y en el tiempo
De la Audiencia con él siempre anduvieron,
Y aquí mostró sus manos y destreza,
         Que bien los sabios afirman
         Ser la verdadera ciencia
         La que muestra la experiencia [40].
     Y aunque enfrenó algún tanto al enemigo
Y a la Imperial y Ongol, que habían quedado
En pie, a salvo sacó, y a los de arriba
Socorrió, y cuantos indios en sus manos
Cayeron, con rigor los castigaba,
Por lo que, como bárbaros, hicieron
En las victorias de Valdivia y Rica;
Con que los espanto de tal manera
Que temblaban de oír su nombre sólo,
Y no se le atrevían fácilmente,
Cosa que así convino en aquel tiempo
A la causa común; pero con todo
Se tuvo a exceso grande su castigo.
    Mas habiendo enfermado gravemente
Y visto que las cosas de la guerra
Iban más a largo que él creído había,
Y que su enfermedad y muchos años
Retardarían en algo el curso della,
Contrario efecto a la voluntad grande
Con que ofreció su vida a ambas Majestades,
Pidió licencia para retirarse
Mediante la persona venerable
Del muy santo Arzobispo, su cuñado [41],
Cosa que fue muy fácil, porque había
Pretensos mil allí de aquel gobierno.
     Y vino a sucederle con contento
Del Reino todo y general aplauso,
Un tal sujeto cual el deseo mismo
A medida del gusto pedir pudo,
En que cumplió el Virrey aquel adagio
De Séneca, que dice y es muy cierto:
         Si al digno oficio das,
         Con uno por muchos modos,
         Gratos obligas a todos.
      Y fue el que dije. Fue maese de campo
De don Alonso y se llamaba Alonso
García Ramón, cursado en esta guerra,
De Cuenca natural, valeroso hombre,
De muy buen talle, afable cortesía,
Y agasajador grande de soldados,
Llanísimo con todos los humildes,
En cumplimiento de que dijo el Sabio:
         Si por retor te eligieren,
         No te ensalces, mas serás
         Como uno de los demás;
Mas con los demasiados muy brioso,
         Que los fuertes con los bravos
         Feroces como el león,
         Y con mansos, mansos son [42].
Pero hallando la tierra en un estado
Tan trabajoso, y tan disminuida
De fuerza, y los contrarios tan feroces,
Ensangrentados con victorias tantas,
En tantos males solamente pudo
Poner el pecho osado a la fortuna
Opuesta y declarada en nuestro daño,
Y hacer retrocediese la corriente
De la avenida, que tan cerca estaba,
Que dejando a Chillán como aislado
Hasta Maule, llegaba ya la guerra,
Y desta parte a términos no lejos
De la mesma ciudad de Santiago,
Donde nunca llegó desde que fueron
En su primer principio conquistados;
Porque apenas subimos a trabarla
Con los rebeldes que la habían traído,
Cuando se tuvo nueva que ya en Lima
Alonso [43] de Ribera se hallaba,
Que por el Rey llevaba aquel gobierno,
Con que hubo de envainar la espada luego,
Y a Lima se volvió, si muy honrado,
Gastado y empeñado y discontento,
Que tan presto paró aquel regocijo
Con que del Reino todo recebido
Fue, y aplaudido mucho, y festejado.
¡Cosas del mundo! Pero a poco rato
Le veremos volver con más asiento,
Enriquecido mucho de esperanzas,
Que aunque fundadas bien en congruencias
Que por buena razón prometían mucho,
En humo paró todo su aparato.
     Trujo el ya dicho Alonso de Ribera
Gran fama de soldado, porque en Flandes
Fue capitán de estima, y muy probada
Su intención en difíciles empresas
Sacó, y fue de la fama celebrado;
Y en la Pontificial [44] y otras historias
Se cuentan valerosas cosas suyas.
Trujo muy buena gente y situaciones
Hechas en el Pirú en las reales cajas
Para los estipendios desta guerra,
Que antes más limitados eran mucho.
     Y lo primero en que se mostró diestro
Fue en el poner en punto infantería,
Cosa que hasta allí no se había usado,
Y así dificultades muchas tuvo
Que venció su valor, industria y maña;
Y cosa que ha importado muy sin duda
El no haberse perdido el Reino todo,
Que perdidose hubiera a no tenerla
En los recuentros que han después pasado,
Porque habiendo ganado los rebeldes
Tantas victorias, y hechose maestros
Ya de caballería, es otra cosa
El pelear con ellos que solía.
Y en lo que se mostró maestro grande
Fue en estimar a Arauco [45] y bastecerle,
Conociendo era el punto de la guerra
En que todo su bueno consistía.
Finalmente, dio fuerte a la milicia
Por nuevo modo, que aún se sustentaba
Muy a lo baquiano, regalona,
Cosa que ya la tierra no sufría
Por tener enemigo ya más diestro,
Más poderoso, fuerte, y más pujante;
Y esto fue tan a tiempo y tan de verás,
Que se le debe mucho en esta parte,
Sin embargo que, más bien informado
Por lo que con experiencia vio a sus ojos,
Mezcló caballería con los infantes
Para matar la caza dellos levantada
En todos los alcances y derrotas,
Con que tornó la guerra conveniente,
Y no en más desconforme al primer uso
De que bocas de fuego a pie sirviesen,
Y no a caballo, como antes servían,
Lo cual, si bien se pesa en igual cuenta,
Muchos hay que se atienen a la antigua.
     Envió socorro arriba, que aún duraba
Cercada Osorno, en los trabajos puesta
Que os conté adelantándome denantes.
Mas no surtió el efecto pretendido
Por perderse un navío en recio tiempo,
Que esto y la muerte del coronel Campo,
Que es larga de contar, y aunque la historia
Tendrá en ella que hacer, causaron luego
Que del todo aquel año despoblasen,
Y a un fuerte en Chilhué se redujesen.
     En Valdivia otro fuerte se había hecho
En que pasaban admirables cosas,
Que en su tanto no fueron ni mayores
Las de Jerusalén ni de Numancia,
Ni más su hambre ni exquisitos casos,
Porque ocurrieron en un tiempo mesmo
Sobre esta gente cuatro plagas juntas,
De peste, hambre y guerra, y sus motines,
Con que, sobre ser pocos, se mataban
Unos a otros con mortales odios;
Y al fin de ciento y quince que allí entraron,
Vinieron a quedar en veinte y ocho;
Y si lugar tuviera desto sólo
Poderos bien contar, os admirara.
    Guerreó pues Ribera las comarcas
De Concepción, Chillán y Biobío
Con tal destreza y vigilancia tanta,
Que con un buen socorro que le vino
De España, de quinientos hombres juntos,
Ya los vino a rendir a pura fuerza
Sin que excusar pudiesen el hacerlo,
Y así con condición de reducirse
A donde les mandase, paz le dieron,
Que se entendió sería más estable
Por ser ganada a fuerza de balazos,
Y no por el camino que otras veces,
Porque tanta blandura como ha habido,
Tras de tantas mudanzas y traiciones,
Castigo merecían, y no clemencia.
     Pero estaba la cosa ya de modo
Que más dificultades tenía que antes,
Aunque imposible no, como otros dicen.
En el Estado entró y corrió la costa
Que también le dio paz, más con cautela,
Y si quisiera prolongarse mucho,
Lo mesmo hicieran todos adelante;
Pero como soldado tan experto
Echando bien de ver por lo pasado
Que no le convenía así aceptarla,
Sólo se extendió a aquello que podía
Guarnecer de presidios bien cubiertos.
     Pobló en lo conquistado cuatro fuertes
Puestos en sitios importantes mucho,
Do los otros estaban asentados
..............................................................
.............................................................. [46]
Que él a mí me decía, en coyunturas
Y que entender donde eran estas tales,
Era la ciencia toda de la guerra;
En Biobío dos afuera estaban,
En Lebo y Tucapel los dos adentro,
Porque mirado bien esto podía
    Sustentar sólo con tan poca fuerza.
Pero como soldado siempre sido
Había, y administrar justicia es otra
Ciencia muy diferente, porque dice
El famoso Cornelio esta sentencia:
         Gobernar bien en la paz,
         No igual, mas más bien encierra
         Que haber victoria en la guerra;
Siendo en esto novicio, algo arrojose
En algunos castigos y otras cosas
Viniendo a Santiago, que le dieron
De muy precipitado odioso nombre;
Y dijo San Anselmo, doctor santo:
         La justicia fervorosa
         Ha de ser, mas no arrojada,
         Ni en nada precipitada.
     Y al fin llegando a España cosas tales,
Enviose aquel gobierno proveído
En su antecesor mesmo que, apoyado
Del virrey del Pirú, como su hechura,
Y como quien sin duda merecía
Mucho por sus servicios tan notorios,
Alcanzó tanto que por el Consejo [47]
Fue promovido a tan honroso puesto,
Y un lucido socorro de mil hombres
Se le enviaron, que por Buenos Aires
El general Mosquera puso en Chile;
Y con él casi a un tiempo allí aportaron,
De gente tan lustrosa y efectiva
Que a la guerra de Flandes diera aliento.
Y a Alonso de Ribera le mandaron
Al gobierno pasar de los Juríes,
Que estaba vaco, y era muy debido
A sus grandes servicios ocuparle.
     Viose Chile este tiempo de esperanzas
Enriquecido tanto que no había
Quien no se prometiese buena suerte
Y una tranquila paz; pero ésta siempre
Es don que le da Dios, no fuerza humana;
Y sin duda pecados, que eran muchos
Los de los que allí estábamos, pudieron
Hacer desvanecer este aparato.
Con él subió a la guerra, y en Santiago
Y su obispado de ciudades cinco
Dejándome las cosas de milicia
Encomendadas, con honroso modo,
Cosa que estimé más que mayor premio;
Y todo el tiempo que a mi cargo fueron,
Gozó la tierra y mar de paz tranquila,
Porque ni inglés entró ni hubo alzamiento.
     Venía Alonso García en grande empeño
Del Pirú con criados de virreyes
Y de otros personajes, muy cargado,
Peso que le aterró los pensamientos.
Vencieron su prudencia tantos grillos,
Que bien dijo Cornelio como sabio:
        Perderase la milicia
        Los bisoños prefiriendo,
        Los méritos posponiendo.
Por lo cual dice Séneca y es forzoso:
        Quien beneficios recibe
        Su libertad ya vendió,
        Pues obligado quedó.
Hizo elecciones muchas no acertadas,
Y en fin, fuese por ésta o otra causa,
Luego empezó a tener sucesos malos,
Y fueron tantos y tan lastimosos
Que no puedo ni quiero recontarlos,
Que fuera a hacer historia y no compendio.
Mas, como tenía fuerzas, reparose,
Y vino a compensar malo con bueno,
Y a pasos, aunque lentos, fue ganando
Algunos puestos importantes mucho,
Volviendo a reducir lo que en su tiempo
Por sus azares se le había perdido,
Y por la obstinación de aquella gente
Tan bárbara, inconstante, y tan traidora.
A Conopuille y parte de Guadaba
Rindió de nuevo, y de los purenes
Ganó una gran batalla, donde estuvo
Al principio en peligro bien notorio
Por haberle hallado el enemigo
Desparcida su gente en una tala
De sus mieses, legumbres y comidas.
     Y en este tiempo, que era ya en el año
Mil y seiscientos y nueve por setiembre,
Mandó el Rey se asentase en Santiago
Audiencia Real, de que fue presidente,
Que tanto la virtud ensalza al hombre;
A la cual se dio asiento conviniente
Con el grande aparato que convino,
Y hecho esto, se volvió a seguir su guerra,
Quedándola fundando el oidor Merlo.

 

__________

[39]

Tácito.

[40]

Tácito.

[41]

Don Francisco de Quiñones era casado con Dª. Grimanesa de Mogrovejo, hermana del tercer arzobispo de Lima D. Toribio Alfonso, beatificado en 1679 y canonizado en 1726. -M.

[42]

Aristóteles.

[43]

Alfonso dice la edición de Lima; pero corregimos en vista de un autógrafo del mismo Ribera. -M.

[44]

Tercera y Cuarta Parte de la Historia Pontifical y Católica compuesta y ordenada por el doctor Luis de Bavia. Madrid. 1621. -Dos volúmenes que abrazan desde 1572 a 1605, y en los cuales se comprenden los sucesos de las guerras de Flandes en que militó Ribera. Ambos volúmenes fueron reimpresos en la misma ciudad en 1652 juntos con los restantes de esta gran compilación histórica, cuya colación creemos útil apuntar porque no es común encontrarlos reunidos:

Primera y Segunda Parte, por don Gonzalo de Illescas, abad de San Frontis. -2 vol.

Tercera y Cuarta Parte, por Bavia. -2 vol.

Quinta Parte, por el padre carmelitano fray Marcos Guadalajara y Javier. -I vol.

Y Sexta Parte, que llega hasta 1644, y de la cual no sabemos que se imprimiese más que el primer tomo, por don Juan Baños y Velasco, cronista general del Reino. Madrid. 1678. -I vol.

[45]

El fuerte de este nombre. -M.

[46]

Ponemos esas dos líneas de puntos para señalar el verso o versos que deben faltar según la interrupción de sentido que se nota. -M.

[47]

De Indias. -M.