ACTAS DEL CABILDO DE SANTIAGO PERIODICOS EN TEXTO COMPLETO COLECCIONES DOCUMENTALES EN TEXTO COMPLETO INDICES DE ARCHIVOS COLECCIONES DOCUMENTALES

Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Recuerdos de Treinta Aņos (1810-1840)
I. El Presidente Carrasco

Este personaje ha sido desfigurado por algunos de nuestros historiadores, por contradicciones infieles o por motivos pueriles.

Como si la revolución del año 10 no estuviera justificada por sí misma, se la ha empequeñecido en muchos casos, dándole como motivo venganzas de tiranías exageradas o de actos insignificantes.

Los mandatarios de América en esa época se encontraron en idéntico caso que los Papas contemporáneos o antecesores de la Reforma, a quienes se creyó necesario calumniar, aumentando sus faltas o inventándolas cuando no las había. A unos se les atribuían crímenes que hacían reír al mismo Voltaire; a otros faltas que jamás cometieron.

Al mismo tiempo que los españoles llamaban Pepe Botella, por el vicio de ebriedad que no tenía, a José Bonaparte, y tuerto a ese mismo rey que tenía sus dos ojos intactos, en América se llamaba tiranos a gobernantes que jamás cometieron un acto de tiranía.

Carrasco, a nuestro juicio se encuentra en este caso.

No es una defensa de este pobre viejo la que vamos a emprender; aunque esto no sería extraño en un siglo en que Judas y hasta el mismo Diablo han encontrado calurosos defensores y panegiristas.

¿Cuál es nuestro objeto entonces? Contar un cuento, cuyo prólogo vamos ya sospechando que se ha alargado más que el mismo cuento.

Generalmente nuestros historiadores dicen que las primeras víctimas de la Independencia de Chile fueron Ovalle, Rojas y Vera. “Fueron aprehendidos en sus casas, en la medianoche; los llevaron al cuartel de San Pablo, y a las dos de la mañana del siguiente día los condujeron a Valparaíso en caballos de posta”. Carrasco no había descubierto lo que hemos visto más tarde: hacer viajar muchas leguas a pie y aun descalzos, en el rigor del verano, a presos políticos no menos dignos de consideración, previo despojo completo.

Si en estos últimos tiempos se hubiera encontrado, lo que mucho dudamos, un tribuno del temple del doctor Argomedo, no creemos que ninguno de nuestros gobernantes hubiera, como Carrasco, tolerado que se le apostrofara como lo hizo, con motivo de aquel suceso, el célebre procurador del año 10, pues lo de los dos mil hombres presentes en la plaza para secundarle no fue más que una feliz hipérbole del orador.

Cuando Carrasco se hizo cargo del mando, a su llegada a Santiago, nombró un secretario, el doctor Rozas, enemigo declarado del Gobierno español y uno de los corifeos más pronunciados de la revolución. El Cabildo, foco de esa revolución, solicitó y obtuvo de Carrasco nombrar doce regidores auxiliares, lo que duplicaba en esa corporación el número de conspiradores.

Cuando procedió a la prisión de los señores Ovalle, Rojas y Vera, lo hizo sólo a instancias que de Lima y Buenos Aires le dirigían aquellos virreyes [1] , poniendo en su conocimiento que en Chile se conspiraba contra su gobierno; a lo que contestaba: “Necesito hechos positivos para tomar medidas”. ¿Han necesitado tanto muchos gobiernos posteriores para perseguir y desterrar a sus enemigos políticos, de toda esfera y posición? Se declama contra el gobernante que redujo a prisión a los tres jefes de la revolución; y a renglón seguido, si ya no se ha hecho antes, se narran con toda minuciosidad los preparativos de esa revolución, sin omitir ni aun las casas en que se tenían las reuniones, siendo la preferida la del señor Rojas; una de las tres víctimas. Tendríamos muchos hechos que citar en comprobación de lo que decimos; no lo creemos necesario. Ciertas calumnias pertenecientes a la vida privada se desvanecen por sí mismas; por esto diremos poco sobre ellas.

Se le acusa de su afición a las riñas de gallo. Nadie ignora que el general Freire y el doctor Marín, alto personaje de la revolución, tenían la misma afición, sin que esto haya dado lugar a reproche.

Se le atribuye también una pasión inverosímil por una negra de su servidumbre.

¡Extraño capricho el de Carrasco, preferir una Pompadour negra donde tanto abundan las blancas...!

Carrasco era de estatura común de mirada benévola, cargado de espaldas, y en ese tiempo, de edad avanzada.

Invariablemente se hacía acompañar, de día y de noche, de una sola persona.

Con ese mismo acompañamiento se paseaban más tarde, por las calles de Santiago, Osorio y Marcó.

El uso de una escolta numerosa y lujosamente montada y vestida no fue conocido hasta el Gobierno del Director O’Higgins, después de Chacabuco.

En vísperas del 18 de septiembre del año 10, si nuestros recuerdos no nos engañan, como de costumbre, pasaba Carrasco por la calle de Santo Domingo en dirección al tajamar. Era día de fiesta, y un grupo de ocho o diez niños de siete a ocho años se entretenía en jugar a los soldados.

Al pasar por frente a ellos se detuvo, fijándose con cierta complacencia en el jefe que los mandaba con una seriedad y aplomo dignos de un comandante de reclutas. La presencia de Carrasco aumentó su entusiasmo. Este lo llamó para preguntarle “¿Cómo te llamas?”  “Rafael Márquez de la Plata”. Carrasco se quedó un momento pensativo; quizás recordando al Regente, padre del niño [2] , que debía serle más que sospechoso.

Le tiró cariñosamente de una oreja. Y siguió su camino.

De ese batallón sólo viven el jefe y el que traza estas líneas.

__________

[1]

Virrey de Buenos Aires era Baltasar Hidalgo de Cisneros y de Lima, Fernando de Abascal (N. del E). Volver

[2]

Fernando Márquez de la Plata (N. del E). Volver