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Fuentes Bibliográficas
Capítulo IV: La producción intelectual y la Universidad de Chile en la segunda mitad del siglo XIX.
1. Las labores académicas.

Es un hecho que en la segunda mitad del siglo el país asistió a una expansión de la cultura y florecimiento intelectual y que en ello la Universidad de Chile tuvo un papel fundamental. Es cierto que uno de los objetivos básicos de la Corporación era el cultivo de las letras y ciencias, pero la verdad es que su acción fue totalizadora y prácticamente toda actividad o iniciativa intelectual le estuvo vinculada. Esta labor quedó de manifiesto como cuerpo, es decir, a través del trabajo académico de sus facultades y mediante la obra personal de sus miembros.

Los discursos de incorporación en los que debía desarrollarse una materia afín a la facultad de ingreso y un elogio -o biografía- del miembro reemplazado, así como la memoria histórica anual, eran instancias previstas en su estatuto por las que la Universidad estimulaba a la producción. Pero no sólo a sus miembros, pues también hubo una invitación a la sociedad toda para participar a través de los concursos literarios anuales patrocinados por las facultades. En ellos se premiaba las mejores obras presentadas sobre un tema de interés general propuesto por éstas. Aun cuando hubo ocasiones en que el premio se declaró desierto, por falta de mérito de los trabajos recibidos, esta iniciativa rindió frutos y en la ley del 9 de enero de 1879 fueron mantenidos, según consta en el artículo 21, aunque bienales y con modificaciones en la práctica. Ahora las facultades -o más exactamente las comisiones encargadas- otorgaban el premio al mejor trabajo producido en el período, sin necesidad de que hubiese sido escrito para el certamen. Así se imprimieron también meritorias obras, que de otra forma sus autores no habrían podido publicar.

En el campo de las letras la obra impulsada por la Universidad fue vastísima. Ya en 1844 la Facultad de Filosofía y Humanidades debió discutir y resolver un asunto de importancia: la reforma ortográfica de Domingo Faustino Sarmiento, que propuso descartar del alfabeto aquellas letras que no tenían un valor efectivo y establecer una ortografía puramente americana. Ésta fue aprobada; sin embargo, su aplicación fue pasajera y sólo restringida al país.

En su seno también se examinaron todos aquellos libros presentados para ser adoptados como textos de estudio o de complemento a la enseñanza. Entre 1843 y 1879 la facultad aprobó más de un centenar de trabajos sobre caligrafía, lectura, economía doméstica, geografía, filosofía e idiomas. Cabe mencionar: Método gradual de lectura de D.F. Sarmiento, aprobado por la facultad en 1845, El libro de oro de las escuelas de J. V. Lastarria (1863), el Manual de preceptores, traducido del francés por Rafael Minvielle (1845), Manual de Historia de Chile de Vicente Fidel López (1845), Tratado de geografía elemental de Manuel Olavarrieta (1859), Curso de filosofía moderna de Ramón Briseño, y Compendio de gramática castellana de Andrés Bello, entre otros.

Por otra parte, Domeyko nos hace otro sugestivo recuento. Entre 1854 y 1875 se presentaron 121 libros, de los cuales 17 correspondían a la enseñanza superior, 52 a la secundaria y otros 52 eran textos elementales y libros de lectura para escuelas primarias. De ellos, aproximadamente un 80% fueron aprobados y el resto retirados por sus autores, rechazados o destinados a correcciones.

Pero fueron tal vez los estudios históricos los que mostraron el mayor desarrollo en la época. Estimulados por ley los trabajos no se hicieron esperar. Año a año, en la sesión solemne celebrada en claustro pleno, se trató, por un autor designado por el rector, "alguno de los hechos más señalados de la Historia de Chile, apoyando los pormenores históricos en documentos auténticos y desenvolviendo su carácter y consecuencias con imparcialidad y verdad".

La serie de memorias que de ello resultó constituye una valiosa fuente de datos para los historiadores contemporáneos y una prueba irrefutable del progreso experimentado por la historiografía chilena. En este sentido el aporte de los miembros de la Facultad de Humanidades fue considerable. Al trabajo de Lastarria Investigaciones sobre la influencia social de la conquista del sistema colonial de los españoles en Chile, le siguen Antonio García Reyes y su Memoria sobre la primera Escuadra Nacional, Ramón Briseño y la Memoria histórico-crítica del derecho público chileno, desde 1810 hasta nuestros días, los hermanos Amunátegui con la Reconquista Española y La Dictadura de O'Higgins, y más adelante, Barros Arana con la Historia de la Independencia y Vicuña Mackenna con la Historia de Santiago y la Historia de Valparaíso.

Se polemizó sobre las pautas y métodos de la historia. El debate se centró, principalmente, en dos criterios: uno de síntesis. e interpretación y otro narrativo basado en una acuciosa investigación de los hechos, representados el uno en Lastarria y el otro en Bello.

En esta época se "exhumaron las viejas crónicas y se dieron a la luz en la llamada Colección de Historiadores de Chile, se acumularon innumerables documentos, en copias extraídas de los archivos españoles, se hizo el inventario crítico de cuanto se había publicado anteriormente sobre el país; y se dieron a las prensas libros originales valiosísimos, no sólo por su veracidad sino a la vez por su arte literario". "No de otro modo se explica que fuera posible escribir la monumental obra de Diego Barros Arana Historia General de Chile, resultado de medio siglo de erudito análisis".

La Universidad también se interesó por recuperar el pasado a través de impresos efectuados en el país. Por un acuerdo tomado en Consejo el 17 de diciembre de 1859 el rector, Andrés Bello, encargó la formación de un catálogo de todas las publicaciones hechas por la prensa nacional desde la introducción de la imprenta en Chile, en 1812, hasta fines de 1859. Este trabajo lo realizó con encomio Ramón Briseño dando a luz en 1862 el tomo I de la Estadística bibliográfica de la literatura chilena, iniciativa inédita en Hispanoamérica. Briseño fue el fundador de la escuela bibliográfica chilena, la que tendría, más adelante, en la persona de José Toribio Medina a su máximo exponente. Innumerables trabajos de éste fueron posibles gracias al estímulo y apoyo otorgado por la Universidad la que, además, ayudó a su publicación.

Los estudios jurídico-legales, por otra parte, fueron favorecidos con el concurso de figuras de tanto peso como Andrés Bello. Él y otros autores, publicaron textos que mejoraron la enseñanza del derecho y, por ende, la formación de los muchos que a él se dedicaron. Entre ellos, Instituciones de derecho romano de Bello (1843), Prontuario de los juicios de Bernardo Lira (1844) y Elementos de derecho público constitucional (1846) de José Victorino Lastarria. Tanto en el seno de la Academia de Práctica Forense, en la Facultad de Leyes y Ciencias Políticas, así como en la Universidad toda, hubo inquietud por la investigación, conocimiento y exposición de temas vinculados a esta materia. La Memoria sobre el servicio personal de los indígenas y su abolición de José Hipólito Salas constituyó el primer trabajo de investigación en historia del derecho en Chile.

Por otra parte, en un país que estaba formando su institucionalidad, tanto jurídica como política, la presencia de experimentados hombres de leyes fue imprescindible. Los miembros de dicha facultad no sólo asesoraron en la tarea de codificación de las leyes chilenas, sino que participaron directamente en ella. Los profesores, José Manuel Cobo, Gabriel Palma, Manuel Camilo Vial, Ramón Luis Irarrázabal, Pedro J. Lira, Manuel Carvallo y Manuel José Cerda, entre otros, integraron las comisiones revisoras del Código Civil, redactado por Andrés Bello. Igual cosa ocurrió con respecto al Código de Comercio, Código Penal y al Código de Enjuiciamiento Civil.

En teología, el trabajo llevado a cabo por los miembros de la facultad y de la Academia de Ciencias Sagradas hizo posible la creación y publicación de textos de religión, catecismos, historias sagradas y apologéticas. En 1847 se adoptó para la enseñanza de los fundamentos de la fe el texto escrito por Ramón Valentín García, Tratado de la verdadera religión y de la verdadera Iglesia, en 1848 la Historia Sagrada de Francisco de Paula Taforó, en 1849 Oratoria Sagrada de jacinto Chacón y Manual del párroco americano de justo Donoso. De los certámenes anuales surgieron obras como la Historia eclesiástica, política y literaria de Chile de José Ignacio Víctor Eyzaguirre, publicada en Valparaíso en tres tomos, en 1850; y otras de aplicación práctica como la presentada por Ramón Valentín García en 1849 que preparó la fundación de la Sociedad Evangélica, pues examinaba la situación de los indios, formaba un plan de evangelización y proponía fuentes de recursos para mantener las misiones, idea que se asoció a un plan similar de la Sociedad Nacional de Agricultura.

La influencia de la Universidad no estuvo limitada al ámbito de las letras, sino que también se proyectó con igual fuerza al científico: medicina, física, biología y geología. Los progresos en los estudios matemáticos se relacionan al esfuerzo y a la creación de Andrés Antonio Gorbea y Santiago Ballarna. Ambos promovieron la enseñanza del ramo, publicaron trabajos originales y tradujeron a matemáticos europeos de renombre, particularmente franceses. Ballarna fue autor de unas Lecciones de aritmética y álgebra (1841), y aportó a la cartografía levantando mapas y planos de Chiloe (1825-1826). Pero su mayor resonancia didáctica la logró en 1842, cuando por orden del Gobierno se repartieron 1.850 ejemplares del Curso de matemáticas para el uso de las escuelas militares de Francia escrito por los profesores Allaise, Billy, Puissant y Boudrot, que tradujo con Gorbea y cuya primera edición se hizo en Santiago.

Gorbea, por su parte, se empeñó en la organización y orientación de la carrera de ingeniero y adaptó, aumentó y tradujo el gran Curso completo de matemáticas puras, escrito por L. Francoeur. Éste tuvo como base la segunda edición francesa en ocho volúmenes publicada entre 1833 y 1855. Igual cosa hizo con el Tratado de geometría descriptiva, acompañado del método de los planos de acotación de la teoría de los encargantes, cilindros y cónicos de Leroy (dos volúmenes, Santiago, 1845). Esta labor de los académicos de la facultad se complementó con la de los miembros correspondientes, tanto de provincias como extranjeros. Entre los primeros: Carlos Lambert, Federico Field y Guillermo Frick; entre los segundos: J. M. Gillis, A. Pissis, Jariez y Moesta. El astrónomo norteamericano Gillis, nombrado miembro honorario en diciembre de 1849, "estableció en el cerro Santa Lucía el primer Observatorio Astronómico con un completo instrumental, asociando a sus trabajos y cálculos a algunos estudiantes aventajados del Instituto Nacional".

Durante este período se llevó a cabo un entusiasta reconocimiento del territorio nacional. Indudablemente la obra de Claudio Gay Historia física y política de Chile fue básica para progresar en la clasificación de la flora y la fauna, la configuración hidrográfica y el análisis de los suelos, con fines tanto científicos como prácticos. "A los trabajos de Gay siguieron los de Pissis, y a los de ambos los de Philippi con sus numerosos viajes por los desiertos del norte y por las selvas y lagos del sur". Incuestionable es también el sólido aporte de Ignacio Domeyko en materias mineralógicas y geológicas. A estos sabios, que formaron escuela, siguieron científicos chilenos: Pedro Lucio Cuadra y Francisco Vidal Gormaz, entre muchos.