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Fuentes Bibliográficas
Capítulo VI: Crisis y reforma, 1920-1931.
2. Las convulsiones políticas y la Universidad.

La década de 1920 se inició anunciando importantes cambios, los que se materializaron en las elecciones presidenciales y en un ambiente fuertemente innovador de las tendencias y comportamientos sociales. Obviamente, éstas no surgieron en forma espontánea, sino como el resultado de procesos socioeconómicos y culturales, agravados por el agotamiento del sistema político y por la agudización de las tensiones y desequilibrios sociales.

La época del "Cielito lindo" surgía en medio de crecientes conflictos y de esperanzas e ideales sustentados por movimientos y organizaciones de las más variadas características y de los más diversos sectores sociales. Nuevas corrientes doctrinarias se hicieron presente en el panorama nacional y las obsoletas fórmulas políticas de los partidos tradicionales se vieron sobrepasadas por los anhelos de participación y justicia de los grupos y partidos emergentes. Todo ello mezclado con las primeras insinuaciones del socialismo estatal y con diferentes proposiciones en el orden económico. Fueron años difíciles, pero también determinantes en la vida nacional.

El movimiento estudiantil universitario que vivía su época romántica y que ya había entrado a una etapa de madurez, se sumó en forma más decidida a la discusión de los problemas educacionales y nacionales, así como al cuestionamiento del orden existente.

La Federación de Estudiantes de Chile (FECH), creada en 1906, se transformó en centro de actitudes nuevas. Incluso, a partir de 1918, con la fundación de la Universidad Popular Lastarria, cuyo lema fue "educación mutua y libre", se habló de la unión obrero-estudiantil, no sólo para cumplir altruistas tareas de carácter educacional, sino como otra forma de propiciar el cambio social.

El período comprendido entre 1920 y 1925 fue especialmente significativo para la definición de los ideales de los jóvenes, permitiendo la expresión de la disconformidad con el sistema político y social imperante, donde compartían su marginación con el mundo obrero. La unión con los trabajadores dio a los estudiantes un fuerte sentido de la realidad del país, su educación, el idealismo, el entusiasmo y la capacidad de movilización fueron sus aportes a "la cuestión social" como se ha llamado este movimiento.

Todas estas inquietudes fueron promovidas y discutidas a través de Claridad, periódico semanal considerado órgano oficial de los estudiantes, fundado por el poeta Alberto Rojas Giménez, el literato Raúl Silva Castro y Rafael Yépes. A ella, se unió juventud, revista mensual que igualmente les pertenecía. En ambas destacaron las plumas y el pensamiento de un grupo de muchachos de activa participación como dirigentes estudiantiles que llegarán a tener gran notoriedad en la política, las artes, las ciencias, la educación y en otros ámbitos del quehacer nacional. Entre ellos estaban Eugenio González, Rudecindo Ortega, Roberto Meza Fuentes, José Domingo Rojas, Pedro León Loyola, Carlos Vicuña, Alex Varela y Juan Gómez Millas, la mayoría alumnos del Instituto Pedagógico.

En junio de 1920, con la asistencia de más de 1.200 estudiantes, tuvo lugar la Primera Convención Estudiantil Chilena, que fue presidida por Pedro León Loyola. En ella fueron aprobados los estatutos de la Federación, se dio a luz una Declaración de Principios y más tarde se obtuvo la personalidad jurídica.

Aquí se enfrentaron dos posiciones que dividieron al estudiantado: la primera, postulaba una activa participación en las cuestiones sociales, para lograr la emancipación de las clases trabajadoras y, la segunda, que deseaba permanecer en el campo propiamente estudiantil. Las condiciones políticas y sociales del país estaban dadas para que se impusiera la primera alternativa, dando origen a una combatida Declaración de Principios. Con todo, el lenguaje conciliador y tolerante fue la tónica del documento, pues en esos años aún no hacían presa de los jóvenes las ideologías totalizantes y excluyentes. Eran los tiempos en que en "la Federación se hablaba de todo, en tono noble, encendido, puesto el pensamiento en el destino del mundo. Por un instante -dice González Vera- solíamos sentir que en nuestras manos descansaba el porvenir de la especie humana".

En la primera parte, la Declaración decía a la letra: "la razón de ser de la FECH es aunar y encauzar las aspiraciones de perfeccionamiento que animan a la juventud estudiosa y que tienden a asegurar la felicidad del individuo y la colectividad". En seguida, aludía al respeto de la personalidad humana, la tolerancia y la libre manifestación de las ideas, en una escala de valores que abarcaba progresivamente al individuo, la familia, la patria y la humanidad. Todo lo cual debía ser alcanzado "independientemente de toda influencia extraña, por medios racionales y evolutivos".

La "cuestión social", ocupaba una parte importante de la Declaración y se explayaba con claridad sobre ella. "La Federación -señalaba el documento- reconoce la constante renovación de todos los valores humanos. De acuerdo con este hecho, considera que la solución del problema social nunca podrá ser definitiva y que las soluciones transitorias, a que se puede aspirar, suponen una permanente crítica de las organizaciones sociales existentes. Esta crítica debe ejercerse sobre el régimen económico y la vida moral e intelectual de la sociedad. Ante las necesidades reales de la época presente, estima que el problema social debe resolverse por la sustitución del principio de competencia por el de cooperación, la socialización de las fuerzas productivas y el consecuente reparto equitativo del producto del trabajo común y por el reconocimiento efectivo del derecho de cada persona a vivir plenamente su vida intelectual y moral".

También se pronunciaba sobre el tema educacional postulando la permanencia del estado docente, la educación nacional gratuita a nivel primario y la laicicidad de ella. En cuanto a la Universidad, propiciaba la autonomía económica y llamaba a trabajar por un cambio de orientación que significara la creación de institutos de altos estudios científicos, literarios y filosóficos, alejándose del esquema imperante de escuelas exclusivamente profesionales.

Entre los miembros de la FECH se encontraban importantes grupos de anarquistas, masones, liberales, católicos, socialistas, "románticos puros y muchachos casi en estado silvestre", así como jóvenes pertenecientes a los sindicatos afiliados a la central obrera de Trabajadores Internacionales del Mundo (IWW) los que terminaron por arrastrar a la organización estudiantil hacia la lucha social. En julio de 1920, en medio de serios disturbios y de un llamado a paro nacional de los trabajadores portuarios, el Gobierno acusó a la IWW de llevar adelante planes altamente subversivos, el 21 de ese mismo mes, se organizaron fuerzas cívicas oficialistas, que luego de concentrarse en torno al Presidente Sanfuentes, atacaron y saquearon la sede de la FECH, la que fue disuelta oficialmente por el Gobierno, tres días más tarde.

La acción de la FECH, lejos de detenerse, siguió desarrollándose activamente y en 1922 tuvieron lugar fuertes y serios incidentes estudiantiles. Ya en esta fecha habían ingresado a la Federación las primeras mujeres que se atrevieron a romper el cerco machista impuesto por sus integrantes. Fueron Elena Caffarena, María Guajardo, Aurora Blondet y María Marchant, todas ellas provenientes del Liceo de Recoleta. Ingresaron a Leyes y Medicina las primeras, y a Ciencias e Inglés en el Instituto Pedagógico, las segundas.

En los incidentes hicieron su primera aparición pública Elena Caffarena, que trató de entrar a la fuerza al Salón de Honor de la Universidad, y María Marchant que desde lo alto del pedestal de la estatua de San Martín anunció que los estudiantes del Pedagógico también se plegaban a la huelga. Pero "no todo era tan dramático -recuerda González Vera- los estudiantes prepararon el entierro ficticio de don Domingo Amunátegui, Rector de la Universidad contra el cual, fuera de enderezarle dicterios copiosos, nada podían hacer". Más adelante, el mismo autor relata que: "en una mañana los de medicina, siempre los de mayor inventiva, llegaron provistos de un pequeño ataúd, con su tapa clavada. El cortejo salió de la Federación. A ratos tocaban una marcha fúnebre, a ratos los dolientes lloraban a gritos.

Con estas alternativas, y sin tropezar con la policía, el cortejo llegó al Mapocho. Tomaron por la orilla del río hacia el Parque Forestal. La marcha fúnebre sonaba con lentitud pavorosa, a intervalos alguien recitaba coplas de Manrique y luego seguían andando cabizbajos. Junto al murillo del Mapocho detuviéronse, cesó la triste música, prodújose otro ataque de llanto colectivo y, cuando se hizo silencio, uno, dos, tres oradores fueron hablando sobre los méritos del difunto, y terminado el último discurso se renovó el llanto, pero los más serenos cogieron el ataúd y a una arrojáronle al lecho del río".

Los sucesos políticos de 1924 y 1925, a pesar de los cambios que provocaron en la institucionalidad vigente, no fueron capaces de aquietar en forma definitiva las convulsionadas aguas de los movimientos políticos, gremiales y estudiantiles. La agitación universitaria continuó jugando un papel activo en la vida cotidiana santiaguina, despertando encontradas opiniones tanto en los académicos como en los sectores ajenos a la Universidad.

En mayo de 1926, la negativa del Rector de la Universidad a la solicitud presentada por los dirigentes de la FECH para ocupar el Salón de Honor en una ceremonia estudiantil, provocó una serie de protestas y desórdenes que terminaron con el cierre temporal de la Escuela de Ciencias Jurídicas y Sociales y con una prolongada huelga estudiantil. A partir de entonces, la excitación estudiantil fue en aumento: nuevos cierres de escuelas universitarias, enfrentamientos continuos con la policía, ausencia de diálogo por parte de las autoridades, en fin, crisis universitaria.

Pedro León Loyola, quien fuera activo dirigente de la FECH, profesor de filosofía del Pedagógico, terciando en el conflicto, señaló que era deber de la autoridad asumir un papel más claro y pedagógico en la conducción estudiantil acorde con el tiempo y las circunstancias. Convencido de la importancia de mantener la disciplina y el principio de autoridad, pensaba que el rector Claudio Matte, de rectitud y honorabilidad acrisolada y de conciencia intachable, propiciaba, sin embargo, un trato a los estudiantes que no parecía propio de un hombre de este siglo. Su conclusión final era que había que ir tras el reencuentro del espíritu universitario y de la simpatía y respeto recíproco entre maestros y educandos, principios que a su parecer se habían olvidado en la Universidad de Chile. "Yo tengo la esperanza de que estos males han de tener término, que ha de reinar algún día una comprensión mutua cordial entre las autoridades, por una parte, y los jóvenes estudiantes por otra. Yo espero también que los profesores y estudiantes hemos de adquirir en el futuro mayor importancia en el funcionamiento total de la Universidad, porque pienso que más aún que los señores miembros del Honorable Consejo de Instrucción Pública somos elementos integrantes de la Universidad los que en ella enseñamos y los que en ella aprenden".