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Fuentes Bibliográficas
Capítulo VII: Rectoría de Juvenal Hernández.
2. Las facultades tradicionales bajo el rectorado de Juvenal Hernández.

Al momento de entrar en vigencia el Estatuto de 1931, de las cinco facultades tradicionales con que la Universidad fue establecida en 1842 sólo perduraban cuatro, pues la Facultad de Teología -como indicamos- fue suprimida en 1927. Sin embargo, se habían agregado otras dos, creadas durante el período de transición, la de Agronomía y Veterinaria y la de Bellas Artes.

a) Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales

Al asumir la rectoría Juvenal Hernández, la Escuela de Derecho, así como otras, funcionaba en la Casa Central de la Universidad de Chile, con las incomodidades propias de un lugar que se hacía estrecho e inadecuado para las necesidades. En octubre de 1934, por tanto, el decano de esta facultad, Arturo Alessandri Rodríguez, iniciaba las gestiones para la construcción de un edificio propio. El terreno destinado para este efecto fue transferido por el Estado a la Universidad en 1935, y tres años más tarde el nuevo local, proyectado por el arquitecto Juan Martínez, estaba preparado para albergar a profesores y alumnos de la Escuela de Derecho.

En cuanto a los planes de estudios en dicha escuela, también hubo novedades. A partir de enero de 1935 entró a regir el nuevo reglamento sancionado a fines del año anterior, reforma que venía gestándose desde 1930, con el apoyo del entonces decano Agustín Vigorena. Sus principales objetivos eran desarrollar en los estudiantes un mayor espíritu de investigación y poner a la Universidad en contacto con la realidad y necesidades nacionales. En relación a lo primero se dio especial importancia, dentro del plan de estudios, a la ejercitación práctica y a los trabajos de investigación en seminarios, evitando que los estudios fueran exclusivamente enemónicos. La enseñanza se desarrollaría mediante lecciones orales y ejercicios tales como interrogaciones, trabajos de investigación, de práctica forense y exposiciones o disertaciones de los alumnos.

El Reglamento de 1934 estableció la creación de cinco seminarios: de derecho privado, de derecho comercial e industrial, de derecho público, de derecho penal y medicina legal y de ciencias económicas y, previo informe de los directores, el decano distribuyó las distintas asignaturas de la carrera en los seminarios respectivos. La principal función de los seminarios, cuya organización se encargó al profesor Luis Barriga, era la de dirigir la preparación de la memoria de prueba que permitiría a los alumnos optar al grado de licenciado en ciencias jurídicas y sociales; así como todos aquellos trabajos a que se refería el reglamento. Cada seminario tendría su profesor de planta que desempeñaría las funciones de director, un jefe de trabajos, ayudantes de planta, ayudantes ad honorem y alumnos agregados.

A juicio del rector la labor que desarrollaron estos seminarios, al cabo de unos años, fue altamente positiva. "Contribuyeron -dijo- al mejoramiento de las memorias de licenciados, haciendo de muchas de ellas monografías de valor, han servido para realizar ficheros de jurisprudencia y bibliografías, para colaborar en la labor de investigación científica y de extensión y evacuar informes solicitados por reparticiones públicas". Prueba del buen fruto rendido por los seminarios es que en el nuevo Reglamento de Escuelas de Derecho de 1947, sus actividades fueron ampliadas y en 1949, el decano Raimundo del Río, apoyó la creación de un Seminario de Práctica como una forma de controlar con mayor eficacia la práctica profesional de los alumnos.

En el Reglamento de las Escuelas de Derecho de 1934 se fijaba también el procedimiento que regulaba los exámenes de los establecimientos particulares que impartían esa enseñanza. Según el Estatuto Universitario, los alumnos de las universidades reconocidas par el Estado debían rendir sus exámenes ante comisiones integradas por profesores de la Universidad de Chile. La información pertinente debía enviarse al decano en fechas preestablecidas, y ningún alumno podía ser examinado si a juicio de éste no cumplía con determinados requisitos, entre otros haber aprobado los trabajos de seminario de cuarto año.

Como una forma de mantener vivo el espíritu de estudio entre los egresados, la facultad comenzó a crear institutos de investigación y extensión científica. En 1934 inició sus actividades el Instituto de Ciencias Penales, bajo la dirección de Raimundo del Río. Este centro editó, desde 1935, una revista sobre materias penales, contribuyendo a la preparación de proyectos de ley y a la reforma del Código Penal, también organizó congresos y jornadas para la discusión de diversos temas de su área de interés. En 1940 surgió el Instituto Chileno de Estudios Legislativos con el propósito de estudiar las cuestiones de orden jurídico de actualidad y preocupación nacional. Resultado de su labor fue la preparación de varios proyectos de ley que modernizaron los códigos Civil y de Procedimiento. Merecen especial mención los relacionados con adopción, sobre pagos por consignación, regímenes matrimoniales, filiación natural y sucesiones y las reformas introducidas a la legislación procesal para simplificar y aligerar los procedimientos judiciales. En 1946 se fundó el Instituto Histórico y Bibliográfico de Ciencias Jurídicas y Sociales con el objeto de reunir toda clase de libros, archivos, documentos y otros elementos de interés para la enseñanza de las ciencias jurídicas y sociales. Tenía el encargo de preparar estudios y publicaciones sobre el tema, junto con colaborar con los seminarios y la biblioteca de la facultad.

En 1945, por otra parte, la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, en sociedad con la Biblioteca del Congreso Nacional, fundó la Editorial Jurídica de Chile con el fin de "realizar y publicar obras que fueran del interés para el progreso de las ciencias jurídicas y sociales y para el perfeccionamiento de la legislación nacional". Su presidente era el decano de la facultad, y dos profesores designados por ésta, dos representantes del Senado, dos de la Cámara de Diputados, el presidente del Centro de Alumnos de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile y el director de la Biblioteca del Congreso Nacional, integraban su Consejo.

En 1950 la Editorial ya había lanzado a la circulación 59 títulos y se planificaba alcanzar el centenar al año siguiente. Dentro del programa de publicaciones estaba contemplada una serie de colecciones: una de manuales jurídicos, una de estudios jurídicos y sociales, una de apuntes de clases y una de memorias de grado. El aporte proporcionado por los manuales produjo un ingreso que permitió aumentar casi al doble la renta de los profesores de la Escuela de Derecho. Tras unos años de trabajo la Editorial editó obras incapaces de financiarse por sí solas, costeó la construcción de una bodega (de 600 mts.2) en la Escuela de Derecho de Santiago, creó el Instituto de Estudios Históricos y Bibliográficos con un capital propio, e hizo donación de diversos libros y colecciones.

Hacia fines de 1946 la facultad proyectaba. renovar su reglamento. Como innovaciones presentaba la instauración de un control de matrícula, estudios y exámenes para los alumnos y la orientación de la enseñanza en un terreno más práctico, a fin de eludir en lo posible el aspecto magistral de ésta. También contemplaba la creación de carreras cortas de 3 años de duración, destinadas a personas que no aspiraran al título de abogado, y de especialidades dedicadas a los abogados que desearan profundizar sus conocimientos. El nuevo reglamento establecía comisiones de docencia y perfeccionaba el examen oral para optar al grado de licenciado extendiéndolo a otras materias además de derecho procesal y civil. Este reglamento fue aprobado por decreto de rectoría el 8 de enero de 1947.

Al concluir la rectoría, la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales se abocaba a la creación de dos institutos de investigación, el de Estudios Políticos y Administrativos y el de Investigaciones Jurídicas y Sociales; se pensaba concretar -con la colaboración del Ministerio de Relaciones Exteriores- un título que habilitara a sus funcionarios para determinados servicios. Por último se dictaría un curso de vistas y despachadores de aduanas, como escuela anexa a la Escuela de Derecho de Valparaíso y un Instituto de Pericia Documental en la misma escuela, destinado a formar peritos calígrafos para la administración de justicia.

b) Facultad de Filosofía y Educación

Durante el período reseñado esta facultad desarrolló una vastísima labor tanto en lo que se refiere a la formación de profesionales de la educación en las escuelas de su dependencia, a la promoción de investigaciones filosóficas, científicas, históricas y literarias en sus respectivos institutos, así como en el establecimiento de vínculos con la enseñanza secundaria, por medio del bachillerato de cuyo proceso era responsable.

Hasta 1927 el plan de estudios del liceo contemplaba seis años. Al final del sexto año se agregaba una prueba ante comisiones universitarias especiales que conducía al bachillerato en humanidades y abría al estudiante las puertas de la Universidad. Con la creación de la Dirección General de Educación Secundaria en 1927, dependiente del Ministerio de Educación, el bachillerato fue reemplazado por la licencia secundaria. Sin embargo, como la Universidad disponía de matrícula limitada para algunas de sus escuelas, y requería de algún tipo de selección, restituyó el grado de bachiller, otorgándole el carácter de examen de admisión. Según la organización prevista por su reglamento de 1938 el bachillerato en humanidades tenía mención en letras, matemáticas, biología y química. Más tarde se agregaron las menciones de comercio y economía industrial para los estudiantes con licencia comercial e industrial, y en educación para los postulantes con licencia secundaria normal.

La aplicación del sistema de bachillerato no estuvo exenta de dificultades, particularmente, en el primer momento. Se dudaba de su efectividad y debido al ambiente de agitación política que vivía el país por esos años, el estudiantado exigió la eliminación de estos exámenes de admisión y del pago de derechos de matrícula. Los primeros resultados, por otro lado, indicaban un alto porcentaje de fracasos, de tal forma. que rendidas las pruebas de 1935 y 1936, el decano de la Facultad de Filosofía, Luis Galdames, entregó un completo informe acompañado de sugerencias para mejorar la insuficiente preparación de los egresados de la educación secundaria.

En definitiva, tras los cambios efectuados en su estructura y funcionamiento, el bachillerato terminó por afianzarse. De hecho fue extendido hacia otras ciudades del país aparte de Santiago, Valparaíso y Concepción, como La Serena, Antofagasta, Temuco, Punta Arenas, Iquique, Valdivia, Osorno, Talca, Arica y Chillán, con el propósito de favorecer a los estudiantes de provincias.

En cuanto a la actividad docente desarrollada en la facultad, a partir de abril de 1934 quedó encomendada al Instituto Pedagógico, al Instituto de Educación Física y Técnica y al Instituto Superior de Humanidades. Esta reforma fue dirigida por el decano Darío Salas y, a juicio de Amanda Labarca, reflejaba el deseo de la autoridad de innovar en la enseñanza, mejorando la calidad de los estudios. Esta situación se mantuvo por una década, y luego se planteó el establecimiento de un nuevo reglamento para el Instituto Pedagógico, el que aunque contó con la oposición de los decanos Yolando Pino y Guillermo del Pedregal y del miembro del Consejo Oscar Bustos, terminó por imponerse. De acuerdo con el nuevo reglamento el Instituto Pedagógico tuvo por principal objeto formar el personal docente, directivo y especial de los colegios de enseñanza secundaria y contribuir al perfeccionamiento cultural y profesional de los profesores. Desarrolló su labor en once departamentos: biología, filología germánica, educación, filología románica y clásica, filosofía, física, geografía, historia y sociología, matemáticas, sicología y química. En estos departamentos también se realizó investigación científica, para lo cual se crearon, entre otros, los laboratorios de zoología general, entomología, botánica, fisiología, cristalografía por rayos X, espectrofotometría, ultravioleta e infrarrojo, rayos cósmicos, glaciología, electrónica, talleres de mecánica de precisión, etc. Más tarde se agregaron algunos centros e institutos, especialmente en el área humanística.

El Instituto Pedagógico, que anteriormente funcionaba en dos sedes, contó a partir de 1950 con un lugar apropiado para el ejercicio de estas múltiples actividades. El nuevo local de 8 hectáreas de superficie se situó en la avenida José Pedro Alessandri y fue especialmente acondicionado para albergar pabellones, laboratorios, bibliotecas, viveros, acuarios, terrarios y residencias para estudiantes, entre otras instalaciones.

Para cumplir funciones anexas al Instituto Pedagógico, bajo la tuición de la Facultad de Filosofía y Educación, el 30 de diciembre de 1942 fue traspasado a la Universidad el Liceo Manuel de Salas. Amanda Labarca que ejercía como directora general de educación secundaria, había propuesto la creación de este establecimiento como un "laboratorio pedagógico", donde se ensayaran planes y programas de estudios, un liceo en el que se aplicaran previamente las reformas que se pretendían implantar en la enseñanza secundaria y que ofreciera seguridad para la experimentación científica. Comenzó sus funciones el 1 de abril de 1932, sin embargo, en su primera etapa de vida no logró rendir los frutos esperados, pasando a depender, por lo tanto, de la Universidad. Tres años después, dotado de un nuevo edificio, con autonomía técnica para superar los problemas que enfrentaba y con el mejoramiento económico de todo su personal, se transformó en el establecimiento líder en la experimentación pedagógica, prestando respaldo técnico al Ministerio de Educación en las materias de su competencia.

Desde el momento de su anexión a la Universidad hubo preocupación por difundir sus actividades, poniéndolo en contacto con el profesorado secundario, por medio de exposiciones periódicas de materiales didácticos y de publicaciones de información técnica. A través de un Boletín se divulgaron problemas de orientación, las actividades educativas extra programáticas, etc. La Guía del Estudiante dio a conocer las principales características de la institución y el espíritu y extensión de su obra. Otras publicaciones producto de la investigación de sus maestros fueron Ideas para una teoría de la personalidad, Documentos para el estudio de la Historia de la Antigüedad y Apuntes para una biografía del Liceo Manuel de Salas.

En cuanto al Instituto de Educación Física y Técnica, había pasado a depender de esta facultad desde el 15 de junio de 1932 y contaba con tres departamentos, uno de educación física, otro de dibujo y artes manuales y un tercero de economía doméstica. Funcionaba en varias sedes, una casa de la calle Morandé, en el pabellón París y en los gimnasios Parthenon y Caupolicán de la Quinta Normal. En 1939 los departamentos de dibujo y artes manuales fueron trasladados a la Facultad de Bellas Artes, quedando a cargo de este Instituto sólo la economía doméstica, orientada hacia el estudio de la nutrición y la alimentación popular, cooperando de esta forma, con la Caja de Seguro Obrero Obligatorio, en la investigación de estas materias.

Desde 1946 quedó dividido en los departamentos de educación física, de ramos pedagógicos y alimentación y educación para el hogar. De ahí en adelante aumentó sistemáticamente el número de sus cátedras, creando cursos de postgrado, realizando importantes investigaciones en sus laboratorios de bioquímica y nutrición, de fisiología y de biología, así como notables progresos en su Instituto de Kinesiterapia.

El traspaso del Estadio Recoleta, después llamado Joaquín Cabezas, en 1948, vino a solucionar en parte su problema de escasez de gimnasios y campos deportivos y la adquisición de 10 hectáreas de terrenos junto al Instituto Pedagógico, hacia fines del rectorado de Juvenal Hernández, ponía término a la enorme dificultad que significaba la dispersión de sus sedes de trabajo.

Más adelante otras dos escuelas serían anexadas a la facultad, incorporándose a las ya existentes. Éstas eran la Escuela de Párvulos y la Escuela de Periodismo.

Por iniciativa de Amanda Labarca, en 1943 se creó, a título experimental, la Escuela de Párvulos que pretendía la formación de un nuevo tipo de educadora, hasta ahora desconocido: la parvularia. Su plan de estudios contemplaba asignaturas como fisiología, psicología y ética, para reafirmar sus condiciones personales, además ramos como puericultura y psicología del niño, indispensables para que cumpliera en buena forma su rol de formadora de individuos.

Las exigencias de su estudio fueron aumentando paulatinamente, de los dos años de estudios, con el quinto año de humanidades como requisito en 1944, se extendieron a 3 años en 1946, destinando el tercero a la práctica en centros de asistencia infantil, a la presentación de licencia secundaria en 1948 y a la posesión del grado de bachiller en 1953, lo que dio a la escuela un carácter verdaderamente universitario.

La Escuela dependió hasta 1946 directamente de la rectoría, fecha en que pasó bajo la tuición de esta facultad. Desde su apertura en 1943 hasta el fin de la rectoría de Juvenal Hernández, registró 128 graduadas. Como una forma de promover la educación del párvulo al resto de la comunidad nacional, la escuela creó el Centro de Estudios e Investigaciones Federico Froebel. Junto con ello se preocupó de la organización de jardines infantiles.

La otra escuela universitaria a la que hicimos mención es la Escuela de Periodismo, fundada en 1953. En 1946 se había propuesto la creación de una escuela que perfeccionara la práctica del periodismo, hasta ese momento la Universidad había abierto cursos de periodismo en las Escuelas de Temporada, pero tenía en mente el proyecto. Una comisión dirigida por Ricardo Latcham planteó estos estudios con carácter universitario, con cuatro años de estudios sistemáticos. El primer curso partió en abril de 1953 con Ernesto Montenegro como director y Enrique Espinoza como secretario de la escuela.

Si bien parte de la obra de investigación científica que competía a la Facultad de Filosofía y Educación se llevaba a cabo en los laboratorios de sus escuelas universitarias, ésta se centraba preferentemente en sus institutos de investigación. La función primordial de cada uno de ellos era el conocimiento, fomento y aplicación de las materias de su preocupación en el ámbito nacional, junto con otras obligaciones anexas. El Instituto Central de Psicología, cooperaba con la labor de organismos oficiales y privados en el área. El Instituto de Investigaciones Sociológicas difundía los adelantos de la sociología científica; el Instituto de Investigaciones Folklóricas, recolectaba el material folklórico del país en el carneo de la literatura, costumbres y creencias populares; el Instituto de Geografía realizaba una obra de extensión universitaria sobre temas geográficos. El Instituto de Investigaciones Histórico Culturales se ocupó dentro del campo histórico de la filosofía de la historia y de la historia del arte, del derecho, de la literatura y de las ideas, y por su ubicación geográfica, de la Historia de América y estudios sobre la cuenca del Pacífico. El Instituto de Filología destacó por las muchas investigaciones en el campo de su especialidad y editó un Boletín que recogió sus más importantes trabajos.

c) Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas

Al asumir la rectoría Juvenal Hernández, los estudios profesionales de ingeniería no habían experimentado grandes novedades. A las tradicionales carreras de ingeniero civil y de ingeniero en minas se habían agregado las especialidades de ingeniero electricista en 1926 y de ingeniero industrial en 1935. Bajo este período rectoral, se inició una reforma sustancial en sus planes de estudios y métodos de trabajo.

A la fecha de la reestructuración esta facultad contaba con tres establecimientos de enseñanza: la escuela de ingeniería, la de arquitectura y desde 1940 como escuela anexa, el curso de conductores de obras. Además tenía a su cargo el Instituto de Estabilidad Experimental, el Instituto de Geología y el Instituto Sismológico, el taller de ensayes de resistencia de materiales, y el Observatorio Astronómicos.

Concientes de la enorme importancia que la técnica había adquirido en el desarrollo de la sociedad moderna, la reforma buscó hacer partícipes a los ingenieros en la solución de los grandes problemas nacionales que hasta el momento se resolvían con criterio político, perjudicando muchas veces el bien de la colectividad. Su deber era procurar que la técnica se aplicara en forma eficiente y ordenada. La Comisión de Reforma nombrada por la facultad presentó sus conclusiones en septiembre de 1944, transformando, por tanto, no sólo los programas de los estudios de ingeniería sino la orientación y finalidad de los mismos. Estableció la creación de cuatro carreras: ingeniería civil, civil de minas, civil electricista y civil industrial; descongestionando de esta forma los estudios, que antes -según vimos- concluían en dos títulos profesionales. Para mayor solidez de los conocimientos se privilegió la enseñanza activa en laboratorios y seminarios. Enseguida se planteó la creación de la carrera del profesorado y demás personal docente y auxiliar, lo que redundó en un constante perfeccionamiento y selección y, finalmente, se dio forma a un sistema racional de pruebas para la selección y promoción de los alumnos de la facultad.

Este ambicioso plan fue puesto en práctica lentamente, pues en algunos de sus aspectos requirió de grandes inversiones, tales como la investigación en institutos y laboratorios, la construcción de locales e instalaciones y la adquisición de los equipos necesarios.

De ahí en adelante, iniciaron sus actividades el Instituto de Investigaciones y Ensayes de Materiales, el Instituto de Metalurgia y el Instituto de Física. La Escuela de Ingeniería, por su parte, basada en el nuevo reglamento de estudios implantó el examen de admisión para los bachilleres con mención en matemáticas que desearan ingresar a ella, requisito que antes no era necesario. Las cátedras de ramos afines quedaron agrupadas en los departamentos de matemáticas, de ciencias físicas y químicas, de estructuras, de transportes, de ingeniería hidráulica y sanitaria, de ingeniería económica, de geología, de minería y metalurgia, de máquinas, de electrotecnia y de industrias. Se crearon las menciones de hidráulica, estructuras y transportes para la carrera de ingeniería civil, y las de geología y metalurgia para ingeniería civil de minas, y se dio inicio a las primeras cátedras de jornada completa asegurando así la dedicación de los docentes a la enseñanza y la investigación. Por último, como un órgano consultivo del decano y de la facultad, se dio vida a la Comisión de Docencia, integrada por los profesores jefes de departamentos y por los presidentes de centros de alumnos.

La reforma también incluyó a la escuela anexa de conductores de obras, modificó su plan de estudios y cambió su nombre a Escuela de Constructores Civiles. A los constructores civiles correspondería dirigir la ejecución de los proyectos y los cálculos de ingeniería y arquitectura. A partir de 1948 su enseñanza comprendió dos ciclos (5 años en total) de los cuales sólo el segundo tenía carácter universitario y conducía al título de constructor civil, para cuyo ingreso -además- era indispensable el bachillerato en humanidades. En 1950, la carrera fue declarada universitaria, suprimiéndose el primer ciclo. Los diplomas de títulos que antes llevaban la firma del decano de la facultad, serían suscritos de ahí en adelante por el rector de la Universidad.

En cuanto a la Escuela de Arquitectura, ésta se desprendió de la tuición de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas, bajo la cual desarrolló sus actividades desde 1900, para transformarse en definitiva en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo en 1944.

Transcurridos unos años la facultad reeditó su preocupación por la necesidad de cambios profundos y acentuó su interés en lograr "una más completa cooperación con las actividades industriales y constructoras del país", según lo expresó el propio rector. Y sin perder de vista estos objetivos continuó el trámite de reorganización.

Con mayor disponibilidad de fondos se hicieron importantes progresos en el área de las construcciones e instalaciones de locales para laboratorios e institutos. Por esta fecha fueron concluidos los del Instituto de Investigación y Ensayes de Materiales, del Laboratorio de Máquinas Hidráulicas y del de Modelos Hidráulicos. Comenzaron las construcciones de otras reparticiones como el anexo del laboratorio de electrotecnia, de los laboratorios de ingeniería sanitaria, de foto elasticidad, de operaciones y procesos industriales unitarios, y el de tiempo -espacio- movimiento.

El Instituto Sismológico, que por largo tiempo permaneció en precarias condiciones debido a la pobreza y antigüedad de sus instrumentos e instalaciones y que después del terremoto de 1939 contó con algo más de recursos, inició su verdadera modernización después de 1950, recibiendo un fuerte impulso y enriqueciendo sus actividades. Sus oficinas generales fueron ubicadas en un edificio cercano al cerro Santa Lucía, lugar donde estaban emplazados los instrumentos de la estación sismológica de Santiago. En 1949 el entonces director del Instituto, Federico Greve, comunicó al Consejo que en la IV Asamblea General del Instituto Panamericano de Geografía e Historia, celebrada en Buenos Aires, se había acordado crear en Chile un Comité de Sismología. Este Comité que quedó bajo el patrocinio del Gobierno de Chile por conducto de la Universidad se encargaría de coordinar los trabajos de sismología a nivel panamericano, establecer una biblioteca de consulta y una secretaría para el intercambio de información con centros europeos y asiáticos dedicados a la materia.

Algo similar ocurrió con el Observatorio Astronómico. El Consejo Universitario conciente de sus necesidades resolvió, entre otras cosas, renovar su instrumental y trasladarlo desde el sector sur de Santiago -Lo Espejo, donde permaneció a partir de 1911- hasta el área oriente de la capital, el cerro Calán. Sin embargo, este proyecto sólo se materializó a partir de 1956. Junto con esto se planeó establecer una estación de astrofísica en la cumbre del cerro Colorado en Farellones a 3.300 metros de altura.

Las cátedras de jornadas completas que habían comenzado a establecerse en la primera etapa de la reforma de la facultad, aumentaron luego significativamente, así como también la apertura de nuevos laboratorios y talleres con el propósito de asegurar y fomentar el trabajo práctico y la investigación científica. Los institutos y laboratorios, integraron sus actividades en cuatro unidades académicas generales para un mejor aprovechamiento de la infraestructura naciendo así los institutos de ciencias astronómicas, químicas, físicas y matemáticas; de tecnología; de geología y geofísica y el de obras e instalaciones.

En este contexto, también se apoyó en forma decidida la creación de seminarios y centros de investigación, la creación del doctorado en ciencias y del doctorado en ingeniería y la realización de sesiones académicas como vía de divulgación de la obra que en las distintas materias de su competencia hacían los profesores investigadores de la facultad. No menos asociado a este interés académico estuvo el intento de reorientar la carrera de ingeniería más allá del título profesional a una licenciatura en ciencias.

De hecho la facultad aprobó el 23 de noviembre de 1952 los informes de la Comisión de Docencia con miras a implantar una nueva reforma en estos estudios. En ellos se postuló que sólo un grupo de cursos tendría el carácter de obligatorio y el resto serían complementarios. Aquellos alumnos que habiendo aprobado satisfactoriamente su tercer año -y que no desearán seguir estudios profesionales- tendrían la opción de continuar su preparación en las áreas científica y tecnológica en los laboratorios, institutos y seminarios respectivos. Concluirían su formación como licenciados en ciencias, en las menciones de física, matemáticas, química y geología. Por otra parte, también dieron cuenta de la necesidad de extender los estudios profesionales de ingenieros a otras dos áreas, la ingeniería mecánica y la ingeniería química.

Por último, la Escuela de Construcciones Civiles culminó su serie de reformas en los estudios en 1953. Éstos quedaron organizados en cuatro años de enseñanza, siendo el último de ellos destinado a la práctica en talleres de proyectos y de obra.

d) Facultad de Biología y Ciencias Médicas

Así fue denominada la antigua Facultad de Medicina a partir del Estatuto de 1931; comprendía las escuelas de Medicina, Dentística y Farmacia. Sin embargo, en el transcurso del rectorado de Juvenal Hernández se desmembró dando origen a dos nuevas facultades, la de Odontología y la de Química y Farmacia y recuperó su nombre tradicional. Continuó, eso sí, a cargo de las escuelas de Medicina, Enfermería, Obstetricia y de Salubridad Pública, además de una serie de institutos de investigación científica.

La facultad enfrentaba por esta época un gran desafío, cual era el de adaptarse a su propio crecimiento y a los avances experimentados por las ciencias biológicas. Para ello fueron reformados los planes de estudios y reglamentos de las distintas profesiones médicas, se crearon nuevas cátedras, indispensables para la mejor preparación de los estudiantes y se otorgaron fondos para la ampliación de los laboratorios y la adquisición de instrumentos y material de trabajo.

i) La Escuela de Medicina, por ejemplo, que por el prestigio que gozaba no sólo formaba a estudiantes nacionales sino también extranjeros, se ocupó de establecer en su plan de estudios un curso de enfermería después del segundo año y un adecuado complemento de las materias tratadas en las diversas asignaturas; asimismo dispuso mayor control en la práctica hospitalaria, y en la elección del tema y preparación de la memoria de prueba de los estudiantes.

La estrechez del edificio donde funcionaba la escuela era por esos años un problema serio que urgía remediar. Construido con una capacidad inicial para 200 personas en 1937 albergaba a 1.027 alumnos, situación que dificultaba el desarrollo normal de los estudios. Se pretendía contar en un mediano plazo con un óptimo establecimiento para la enseñanza clínica, el nuevo Hospital San Vicente de Paul. Sin embargo, habría aún que esperar largo tiempo para una solución más definitiva en esta área.

Iniciada la década del cuarenta volvió a plantearse la necesidad de reformar los estudios de la carrera de medicina, dotándola de un sentido más práctico. Según señaló el decano Armando Larraguibel, tanto los profesores extranjeros de visita en Chile como los profesionales nacionales que salían a perfeccionarse fuera del país coincidían en que los estudiantes chilenos sabían medicina, pero no sabían aplicar los conocimientos adquiridos. Por esta razón en 1945 fue implantada la enseñanza activa a los alumnos en las ciencias básicas y en los ramos clínicos, se prepararon monitores para guiar la labor de carácter experimental y fue incrementado el número de pacientes tratados por los alumnos que cursaban los últimos tres años. Otra forma de aumentar las horas de trabajos prácticos fue la disminución de siete a cinco, las cátedras contempladas en el plan de estudios para el tercer año. Las ventajas de la adopción del método participativo se reflejaron en el éxito obtenido por los alumnos en sus exámenes.

En 1947, a instancias del mismo decano, el Consejo Universitario acordó crear la carrera de docencia universitaria como una vía de dar estabilidad a quienes presentaban servicios en el área y como un mecanismo que permitiera mantener un régimen de perfeccionamiento. La carrera contempló los siguientes grados: ayudantes de trabajos, profesor auxiliar, profesor extraordinario y profesor ordinario. Los nombramientos de los dos primeros grados serían por un año, prorrogable, y se harían por concurso de oposición. Se pensaba evitar así que los ayudantes de la facultad, continuaran emigrando en busca de mejores perspectivas económicas. La medida no sólo fue aprobada en esta facultad sino que rigió para todo el personal docente de la Universidad.

Un duro golpe sufrió la Escuela de Medicina hacia fines de 1948. El 2 de diciembre un voraz incendio destruyó casi por completo todas sus instalaciones, ocasionando cuantiosas pérdidas. A los pocos días el rector comunicaba al Consejo los esfuerzos desplegados por profesores y alumnos para salvar el valioso material científico acumulado por el trabajo de generaciones, así como los fondos de su biblioteca. No obstante, hubo que lamentar la destrucción de los archivos y protocolos de investigaciones realizadas durante años, especialmente, por los profesores Izquierdo, Noé, Vaccaro y Croizet.

Pese a todo ni las investigaciones ni la docencia fueron interrumpidas, abocándose las autoridades universitarias a la recolección de fondos para la reconstrucción, mientras que la escuela funcionó provisoriamente en un local arrendado por la Dirección General de Sanidad en la calle General Borgoño. E1 Gobierno, por su parte, entregó una ayuda de 15 millones de pesos a través de una ley especial, lo que unido a otras donaciones permitió iniciar los trabajos. Así, al concluir su cuarto período en 1953, el rector Juvenal Hernández indicaba que ya estaban listos y aprobados los planos definitivos del nuevo edificio elaborados por el arquitecto Juan Martínez y que se habían adquirido los terrenos que ocupaba el antiguo Hospital San Vicente con el objeto de ampliar la superficie de la nueva escuela.

De hecho, en 1951 se desarrollaba una importante labor de investigación en las cinco cátedras de dedicación exclusiva de la escuela, las de histología, embriología y anatomía comparada, fisiología, biología y parasitología a cargo de los profesores Walter Fernández, Eugenio Lira, Francisco Hoffmann, Gabriel Gasic y Amador Neghme, respectivamente.

En cuanto al hospital clínico que, como dijimos, había comenzado a restaurarse durante el primer período ejercido por el rector Hernández fue totalmente habilitado -después de largas demoras que retrasaron la obra en 1952. Desde 1930 la dirección del Hospital San Vicente estaba encomendada al decano de la facultad, el que a partir de 1936 contó con el apoyo de un subdirector, y más tarde de un consejo consultivo para el cumplimiento de esta tarea. El hospital que aunque representaba una importante fuente de ingresos propios para la Universidad -aventajando largamente al ítem recaudado por matrículas- no estuvo exento de problemas financieros. Las principales causas eran la gratuidad de los servicios prestados a los alumnos que se acogían al Bienestar Estudiantil, al elevado número de personas de escasos recursos que debía atender, al pago de quinquenios para el personal y, sobre todo, al reducido aporte fiscal entregado para su financiamiento. Sin embargo, hacia fines de la década del 40 la situación se estabilizó, con la introducción de ciertos cambios y la aplicación de modernas técnicas de administración que sanearon sus finanzas. Los crecientes ingresos obtenidos permitieron, entre otras cosas, la modernización de los equipos y el traslado al nuevo edificio. Rebautizado como Hospital Clínico José Joaquín Aguirre este centro tenía en 1953 una dotación de 1.180 camas, grandes consultorios externos y atendía a un vasto sector de la población de Santiago. En su interior funcionaban 18 cátedras de la Facultad de Medicina y laboratorios destinados a la investigación. Desde 1951, además, concurrían a él alumnos de la Facultad de Odontología a realizar prácticas en su especialidad.

ii) La Escuela de Obstetricia y Puericultura: Bajo la dirección del doctor Víctor García Guzmán, quien desempeñó esa función por casi veinte años, la escuela elevó progresivamente los requisitos de ingreso y mejoró los contenidos de su enseñanza. En 1934 exigió el 4° año de humanidades, al siguiente, el 5° año; desde 1947 la licencia secundaria y a partir de 1950, el grado de bachiller en biología. Las materias tratadas se distribuyeron de manera más racional y se adquirió material didáctico de apoyo a la decencia para facilitar el aprendizaje.

En 1947, el plan de estudios fue reformado, agregando nuevas asignaturas que permitieran la formación más integral de las futuras matronas. La duración de la carrera se extendió a tres años, los dos primeros de carácter teórico y el último práctico. Por otra parte, esta escuela mantuvo los servicios de maternidad, un consultorio de obstetricia y de niños.

La obra material, asociada al constante perfeccionamiento de la actividad académica, también estuvo presente. En 1934 fue creado un pequeño laboratorio para los exámenes de rutina, ampliado con posterioridad, y en 1950 se estableció el laboratorio de Farmacología Experimental, realizando en este ámbito investigaciones de gran interés. Asimismo fue instalada una biblioteca propia, con material de la especialidad.

Cursos de perfeccionamiento para las egresadas de la escuela comenzaron a dictarse hacia 1950, fecha en que seis generaciones de alumnas ya habían egresado de sus aulas. Una preocupación latente de las alumnas era obtener de las autoridades universitarias una decisión sobre la realidad del título que obtendrían una vez terminados los estudios. Este problema encontraría solución pocos años más tarde.

Al concluir la gestión del rector Juvenal Hernández esta escuela esperaba la resolución de la Comisión de Docencia de la Facultad de Medicina y del Consejo Universitario para implantar un nuevo plan de estudios, que prolongaría la carrera por un año más (cuatro), y por otro lado lamentaba la destrucción de importante parte de sus instalaciones a causa de un incendio ocurrido en agosto de 1953.

iii) La Escuela de Enfermeras: En junio de 1906 se creó un curso de enfermeras en la Escuela de Medicina, que quedó bajo la inmediata inspección del decano y del secretario de esta facultad. Contemplaba dos años de estudios, exigiéndose a las postulantes para su ingreso tener entre 18 y 30 años, instrucción primaria completa, además de un certificado de buenas costumbres. Durante la gestión de Juvenal Hernández la Escuela de Enfermeras también experimentó importantes avances. En primer lugar, se esforzó por contar con un alumnado de sólida formación, de ahí que su requisito de ingreso llegó a ser el de una escuela de nivel universitario, es decir, el bachillerato con mención en biología.

Por otra parte, modernizó el contenido de sus estudios de acuerdo a los planes seguidos en Estados Unidos y en Europa, entregando a las futuras enfermeras un conjunto integral de cursos, junto a conocimientos de salud pública. En este sentido fue de gran ayuda becar a un grupo de enfermeras instructoras para su especialización en el extranjero, iniciativa que fue posible gracias al patrocinio de las fundaciones Kellog y Rockefeller.

Ya hacia fines del primer período rectoral, Juvenal Hernández advirtió que esta escuela no podía satisfacer la demanda a que era sometida por los establecimientos de beneficencia y de salud, tanto fiscales como particulares, que cada vez necesitaban un mayor número de enfermeras. Por tanto, era imperativo una ampliación de sus instalaciones, lo que sólo se logró concretar en 1954, pues el presupuesto de ese año contempló una suma para la construcción de una nueva escuela.

iv) La Escuela de Salubridad: Los inicios de esta escuela se remontan a 1938 año en que fueron aprobados su reglamento y plan de estudios. Destinada a médicos cirujanos titulados en Chile, o en alguna universidad del extranjero reconocida en nuestro país, permitía la obtención del título de médico sanitario, después de dos años de estudios. Sin embargo, por problemas de financiamiento cesó sus actividades, reanudándolas en 1943.

Esta vez contó con el apoyo efectivo de la Fundación Rockefeller, del Servicio Nacional de Salubridad y del Instituto Bacteriológico que cedió el local para su funcionamiento. La Universidad, por otro lado, corrió con el financiamiento de otra parte de los fondos necesarios.

Un destacado papel en esta empresa correspondió al decano de la facultad Dr. Armando Larraguibel, quien logró que el Consejo Universitario solicitara al Gobierno la supresión de la Escuela de Higiene para reemplazarla por la de Salubridad Aplicada.

En su reglamento definitivo quedó establecido que sus fines serían contribuir al mejoramiento de la salud individual y colectiva mediante la investigación y formación especializada de médicos, ingenieros y otros profesionales y personas que requirieran los servicios de sanidad.

Para Juvenal Hernández la fundación de la Escuela de Salubridad de la Universidad de Chile constituyó uno de los hechos más importantes de su rectorado. Ella fue la primera escuela para graduados abierta en el país y la primera que tuvo profesores de tiempo completo. Tras diez años de vida se transformó en uno de los brazos del Ministerio de Salud, formando administradores de hospitales, médicos sanitarios, ingenieros y veterinarios sanitarios e inspectores debidamente preparados para llevar a cabo sus funciones sanitarias.

v) Institutos de Investigación: Gran importancia y desarrollo se dio a estos centros en el transcurso del período reseñado. Si bien su principal tarea fue la de contribuir al progreso de la ciencia y sus aplicaciones, se intentó alcanzar en ellos una acción integrada y eficaz entre la docencia, la investigación y, en ocasiones, de las actividades de campo en salud pública. Con este objetivo fueron ampliados algunos laboratorios y creados otros, hubo preocupación por mantener al día la información técnico científica en las bibliotecas especializadas y fue estimulada la publicación de trabajos originales y el intercambio, a nivel internacional, de profesionales y experiencias.

En 1931 fue fundado el Instituto de Biología a petición del profesor Juan Noé. Comprendió cuatro departamentos autónomos -histología, embriología, biología general y parasitología- equivalentes cada uno de ellos a un verdadero instituto. Aquí se estimuló a los alumnos a la práctica de trabajos activos que junto con ponerlos en contacto con la realidad les significaban lecciones de medicina preventiva y social.

Fue debido a las investigaciones realizadas por sus profesores que en 1935 el Gobierno encargó al departamento de parasitología de este Instituto la aplicación de una campaña antimalárica en las regiones del norte del país. En julio de 1937 fue inaugurada la estación antimalárica de Arica desde donde se dirigió el trabajo. Se levantó un censo para conocer con exactitud la población afectada por el .mal, fue desechado el uso de los "cortantes" o jarabes con pequeñas dosis de quinina por inadecuados y fue introducido el nuevo insecticida dicloro-difeniltricloroetano. Finalmente, para completar esta larga y ardua tarea, en 1945 , se iniciaron los rociamientos con D.D.T. en las casas de los valles del Departamento de Arica.

Esta obra fue dada a conocer en el Cuarto Congreso sobre Medicina Tropical y Malaria al que Chile fue invitado y que se realizó en Washington en 1947, correspondiendo por disposición del Consejo Universitario, al profesor titular de la cátedra de parasitología Amador Neghme el encargo.

Un impulso adicional a la investigación en este instituto constituyó el hecho de que la cátedra de parasitología fuese incluida en el régimen de profesores de dedicación exclusiva. En virtud de ello fueron establecidas dos plazas de jefes segundos de laboratorio, un ayudante segundo y dos preparadores de jornada completa. Así en 1952 el instituto que llevaba el nombre de Instituto de Biología Dr. Juan Noé, mostraba una eficaz labor científica y docente, por ejemplo, en la cátedra de parasitología destacaba la preparación de un mapa enteroparasitológico de Chile y un abultado número de horas de clases impartidas a alumnos de las distintas escuelas de la facultad. La cátedra de biología, por su parte, había clasificado especies chilenas del género Drorophila; y realizado trabajos de constitución genética y reflejos condicionales, y de crecimiento normal y maligno, mediante la acción de hormonas sobre algunas especies de hongos. Importante parte de esta obra quedó registrada en la revista Biología editada por el instituto a partir de 1944. Esta publicación de gran difusión llegó a estar considerada entre las 20 mejores del mundo en su especialidad.

Otra instancia de experimentación científica fue la creación de una Estación de Biología Marina. En 1939 el rector envió el proyecto correspondiente al ministro de Educación, señalando la necesidad e importancia de abocarse a la investigación de la fauna marina local. Con este objeto el Gobierno cedió cerca de 2.500 metros cuadrados de playa en Montemar, en el camino de Viña del Mar a Concón, y la CORFO, con cargo al ítem de experiencias industriales, entregó financiamiento para dicha estación. La construcción, que fue diseñada por el arquitecto Enrique Gebhard, llegó a poseer laboratorios, biblioteca, sala de clases, acuarios públicos, embarcadero, una sección industrial y jardín botánico.

Entre sus variadas actividades cabe citar la cooperación prestada a la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) con el fin de realizar investigaciones sobre los recursos pesqueros en el litoral y la colaboración prestada al Instituto Bacteriológico en la dirección de la Asesoría Técnica Pesquera. Entidad que tenía el encargo de elaborar la Carta Pesquera de los golfos de Ancud y Corcovado y clasificar los peces susceptibles de proporcionar aceites vitaminados.

Hacia 1949 la estación realizaba una fructífera labor en siete secciones. La de ictiología y planctología, que prestó a la CORFO una detallada información sobre esta materia para la publicación de la Geografía Económica de Chile. La sección botánica, entretanto, se hallaba organizando el herbario algalógico; la de química efectuaba estudios sobre salinidad y temperatura del agua del mar; la de zoología investigaba moluscos y equinodermos y la sección industrial en sus talleres confeccionaba redes, espineles, nasas y rastras. El acuario junto con conservar la fauna marina necesaria para las investigaciones, estaba abierto al público y colaboraba con el Instituto de Biología; por último, la biblioteca aumentaba sus importantes colecciones científicas. Juvenal Hernández concedió mucha importancia a este servicio porque abrió grandes posibilidades a la industria pesquera nacional.

Otros tres institutos creados a partir de la década del 40 fueron el de Fisiología, el de Microbiología e Inmunología y el de Neurocirugía e Investigaciones Cerebrales.

El primero de ellos había empezado a implementarse hacia 1938, gracias al apoyo del Gobierno, contando con un edificio propio, buenos laboratorios y un equipo de técnicos en condiciones de desarrollar su trabajo con dedicación exclusiva. A cargo del profesor Francisco Hoffmann y los doctores Samuel Middleton y Jaime Talesnik, entre otros, el instituto logró desarrollar en corto tiempo importantes investigaciones en el campo de la medicina experimental como los estudios sobre la influencia de la glándula tiroides en la función del sistema neurovegetativo. Esta fructífera labor quedó legitimada con la creación oficial del Instituto de Fisiología en julio de 1940. El aporte en becas y dinero entregado por la Fundación Rockefeller que había seguido con atención su trayectoria, aseguró la continuación de su valioso trabajo.

Hacia 1947 el instituto se encontraba en plena actividad con numeroso personal, equipos y una nutrida biblioteca. Junto con las investigaciones que le valieron prestigio internacional colaboraba en la solución de problemas de salud públicas.

El Instituto de Microbiología e Inmunología, por su parte, cuya base fue la cátedra de Bacteriología e Inmunología, quedó establecido y reglamentado a partir de diciembre de 1947. Constituido por más de diez secciones, sus esfuerzos apuntaron principalmente a la solución de los problemas nacionales médico-prácticos como médicos sociales de las enfermedades infectocontagiosas, relacionadas con bacteriología, micología e inmunidad.

Su principal artífice fue el doctor Hugo Vaccaro quien desempeñó la citada cátedra por 16 años, período durante el cuál ésta mostró un gran desarrollo, evolucionando hacia la investigación pura y aplicada y hacia la microbiología e inmunología experimental.

Finalmente, en la sesión de 5 de abril de 1950, el Consejo aprobó el proyecto elaborado por el doctor Alfonso Asenjo que creaba el Instituto de Neurocirugía e Investigaciones Cerebrales. Su objetivo primordial era dedicarse al estudio y a la enseñanza de la Clínica neuroquirúrgica y a la experimentación del sistema nervioso central y periférico. El reglamento por el cual se rigió fue aprobado en 1952 y funcionó en el local del Instituto Central de Neurocirugía y Neuropatología del hospital del Salvador. Este instituto pasó a depender de la Facultad de Medicina a partir de septiembre de 1952 y su labor tuvo resonancia internacional.

e) Facultad de Agronomía

La Facultad de Agronomía y Veterinaria se fundó en 1927, pasando a formar parte de ella el Instituto Agronómico, como Escuela de Agronomía de enseñanza superior, la Escuela de Medicina Veterinaria y la Escuela Práctica de Agricultura de Santiago, destinada a la enseñanza elemental. Fueron incluidas además las diversas secciones de aplicación que había en la Quinta Normal de Agricultura. Los estudios veterinarios, sin embargo, serían separados de esta facultad una década más tarde, debido al gran desarrollo evidenciado, dando pie a una nueva facultad, la de Medicina Veterinaria .

Al reunir estos servicios se perseguía armonizar los estudios teóricos con la enseñanza aplicada, práctica y experimental, de tal forma de alcanzar una mayor eficiencia en la preparación de ingenieros agrónomos. El plan de estudios, aprobado en julio de 1930, fijó cuatro años de estudios (para las escuelas de agronomía y medicina veterinaria), y la creación de cursos libres de extensión agrícola para aquellas personas que se dedicaran a la explotación agrícola y no estuviesen en condiciones de ingresar a los establecimientos de enseñanza.

Para la práctica de los alumnos se disponía -como hemos dicho- de un amplio sector de la Quinta Normal, donde funcionaban las secciones de cultivos, arboricultura frutal, viñas, bodega, ganadería y apicultura. Con la adquisición de la hacienda La Rinconada, en 1933, de tres mil hectáreas, mejoraron enormemente las condiciones en este sentido. La aspiración de las autoridades de la facultad era concentrar aquí toda la enseñanza, la que según planteaban debía impartirse en el campo y con régimen de internado.

La Escuela Práctica de Agricultura que desde 1894 formaba ayudantes para el procesional agrónomo, es decir, ejecutores de los trabajos relacionados con el cultivo de la tierra, desarrollaba sus actividades en la Quinta Normal. Según el reglamento y plan de estudios de la escuela, aprobado en 1935, su enseñanza fue dividida en cuatro departamentos, cada uno de ellos a cargo de un ingeniero agrónomo graduado en la Universidad: arboricultura y cultivos, ganadería y lechería, viticultura y vinificación y pequeñas industrias. Para su ingreso los alumnos requerían quinto año de escuela primaria o segundo de humanidades, tener 16 ó 17 años, y aprobar un examen de diversas asignaturas. Tras cuatro años de estudios recibían un certificado de prácticos especializados en el área correspondiente.

De acuerdo a las innovaciones que se dejaban sentir en toda la Universidad y que ponían el acento en la enseñanza científica experimental, los miembros de esta facultad también se empeñaron en aportar ideas para mejorar la agricultura chilena, rutinaria y reacia a, aceptar los progresos tecnológicos. Germán Greve, por ejemplo, propuso crear estaciones experimentales en las zonas agrícolas más importantes del país, organizadas por el Estado y vinculadas con las escuelas de la facultad donde se formaría su personal técnico. Otro proyecto, presentado por los profesores Carlos Porter y Carlos Stuardo, se refería a la instalación de una estación de zoología marina, necesaria para las observaciones biológicas y diversas manipulaciones que debían realizar los alumnos.

Con el mismo objeto -imprimir un rumbo más experimental y práctico a los estudios- en 1938, a propuesta del decano se acordó la reorganización de la facultad. En su parte medular la reforma proponía el internado de los alumnos de quinto año de agronomía en la hacienda La Rinconada. Durante ocho meses ellos participarían directamente en los procesos de siembra y cosecha y aunque el internado mismo y la hacienda enfrentaron problemas de financiamiento, la medida fue a la larga igualmente aplicada. Con todo prevalecieron algunas críticas que calificaban de deficiente la enseñanza agronómica considerándola "exclusivamente" teórica.

De ahí que no fuesen descuidadas aquellas instancias que propendían al constante perfeccionamiento de estos estudios. Entre ellas el aprovechamiento de becas y viajes de estudios dentro y fuera del país, el permanente mejoramiento de las instalaciones de la facultad, particularmente sus laboratorios y biblioteca, la que gracias a una donación de la Misión Cave se convirtió en la mejor en su especialidad. Y aunque La Rinconada concentró buena parte de los esfuerzos económicos de la facultad, también se procuró modernizar y mantener en buen pie las secciones emplazadas en la Quinta Normal. De importancia fue asimismo la creación, en 1951, del Instituto de Investigaciones Agronómicas el que se ocuparía de realizar investigaciones de problemas de ciencias puras y aplicadas relacionadas con la agricultura, de promover trabajos de investigación científica entre miembros docentes de la facultad no pertenecientes al instituto, y de colaborar con organismos de Gobierno en la solución de problemas técnicos de la agricultura.

Ante la carencia de un profesional especializado en el área forestal y teniendo en cuenta las grandes reservas forestales del país, el Consejo Universitario resolvió, a petición de esta facultad, establecer en 1952 la carrera de ingeniero forestan. Esta idea pudo materializarse gracias a la acción conjunta de la Universidad, la Organización para la Agricultura y la Alimentación de las Naciones Unidas (FAO) y el Ministerio de Tierras y Colonización. La carrera tuvo como base los estudios de agronomía, separándose luego del tercer año. Los aserraderos del sur del país, propiedad del Ministerio de Tierras, sirvieron para la práctica de los alumnos.

Una nueva reforma de la enseñanza agronómica era tramitada hacia fines del rectorado de Juvenal Hernández. Planteaba la formación de un profesional capacitado para intensificar y mejorar la producción agropecuaria, con sólida preparación científica y técnica, conocedor de la realidad del país y preparado para emprender investigaciones originales.

f) Facultad de Bellas Artes

Si bien las bellas artes estuvieron ligadas a la Universidad de Chile a través de la enseñanza desde que éstas se iniciaron como estudios regulares en el país, su divulgación fue entregada a organismos independientes. Fue recién en 1929 -tras la supresión de la Dirección General de Enseñanza Artística- que nació la Facultad de Bellas Artes, encargada ya no sólo de la tuición de la enseñanza artística, sino también del estímulo y difusión de las artes. Quedó constituida, inicialmente, por el Conservatorio Nacional de Música, la Academia de Bellas Artes, la Escuela de Artes Decorativas y otras menores. Durante los primeros años su organización fue un tanto excepcional, hasta que en 1932 lograron estructurarse en forma más definitiva sus respectivas escuelas. En esta fecha también el Museo de Bellas Artes quedó bajo su directa competencia.

Las artes plásticas fueron encomendadas a las escuelas de Bellas Artes y Artes Aplicadas con los tradicionales cursos de pintura, escultura y dibujo, además de las diversas expresiones de las artes industriales y aplicadas como las artes gráficas, del fuego, de los metales, de la madera y textiles. La música, por su parte, permaneció en el Conservatorio Nacional. A estos establecimientos se sumó el Instituto Secundario creado en 1935, cuyo fin fue impartir conocimientos de cultura general a los alumnos del área artística que, por las características de estos estudios, no podían concluir en forma normal su enseñanza secundaria. El instituto dependió en su aspecto administrativo de la Facultad de Bellas Artes y en el docente de la de Filosofía y Educación.

Los reglamentos que rigieron estos centros de enseñanza artística, de similar orientación y resultado de detenidos análisis y observaciones, contemplaron una serie de objetivos básicos. Entre ellos: 1) Una delimitación clara entre los estudios artísticos generales y los de carácter técnico, asegurando al alumno un conocimiento cabal de ambos. 2) Una necesaria correlación de los estudios de arte con la educación general. 3) La implementación de distintos tramos de término de la carrera artística, otorgándose desde el certificado de aptitud hasta grado de licenciado. 4) La modernización de los métodos de enseñanza, distinguiendo entre lo que puede ser sometido a planes y programas, de aquello asociado a la creación y desarrollo individual. 5) Un conocimiento completo en cada escuela de la historia artística respectiva, base de la formación de un criterio sólido, y 6) La estructuración definitiva de las carreras pedagógicas relativas al arte.

Debido al tipo de estudios atendidos por esta facultad, la labor de extensión o divulgación tuvo en ella una importancia de primer orden. La publicación de la Revista de Arte y de monografías sobre artes plásticas fue una de las formas de iniciar dicho trabajo. Asimismo, se montaron exposiciones retrospectivas para dar a conocer los valores del arte nacional; se estableció un concurso anual de artes visuales o Salón Oficial y se promovió el envío de exposiciones de arte chileno al extranjero, así como el auspicio de muestras artísticas de otros países. Los logros alcanzados mediante estas políticas de difusión y creciente prestigio del movimiento artístico nacional, dentro y fuera del país, motivaron la creación en 1945 del Instituto de Extensión de las Artes Plásticas. Junto con organizar las actividades en curso el instituto consiguió habilitar una sala para exposiciones en la Casa Central de la Universidad, y el pabellón de exposiciones de la Quinta Normal. En este último, reconstruido y ampliado, funcionó desde 1947 el Museo de Arte Contemporáneo, centro de exhibición permanente de la producción plástica chilena.

Unos cuantos años antes, en 1943, fue fundado por iniciativa del Consejo Universitario otro museo, el de Arte Popular reuniéndose allí testimonios del patrimonio folclórico de los distintos países latinoamericanos. La artesanía tradicional -cestería, cerámica, tejidos, instrumentos musicales, etc.- de Argentina, Bolivia, Colombia, Cuba, Ecuador y México, entre otros países quedó aquí representada. E1 museo quedó instalado en el cerro Santa Lucía.

En 1948 fue necesario separar las artes ,plásticas de las artes musicales por el enorme crecimiento que estas actividades alcanzaron en el curso de los años. Así la Facultad de Bellas Artes fue reemplazada por la Facultad de Ciencias y Artes Musicales y la Facultad de Ciencias y Artes Plásticas.

Esta última mantuvo bajo su dependencia la Escuela de Bellas Artes, la Escuela de Artes Aplicadas, el Instituto de Extensión de Artes Plásticas, el Museo de Arte Contemporáneo y el Museo de Arte Popular; pero compartió la tuición del Instituto Secundario.

* * *

En cuanto a la evolución de los estudios de artes musicales a lo largo del rectorado que reseñamos advertimos lineamientos muy similares a los de artes plásticas, particularmente a partir de 1932 fecha en qué -como dijimos- la Facultad de Bellas Artes, estableció un programa claro de acción.

Por cierto que el afán de elevar la música a un sitial de privilegio venía manifestándose hacía mucho por parte de los cultores nacionales. De hecho las reformas que se llevaron a cabo en el Conservatorio Nacional de Música en 1928, los esfuerzos desplegados por la Sociedad Bach y los intentos por formar un conjunto sinfónico estable respondían a este interés. Sin embargo, fue necesario un desarrollo más integral, con una labor musical permanente, con canales de difusión adecuados para cimentar dicho trabajo y en esto la presencia de figuras tales como Domingo Santa Cruz y Armando Carvajal fue fundamental.

En primer lugar, el Conservatorio que desde 1930 dependió directamente de la Universidad fue sometido a transformaciones sustanciales en cuanto a sus planes de estudios, modernizando para ello su metodología. La Revista de Arte, por otro lado, no sólo promovió las manifestaciones plásticas sino también las musicales, asimismo fueron editadas aquellas obras de autores chilenos -vocales e instrumentales- más meritorios, facilitando de este modo el conocimiento de la producción musical. Paralelamente comenzó la grabación de piezas musicales de categoría y la recolección de material para formar la discoteca del Conservatorio, la que prestó servicios a profesores y alumnos y colaboró con el trabajo realizado en la radio. Los ciclos de transmisiones musicales, los primeros de este tipo en Chile, fueron complementados con explicaciones y noticias que los enriquecieron. No menos importante fueron los concursos de estímulo a la creación, y el inicio de los primeros contactos con otros organismos en el extranjero dedicados al cultivo de la música.

Ligada a las actividades musicales de la facultad surgió en 1931 la Asociación Nacional de Conciertos Sinfónicos, entidad particular que recibió alguna subvención de parte de la Universidad. Por casi siete años realizó lucidas temporadas de conciertos y giras al resto del país. Esta relativa estabilidad de la actividad sinfónica a cargo de la Asociación fue interrumpida por problemas de índole económica. Sin embargo, aunque la orquesta fue disgregada, paralizándose el cultivo de la música en esta modalidad, la experiencia fue un paso importante en este sentido.

Hacia 1938 la facultad apoyaba otras dos entidades asociadas al arte musical, la Sociedad de Música de Cámara del Conservatorio y la Asociación Nacional de Compositores y esperaba la aprobación de un proyecto de ley presentado a mediados de 1937 por un grupo de diputados, que pretendía crear la Orquesta Sinfónica Nacional. Esto sucedió en 1940 cuando se fundó el Instituto de Extensión Musical cuyo objeto fue atender la formación y mantención de la Orquesta Sinfónica, del Cuerpo de Ballet y aquellas entidades adecuadas para ejecutar música de cámara o cualquier otra actividad musical. En 1942 fue decretada su directa dependencia de la Universidad de Chile, pues había nacido como un organismo autónomo, sutilmente vinculado a ella.

Los frutos de su obra quedaron de manifiesto al corto tiempo. Junto a la Orquesta Sinfónica apareció en 1941 el Teatro Estudiantil, posterior Teatro Experimental, y el Cuarteto de Cuerdas. Poco después una escuela de danza -en el futuro Cuerpo de Ballet Universitario-, una Orquesta de Cámara y, más tardíamente, en 1952, el Coro Universitario. En sus presentaciones una parte importante fue consagrada a conciertos populares, en ocasiones gratuitos, para adultos y estudiantes, y sus repertorios incluyeron casi la totalidad de la música producida por los compositores nacionales de los más variados estilos. Otro tanto hizo el Ballet, estrenando la primera obra con música y coreografía chilena.

La instauración de premios para la mejor obra y los festivales bienales de música chilena, iniciativas aprobadas y reglamentadas por el Consejo Universitario, constituyeron otras importantes fuentes de estímulo para la creación musical. El aumento de piezas originales y el éxito obtenido por nuestros compositores en eventos internacionales fueron prueba de ello.

El establecimiento de la Facultad de Ciencias y Artes Musicales en 1948, que hemos referido, permitió afianzar aún más el trabajo desempeñado por los diversos servicios musicales universitarios. El Conservatorio Nacional, por ejemplo, junto a su permanente preocupación por renovar la enseñanza, aportó a la difusión musical con la formación de grupos como una orquesta de cámara, un cuarteto de cuerdas y un departamento de ópera integrada por alumnos de los niveles superiores. De otro lado, el Instituto de Investigaciones Musicales creado en 1944 como un departamento de folclore de la Facultad de Bellas Artes extendió el ámbito de su interés a otras ramas de la musicología y pedagogía musical. A su gestión se debió la publicación de la Revista Musical Chilena, de ensayos musicológicos y de varios volúmenes sobre la historia de la música en Chile, valioso aporte del historiador Eugenio Pereira Salas. Mención aparte merece la edición de un álbum del folclore chileno en discos y un documentado archivo del folclore que generó valiosas investigaciones sobre el tema.