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Fuentes Bibliográficas
Homenaje a Vicuña Mackenna Tomo 2º.
Capítulo IV.

En la casa que perteneció a don Ignacio de la Carrera, en el antiguo número 63 de la calle de las Agustinas, entre Morando y Teatinos, nació Vicuña Mackenna el día 25 de Agosto de 1831 (31).

Sus primeros años corrieron en la todavía colonial ciudad de Santiago, vuelta al régimen de pasividad política después de los tormentosos días de la gestación republicana. El partido pipiolo había caído con el último presidente liberal que ocupara el solio del poder, abuelo del hombre que allí, entre pañales aristocráticos y resabios de vida aldeana, viniera al mundo. Las calles estaban patinadas de silencio y las almas parecían dormir. Comenzaba el largo período del régimen de autoridad durante el cual se gestarían las más hermosas luchas doctrinarias del siglo XIX y saldrían a la liza algunos de los más ilustres caudillos y próceres civiles de Sud América.

En casas de su parentela numerosa, en los patios empedrados y cubiertos de pasto de las mansiones señoriales, en la calle pública, ancho patio común de la vida de todos, se deslizaron las primeras andanzas, los primeros balbuceos y los juegos primeros de aquel niño cuyos talentos no tardarían en asombrar al propio Bello.

Y el carácter travieso y rebelde del muchacho se anunció tempranamente. Cierta tarde, en los comienzos de la administración Bulnes, un grupo de chicos divisó por la calle solitaria en que jugaba, a un ciudadano de silueta bien conocida, alto, de prominente barriga, que marchaba, con cadenciosa pausa, haciendo girar su bastón de caña de Indias. «¿A qué no le das el guatazo»? dijo uno de los muchachos. «¡Verás!»-«Apostamos seis reales?»-«Apostados». Y el chico, con la cabellera rubia al viento, se lanzó a todo correr calle adelante, y como quien choca de casualidad fue a embutir la cabeza en la barriga del transeunte que estuvo en pique de irse de espaldas. Irritado el. personaje alzó su bastón con ademán amenazador. Y en medio de las risas de sus pequeños amigos, que eran hijos de obreros o de aristócratas, que en bella democracia infantil se entretenían a diario, huyó el chico de la hazaña seguido de sus compinches. Vicuña Mackenna acababa de estrenarse en la vida política dándole un gustazo al presidente de la República.

La infancia de Vicuña transcurrió principalmente en Llay Llay, en donde su padre trabajaba valiosa hacienda (32). Allí la vida del campo ofrecía a la imaginación precoz del niño todo el incentivo de sus tradiciones, de sus costumbres, de sus tipos; el solaz de las cabalgatas, de los paseos en carreta, de las trillas a yegua, con harpa, guitarra y fondas en que iba a vaciarse toda la obscura y escondida tristeza del alma popular. Fué allí, seguramente, donde el futuro líder de los pueblos tomó los primeros y más ardientes contactos con obreros y campesinos, con los trabajadores humildes de lá, tierra, con todos los hambrientos de justicia y de paz.

Vida de andanzas, entretención y constante camaradería con los labriegos. En alguna correría cayó del caballo, fracturándose un brazo, con lo que fué preciso traerlo hasta la capital en hombros de cuarenta robustos mocetones.

Los Apuntes Confidenciales de Vicuña Mackenna arrojan mucha luz sobre sus primeros años. Escribe en ellos: a 1831-1839. Pasé mi niñez en Llay-Llay, en la casa que es hoy de Edwards, y era entonces una casa pajiza. Por eso han puesto mi nombre a una calle de ese pueblo.

«1840. En Agosto entré al colegio de Cueto, después de Núñez, y allí estudié latín, aritmética y gramática, saliendo mal en todos mis exámenes, o en casi todos (33).

«Me gustaba sólo leer libros de historia, cuyos argumentos contaba a mis compañeros, y esto y charlar eran mis ocupaciones» (34).

Su infancia debió, pues, mecerse en los halagos de una vida patriarcal, recibiendo las lecciones libertarias de un hombre que fue revolucionario toda su vida, llevado de superior idealismo,. y junto a una madre severa, si bien hondamente afectuosa y muy mujer. Los suyos, aún cuando separados del gobierno, ocupaban la más alta posición en la sociedad chilena, sin que la fortuna, mermada en luchas políticas, hiciera notar su flaqueza en la apacible existencia que llevaba la aristocracia de entonces. Ni fortuna, ni blasones, ni prejuicio alguno lo influirían jamás, por otra parte. El trato de las viejas sirvientas, la comunidad con sus camaradas proletarios, compañeros de juegos y jugarretas y de las clásicas cimarras estudiantiles en el hosco Huelén, de cuyas piedras su genio haría jardines, fueron moldeando su carácter y abriéndole los ojos del espíritu hacia el ejercicio de un grande apostolado que llenaría su vivir.

Los horizontes de la tierra en que fue creciendo debieron sugerirle no poca poesía. En esos panoramas de montañas y de hondonadas, que el Aconcagua subraya con la majestad de su mole soberbia, sembrados de árboles y de jardines, con olor a humanidad que se forja en rudo trabajo, los crepúsculos ponen siempre una nota de arte delicado. Lo grande y lo pequeño se juntan. Hay belleza en cada rincón, pero esa belleza hace pagar en esfuerzo el placer que otorga. La raza habitadora ha de ser de hombres acostumbrados a conquistar el pan y no con blandura. Pero en medio de ese llamado al esfuerzo y a la actividad creadora cuanto material para un hombre de imaginación, cuanta sugerencia para una mentalidad poderosa.

No distante, en la otra margen del río, sus ojos podían ver las casas de Santa Rosa de Colmo, que acogerían sus días postreros. Tan próximos, como la vida y la muerte, los panoramas de sus años de comienzo y acabo.

Completó sus estudios de Humanidades en el Instituto Nacional de Santiago, (35), a donde ingresó en 1847. Y se incorporó al año siguiente, cuando aún no salía de sus dieciséis años, en la Academia de Leyes de la Universidad de Chile, cuyos destinos regía el ilustre Bello.

A la edad de diecisiete años compuso las primeras páginas de su vida literaria. La pluma que ya nunca caería de las manos trazaba en esas sus Memorias Intimas, inéditas aún, las ilusiones, los sueños y los deseos todavía confusos que llenaban su adolescencia.

Urguemos en ellas, leamos algunas líneas que muestran interesantes modalidades de su espíritu. Las primeras emociones ante la mujer que se ama y no lo sabrá nunca, los deliciosos tormentos que acompañan el despertar afectivo de las vidas apasionadas.

Dice, en la página del 8 de Septiembre de 1848: «Esta noche la vi. ¡Que linda estaba!» «Hacía tantos días que no miraba la luz de su belleza, que me estremecí de un placer delicioso, aunque rápido. ¡Ay! en un tiempo gocé a su lado todo lo que ahora sufro. En un tiempo respiraba sin zozobras su aliento purísimo y su palabra llegaba a mis oídos perfumada con el aroma de sus labios. Pero hoy, que siento arder un volcán abrasador de amor y de ternura, la dignidad y el deber me ordenan callar». Ella ignora las inquietudes que turban esa alma demasiado delicada. Jamás leerá esas páginas en que se ha vaciado un romanticismo que la juventud de fin de burguesía no sabrá comprender.

Y en otra: «He concluido la narración de mi vida en un día. ¿Quedaría completa sin acordarme de ti? ¡Oh, amor! nadie puede gloriarse de haber triunfado de ti. Tu invencible poder me domina; y yo, que podría hablar sin rubor y estar perpetuamente a su lado, prefiero ir a dar una mirada oculta y fugitiva por entre las rejas de una ventana. ¡Humilde adoración de un amante sin fortuna!»

Y analiza su corazón, las inquietudes y dolores que atenacean deliciosamente su sensibilidad. Más adelante lamentará el vacío de aquella pasión precoz.

«No tengo ningún motivo concreto de pesar, y, sin embargo, sufro mucho. Siento vacío el pecho de aquel corazón que antes lo llenaba por completo; ya no me turban los ojos de una bella, mi sangre circula indolente y vivo en inerte paz. Esa es una felicidad bien triste; prefiero ser desgraciado como antes., echo de menos aquellas penas dulces y terribles que arrebatan el alma de la tierra y depuran nuestro ser de toda materia». Penas de los diecisiete años que saturan de deliciosa ingenuidad el comienzo de una gran vida ¡toda llena de pasión.

Acasó por esos mismos días otro amor golpea a su espíritu, esta vez limpio de dificultades. Quiere a una joven de la cual le separarán sus pocos años y su carencia de dinero. La dama corresponde ese afecto, pero andando el tiempo obedecerá a la voz materna que la destina a ser mujer de un hombre de situación económica formada. Ese positivismo, tan burgués y tan mezquino, ha de arrancar honda protesta a su pluma: «Desde su infancia le habían enseñado que no era lícito a un puro y santo amor encender sus teas sino en un altar de oro» (36).

Desahoga las tristezas de aquel desengaño en un poema que titula Predestinación. El dinero será para ella, pero él en sus manos retendrá la gloria.

Leamos el comienzo de ese poema de adolescencia: «¡No soy poeta de la armonía! ¡Sólo soy él triste bardo del sentimiento! Quisiera cantar alabanzas a la amada de mi corazón, pero el estro de la poesía se apaga en mis rudos labios, que no saben sino el himno de la verdad. ¡Soy también pobre! No tengo una lira de oro para mis cantares y sólo poseo mi alma entristecida, que cual el arpa de Ossian, exala sus roncos gemidos cuando la pulsa la mano temblorosa del recuerdo o de la esperanza».

Con todo y sobreponiéndose a sus propios sentimientos ve con júbilo que ella pueda ser feliz y en su Diario deja testimonio de las cualidades que adornan a su rival, a ese rival que ha de conducirla a un altar de oro. Tanta generosidad sorprende. «Soy hombre de mundo, -escribe Rafael Egaña (37)- he observado un poco y confieso que no he conocido en la juventud de mi tiempo un alma tan pura como ésa; aún llego a temer que ellas hayan pasado para siempre!

Entre los fragmentos de las Memorias o Diario Intimo de Vicuña, publicados por Figueroa, se encuentran algunos escritos en francés. Las emociones de aquellos días se reflejan en ellos. Byron, el «apasionado y sublime Byron» calma su corazón. El mar azul lo conforta. Excursiona con su hermano Juan por las playas solitarias, asiste con su padre al lanzamiento de un bergantín, se preocupa de política, explora. «Chile está enfermo de apoplejía, -escribe- es cosa evidente que necesita una sangría. La República presenta sus brazos para la operación, la lanceta está pronta».

Examina a cada paso sus sentimientos. ¿Quién mejor que él? «Amo la amistad de todos los corazones, dice; es para mí una dicha tener amigos en todas partes, pero prefiero y busco con ansiedad. el afecto de los que reunen la virtud y el talento».

Sus jornadas de aquellos primeros años son asombrosas. Trabaja muchas horas, pero, no contento, arranca algunas al descanso indispensable en los días mozos, «a fin de vivir cada día diecisiete o dieciocho horas, en vez de doce o catorce». Y vivir es estudiar, laborar. ¿Qué lee? El 12 de Septiembre de 1849 dice: «Anoche leí una novelita de Florian y Piscericourt, titulada Moltader; hoy concluí el poema de Napoleón en Egipto y Waterloo, ambos de Barthelemy y Mery, el Guillermo Tell de Florian y La Sirviente Hábil del mismo autor». Y no es sólo eso. Antes de que amanezca han pasado por sus ojos Blanco y Rojo, comedia en tres actos, las Cartas Inglesas y la traducción del poema hebreo Eliexer y Neftalí». En su Diario desfilan los clásicos y los contemporáneos, arrancando a su pluma novicia acertados juicios de crítica literaria.

En medio de lecturas tan copiosas no faltaba, sin embargo, tiempo para asistir a los espectáculos teatrales que le atraían de modo especial. La bolsa paterna, no siempre bien guarnecida pero siempre abierta, facilitaba sus idas al Teatro de la República que recién abría las puertas por aquellos días. Por ese escenario pasaron Rendon, la Rossi y el famoso Casacuberta, actor que arrebataba al público con dramones tremendos en que moría hasta él apuntador. Vicuña pudo asistir al beneficio y despedida del actor, que, agotado después de representar «Los siete escalones del crimen», sucumbió a un ataque de apoplejía. El dramaturgo se había superado, matando a los propios intérpretes.

El recuerdo de su deudo el arzobispo Vicuña pone nota de relieve místico en aquellas hojas de los comienzos. Era justo. El misticismo-religioso, político, filosófico-jamás ha estado ausente en alguna etapa de la vida de los hombres de acción. La marcha de la Humanidad ha requerido siempre del gesto apasionado.

En esos años adolescentes su pasión por las letras y por la historia fue enraizando en el cerebro y en el corazón. En 1849 fundó la Sociedad Literaria de Santiago, en compañía de Lastarria, Miguel de la Barra, Miguel Luis Amunátegui y otros que más tarde figurarían con brillo. En aquella institución de juventud leyó algunos de sus primeros trabajos, que luego se publicarían en «El Año Diez» y otros periódicos de la época.

Los ensayos iniciales, en su mayoría inéditos, poseen encanto singular. Su alma se traduce en cada página de esas Memorias Intimas (38), que, comenzadas el 25 de Agosto de 1848 (39), al cumplir diecisiete años, sólo terminarían en 186'7, en la plenitud de su vida, justamente en los días que precedieron a su matrimonio. La primera parte muestra una sensibilidad esquisita, la pureza de un espíritu no amargado por ningún complejo de inferioridad. Está plena de ingenuidad, indicadora de cuerpo y alma sanos. Todo le sorprende. Todo le encanta o le duele, los pesares nimios le parecen sufrimientos tremendos y en la menor alegría arde. Esas páginas parecen saturadas de amanecer. Una divina embriaguez ha florecido en ellas.

 

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Notas

31

Dice Pedro Pablo Figueroa en su Historia de Vicuña Mackenna: «El hombre genial y predestinado que debía llenar con su nombre, su gloria y sus libros-en extraordinaria labor literaria,-medio siglo de la historia de Chile, nació en Santiago el 25 de Agosto de 1831, La casa donde se meció su cuna, fué la misma que sirvió de hogar a los ilustres e infortunados generales Carrera, padre e hijo, situada en la calle de Agustinas número 46, a continuación de la calle de Morandé, acera del sol, según lo recuerda él mismo en sus Relaciones Históricas, segunda serie, en el capítulo titulado: Los hogares y las calles de Santiago.
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32

«El valle de Purutún,-escribe Vicuña en su obra Al Galope-con el aditamento del Melón en cuya cuesta termina su radio por el norte, fue arrendado en 1836 por los hermanos don Pedro Félix y don Ignacio Vicuña, mediante un canon de 6,000 pesos y un juanillo de 800 pesos que pagaron ambos a don Diego Portales».
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33

Sin embargo de esta aseveración, reproduce Donoso un aviso del colegio de don José M Núñez en que se dice que el consejo de profesores ha juzgado muy digno de mención especial a Vicuña «por haber conseguido finalizar un curso laborioso como el latín empleando mucho menos tiempo que sus demás condiscípulos».
Véase Ricardo Donoso: Don Benjamín Vicuña Mackenna. Su vida, sus escritos y su tiempo. A esta obra se refieren todas las citas no especificadas del señor Donoso que se encuentran en el presente ensayo.
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34

Escribe Figueroa: «Maravilla, en verdad, la inmensa ilustración adquirida por Vicuña Mackenna; en su niñez y juventud, en la lectura de obras de todo género, de todos los autores de los más lejanos países y de todos los tiempos.
«Adquirió el conocimiento de varios idiomas para extender el horizonte de sus lecturas y conocer a fondo todas las materias que interesaban su espíritu y su deseo de cultura.
«En posesión de una ilustración tan múltiple, se explica su facundia extraordinaria que le permitía tratar con acierto, erudición y novedad, todos los temas». (Historia de Vicuña Mackenna).
Añade en el mismo libro: « que aún llegó a conocer el araucano, y dice que entre sus libros inéditos han quedado una Gramática y un Diccionario de este idioma bárbaro, que había comenzado a componer en sus últimos tiemp
os» Se consultaba directamente con los indios que visitaban Santiago con alguna frecuencia, por esos años.
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35

Desde que se estableció en la capital, para proseguir sus estudios, vivió en casa de su tío don Félix Mackenna, calle de las Rosas número 23. Allí pasó los primeros años de su juventud. En la oficina de Mackenna, en la calle de Huérfanos, en donde el joven estudiante trabajaba con modesto sueldo de 25 pesos oro al mes, se daban cita, en ani-mada tertulia, los hombres públicos más destacados de la época.
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36

Predestinación RA E. en una noche de baile». Vicuña supone este poema traducción de un trabajo lírico del poeta alemán Hoffenheim, que no es sino él. Fué publicado en la «Revista del Pacífico».
A propósito de este escrito, dice Galdames en La Juventud de Vicuña Mackenna (Cap. XXVIII): «Consideradas hoy y leídas sólo como expresión de arte, esas páginas componen un poema en prosa, pleno de fuerza y armonía, lo más perfecto quizás, literariamente, de cuanto hasta entonces hubiera su autor producido . . Es el episodio sentimental de un gran corazón y un gran cerebro, que el mismo protagonista refiere en la hora en que lo atenaza y golpea el desengaño. Ninguna obra de su juventud exhibe con igual viveza el temperamento del escritor y del hombre. Ninguna tampoco le excede como manifestación de dignidad y ternura».
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37

Rafael Egaña transcribió bajo su seudónimo de Jacobo Eden en La Unión» de Valparaíso, algunas páginas de las Memorias Intimas de Vicuña Mackenna. Esos originales pasaron más tarde a poder de don Pedro Pablo Figueroa, quien se proponía publicarlos. Hasta hoy han permanecido inéditos.
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38

Las Memorias Intimas constituyen un diario de vida en que se reflejan los acontecimientos de la época. Paralelamente llevó otro libro de memorias con el título de Apuntes Confidenciales, que se refieren exclusivamente a su vida.
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39

«Eligió el aniversario-escribe Figueroa en su citada obra-para dar comienzo a la tarea que se impuso y en la que culminó como el primer escritor de su patria y el más encantador de los prosadores de América».
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