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Fuentes Bibliográficas
Homenaje a Vicuña Mackenna Tomo 2º.
Capítulo VII

¿Cuál era la posición ideológica de los paridos en los años de la iniciación política y revolucionaria de Vicuña Mackenna? (46). ¿Qué fuerzas reales representaban y cuál fue la gestión histórica que les correspondió?

Corrían los últimos meses del gobierno de Bulnes y a la sombra de la candidatura oficial, delineada ya, se agrupaban las fuerzas conservadoras. En el campo opositor él termómetro comenzaba a subir con la presión de los primeros arrestos libertarios de la juventud liberal, en cuyas filas más avanzadas actuaban Santiago Arcos (47) y su amigo Francisco Bilbao.

Arcos, hijo de un banquero español, recién llegado a Chile después de recibir esmerada educación en la península; fue uno de los personajes más interesantes de su época. Incisivo talento, vasta cultura, penetración formidable, sutileza de pensamiento, ingenio agudo y mordaz. Unía a esas cualidades intelectuales; muy raras entonces, una figura romántica, pose de gran señor que pasaba por la vida desparramando los dineros de su padre y las chisperías de su clara inteligencia Fue, en lo hondo, discípulo de Marx, cayo Programa Comunista había salido a la luz dos años antes, y por su ideología personal como por sus actividades políticas debe situársele entre los precursores del socialismo americano.

Arcos tuvo influencia considerable en la juventud y en la política de su época. Fue conductor de hombres aún cuando era precaria la escena de su acción, y agitador de vuelo alto. Sus actividades contribuyeron a que las fuerzas peluconas, apartándose de la tradición aristocrática y dinástica-renacida después-que los impulsaba a elegir presidentes de la República entre los hombres de más sonoros apellidos y más encopetada posición social, designasen a un ciudadano de la clase media, inteligente, enérgico y voluntarioso, que le diera garantías en esos días en que la opinión mundial se hallaba agitada por el gran movimiento societario de 1848. El pánico de los privilegiados y el apego a los doblones, tradicional en los chilenos viejos, exageraban la inminencia de peligro, redoblándose la defensa de las posiciones económicas. La candidatura de don Manuel Montt fue reflejo de ese miedo colectivo y en buena parte efecto de la agitación y prédicas de Arcos.

Algún día historiaremos, si el tiempo y las circunstancias lo permiten, la vida, las predicaciones, la personalidad múltiple y apasionante de Santiago Arcos.

Añadamos, sin embargo, algunas líneas biográficas. Vencido el movimiento político de 1850-51 Arcos permaneció algún tiempo en la cárcel, desde la cual escribió su célebre carta a Bilbao. Más tarde continuó en América y Europa esa vida de errabundaje y de eternas nostalgias a que tan bien se plegara su carácter. Fue un ilustre desplazado de la sociedad en que le tocó vivir, un revolucionario eterno cuyos arrestos se contenían, empero, tras la máscara irónica de su rostro. Hombre de mundo, midió sus fuerzas de luchador, paseó mirada de águila por el panorama que a sus ideales y ambiciones ofrecían América y el mundo y comprendió que su gestión sólo encontraría derrotas inmediatas. Su hora no era llegada y acaso no sonaría nunca, pues habían de correr dos tercios de centuria antes de que los tiempos estuviesen maduros. Y Arcos disimuló, tras de su mirada incisiva y el gesto de burla estereotipado en los labios, su tragedia de precursor.

Paseó por los palacios de la burguesía y bebió la vida, la única vida posible, en los caminos del mundo, sembrados de escollos. Era pariente de la emperatriz Eugenia, con quien conservó relaciones, a propósito de las cuales se cuenta sabrosa anécdota. Cierta noche de recepción en las Tullerías, la emperatriz, bella y dominadora-eran los tiempos que perpetuó el pincel de Winterhalter-se detuvo ante Arcos, que charlaba con alguna dama de la corte. «Santiago, le interpeló en español, ¿continúas tan republicano?». Y Arcos, inclinándose ligeramente: «Señora, respondió, todavía no he ascendido».

En 1870, Vicuña Mackenna, durante la última de sus peregrinaciones a Europa, encontró a Santiago Arcos: «Viejo, encorbado -escribe(48)- con su barba cana que hacía sombra a una sonrisa triste y penosa, sentábase a nuestra mesa en Nápoles el autor de la carta a Francisco Bilbao en 1852, acompañado de su hijo único que le había nacido en Mendoza y al cual amaba con entrañable e inquieto afecto.» ¿De qué charlaron en ese encuentro de 1870, mientras en París dominaba la Comuna y por vez primera las ideas socialistas se aproximaban al terreno de la realización? Probablemente los revolucionarios de 1851 debieron evocar los tiempos de la Sociedad de la Igualdad con la melancolía con que se recuerdan siempre las locuras hermosas y los arrestos de juventud, que por altos y bien inspirados se nos visten de locura en la hora en que hacemos el balance de nuestras derrotas.

Vicuña cuenta su fin: El antiguo igualitario, «entristecido por cierta enfermedad angustiosa (una gangrena en la nariz), subióse una mañana del mes de Septiembre de 1874 sobre el parapeto de uno de los puentes de Paris, provisto de un cinto de plomo, y descargándose el cañón de una pistola en el cerebro, se precipitó en la eterna y triste nada de los suicidas». Melancólico fin que no puede sorprendernos. Es ese, a menudo, el sino trágico de los grandes revolucionarios. Consideremos, por ejemplo y salvando distancias y proporciones, a Trotsky sumergido en el exilio de Princiko, a Víctor Jofe suicidándose en Moscú.

Más retornemos a 1850 y junto al empobrecido escenario-del que estaban ya ausentes los fuertes caudillos y los directores intelectuales del movimiento emancipador-renovemos nuestra pregunta sobre la situación social de las clases productoras y la posición ideológica de los partidos políticos en aquellos años. Arcos va a respondernos en su Carta a Francisco Bilbao, documento magno en que se hace análisis de fondo sobre la materia. Insistimos en esta afirmación porque pocas veces se ha penetrado con ojo más certero en los estratos profundos de una sociedad y una época.

«En todas partes-dice Arcos-hay pobres y ricos; pero en todas partes no hay pobres como en Chile. En los Estados Unidos, en Inglaterra, en España hay pobres, pero allí la pobreza es un accidente: no es un estado normal. En Chile ser pobre es una condición, una clase, que la aristocracia chilena llama rotos, por oposición a la otra clase, los que se apellidan entre sí los caballeros, la gente decente, la gente visible y que los pobres llaman los ricos».

«El pobre aunque junte algún capital no entra por eso en la clase de los ricos, permanece pobre. Para que ricos más pobres que él lo admitan en su sociedad, tiene que pasar por vejaciones y humillaciones a las que un hombre que se respeta no se somete,-y en este caso, -a pesar de sus doblones, permanece entre los pobres,- es decir su condición es un poco más o menos la del inquilino, del peón o del sirviente (49).

«El pobre no es ciudadano. Si recibe del subdelegado una calificación para votar, es para que la entreguen a algún rico, o algún patrón que votará por él.

«Es tal la manía de dar patrón al pobre, que el artesano de las ciudades y el propietario de un pequeño pedazo de campo (ambos pertenecen a la clase de los pobres) y que dejados sueltos hubiesen podido usar de su calificación, han recibido patrón.

«Los han formado en milicias, han dado poderes a los oficiales de estas milicias para vejarlos o dejarlos vejar a su antojo, y de este modo han conseguido sujetarlos a patrón. El oficial siempre es un rico, y el rico no sirve en la milicia sino en clase de oficial.

«El pobre es subalterno, y aunque haya servido 30 años, aunque se encanezca en el servicio, el pobre no asciende. Su oficial es el rico; a veces un niño imberbe, inferior a él en inteligencia militar, en capacidad, en honradez».

Tocante a los partidos políticos. Del conservador: «Los pelucones son retrógrados porque hace veinte años están en el gobierno, son conservadores porque están bien, están ricos y quieren conservar sus casas, sus haciendas, sus minas, quieren conservar el país en el estado en que está, porque el peón trabaja por real y medio y sólo exige porotos y agua para vivir, porque pueden prestar su plata al 12% y porque pueden castigar al pobre si se desmanda.

«Para todo pelucón las palabras progreso, instituciones democráticas, emigración, libertad de comercio, libertad de cultos, bienestar del pueblo, dignidad, república, son utopías o heregías, y la palabra reforma y revolución significa «pícaros que quieren medrar y robar».

«Dotados de tan poca inteligencia es natural que piensen como piensan.

«La clase más acaudalada de entre los ricos es pelucona, porque está en contacto con el gobierno,-no es otro el motivo. Ya sabemos que estos señores se afligen poco la mollera en pensar en las instituciones, y como son los que más tienen que perder,- son los que miran a los reformistas o revolucionarios con el más candoroso pavor.

« Para completar el partido pelucón,-a esta masa de buena gente debe Ud. añadir la mayor parte del clero, que aquí como en todas partes es partidaria del statu quo -Santa Milicia que sólo se ocupa de los negocios trasmundanos -que en nada se mete con tal que no la incomoden, que el gobierno no permita la introducción de la concurrencia espiritual, dejando a cada hombre adorar a Dios según su conciencia y con tal que se les deje educar la juventud a su modo- o que no se eduque ni poco ni mucho-y con tal que se les pague con puntualidad. Bajo estas condiciones (que están conformes con el sentir de los pelucones), los clérigos son pelucones como serían pipiolos si los pipiolos les ofrecieran iguales ventajas».

 

Y de los liberales, decía a Bilbao en ese mismo documento: «Los pipiolos son los ricos que hace veinte años fueron desalojados del gobierno, y que son liberales porque hace veinte años están sufriendo el gobierno, sin haber gobernado ellos una sola hora.

«Son mucho más numerosos que los pelucones. Atrasados como los pelucones, creen que la revolución consiste en tomar la artillería, y echar a los pícaros, que están gobernando, fuera de las poltronas presidencial y ministerial, y gobernar ellos. Pero nada más, amigo Bilbao. Así piensan los pipiolos» (50).

Y aún agregaba estos conceptos incisivos: «Este desventurado partido ha tenido que sufrir la desgracia común a todo partido que por mucho tiempo ha permanecido fuera del gobierno. Cuanto pícaro hay en Chile que no ha podido medrar, cuanto mercachifle quebrado, cuanto hombre de pocos haberes ha perdido su pleito y cuanto jugador entrampado, otros tantos se dicen liberales».

Difícil sería fijar, con mayor exactitud, a los partidos políticos de Chile en buena extensión de la era burguesa. La pluma de Arcos desmenuza los programas, analiza las ambiciones, pone en descubierto los menores resquicios morales de su época. El cuadro puede parecer exagerado, pero es exacto en sus líneas generales (51). Hoy mismo, ¿no cabría repetir, sin grandes modificaciones, los definimientos del fundador de la Sociedad de la Igualdad? ¿Dónde está el avance ideológico de los partidos tradicionales y dónde su orientación económico-social? Decía el poeta griego que Júpiter cegaba a quienes quería perder. En sus postreras etapas, los partidos representativos de la oligarquía agrícola y sus agrupaciones sirvientes, seudodemócratas, mantienen, en ultimo análisis, las posiciones ideológicas de 1850.

Arcos, en su severa crítica, sabía tener palabras de simpatía para los hombres que realmente valían, en la oposición. Y esos juicios suyos aparecen particularmente proféticos con relación a Vicuña Mackenna. «Después de confesar tanta mengua para nuestra pobre tierra-escribe el insigne revolucionario-me queda una tarea más grata, quiero hablarle de la flor del partido pipiolo, flor que en vano se busca entre los pelucones, quiero hablar de los jóvenes que como Ud. (Bilbao), Recabarren, Lillo, Lara, Ruiz, Vicuña Mackenna y otros tantos rotos, pelearon contra lo que ahora existe en Chile. Juventud llena de porvenir, valiente, generosa, patriota, pero que confía demasiado en el acaso, que no analiza sus nobles aspiraciones, trabajo que debería emprender. A ustedes, primogénitos de la República, a su inteligencia está confiado el porvenir del país».

Y el porvenir de Chile, confiado a las manos forjadoras de Vicuña Mackenna, fué progreso, florecimiento cultural y material, período de oro.

Volviendo a Santiago Arcos, cabe imaginar el revuelo y escándalo causados por sus doctrinas, por sus prédicas y polémicas, en el Santiago pacato y colonial que veía hacer las primeras armas a Vicuña junto a aquel atrevido demoledor que en los mítines populares sabía tener palabras de fuego, expresiones candentes que herían como puñales, y en los salones de la aristocracia, que durante largo tiempo le abrió sus puertas, ironías tremendas tamizadas en espuma de champagne. Porque Arcos, fino, correctísimo en su tenida mundana, lanzaba sus más implacables diatribas con la pluma empuñada en su diestra y una flor prendida en la solapa de su frac.

 

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Notas

46

¿Cuándo inició Vicuña Mackenna sus actividades políticas? En su Diario, con fecha 6 de Octubre del 49, escribe: «Mi carrera política, si es que tengo alguna, ha comenzado: soy secretario de la Comisión de Aconcagua, compuesta de don Antonio Larraín, Victorino Lastarria, Santiago Pérez y Gabriel Vicuña». Esa Comisión de Aconcagua había sido designada por la Junta del partido Liberal, a fin de establecer contacto con la provincia respectiva en ocasión de próximas elecciones.
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47

Arcos ejerció su acción política principalmente desde la Sociedad de la Igualdad, de cuyo grupo N° 6 fue nombrado secretario, con fecha 18 de junio de 1850, el «ciudadano Benjamín Vicuña Mackenna».
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48

Historia de la Jornada del 20 de Abril de 1851.
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49

Esta afirmación de Arcos, válida en su época, no tardó en perder consistencia. A medida que los sectores más aristocráticos de la oligarquía agrícola chilena iban empobreciendo, por su misma incapacidad para el trabajo y la vida muelle que llevaran, los sustituían sectores formados por industriales, comerciantes enriquecidos y toda suerte de advenedizos que mediante su dinero lograban incorporarse a la llamada aristocracia, cruzarse con ella por relaciones de matrimonio y terminaban-como lo demuestran algunos sectores dominantes de la oligarquía agrícola, hoy en completo y muy rápido periclinio-por desplazar a la vieja aristocracia de la sangre, hoy empobrecida o arruinada en sus nueve décimas partes.
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50

Reforzando sus argumentos, decía Arcos del general Cruz, candidato en cuyas manos había confiado sus destinos la oposición en armas-y «son palabras que tenían olor a profecía», expresa Vicuña Mackenna:-«Con Cruz hubiésemos discutido con libertad tres o cuatro meses, y ahora nos perseguiría Cruz como nos persigue Montt». (Carta á Francisco Bilbao).
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51

Si parece admirable, hoy, el idealismo con que don Pedro Félix Vicuña sirvió toda su vida la causa liberal, que fué la de su padre, ¿cuántas excepciones semejantes podrían contarse entonces y hoy?
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