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Fuentes Bibliográficas
Homenaje a Vicuña Mackenna Tomo 2º.
Capítulo XVI.

Y continúa el itinerario de sus primeros viajes.

Llegado a París, al finalizar el mes de Diciembre de 1854, permaneció tres meses en la capital que dominaban ya de pleno las águilas del tercer Napoleón. Tres meses de estudios y vida intensa, reanudados los lazos intelectuales que se creara en su anterior estada y abriéndosele con nuevas puertas nuevos horizontes. El escritor y el viajero habían penetrado por completo en el alma de Paris, hecha de mundanidad, de refinamiento, de arte y estudio. Era la gran ciudad, exquisita flor de decadencia, el más acabado producto de una civilización que cumplido su sino ingresaba a sus postreros estadios. ¿No era ese segundo imperio, pleno de fausto, de gracia, de aparente grandeza, la puerta de oro por donde el occidentalismo dominador de veinte siglos y heredero de Roma penetraba a los caminos que descienden?

En Marzo, comenzada la primavera,-esa primavera de Paris cargada de efluvios, de sensualismo empapado en plenitud de carne joven y toda enchida del goce de vivir, primavera a cuya seducción es tan difícil escapar-Vicuña hizo sus maletas y. de nuevo vistióse la capa de trotamundos.

(Cuando un hombre inteligente viaja su voz de orden parece ser: Bebe de todas las aguas, clava tu mirada en los hombres y en las cosas como si ese solo minuto hubiera de ser de contacto para ti, hinca la garra de tu pensamiento en el alma de cada paisaje, vive como sí solamente la breve hora fuése tuya, no abandones el pie del estribo y sigue. Pero el ánimo se resiste y una secreta voz, la voz de nuestro Sancho, nos invita a detenernos en los rincones bellos y nos ofrece, con irresistible atracción, la embriaguez del minuto. ¡Ah, si fuésemos señores del tiempo, si las buenas posibilidades nos hiciesen más lata compañía y la juventud no marchase tan de prisa!).

Sigue el itinerario. El Delfinado, las aguas del Ródano, Valence, Marsella. (Por las prisiones del castillo de If excursiona en compañía de los héroes de Dumas padre. ¿No tenían, acaso, más consistencia y realidad Edmond Dantés y el abate Farías que todos los obscuros personajes oficiales que por allí ha hecho pasar la burocracia de Francia?).

En viaje a Italia.

Grasse, Cannes, Antibes, Niza, Génova (puertas de Italia, estada deliciosa), Turín (con una representación de la Ristori), Liorna, Pisa, Civita Vecchia y Roma.

A la Roma de los grandes recuerdos, señorío temporal de los papas y sancta santorum del arte pagano, llegó en diligencia. El pasado, grato amigo de las gentes que sin desamparar el deporte no han desdeñado la cultura, le acoge. Allí está el Vaticano en el que alienta todavía el espíritu de León X. El renacimiento continúa guardado por el sueño enorme de Miguel Angel. Rafael lo ha vestido de idealidad y en las viejas calles, en que parecen deslizarse como sombras las literas de los césares, vibra todo un mundo que no podrá morir.. . Del sueño grandioso y tétrico de la Edad Media, los hombres despiertan cada mañana en ese abrazarse de la Grecia pagana y del mundo renacentista que palpita en Moisés y en Apolo.. . Allí el Capitolio, el Foro, el Coliseo con sus ruinas que las noches de plenilunio pueblan, al conjuro del viajero. En el palco real se yerguen las siluetas de Calígula y Heliogábalo el joven. En las Termas próximas habita el espíritu refinado de Caracalla. Nadie ha muerto. Nada ha desaparecido. Los que en apariencia pasaron en verdad permanecen por vivir en nosotros y con nosotros. El arte fija y distribuye las mercedes de vida eterna. De su juicio pende el ingreso al rebaño de las sombras informes o la permanencia entre los seres inmortales.

Y la divina imaginación domina el mundo. ¿No es, acaso, por orden suya que en el fuego de los crepúsculos estivales Nerón incendia a Roma cada tarde?

Vicuña vive Roma entera. «Recorre y escudriña con prolijidad, -escribe Donoso -con minuciosidad de arqueólogo y con el amor que le merecían todos los restos vinculados al pasado, cuanto rincón y ruina tienen algún título para la recordación histórica». Vive en éste y en todos los tiempos. Roma habita en él. Dice: «quería vivir sólo en los pasados siglos de grandeza y libertad; y cuando regresaba a mi hotel, fatigado de mis excursiones por las ruinas, me dormía olvidado de la prosaica existencia de los modernos viajes, y soñaba, como cuando niño, con la historia de Rómulo y César, echando lejos de mí las imágenes acusadoras del presente»(81).

Italia lo conquista. Cada ciudad es una solicitación, cada monumento un imperativo llamado. Siena, Lucca, Pistoia, Florencia. A orillas del Arno le aguardan los Medicci y en la penumbra de sus portales la dulce compañía del divino poeta. ¿No estaba allí la sombra de Beatriz? En las dormidas calles de piedra en que resuenan los pasos como sobre sepulcros, se insinúa; con la leda apariencia que conviene a las sombras de amor, esa mujer que ha conducido a tantas generaciones de hombres curiosos y emocionados, a través del Purgatorio, del Cielo y del Infierno.

Comienza Mayo. La primavera está en su punto y todo llama al amor y a la saudade, esa emoción del amor distante. Vicuña toma la diligencia, camino de Bolonia. Los árboles verdes, la frescura de los ríos y del cielo es pregón de juventud, El viajero desciende a trechos de su lento carruaje, escala colinas, sorbe a pleno pulmón las brisas embalsamadas, piensa. Más tarde dirá en su emocionario: «Ha sido una de las más bellas y felices mañanas de mi vida la que corrió para mí trepando estos montes que me recordaban los sitios de la patria y la memoria de los que amaba»(81).

En Bolonia se detiene. Ahí vivió el ilustre naturalista e historiador de Chile don Juan Ignacio Molina. Vicuña visita la casa en que el sabio residiera, recoge artículos, manuscritos, objetos personales; conversa con quiénes le conocieron. Una biografía en que el personaje aparecerá animado de vida y color, saldrá de su pluma.

Modena, Reggio, Párma, Plasencia, Milán. César Cantú lo recibe en medio de su vida de familia. Siguen el lago de Como, pleno de paz; Monza, Cassano, Brescia, Verona, Mantua, Padua. Venecia lo festeja con la magia de sus canales, de sus góndolas, de los palacios en que Byron amara, en la hora precursora del romanticismo literario que él mismo vivía en esos días de juventud. En Venecia, el divino paisaje de una noche lunar cautiva al viajero y encanta para siempre al artista. Toda poesía reside ahí. El plenilunio embruja sus veintitrés años. < Así únicamente, dice en el libro de sus Viajes, he encontrado yo a Venecia bella y magnífica, pero bella de un modo tan incomparable, tan excepcional, tan único, que para comprenderla se necesita estar ahí, empapado en la luz que la luna envía y refleja el agua, envuelto en los misterios del vacío, acariciado por la brisa precursora de la aurora, sin más compañía que el ruido y la espuma que la quilla deja cuando el remo empuja la góndola.

Al terminar su visita a Italia se lleva junto a imborrables impresiones de arte el dolor de la esclavitud de aquellos pueblos sometidos, en su desmembramiento, al despotismo austriaco. Francisco José está- reinando y su dominio trágico sólo ha de concluir cuando el terremoto de 1914 comience a sacudir de muerte los últimos tronos. Y sin embargo el' éxodo final de los tiranos parecerá lento.

De Venecia sigue a Trieste, Lombach, Adelsberg y Viena. Su vida en la capital del imperio de la doble águila es de cierto reposo. En las mañanas se pasea por las avenidas de tilos, a medio día toma un baño en la casa de Diana y en las tardes acude a los Jardines del Pueblo en donde Strauss ejecuta sus conciertos.

El 6 de Junio sale de Viena. Las piedras miliares marcan Praga, Dresden, Freiberg con su escuela de Minas en donde se detiene un par de días, Leipzig (una visita al campo de batalla) Halle, Wittemberg y Berlín. En Berlín visita a Alejandro Humboldt para quien lleva «una elogiosa carta de presentación de M. Saint-Hilaire» (82). La entrevista es cordialísima. Se habla de Bello y de Domeyko.

 
 

 

En el itinerario, sujeto a todas las alternativas del hombre que sabe viajar, siguen Hamburgo, Amsterdam cuyo atractivo reside «en su animado conjunto y en la variedad de sus detalles» (81), Rotterdam, Amberes, Gante, Bruselas. Una visita a los campos de Waterloo en cuyas colinas se derrumbó el destino de Bonaparte.

Una semana más en París y en la primera de Julio toma en Southampton el vapor que ha de retornarlo a sus tierras de América. Los aires vivificadores de la patria colombina han de consolar sus ansias democráticas, heridas por el autocratismo imperialista que se respiraba en todos los países de Europa. Y si en América el sistema republicano se cubre con demasiado oropel, el hogar lo espera(83).

El Great Western zarpa el 8 de Julio de 1855 y tras de corta escala en Lisboa, sigue la ruta de América. A comienzo de Agosto desciende Vicuña en Río Janeiro, embarcándose días más tarde en el Camilla, a cuyo bordo arriba a Buenos Aires el 19 de Agosto. La recepción que le tributa la sociedad porteña es cordialísima. Mitre, su compañero de celda en 1851, con quien anudaría una amistad de toda su vida; el insigne Sarmiento, Velez Sarfield.

Como de costumbre visita cuando puede parecer de algún interés. Los archivos y bibliotecas le son de inmediato familiares y en las tertulias de la época va a recoger las tradiciones históricas que más tarde depurarán los documentos y animará su pluma. Una tarea piadosa le aguardaba en la capital del Plata: buscar las cenizas de su abuelo el general Mackenna. Encontradas en el viejo claustro de Santo Domingo, ya que es imposible identificar para hacerlas traer a Chile, consagra un in memoriam en modesta lápida de mármol.

En Septiembre inicia las últimas etapas de su largo viaje. Por el río sigue hasta Rosario y el día 11 parte en compañía de dos amigos, camino de Mendoza, en una volanta de cuatro asientos que con no pocas fatigas lo llevará a través de la pampa: Es ruta no exenta de peligros, pues solían los viajeros ser visitados por esas tribus de indios que un día eligieran a Carrera por Picherrey y cuyos ánimos no eran del todo pacíficos. Páginas vivas, llenas de sal y casticidad recogieron en su Diario de Viaje ese trayecto.

Mendoza, ciudad colonial de techos bajos y almas aún retenidas por el viejo tiempo, le ofrece hospedaje de un mes en la casa de doña Angustias de Ródenas, «posadera y comediante» escapada a un relato del Ingenioso Hidalgo. En los archivos mendocinos, asistido de cuatro escribientes, púsose a trabajar desde la hora del alba, todos los días, recogiendo y haciendo copiar cuanto documento podía servirle para los libros que proyectaba escribir. Todos los testigos sobrevivientes de los años de la Independencia fueron puestos a contribución con el mismo propósito. Y así, cargado de riquísimo botín (84) inició la travesía de la cordillera, a lomo de mula, el 19 de Octubre. Diez días más tarde lo estrechaban en Valparaíso los brazos paternos...

El viaje ha sido provechoso en extremo (85). Su cultura se ha dilatado. Conoce palmo a palmo la mitad del mundo y de todas sus andanzas le quedará una experiencia bien cimentada acerca de los hombres y de sus miserias. Comprenderá con intuición genial que la supremacía de Europa se encuentra en decadencia irreparable y que la nueva civilización ha de levantarse en los vírgenes países de su continente. El porvenir es de América. En Asia se prepara, lentamente, el estallido de las razas sujetas a servidumbre. En esos mismos años los cañones de Yanquilandia despertaron al Japón de su sueño medioeval. Asia y América tendrán una magnífica unificación. Pero ello pertenece al futuro todavía y aún ha de correr mucha agua bajo los puentes.

En el terreno literario la cosecha será fecunda: libros, artículos, ideas, realizaciones que se plasmarán mañana en su acción pública de Chile.

 

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Notas

81

Viajes.
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82 Donoso, obra citada.
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84

Donoso, obra citada.
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85

En carta a su tía doña Magdalena Vicuña de Subercaseaux, fechada en Cirencester el 10 de Agosto de 1854, se leen estas frases: «Mientras más tiempo vivo en Europa más se destiñe el telón dorado tras del que nosotros la vemos desde Chile. Países de oro, de falsedad moral y de una actividad puramente física que nada dan al corazón sino espectáculos de la miseria de todos y el orgullo y tiranía de unos pocos! Me parece que como un prisionero en esta isla deseo romper mis cadenas y buscar otros hombres y otros climas. Estoy cansado de la Inglaterra, pero te confieso que no es en el Continente Europeo, sino en nuestro pobre y querido suelo donde yo buscaría un cambio. Cuando te invitaba a venir a Europa era por pura fascinación de los sentidos. Aquí está todo materializado, todos los goces son puramente artificiales, pero el alma y sus nobles latidos mueren de fastidio. Si no fuera por estas cartas que de vez en cuando yo escribo a los que mi corazón distingue, yo no sé qué habría hecho en este mundo de nada, nada y nada.
«¿Te parezco romántico Madgdalena? Pero ponte en mi caso, solo, en medio de esta raza sajona que tiene más carne que espíritu.».
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