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Fuentes Bibliográficas
Homenaje a Vicuña Mackenna Tomo 2º.
Capítulo XXII.

Incomunicado desde el primer momento, dos días más tarde-por curioso azar-se le encerró en el calabozo que lo recibiera con su amigo José Miguel Carrera después de la revolución del 20 de Abril de 1851. Perseguido por los mismos hombres se encontraba de nuevo en ese recinto estrecho y obscuro, que albergara las tristezas de sus primeras rebeldías. Siete años habían corrido y en ese lapso de tiempo, el hombre, formada del todo su personalidad, volvía en apariencia vencido por los que tenían la fuerza, pero cierto de que sus ideas acabarían imponiéndose. La prisión era un accidente a su juicio. Lo real, lo definitivo, lo fuerte era ese amor suyo a la libertad y a la democracia, al pueblo oprimido y explotado, a la tierra cuya grandeza era su sueño. Por esa tierra y por ese pueblo y por ese ideal había sufrido persecuciones y destierros. Por ellos seguiría sufriéndolos con la mística convicción de que la victoria le pertenecería finalmente. ¿No estaba ya fijada en el obscuro laboratorio de la vida la hora de las reivindicaciones y de la suprema justicia?

Entre tanto algunos de los hombres que militaban bajo la bandera revolucionaria prepararían las jornadas y los alzamientos en armas del memorable año de 1859. Los vencidos en futuros campos de batalla serían a la postre los verdaderos triunfadores.

Vicuña Mackenna fué trasladado de prisión el 17 de Diciembre. Las puertas de la cárcel,-hogar de revolucionarios más que de reos comunes en esos tiempos en que, como en otros períodos de aquel y del futuro siglo, clavar la vista hacia adelante era delito,-le franqueaban el paso como a un antiguo amigo.

En Mi Diario de Prisión, llevado por Vicuña con prolijo interés, se encuentran anotaciones curiosas. Paseemos la mirada por esas páginas en que alienta, junto a filosofía saturada de humour, como de quien conoce el valor real de la vida y sabe de sus miserias incontables, una delicada emoción que ilumina el recuerdo de otros días, de hombres que pasaron, de sufrimientos que hacían revivir el dolor de seres amados, la angustia del éxodo y la tristeza de los desencantos. Más era incurable su optimismo, hecho de genio de Irlanda y de tierra joven de América. En vano batían de nuevo junto a su espíritu las sombrías alas de la persecución. En vano.. .

Dice su Diario: 12 de Diciembre.-«En el acto me encerraron en el calabozo que había frente a la puerta, poniendo llave al candado. El aposento era fétido, estrecho y tenía miles de bichos, herencia única que dejaba escondida entre las grietas de los ladrillos, la familia de ebrios y rateros que me habían precedido en aquella habitación». «El oficial de guardia me hizo entrar una cama, que tendí en el suelo, y aquella noche la pasamos todos los prisioneros puestos a sitio por las pulgas y otros insectos aún más ruines, como la capital lo estaba por los gendarmes, Ministros y otros satélites de la Administración».

El día 14, llevado al calabozo que ocupara con Carrera Fontecilla: «Al instante reconocí mi cuna revolucionaria, con esa emoción mezclada de pena y placer con que el estudiante vuelve a ver, después de una larga vacación, las paredes del aula. La rueda había dado ya una vuelta completa y me encontraba de nuevo en mi punto de partida».

El 15 es puesto en libre plática por el juez, que el día anterior le interrogara, y el 16 el Promotor Fiscal acusa ante el juez del crimen el artículo de Vicuña Mackenna publicado en el último número de La Asamblea Constituyente, como también lo culpa, con los demás firmantes de la convocatoria a la reunión del día 12, de provocar con sus escritos desobediencia a las autoridades legales, transtorno del orden público y sedición, delitos para los cuales solicitaba las penas fijadas por la ley. Reunido el jurado de imprenta, declaró que había lugar a la formación de causa.

Instalado en la cárcel, la prisión se tornó rigurosa. Ninguna visita podía llegar hasta él, ni aún los servidores encargados del alimento o del aseo. A las diez de la noche quedaba bajo llave en su calabozo, que era el número 6 del primer piso, y si después de esa hora lograba tener luz era de «contrabando».

En audiencia del día 20 Vicuña habló ante los Jueces por espacio de media hora, con voz enérgica y corazón tranquilo. En su defensa probó, con diccionarios y autoridades, que no existía tal delito de sedición y que la convocatoria acusada, lejos de constituirlo ni de incitar a la revuelta, era sólo un voto moral en favor de la reforma de las leyes constitucionales. Y en tocante a su artículo: «¿Es sedición-dijo-que los individuos se junten en asociaciones patrióticas para que sostengan esa idea (la de reformar la Constitución), para que la iluminen, para que la robustezcan? Si esto es sedición declaremos entonces el trastorno del universo moral en que vivimos».

La lógica de sus argumentos, que deshacían «la triste chicana de las argucias» jurídicas y políticas, no podía menos de impresionar al tribunal; pero siendo favorable al gobierno la mayoría del jurado, que en Chile los gobiernos fuertes y asistidos de buena policía siempre contaron con el medroso y a menudo incondicional apoyo de la burguesía, el fallo fue adverso. Sin embargo éste absolvió el artículo, después de condenar la convocatoria. Los acusados se impusieron, «con desprecio», del acuerdo en cuyo nombre el juez los condenaba a tres años de destierro y a mil pesos de multa in solidum.

Vicuña y sus compañeros lanzaron desde la prisión un Manifiesto al Pueblo en que exponían los sucesos políticos que dieran con ellos en la cárcel, las tendencias de la oposición y el eco despertado por ésta de un extremo a otro del país.

Publicado ese manifiesto y conocida la sentencia preparáronse todos a dejar al país, sin aceptar las insinuaciones del magistrado que los juzgara, quien intentó demostrarles la conveniencia que tendrían en apelar. En esa estoica resignación a seguir siendo perseguidos, sin dar margen a benevolencias de os señores de la Moneda, había un nuevo sacrificio a la causa.

La vida en la cárcel es monótona. Vicuña recibe obsequios que su familia le envía, acude a las rejas para conversar algunos minutos con los amigos que le visitan, oye las consultas de los reos proletarios a quienes aconseja y ayuda; y por las noches, reunido todo su grupo en la celda de Ortúzar, entretiene a los oyentes con el relato de sus aventuras políticas y de sus andanzas por el mundo o teje proyectos para el futuro con Isidoro Errázuriz, ardiente partidario suyo que le acompañará en futuras y transcendentales campañas.

Irritado el gobierno por el estoicismo de aquellos hombres y por la inquebrantable tenacidad de que daban pruebas, resolvió hacer más duro su encarcelamiento. Especialmente a Vicuña. Este, sin alterarse, se consagra a la literatura, buena amiga de toda su vida, un poco abandonada en los últimos meses. Y escribe seis o siete horas diarias. O lee. Más el tedio no logra dominarlo. «Monotonía, pero no aburrimiento» anota en su Diario. Una nueva gratísima, que torna más severo aún el régimen que sufrían, levanta el ánimo de todos, malgrado en la incomunicación en que se les pone: es el alzamiento armado de Copiapó, ocurrido a principios de Enero. La siembra heroica. comenzaba a producir frutos.

El nuevo año de 1859 llegó para Vicuña entre las rejas de la cárcel, sin que ninguna vicisitud pueda vencer su ánimo. El optimismo de sus veintisiete años canta en los labios y asoma la linea roja de sus promesas por entre las proclamas plenas de fervor o en las páginas consagradas a la historia. El Sitio de La Serena, que más tarde formará parte de la obra consagrada al decenio de Montt, ocupa muchas de sus horas de trabajo. La incomunicación no le pesa ya ni las prisiones. «Hoy encuentro que el calabozo me agrada en su soledad,-anota-que me hace sentirme más libre, porque no son los fierros sino los hombres los que me encadenan. Cuando despierto por la mañana y veo desde la sombra fresca de mi celda el claro brillo del sol a través de los árboles del patio, siento siempre una emoción grata y feliz. Por lo demás el alma está habituada a los sinsabores».

Lee mucho. Novela e historia. La de Carlos XII, de Voltaire, le parece de aquellas que fortifican el espíritu en las prisiones. Por sus ojos pasan lecturas de viaje y Dumas hace tal vez desfilar, tras de los barrotes, la sombra de sus mosqueteros.

La incomunicación es más estricta cada día para Vicuña. El gobierno, sin confesarlo, ve en él al caudillo invisible, al secreto animador de multitudes, que poniendo el dedo sobre el cáncer político, había logrado desencadenar una tempestad en e'1 país con sus campañas de La Asamblea Constituyente. Nuevas molestias,- mayor trabajo. El prisionero, dejando de plano toda meditación amarga, ahogando las inútiles protestas, camina por el sendero que don Diego de Almagro había seguido en la edad épica de América. Marcha delante de su caballo y se extasía ante el paisaje de las tierras vírgenes que tres siglos de conquista española cubrirán de melancólico velo decadente. Pero aquella es la hora grande, la hora de los centauros. En los sufrimientos, en los trabajos y alegrías fabulosas de aquellos hombres que protegidos por su armadura y con la lanza en ristre se aventuraban en lo desconocido, buscando el vellocino de oro que cautivó al mundo antiguo y desarticuló al moderno, Vicuña encuentra, acaso, raíces de quijotismo y soplos de idealidad.

El 12 de Febrero, aniversario del día en que otro conquistador fundara la ciudad de sus amores, sentando sus reales en el valle del Mapocho, al pie mismo de ese cerro Huelen que su genio creador transformará andando los años, anota: «Toda la semana desde el domingo, la he ocupado en escribir la vida de Almagro, trabajando 7 u 8 horas cada día, lo que ha hecho que el tiempo pase con una celeridad prodigiosa y que aún me encuentre contento en mi prisión».

En la cárcel termina esa Vida de Almagro que se lee hoy -al decir de Donoso-con el «mismo interés que despierta una apasionante novela». En verdad es una obra maestra, un admirable ensayo de interpretación que no requiere de la exactitud absoluta del dato ni de la corroboración estricta del documento -cuantas veces los documentos sobre los que se construye la historia, falsean la verdad de la vida por haberse antes falseado en ellos el pensamiento o la verdad íntima de quienes los trazaron-para evocar de modo sorprendente todo un mundo desaparecido en la niebla del tiempo.

Un último traslado lo conduce a la penitenciaría el día 20. Tres días más tarde ponía punto a su diario de prisionero, cuyas cárceles habían de franquearle en breve sus puertas para abrirle las del destierro, ya familiares. El 7 de Marzo, a media noche, fue metido en un birlocho en compañía de los hermanos Matta y de Angel Custodio Gallo. Diéronse todos un abrazo y luego el comandante Carvallo, con veintiocho hombres, rodeó el coche, dándose la voz de partir. La triste comitiva no tardó en perderse por el camino de Valparaíso.