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Fuentes Bibliográficas
Homenaje a Vicuña Mackenna Tomo 2º.
Capítulo XXXI.

El Mercurio, que fundara el padre varios lustros hacía, solicitó la colaboración activa del hijo, y su editor; don Santos Tornero, lo hizo Redactor en jefe con cuatro mil pesos anuales, sueldo que ningún hombre de prensa había ganado hasta entonces. Vicuña Mackenna sucedía en el diario porteño, cuyos prestigios se mantendrían por más de una centuria, al insigne Isidoro Errázuriz.

¿En qué condiciones aceptó el cargo? Autonomía ante todo: «absoluta independencia en la redacción política del diario». ¿Rumbos? Examen desapasionado de los negocios políticos y de las directivas oficiales, juicio siempre sereno, levantada fiscalización de las tareas gubernativas, cátedra abierta al futuro, siembra de altas enseñanzas.

Su actitud con respecto al gobierno lo distanció, empero, de sus amigos políticos, con quienes luchara en las barricadas y en el destierro. Estos pretendían hacer oposición a todo trance y sostener rabiosamente las aspiraciones de reforma constitucional. Vicuña creía que era más viable alcanzar esos ideales interesando a gobernantes, enderezados ya en rumbos liberales. Los tiempos habían cambiado y los nuevos señores de la Moneda anunciaban su propósito de hacer gobierno libre y constitucional, respetando todos los derechos. Y como esos propósitos eran servidos por políticos de hoja limpia, y el propio Presidente de la República, al decir de Vicuña, «hábía asistido más como espectador que como actor al terrible drama del decenio, era justo conceder crédito a los que traían mensajes de paz y no seguir empuñando estérilmente la espada que cuando no se desenvaina con justicia sólo ofende.

La intransigencia de sus antiguos compañeros y las polémicas suscitadas lo llevaron a un inevitable rompimiento, que la comunidad de ciertas ideas y algunos trabajos disimularon algún tiempo. No se encontrarían en todas las batallas del futuro y hasta habría de acontecer que aquellos hombres que ingenuamente se suponían avanzados, porque hacían continua política de oposición, estuviesen al otro lado de la barricada cuando -andando el tiempo- Vicuña Mackenna alzó en sus manos, cubiertas ya de gloria, la insignia de las primeras reivindicaciones proletarias.

En sus editoriales se ocupó de cuanta materia pudiese interesar al país, de cuanto tópico encerraba alguna enseñanza, de cuanta acción empujara a los chilenos por el camino real del progreso. Política, ciencias económicas, problemas internacionales, instrucción pública, industria, agricultura, nada escapó a su mirada. Su americanismo ardiente encontró ocasión, en los sucesos de Méjico, de señalar rumbos que los gobiernos no eran capaces de tomar todavía. Quería que los de la Moneda, con ánimo generoso, tuviesen un gesto eficaz. Deseaba que América entera ayudase ala república del norte durante la triste aventura de Maximiliano. La Unión Americana hallaba en él-como se verá más adelante-su más decidido caudillo, pero ni los hombres ni los acontecimientos lo habían de secundar.

En relación con la política interna, atacó los avances injustificados del parlamentarismo cuyos mentores empleaban su tiempo en luchas estériles, huérfanas a menuda de mínima doctrina, o en derribar gabinetes. Adivinaba a donde podía conducir el desequilibrio de poderes y creía que ni el exceso de autoridad ni el abuso de derechos en el parlamento eran de resultado sano. En el juego armónico de los poderes, con respeto severo de los derechos ciudadanos y en el ejercicio de las libertades que no se convirtiesen en atropello de los de arriba o de los de abajo, estaba la buena interpretación de la doctrina democrática. «Si dejamos al poder legislativo el absoluto derecho de nombrar y destituir gabinetes con su solo voto -dice, por ejemplo, en su editorial del 4 de Diciembre -destruimos de hecho la independencia constitucional de los poderes; decimos mal, echamos por tierra uno de esos poderes; y lo entregamos al albedrío del otro, nulo e impotente». Las causas de la revolución chilena de 1924 están previstas en esa frase.

Su pluma ágil y su visión profunda se pasearon por todos los campos del espíritu. Ningún tema le fué indiferente. A la política del Vaticano con las repúblicas de Sud América y a sus relaciones con Chile consagró nutridas columnas. Y a la carrera diplomática, sobre la cual expresó ideas utilísimas y perfectamente actuales hoy (que tan poco han hecho los gobiernos burgueses en tantas materias, trascendentes o no, como pudieran revistarse). Por sus editoriales pasa la vida de Chile y se advierte el porvenir. América vive en su pluma. Un soplo de eternidad corre por su mano. De ella cae a montones la simiente.

La estada de Vicuña Mackenna en la redacción de EL Mercurio es breve. Apenas dura siete meses, siete meses que valen por largos periodos de años del viejo diario.

El 1.° de Abril de 1864 se despedía de sus lectores. En carta a Tornero, anunciándole su retiro, le decía: «Amigos nos juntamos señor don Santos y amigos nos hemos de separar».