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Fuentes Bibliográficas
Homenaje a Vicuña Mackenna Tomo 2º.
Capítulo XXXVI.

«Con una tranquila noche en que la luz de la luna parecía ocupar en el cielo y en el mar el espacio y el influjo de la brisa, salíamos de las aguas del Callao adormecidos por un sopor tropical». A bordo venían algunos sujetos curiosos como el coronel neogranadino Darío Mazueras, personaje de siniestras aventuras, y un escritor satírico, don Manuel Antonio Fuentes, apodado el «Murciélago» por su seudónimo, y cuyo negro humor hacía decir a Vicuña que llevaba «en su pecho un sepulcro donde otros llevan el corazón, y si alguna chispa se arrancaba de su mente, era la chispa que brota de las cenizas cuando la mano del fogonero las atiza». Vicuña conversa con sus compañeros, oye sin poder evitarlo los chismes que le cuentan unos de otros y busca escapatoria al mareo del estómago y de la maledicencia empuñando la pluma.

¿No sería util establecer contacto epistolar con los dirigentes de la oposición española? En la corte de Madrid palidece la estrella de doña Isabel y los espíritus liberales no podrán dejar de parar mientes en el estúpido negocio que significaba para España una guerra injusta en que sus fuerzas llevaban las de perder. Y redacta larga epístola al escritor portugués don Diego Coello y Quezada, redactor en jefe de La Epoca. En esa carta, fechada a la altura de Panamá el 4 de Noviembre, Vicuña se manifiesta sincero amigo del pueblo español en cuyo seno tuvo la fortuna de pasar «algunos de los días más felices» de su vida, y muestra la futileza de las causas que empujaron la acción del gobierno peninsular, señalando la torpe actuación de sus representantes. Al mismo tiempo escribió, entre otros personajes, a su deudo el general don José Ramón Mackenna. «No extrañará Ud., le decía, como noble y valiente soldado, que el silencio guardado en la paz, lo rompa ahora en la guerra» «he querido ponerme al habla con Ud., por lo que pudiera tocarnos hacer en beneficio de nuestros países respectivos» Es decir por la paz. Aún siendo emisario de guerra de la República no perdía de vista un sólo instante la idea de la paz.

El 7 de Noviembre llega a Panamá. La ciudad le impresiona gratamente. «Semejante a esos templos-fortalezas que despiertan la admiración del viajero en las calles del Perú, de Méjico y de la América Central, las ciudades fundadas por los españoles en la costa del Pacífico son una mezcla de arquitectura sagrada y militar que les da un aspecto lúgubre y majestuoso; pero en ninguna ciudad americana que hayamos conocido, con la excepción tal vez de Cartagena de Indias, está más evidenciada esa alianza de la espada y del altar que en la ciudad donde hicieron pacto dos capitanes y un clérigo para conquistar un mundo. La naturaleza misma en su sombría pompa tiene no se qué de místico en aquella región triste y espléndida a la vez».

Vínole a las mientes, tan pronto como desembarcó, la idea de celebrar un meeting en favor de la causa que sostenía. Y ella cundió por el pueblo junto con «el retumbante título de «Chilean Embassador» que le dió la prensa del itsmo y que, repetido por toda la de Norteamérica, habría de procurarle no pocos sinsabores (148).

El meeting tuvo lugar el día 8, al aire libre, bajo los arcos de la casa capitular de Panamá, con asistencia de las autoridades nacionales y, de numeroso pueblo. Vicuña pronunció largo y triunfal discurso. «¿Podía Chile -dijo- romper las tradiciones de su glorioso pasado que lo presentaban siempre mancomunado en todos los sacrificios y en todas las antiguas glorias americanas, en que su pabellón había flotado al viento de las batallas junto con el pabellón de la antigua Colombia, desde Maipo hasta Pichincha? ¿Podía Chile echar en olvido que el mediano prestigio que se ha labrado entre sus hermanos del continente lo debe sólo a su política internacional siempre justa, siempre fraternal en el consejo, siempre denodada, permítaseme esta palabra de orgullo patrio, siempre denonada en sus empresas comunes con aquéllos? ¿Podía en fin, Chile, asilarse en un cobarde silencio» entre su mar y sus montañas, y «aprovechando la impunidad que parecía ofrecer a su egoísmo su propia naturaleza, dejar así al hermano con la injuria en el rostro y sin pedir para él y junto con él la reparación debida?» Era preciso ponerse de parte del débil, del agredido.. En el mundo los hombres libran las batallas del derecho y las de la fuerza, mas día llegará « en que la humanidad no ha de someterse sino a la primera de aquellas pruebas para que sus agravios se decidan por la humanidad misma». Y Vicuña, tomando el anteojo de los tiempos, anunció la caída de Maximiliano, enseñoreado entonces de Méjico, la reconstitución de la antigua Colombia (con delirante aplauso de la multitud) y el triunfo final de Chile en su cruzada americanista.

Con clarividencia de hombre de Estado supo encontrar las causas recónditas de la guerra provocada por España. ¿Honor ofendido?, ¿Gestos de caballería? Nada de eso. «La causa verdadera es, al contrario, lo que hay de menos respetable en el trato de los pueblos: es el guano» Un llamado a la unión de América, un vaticinio de la unión de todos los pueblos colombinos en un solo continente sellaron su oración de aquella tarde.

Vicuña Mackenna permaneció varios días en Panamá, agitando la opinión continental, pues se puso en comunicación directa con los presidentes y cancillerías de las diversas repúblicas centroamericanas, labor que no mereció aprobación en los círculos de la cancillería santiaguina, harto apegados a cortesanías y discreteos diplomáticos (149).

Vicuña siguió la ruta de Yanquilandia no bien hubo llevado a buen término sus propósitos: «A mediodía del 11 de Noviembre subí al pescante del ómnibus en que el hotel Aspinwall manda a sus huéspedes como sardinas a la estación del ferrocaril, a cargo de un negro y de dos mulas. Caía en esos momentos uno de esos chubascos tan frecuentes en el Itsmo como sus guerras civiles, y que empapan su rico suelo ya de agua, ya de sangre, que por aquellas latitudes de nuestra América, tanto da lo uno como lo otro». Cruzó el Itsmo, maravillado de las magnificencias del paisaje, embarcándose el 12 en el Enrique Chaucey. Una semana más tarde el vapor penetraba en lo que un novicio hubiera creído «un país entero surcado de ríos de fuego». «Era Nueva York con las veinte ciudades y aldeas que la rodean, como los satélites de un planeta de primera magnitud, y que en aquella noche de densa obscuridad brillaban con todos los esplendores de sus millares de lámparas de gas».

 

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Notas

148

En una de las encantadoras cartas que escribiera más tarde, desde Nueva York, a su amigo Abelardo Núñez, y que publicó bajo el título de Embajador y reo, se burla de la ira despertada en muchos buenos chilenos por los títulos bombásticos con que se complació en adornarlo la prensa yankee: «Mucho me ha divertido lo que me cuentas de lo mal que ha parecido a algunos de mis paisanos el que los diarios de este país y de Europa me llamen Embajador, «Ministro Plenipotenciario», «Enviado Extraordinario», etc., etc., pues, sólo el titulo de Gran Visir y el de Comisario Regio me ha faltado tener.
«Pobre Embajador! Si vieras la figura del magnate, su traje, sus habitaciones. Figúrate que ese gran señor vive en un solo cuarto donde tiene su cama, su labatorio, su gabinete de trabajo y recibe a todos los generales, almirantes y colegas de la profesión que le honran con sus visitas. Figúrate qué ese gran señor no tiene ni cocinero, ni mayor-domo, ni lacayos. _ «que ni come en su casa sino en el primer restaurante de barrio; que no rueda coche sino en casos extraordinarios, y no recorre esta ciudad, imposible por sus distancias, sino en el democrático ómnibus o a pie. Cuando el embajador come solo (y tú sabes que S. E. no es glotón) la cuenta fluctúa entre tres y cuatro pesos.
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149

El señor Covarrubias decía a Vicuña, en nota fechada en Santiago el 2 de Diciembre de 1865: «Hemos sentido que Ud. hubiera juzgado oportuno dirigirse oficialmente a los gobiernos de Centro América... » Aprobamos los pasos que dió Ud. para influir en la prensa periódica del Itsmo y celebramos las buenas disposiciones de que encontró Ud. animado al jefe del Estado de Panamá. No hemos celebrado menos las mani-festaciones del pueblo de aquella ciudad en favor de nuestra causa». Vicuña Mackenna respondió que en sus mensajes y llamados se había dirigido a los pueblos antes que a los gobiernos.
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