ACTAS DEL CABILDO DE SANTIAGO PERIODICOS EN TEXTO COMPLETO COLECCIONES DOCUMENTALES EN TEXTO COMPLETO INDICES DE ARCHIVOS COLECCIONES DOCUMENTALES

Fuentes Bibliográficas
Homenaje a Vicuña Mackenna Tomo 2º.
Capítulo XL.

La noticia de la toma de la Covadonga, triunfo honroso para la marina chilena que carecía entonces de elementos eficaces, llegó a Nueva York, soplando nuevos ánimos al Agente Confidencial de Chile (160). «Nevaba aquel día copiosamente, recuerda Vicuña en el libro de su Misión, y me encontraba yo postrado en cama con un ataque de bilis (mal sin duda crónico de los agentes sin dinero, pues a mí me aquejó sin descanso durante los siete meses que residí en los Estados Unidos), cuando se presentaron en mi frígida habitación dos mensajeros portadores de los detalles y de las impresiones de aquel hermoso triunfo. Eran aquellos el comandante don Lizardo Montero, que venía del Perú a comprar monitores, con un capital de 500 pesos, con los que pagó su cuenta de la primera semana en el hotel de la Quinta Avenida y el capitán de la compañía inglesa de vapores del Pacífico don Guillermo Enrique Wilson, enviado desde Chile con un capital en letras sobre Londres por 19,000 pesos, con el objeto de adquirir y comandar el corsario que debería llamarse Atacama, el que, empero, no tuvo mas de corsario que su nombre o si se quiere las intenciones».

Vicuña Mackenna se había trasladado del hotel Metropolitan a «una modesta casa de la tranquila calle Nueve, no lejos de Broadway y casi al frente de donde hacía catorce años había vivido ciertamente más feliz que en esos días». A mas de Aldunate le acompañaba Pedro Pablo Ortiz, adicto a sus trabajos en calidad de oficial de la legación chilena.

«Era aquella residencia una casa de huéspedes-escribe Vicuña-pero siendo pequeña, la habitaban sólo tres o cuatro comerciantes alemanes y un griego que era mi inmediato vecino. Yo tomé una pieza mediana en el tercer piso y pagaba por ella 35 pesos al mes, cabiendo apenas en su recinto mi cama, una cómoda para la ropa y una mesa de escribir».

En esa habitación recibía Vicuña a personajes de todas cataduras, desde el ministro Sarmiento hasta el más modesto solicitante. No pocos inventores de torpedos o seudo armadores de buques lograron colarse ahí y fue menester del auxilio de una fornida irlandesa; sirvienta de la dueña de casa, para poner orden en la diaria invasión, dando con la puerta en las narices a la incontable falanje de importunos. Un día la consigna fue forzada por las autoridades policiales. Mas, dejemos a la pluma del genial escritor este donoso relato: «Hallábame, pues, en la tarde del 6 de Febrero (1866) encerrado en mi habitación y corrigiendo pruebas de imprenta de un folleto en inglés que estaba publicando sobre Chile (161), cuando el joven Hunter que me servía de «secretario privado» entró sobresaltado diciéndome que el marshall de Estados Unidos venía a arrestarme según una orden que -acababa de darle a leer. Sin inmutarme en lo menor (y en esta serenidad no había nada de extraño, pues si con algo había estado yo familiarizado durante mi vida había sido con corregir pruebas y con ir a la cárcel), bajé a presentarme al marshall de Estados Unidos, Mr. Roberto E. Murray. Me preguntó mi nombre, y al dárselo con todas sus letras, me notificó la orden de arresto presentándomela. La leí yo rápidamente por estar impresa, con sólo algunas líneas manuscritas para llenar los blancos, y le observé en el acto que aquella orden no podía ejecutarse pues tenía privilegio diplomático. Al principio, el sicario federal se amostazó y me dijo que me llevaría por la fuerza, pues era un hombre bastante grosero en sus modales; mas luego conoció por mi actitud y mis palabras que mi resolución de no dejarme atropellar era seria, y se retiró a los diez minutos, diciéndome que iba a consultarse con el fiscal, dejándome acompañado de cuatro de sus custodios.

«Era el marshall Murray un retrato vivo de esos perros dogos que ha inmortalizado Granville con su maravilloso buril. Sus mejillas caídas, rojas y sin barba, su nariz corta y aplastada, su frente echada hacia atrás y sus dos hileras de dientes blancos e incisivos, que mostraba en ambas mandíbulas al articular cada sílaba, hacían que no le faltase sino el ladrido, para parecerse a un mastín de presa, ya que por su profesión tenía la de husmear víctimas y perseguirlas. Entre los lebreles que le seguían y que parecían pertenecer a todos los géneros de la especie can, distinguíase un quiltro sumamente bullicioso que hacía de segundo en la jauría, y a cuyo cargo me dejó el marshall mastín al ir a hacer su consulta diplomática. Llamabase el tal sabuezo Mr. Newcomb (Peine Nuevo), y a la verdad que su nombre era apropiado pues aquel bellaco tenía más cara de rasqueta que de cristiano. Durante la ausencia de su jefe hizo tanta halaraca, dijo al oído de sus camaradas tantos secretos y tuvo, como la ardilla de Iriarte, tantas idas y venidas, que no podíamos menos de reirnos con la mejor gana del mundo, a la par con Aldunate y Sarratea, de aquella farsa grotesca. Miss Sara (162) estaba en la escalera y con sus grandes ojos negros asombrados parecía decirnos que lo que sucedía no era para la risa, y otro tanto nos significaba el pobre Hunter. Pero Aldunate y yo no nos equivocamos. Comprendíamos por instinto criollo que todo aquello era un humbug (163), criollo también, que no tendría de desagradable más que el que nosotros íbamos a figurar en él no como testigos sino comoactores>.

Regresó media hora después Murray y usando modales mas corteses lo dejó en libertad relativa, con obligación de ser acompañado por uno de sus agentes. Vicuña fue a comer a la Maison Dorée y enseguida se trasladó al estudio del Dr. Stoughton, reputado como uno de los abogados más hábiles de Nueva York. Este se ofreció para defender la validez de su privilegio diplomático y Mr. Hobson, a quien visitó luego, se constituyó en su fiador.

¿A qué móviles o pretextos obedecía medida tan arbitraria?

Vicuña Mackenna había comprado un barco de guerra que el gobierno chileno debía considerar especialmente ventajosa. El Meteoro, que tal era su nombre, tenía condiciones para el corso que no escaparon a la suspicacia del ministro Tassara y éste, avisado por sus espías, buscó la oportunidad de retenerlo. La salida del Meteoro se preparó en forma pública, de manera tan sagaz que dejaba el asunto legalmente fuera de la ley de neutralidad. «Un ciudadano americano Mr. F. de Boston, -explica el Agente de Chile- había vendido a otro ciudadano americano el capitán Wilson, de Washington, un vapor que no sólo no estaba en un servicio de guerra, sino que había sido puesto a correr durante los últimos meses en una línea, mercantil, acarreando harina de Nueva York a Nueva Orleans, y que en los momentos de la venta no sólo se encontraba desarmado, sino que se había sacado de su cubierta y con el expreso objeto de evitar los mas nimios reparos de la neutralidad de Mr. Seward, los dos pequeños cañones que antes tenía y que apenas podían considerarse como a propósito para señales, pues eran de los mismos que suelen usar con ese objeto aún las naves de comercio».

Ocurrió por esos mismos dias que el doctor Esteban Rogers, cónsul de Chile, había entrado en negociaciones secretas con un cirujano llamado Ransey «que se decía inventor de un torpedo nuevo y terrible» y con un su socio que se daba título de Coronel Perry. Este último, aventurero de pocos escrúpulos y torpedista más que vendedor de torpedos, había ideado modo de estafar al gobierno chileno. Suscribióse un contrato, bajo la, fe del cónsul Rogers, comprometiéndose los proponentes a entregar dos botes-torpedos en un puerto de Chile y en condiciones que salvaguardiaban los intereses de este país. Pero, y aquí del timo, pretendió Perry obtener adelantos que Vicuña le negó en redondo. Convencido el timador que por allí no había escape, dióse prisa en vender el contrato al cónsul español. Este o algún personero oficioso de España lo llevó al Fiscal de Estados Unidos, quien el día 5 de Febrero lo puso a disposición del Gran jurado, el que encontró culpable al representante chileno de violación de la ley de neutralidad.

Basado en este acuerdo el juez Shipman firmó el mismo día una orden de prisión (benh warrant) que era la que había ido a cumplir el marshall Murray.

Al día siguiente, escoltado por dos nuevos alguaciles, Vicuña Mackenna se dirigió en compañía de Mr. Stoughton, su abogado, a la Corte Federal. El honorable Daniel Dickinson, que había sido en dos ocasiones candidato a la presidencia de la Unión, dirigía los debates del alto tribunal y a su presencia fue llevado el «Embajador y reo» como se titulara él mismo en su sabrosa carta a Núñez:

«Mr. Dickinson -escribe Vicuña- nos recibió sonriendo y con chanzas, peculiaridad de la mayor parte de los políticos del norte, incluso Mr. Seward (aunque las de éste suelen ser algo pesadas) y de tal manera que a la media hora de estar en su presencia como reo ya me había contado al menos una media docena de anécdotas de su profesión, y yo le consideraba mas que como un perseguidor como un amigo. ¡Pobre anciano! Se conocía que era un republicano de corazón, y tal vez él papel odioso que se veía obligado a desempeñar precipitó la cuenta de sus días! Una mañana en que nos interrogaba él mismo en el tribunal, lo notamos más pálido que de costumbre, y en ese mismo día (12 de Abril) se fue a su casa a morir».

«Entre tanto, yo, desde la noche anterior, había escrito por el telégrafo al señor Asta-Buruaga, anunciándole lo que había tenido lugar y que sólo había escapado de la cárcel gracias al título diplomático que había tenido la previsión de otorgarme. Le decía que por lo tanto era indispensable mantenerlo a todo trance, pues lo iba a presentar en la corte, como ya lo había presentado al marshall; y en efecto, lo había puesto aquella mañana en manos del Fiscal.

«Hallábame en la oficina de este funcionario esperando por momentos la respuesta telegráfica del señor Asta-Buruaga confirmando mis salvadoras aseveraciones, cuando se presentó un repartidor del telégrafo inmediato llevando un telegrama para el Fiscal y otro para mí, firmados ambos por el señor Asta-Buruaga.

«Nuestro digno Encargado de Negocios me negaba, como San Pedro al Crucificado, el título de secretario suyo (164), el mismo que original de su puño y letra y bajo el sello de la Legación de Chile, acababa de depositar yo sobre la mesa del Fiscal».

El trance era duro. «Confieso, cuenta, que necesité en aquel momento de toda mi serenidad de espíritu para no inmutarme».

En Washington, el tímido Encargado de Negocios, temiendo comprometer los intereses de Chile al reconocer de modo taxativo, en trance judicial, la investidura de Vicuña, había acudido, luego de consultarse con abogado, a una argucia jurídica. En su telegrama decía que «podía no considerársele como secretario de Legación». «Redactado así ese telegrama expresaba Asta-Buruaga en nota a la cancillería chilena-no establecía que no era secretario, sino que podía no tenérsele por tal, según el aspecto que el caso tomase más tarde».

Vicuña rindió fianza de diez mil pesos ante la Corte y quedó en inmediata libertad. A pesar, probablemente, de los deseos del ministro Seward . . .

« Desde ese día quedé libre, y no volví a ser llamado al tribunal sino ala audiencia del 15 de Febrero». En esta oportunidad se rectificó «de una manera sagaz y honorable la contradicción en que había incurrido con el señor Asta-Buruaga sobre mi título diplomático, el que renuncié en el mismo acto para ser juzgado como simple ciudadano». La acusación, personal, era la de haber intentado sacar de Estados Unidos «una expedición militar contra los dominios de la reina de España».

A Vicuña Mackenna no se le ocultó que el fondo de esa persecución que alcanzaba caracteres odiosos era mostrar a Inglaterra que en Estados Unidos se guardaba la neutralidad impidiendo se armasen buques en corso. «El argumento Aquiles contra el Alabama, como un supremo arbitrio de cobranza por indemnización había sido encontrado».

La prisión de Vicuña y su proceso provocaron enorme escándalo en toda la Unión, dando origen a raudales de publicidad que redundarían en provecho de su misión, pues en adelante todos los armadores y fabricantes de armas le pondrían sitio. La prensa lanzó informaciones sensacionales en que se abría la puerta de la imaginación periodistil.

Entre tanto el asunto del Meteoro siguió en tabla (165). Este proceso no tenía relación directa con el de Vicuña, pues mientras el último constituía un asunto de proyecciones internacionales con que el canciller Seward y el gobierno yankee intentaban presionar a Gran Bretalia, el primero era «una acción in ye, un asunto doméstico, un negocio en fin, partible como una herencia, mitad para el denunciante, mitad para él marshall, el fiscal y todas las autoridades federales de la Unión» (166).

La primera audiencia tuvo lugar el día 17 de Marzo. En la cuarta, verificada el 2 de Abril, fue interrogado Vicuña quien se negó a declarar como testigo en causa propia, de acuerdo con los términos de la ley americana. En la sexta audiencia, Mac Nichols, uno de los acusadores, manifestó que tenía mala voluntad al Agente de Chile porque no había querido emplearlo, considerándolo a él (Mac Nichols) «muy estúpido» para servir en la marina de Chile.

Declararon en las audiencias el Encargado de Negocios de Chile y numerosos testigos, atrayéndose en manera ruidosa la curiosidad del público neoyorkino, pues se batieron algunos de los mejores abogados de la ciudad. El proceso se arrastró largo tiempo y la sentencia final, dictada después del regreso de Vicuña Mackenna a Chile, condenó al Meteoro por violación de la ley de neutralidad.

En cuanto al proceso seguido a Vicuña, tuvo fin singular. Empeñado Seward en hostilizar al gobierno británico favorecía el movimiento feniano en forma tal que los caudillos de éste, Roberts y O'Maoney, habían preparado en Nueva York su expedición para invadir Canadá, sin que desde Washington se les pusiera ningún obstáculo a pesar de las reiteradas protestas del ministro inglés. ¿Y la ley de neutralidad? Ahora convenía violarla y el canciller de la Unión no dejó de hacerlo. «¡Oh diplomacia!-exclamaba Vicuña Mackenna.-Cuánta podredumbre oculta tu frac negro».

No quedaba sino echar tierra en el caso del Agente Confidencial de Chile y esa fue sin duda la orden oficial. «Mas como yo no quería dejar pendientes mis fianzas, insistía en ser juzgado, negándose a ello obstinadamente los fiscales» (157).

Ante la inutilidad de sus esfuerzos para hacer marchar la justicia yankee, Vicuña escribió a su abogado, Mr. E. W. Stoughton, el 15 de Mayo: «Como he tenido el honor de asegurar a Ud. en todas ocasiones, yo no pretendo hacer ostentación de valentía provocando un juicio, en el que tengo la seguridad de ser absuelto, si soy juzgado por un jurado; pero tampoco quiero aparecer como solicitante de ningún favor de las autoridades de Nueva York o de Washington. Todo lo que exijo es justicia pronta y cumplida, pero sobre todo pronta». Esa justicia no se hizo nunca.

En nombre de la neutralidad se habían incubado los procesos de Vicuña y del Meteoro. Y como era un principio interpretado de modo sui generis -como la doctrina Monroe- el joven y preclaro representante de Chile lo juzgaba en términos harto razonables: «La neutralidad, como principio; es coetánea de la existencia misma de los Estados Unidos, o más propiamente es la más genuina expresión de su manera de ser porque la neutralidad, tal cual se ha entendido en la América del Norte, no es sino la forma internacional del egoísmo».

 

__________

Notas

157

Diez meses de Misión.
volver

160

Meses más tarde llegaría la del bombardeo de Valparaíso por la escuadra española, causándole honda indignación que debía reflejarse en sus artículos de La Voz de América. La orden del bombardeo fué conocida por el ministro Seward con anticipación oportuna, sin hacer nada para evitar que se llevase a cabo. Vicuña Mackenna, informado sobre el particular y de acuerdo con Asta-Buruaga, envió un correo de gabinete al gobierno chileno, pero, desgraciadamente, llegó tarde.
volver

161

Chili, Spain and the United States, publicado bajo la firma de Daniel Hunter.
volver

162

La dueña de la casa en que habitaban Vicuña y sus compañeros
volver

163

Término para significar la idea, de farsa.
volver

164

El Agente confidencial de Chile fué presentado en Washington oficialmente, como secretario de la legación chilena, por Asta-Buruaga. Se dió este paso a fin de facilitar la misión de Vicuña, otorgándole mayores seguridades para poder actuar.
Vicuña Mackenna se dirigió a Washington, en aquella oportunidad, el 27 de Enero. Escribe en el libro de su Misión: «Tres o cuatro días habité en esta metrópoli que Dickens llamó espiritualmente de magníficas intenciones.. . y si hubiera de contar todo lo que en ella ví, y a fé que para tal me habían de sobrar las ganas, hartase forzoso el llenar muchos capítulos de este libro con materia nueva y divertida.. .
«Me contentaré pues con decir que por aquellos días en que la capital de los Estados Unidos brillaba con todos sus fugaces resplandores, va a casi todos los hombres famosos en la política y en las armas de la Unión Americana, a quienes fui sucesivamente presentado en una serie de recepciones y aprieta manos (porque lo de besar es poco usado en el país), tan repetidas y amontonadas unas sobre otras, que en una sola noche recuerdo haber asistido... a no menos de cinco de aquellas fiestas político-sociales».
« ví por supuesto la Casa Blanca y dí la mano a Andrés Johnson el presidente-sastre, vestido con una larga levita que parecía hecha de su mano, la que apreté con efusión republicana sin temor de clavarme con agujas, pues no estaba en esa recepción sino en Cuba, brindando por la España, mi amigo Mr. Seward».
volver

165

Paralelamente a las gestiones de Vicuña Mackenna sobre, adquisición del Meteoro, e ignorándolas, el cónsul Rogers había iniciado otras con el mismo objetivo, por intermedio de un grupo de foragidos. Estos, impuestos mas tarde de que sus oficios habían fracasado, se fueron al consulado de España y denunciaron la próxima salida de un corsario chileno. El funcionario español llevó la delación al Fiscal el 23 de Enero y éste ordenó la detención del Meteoro. Rogers, hombre honesto pero torpe, fué pues el causante de los dos procesos.
volver

166

Véase Vicuña Mackenna: Diez Meses de Misión.
A propósito de las actividades, recelos y suspicacias de los representantes de España, cabe recordar una pintoresca jugada que Vicuña Mackenna y sus ayudantes hicieran a aquellos. Estando surtas en Nueva York las fragatas españolas Carmen e Isabel la Católica, fue abandonada en la calle una supuesta carta en que Vicuña daba cuenta a su amigo Lastarria, Ministro en Argentina, de una serie de operaciones de corso en las costas enemigas: Recogida la carta por un espía español, que creyó hacer notable descubrimiento, cayó el Ministro Tassara en el garlito e hizo salir en forma apresurada a las naves de doña Isabel, interrumpiendo el programa oficial de festejos en honor de su plana mayor y oficialidad. La estratagema significó al gobierno de la reina no poca pérdida en dinero y el consiguiente ridículo, explotado por la prensa. El New York Herald hizo una relación sensacionalista en su número del 18 de Marzo de 1866.
volver