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Fuentes Bibliográficas
Homenaje a Vicuña Mackenna Tomo 2º.
Capítulo LIV.

Honra suya -dice Galdames en La Juventud de Vicuña Mackenna, a propósito de su amor a los proletarios- fué «el haber comprendido desde la primera edad el hondo problema que esas miserias entrañaban, para un, pueblo en formación y apenas en camino de civilizarse, y el haber amado siempre a ese pueblo para auspiciarle, desde la hoja impresa y la tribuna, las reparaciones necesarias, no sólo en el derecho sino también en el trabajo y en la vida».

Sobre la forma en que Vicuña Mackenna sintió el amor de su pueblo y lo sirvió pudieran escribirse volúmenes. El autor de la importante obra citada analiza de modo prolijo cómo en sus viajes y en los escritos de juventud -en los de su vida toda- estudió con visión honda las necesidades de los proletarios y los procedimientos para levantar el nivel intelectual y económico de aquellos. A propósito de las medidas de colonización aconsejadas por el viajero de 1852, escribe Galdames: «Había que ahogar prejuicios seculares y atender solamente al porvenir nacional. Sé refería a la urgencia inmediata y al deber humano de redimir de la barbarie al inquilino, al huaso y al jornalero dé todas las faenas, por medio de una educación adecuada y del levantamiento de su standard de vida, hasta colocarlo en un nivel equivalente al inmigrante europeo». (¡1853, 22 años de edad!).

Nadie antes de Vicuña Mackenna había pensado en Chile -y acaso en América- en la justicia imprescriptible, en la imperiosa necesidad de convertir a los parias en hombres y a los hombres en ciudadanos. Porque es menester decir que en Vicuña era intención y voluntad de realizar, efectivo sentido de política, lo que en Bilbao y Arcos no pasaba de los vagos y hermosos contornos del ensueño. Más aún, Arcos comprendía la fuerza de la resistencia oligárquica y se encontraba vencido de antemano; su posición revolucionaria seria la de un dilettante genial que arrojase, paseándose por los salones de la vida, mirada de comprensivo desprecio a los hombres y a sus cobardías y miserias. En Vicuña habitaba don Quijote y en veces el realista Sancho no se mostraba distante. Vicuña podía saber que seria vencido, pero no le importaba. Su fe era capaz de superar las contradicciones de la realidad y marchaba con el alma en la punta de su lanza en contra de los molinos de viento. Y triunfaba cayendo; triunfaba en el tiempo. Había en él la reciumbre de los constructores, de los que abren surcos que no borrarán las aguas de la vida.

En esa actitud mental está contenido el socialismo. Vicuña fue, sin confesarlo, socialista en la única forma eficaz y grande en que era posible serlo en la América del siglo XIX.

Esa posición suya, en abierta defensa de los intereses proletarios, vale decir chilenos en su más justa acepción, fué mantenida desde los días de la adolescencia. A los 22 años justificaba la frase de Galdames. En la escuela, en la Universidad era ya esencialmente un demócrata (222).

Más tarde, durante su primer viaje a Estados Unidos y Europa, meditó sobre las realidades que el viejo y el nuevo mundo ofrecían a sus ojos y fué formando su propia política proletaria, de orientación práctica y realista. Sus estudios sobre inmigración lo prueban suficientemente. « En este punto de su disertación--escribe Galdames, refiriéndose a la idea de europeizar al roto--la franqueza que le era característica rebozaba hasta hacerse dura y provocadora. Increpaba a la clase dirigente por la miseria material y moral de los trabajadores y principalmente del campesino. Cuando todo progresaba y mejoraba en el país, sólo aquel hombre permanecía estacionario y olvidado; y era, no obstante, el productor, el que amasaba la riqueza común y el que integraba la gran mayoría de la población».

«Ved su rancho, observaba Vicuña Mackenna. En la noche, alrededor del fuego, se agrupan los niños,-hijos del clima más sano de la tierra,-semi desnudos y semi dormidos, revolcándose en la ceniza ola basura, débiles, enfermizos y hambrientos, en confusión con los animales del hogar y aún con otras bestias. Alguna vez se ha encontrado a una zorra con su cría, durmiendo en comunidad con esos niños».

Advertía que con el tiempo se tornaría agudo un problema que entonces no revestía gravedad: la nutrición popular. Y señalaba ya, como necesidad apremiante la de atender a la vigorización fisiológica del pueblo. Era menester alimentar en forma sana y abundante al roto para hacer posible su culturación. Esta tenía importancia máxima a su juicio; pero necesitaba, en forma previa, de robustecer la naturaleza del proletario, de crearle un standard de vida humano y agradable. En una palabra -repetimos- convertir al paria en hombre y en ciudadano. ¿No es ese el problema agudo e inquietante de nuestro tiempo? Poco hemos progresado desde los días de la juventud de Vicuña en tal sentido. Si la voluntad del pueblo hubiera podido predominar en 1876 seguramente habría sido otro el balance fisiológico e intelectual del proletariado chileno.

El problema campesino le interesaba de modo especial. Veía la incuria de los terratenientes y cuáles eran las causas de que los trabajadores de la tierra no progresasen económica ni intelectualmente. He aquí un cuadro exactísimo en que muestra el abandono de la tierra y de sus cultivadores. « El hacendado-decía en un trabajo que se incluye en el primer volumen de su Miscelánea-estaba siempre en la ciudad. La hacienda quedaba a cargo del sol, ese gran capataz de nuestros campos, al de las peonadas y de los toros. Por la primavera, el patrón iba a los rodeos a tomar mate de leche entre los palquis; y cuando los vaqueros habían contado la parición del año en un palito y él la había copiado en un cuaderno de pergamino, la tarea del año estaba concluida y comenzaba la del año venidero. Este género de trabajo, es decir, la suprema ociosidad, era el único ejercicio que convenía a un hombre bien nacido, a un ciudadano, a un prócer».

Y añade, refiriéndose al lentísimo progreso experimentado desde los tiempos coloniales: «Asomad si no la cabeza al postigo, en cualquiera de vuestros viajes por rieles a la hacienda y notaréis que el rancho que acabáis de pasar es la misma infeliz choza de ahora cincuenta años, de ahora un siglo, de la época de la conquista; la misma basura, el mismo fogón, los propios niños raquíticos y descamisados; y el hambre, y el abandono, y la miseria, y la barbarie en todo. Mirad el traje del campesino, del gañán. El de los pobladores de la ciudad se ha transformado casi por entero; pero la vestimenta del peón es siempre la misma; las mismas ojotas, el mismo calzón asiático de tocuyo, el mismo poncho araucano que tenía antes de 1810; y a juzgar por las láminas de Frezier (223), el mismo que tenía antes de 1710, y por las figuras del padre Ovalle, antes de 1640; el mismo cuchillo a la cintura que tenía antes y después de los carros».

« Detrás de todo huaso está el indio suspicaz y desposeído. Detrás de todo patrón está el conquistador receloso». Es un estado primitivo mantenido por la carencia absoluta de civilización rural. ¿Qué han hecho las clases dirigentes en su favor? «Huaso, en idioma aborigen, quiere decir simplemente indio a caballo, y ésa hasta aquí es toda la civilización que le hemos procurado: montarlo».

En cuanto al problema político del proletariado, a su sumisión al despotismo de las castas gobernantes y a su carencia práctica de derechos, escribió páginas nutridas en El Liberal y en La Asamblea Constituyente, pronunció discursos e hizo de la conquista de derechos ciudadanos una de las bases de su campaña presidencial.

Tocante a la educación, al por qué la educación ha tenido como enemigo secular a los gobiernos burgueses, dijo en El Liberal, en 1867: «Abrumada la juventud en la elaboración de su inteligencia por el más absurdo y el más detestable sistema de estudios profesionales, la vemos esterilizarse, aburrirse, morir en una prematura impotencia. La autoridad no necesita dar empuje a la inteligencia que teme, porque es la fuerza que la combate y la trabaja. La autoridad quiere agentes dóciles y mediocres; y estos se los proporciona pronto, eligiendo a los que más se encorvan cuando la mano del poder pasa su odiosa revista sobre las frentes que se alzan por el estudio o el saber.

El aspecto internacional del movimiento obrero aparece reconocido en una de sus correspondencias europeas, con visión nítida (224): «Un hecho muy grave, -escribía en 1870- una corriente nueva, una revolución más trascendental y más terrible que todos los transtornos porque la humanidad ha pasado hasta aquí, se desarrolla lentamente, pero con marcha fija y osada en toda Europa: la organización del socialismo como poder público.

«La sociedad, entre tanto, se reía de los delirios o se vengaba de los atentados; pero no creía en el socialismo, porque creía demasiado en sí misma. La sociedad era la fuerza porque era la organización». «Pero he aquí que el socialismo aparece hoy organizado con bases análogas a las de la sociedad, y he aquí, al propio tiempo, que entabla su lucha contra la última, de potencia a potencia».

Luego, esta apreciación hondísima: «Y así, mientras los insensatos que se apellidan los genios, los salvadores y los gobiernos de Europa fatigan sus arsenales para lanzar los pueblos en espesos batallones los unos contra los otros, por la codicia de un metro de terreno o el despique de una descortesía, olvidan que dejan a sus espaldas, en los hogares y en los talleres de las grandes ciudades, ese otro ejército paciente, sufridor y mudo, pero que en la hora oportuna puede suspenderse como un trueno vengador sobre sus cabezas: el ejército de las masas trabajadoras organizadas».

Sobre las bases de la Primera Internacional, escribía en el estudio citado (224): «Desde la primera mirada, se echa de ver que este programa tiene un inmenso alcance. El trabajo contra el capital, es decir, una de las fases más palpitantes del socialismo, el crédito; la política, la religión; la economía, la familia, todos los grandes elementos vitales de la sociedad están llamados a cooperar a un pensamiento fijo y común: la redención del obrero, o lo que es lo mismo, la disminución gradual o violenta del desnivelamiento social, por la elevación de las masas, a expensas de las clases privilegiadas».

«La Internacional, y especialmente su comité central de Londres,-añadía Vicuña Mackenna-han trabajado durante seis años con un tesón heroico, y al parecer con un alto desinterés, en el desarrollo de aquel programa nivelador».(225).

Galdames ha apreciado bien los altísimos valores sociales del pensamiento y de la obra de Vicuña Mackenna. «La aspiración suprema de la reforma política y social-escribe -contenía una porción de ideas parciales, referentes a los múltiples aspectos de los problemas que ella involucraba, desde el régimen constitucional hasta las condiciones del trabajo y la vida de los campesinos. Pero él la hacía extensiva a todos los pueblos de la América hispana, porque reconocía que la comunidad de origen y de historia determinaba en todos una misma idiosincrasia y un mismo nivel de civilización. En consecuencia, sus problemas presentaban los mismos factores básicos, si bien el medio físico y étnicos podía modificarlos en parte y las soluciones debían ser buscadas separadamente, con criterio local y de oportunidad. Como quiera que fuese, él hacia gala de su hispano-americanismo, que nunca desmintió». Y añade: «Filántropo o apóstol, civilizador o reformista, batallador en todo caso, él hacía un ariete de su pluma y como un penacho de su ideal. Su política de libertad no sería más que una etapa en el camino de conquistas mayores; y de su crítica social derivarían las instituciones nuevas que redimiesen de la barbarie y la miseria a las muchedumbres poblanas».

El erudito biógrafo y maestro reconoce esa superioridad moral que, a nuestro juicio, eleva al grande hombre chileno a la altura de las figuras cumbres de nuestra América, pues fue en el sentido socialista y con palabras del propio Vicuña- un ciudadano para quien «la libertad no tiene patria, ni la causa de la, humanidad reconoce fronteras» (226).

Larga tarea sería ir desentrañando a lo largo de su obra montañosa todo lo que directa o indirectamente se relaciona con el proletariado y sus problemas. En las páginas de este libro, como en los escritos por Donoso, Galdames y Figueroa, se encuentran no pocas muestras. Los capítulos consagrados a su campaña presidencial exponen, más adelante, alguno de los más brillantes aspectos de su política y de su ideología, de la cual se encuentran razgos, tamizados por la necesidad de dar carácter realista a sus proyectos políticos en un difícil período eleccionario, en su Programa Presidencial. Y más tarde su actuación durante la guerra del Pacífico acabaría de fijar para siempre esas características proletarianas de Vicuña, traducidas en el formidable amor que tuvo a su pueblo.

Este lo comprendió así, aclamándolo en 1875 y 76 su jefe indiscutido, su más alta esperanza y el supremo conductor de sus destinos. Lo fué moralmente y continuó siéndolo más allá de su breve y enorme jornada.

La acción proletaria de Vicuña irradió también en sentido nacional. En 1879-82 se le reconoció universalmente como el jefe moral de la República, como el animador de sus ejércitos -del pueblo en armas- y el cantor de sus glorias, de las glorias de todos, «de capitán a paje», de marinero a almirante. Y fué así como se generó ese admirable culto que los veteranos del 79, sus mujeres y descendientes-pueblo, pueblo-han guardado religiosamente a su memoria y del cual tan hermosas muestras vió la ciudad de Santiago durante las fiestas nacionales con que fué conmemorado en Agosto de 1931 el primer centenario de su nacimiento.

Tres estatuas eregidas por suscripción popular-erogaciones de centavos y de fichas entre obreros en el monumento de Santiago y en el de San Carlos; erogaciones entre soldados y marineros, principalmente, en la estatua que levantaran el ejército y armada y que desde 1917 se encuentra al pie del morro de Arica como suprema avanzada de la nación en una de sus fronteras geográficas-consagraron el amor que el pueblo de Chile tiene a Vicuña Mackenna.

 

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Nota

222

Acudamos, para corroborarlo, al testimonio de un líder obrero, el digno y abnegado Fermín Vivaceta. Este, a raíz de la muerte de Vicuña, escribía a su amigo el escultor José Miguel Blanco, desde su lecho de enfermo: «Sería ingratitud muy censurable en un viejo obrero chileno como yo, si cuando muere un hombre como el señor Vicuña Mackenna guardara silencio sólo por no aumentar pus dolores. ¿Cómo no recordar, amigo, si no para las biografías, a lo menos para mi satisfacción personal, el desinteresado patriotismo y la santa abnegación que, desde su juventud puso en práctica el señor Vicuña Mackenna en pro de las clases trabajadoras?».
El escultor Blanco, en un interesantísimo artículo que bajo el titulo de «Vivaceta y Vicuña Mackenna» se encuentra inserto en la Corona Fúnebre del gran ciudadano, narra las actividades-recordadas por Vivaceta con honda emoción que aquél desarrollara, desde los atormentados días de juventud, en favor de las clases obreras y de como dió vida a la pintura decorativa y organizó una exposición obrera de este arte, tocándole, para prepararla, trabajar él mismo como obrero.
«Vivaceta que conoció muy de cerca a Vicuña Mackenna, -dice el señor Blanco- al hablar de los importantes servicios que éste prestara al desarrollo del arte y de la industria nacional, no puede menos de colocarlo como el primero de los servidores de la nación en este sentido».
Véase Corona Fúnebre de Vicuña Mackenna, págs. 301-10.
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223

Viajero y hombre de ciencia francés que visitó Chile a comienzos del siglo XVIII, en los años finales del reinado de Luis XIV. De regreso a su país publicó un interesante relato de sus viajes, con dibujos y planos trazados por él mismo.
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224

La Internacional (Su origen, sus miras, su proceso). Agosto de 1870. Véase: Miscelánea, tomo III.
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225

A propósito de don Pedro Félix Vicuña, que supo, también, consagrar muchas de sus mejores horas en favor de los proletarios, dice Vicuña Mackenna: Ideas análogas se encuentran «en un libro modesto que nadie quizá ha oído nombrar en Chile, pero que mereció a M. de Montalambert calurosos elogios. Es obra de un chileno que ejerce la misma profesión de M. Le-Play y se titula El porvenir del hombre.
(San Val, correspondencia de Ginebra fechada en Agosto de 1870 y publicada en «El Mercurio» de Valparaíso el 30 de Septiembre de dicho año.)
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226

Manifiesto que con motivo de su proclamación como candidato a la Presidencia de la República dirige a sus compatriotas el ciudadano Benjamín Vicuña Mackenna.
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