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Fuentes Bibliográficas
Homenaje a Vicuña Mackenna Tomo 2º.
Capítulo LV.

A principios de 1875 la mayoría de los pueblos de la República comenzaron a proclamar espontáneamente la candidatura del transformador de Santiago a la primera magistratura de la nación.

Vamos a estudiar con detención la campaña presidencial de Vicuña Mackenna, pues no se ha considerado aún, en su debido valor, la importancia política que tuvo. ,Debemos analizarla: Por primera vez en la historia de América se organizaron fuerzas auténticamente democráticas y populares. Por primera vez se unieron las organizaciones obreras de un país sudamericano con propósito de intervenir activamente en la política nacional y de ejercer influencias de clase en la defensa de sus intereses. Vicuña Mackenna, aún cuando contó privadamente con el amplio concurso del Partido Conservador, cuyos directores veían en él y en su programa la única salvaguardia posible de comunes aspiraciones al ejercicio honesto del derecho de sufragio y a la garantía de libertades-los conservadores estaban en la oposición-no fué candidato oficial de ningún organismo político tradicionalista. Fue el representante del pueblo, el jefe de las grandes masas que nacían, el caudillo de los que tenían hambre y sed de justicia, el intérprete de un gran movimiento social que era aurora en las conciencias alertas.

No es mera casualidad que Vicuña Mackenna tornase el título de Candidato de los Pueblos a la Presidencia de la República. Tal era su voluntad y tal fué el deseo de todas las agrupaciones obreras que sostenían su candidatura. Ellas veían en él al organizador, al jefe indiscutido, al caudillo que debía llevarlas a la conquista de posiciones democráticas y al mejoramiento de su situación económica. Se sentían ampliamente interpretadas por él. Con esa admirable intuición que, a menudo, sólo poseen las masas, comprendían que ese hombre cuyo lenguaje sabía interpretar deseos aún no bien delimitados, sentimientos imprecisos de inferioridad e injusticia social, necesidad de organización, de unión en resistencia para arrancar a la clase dominante mejoras y posibilidades siquiera precarias, siquiera mínimas, era el único capaz de guiarlas a la conquista de nuevos tiempos. Vicuña Mackenna era el alma de la democracia naciente y de las clases obreras. Y su candidatura señala, por manera indiscutible, el primer movimiento proletario organizado en la historia de los pueblos latinoamericanos.

Hay detalles que pintan al hombre y muestran cómo genialmente comprendió, en lo íntimo de su conciencia, las necesidades, los derechos y las futuras conquistas de las masas trabajadoras. La obra de Vicuña está plena de comprensión del alma popular, plena de amor hacia el roto cuyas tradiciones, cuyas glorias, cuyos anhelos cantó en el tono mayor y menor de su lírica. Como político, su preocupación fundamental era el roto, el bienestar del roto. Como hombre, el roto tuvo papel de primer orden en su propia vida privada.

Todos saben que en el hogar y en la mesa de Vicuña Mackenna, en su palacio del Camino de Cintura o en las casas solariegas de Santa Rosa de Colmo, los proletarios tenían honores y sitios reservados. Así ocurrió durante su vida entera, en las agitaciones de la campaña presidencial, en las turbulencias de las luchas políticas, en los días de febril construcción, en las horas de intimidad. Los familiares de Vicuña veían, con frecuencia, obreros o campesinos sentados a su mesa. Y no era raro ver junto a políticos vicuñistas tan eminentes como Isidoro Errázuriz o personalidades tales que Domingo Santa María o Balmaceda, a huasos de manta, a obreros de fábrica o simples artesanos. La élite del talento se congregaba a la sombra de su genio y sobre la élite, sobre todas las élites, el pueblo reinaba.

Más tarde encontraron la acogida de su hogar y de su afecto los obrero-soldados que iban a labrar, con el empuje de sus cuerpos de bronce y de sus almas en forja aún, la grandeza material y económica de la nación. Los que iban a desafiar a la muerte y los que volvían vencedores de la muerte, convivían con él. Y su casa acogió, en los años últimos, a los capataces y a los obreros de la hacienda de su mujer, que lo amaban como a un padre. El pueblo, siempre el pueblo junto a Vicuña Mackenna. En la lucha, en la prueba y en la eterna apoteosis.

No es, pues, extraño que Vicuña supiera y pudiera desencadenar tan extraordinario movimiento de opinión en 1875-76. La de Chile se removió hasta sus más recónditos cimientos. Nadie pudo permanecer indiferente. De un extremo a otro del país, de la capital a las ciudades fabriles, a los pueblos, a las aldeas y a los campos más remotos, la ola emocional y revolucionaria -en potencia- fué extendiéndose. Inmensa masa de hombres, todas las fuerzas no oligárquicas y muchas de las oligárquicas, desamparadas del poder, participaron en la gran campaña. Nunca hubo en Sud América, durante el siglo XIX, un movimiento semejante de opinión. Nunca hombre alguno, antes de él, pudo reunir en Chile más vasta adhesión y encabezar más potente anhelo. Mas, el esfuerzo no sería coronado por el éxito, y una vez más la brutalidad de la fuerza se sobrepondría a la presión del pensamiento. Faltó cohesión frente al intervencionismo oficialesco y, como veremos luego, sobró generosidad en el hombre. La máquina electoral gubernativa funcionaba con exactitud de reloj y los intereses políticos creados eran todavía demasiado poderosos. En las urnas, el ochenta por ciento de los electores debía votar por el candidato del pueblo, pero el fraude había de funcionar con furiosa precisión. Los tiempos no eran venidos. No importaba. Los grandes ideales se habían puesto en marcha y las semillas sembradas por Vicuña Mackenna fructificarían en su día. Lo esencial era que un poderoso movimiento obrero había nacido junto al grande hombre y que éste iniciaba en su histórica campaña la era de las luchas en pro de la justicia social.