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Fuentes Bibliográficas
Homenaje a Vicuña Mackenna Tomo 2º.
Capítulo LVIII.

El lunes 14 de Febrero de 1876 emprendió Vicuña Mackenna su viaje a las provincias del sur (240), acompañado de brillante comitiva en la cual formaron parte delegados obreros de diversas regiones (241). A ella se unió en Talca don Isidoro Errázuriz, quien venía de realizar por las provincias del norte una jira en favor del candidato de los pueblos.

El día anterior se verificó un gran meeting en el Circo Trait, de la capital, en el cual pronunció Vicuña vibrante arenga. «Pasó la época de los discursos, dijo; pasó la época de las protestas; a la acción, ciudadanos!» Y añadía: «Nuestro viaje será de paz, queridos compatriotas. Vamos a pasar en revista el ejército del derecho y alentar una en pos de otra sus valerosas columnas para batir con las palmas de la ley el látigo, el sable y el fraude, estos tres nombres que en nuestra infeliz patria significan sólo esa cosa infame y maldita que todos aborrecemos desde el fondo de nuestros honrados corazones-la intervención». Una ovación imponderable acogió esta frase, impidiendo al orador, por largo rato, proseguir su discurso.

 

 

La jira iniciada al día siguiente fué triunfal. En ella y durante ella nació, creció, fructificó para siempre el espíritu del pueblo olvidado y oprimido. Su caudillo, haciendo suyas las grandes aspiraciones populares, daba a éstas carta de ciudadanía y certeza de triunfo futuro.

El tren se detuvo en San Bernardo, subiendo a él una diputación obrera, presidida por el artesano Federico Contreras, quien presentó los votos del pueblo al candidato, mientras sus compañeros prorrumpían en aplausos y quemaban fuegos de artificio.

En Rancagua les esperaban nuevas manifestaciones. Todo el pueblo escoltó a Vicuña, ofreciéndole un banquete los dirigentes obreros de la ciudad.

Al atardecer llegaron a Curicó, en dónde pernoctaron. Iguales manifestaciones y un meeting nocturno en el Teatro, al que asistieron casi exclusivamente obreros. Habló Vicuña Mackenna.

La jornada siguiente fue ardua. De madrugada, una comitiva de campesinos vino a escoltar al candidato, quien se dirigió a Molina, en donde tuvo lugar un meeting agrario. A medio día tomaron el tren a Talca, llegando al atardecer a dicha ciudad.

En Talca les aguardaba recepción grandiosa. «No menos de seis a siete mil personas, -dice una información de la época- la mayor parte del pueblo, se habían precipitado a la estación por un movimiento espontáneo e irresistible para ofrecer sus ovaciones de simpatía y entusiasmo al candidato que los pueblos habían aclamado como suyo. La escena que tuvo lugar en la estación es indescriptible. El señor Vicuña Mackenna fue arrebatado por una verdadera ola popular y llevado en un tumultuoso triunfo hasta la plaza principal». Ahí y en las calles adyacentes había veinte mil personas. Vicuña habló al pueblo desde uno de los sofaes. Y aquél, no calmado en su entusiasmo, siguió vitoreándolo hasta avanzada la noche, en los alrededores del domicilio de don José Francisco Opazo, donde se hospedó. Un gran banquete tuvo lugar esa misma noche y en él brindó el candidato por las mujeres de Chile. Después del ágape un meeting en el Teatro Municipal. Al día siguiente tuvo lugar otro banquete de cuatrocientos cubiertos y en seguida Vicuña inauguró el Club del Voto Libre, felicitando, en su discurso, a la clase obrera de Tasca que entraba desde ese día «en la activa y fecunda campaña de la democracia práctica».

El 17 de Febrero pasó Vicuña Mackenna por San Javier. El río Maule aparecía engalanado con innúmeras embarcaciones cubiertas de guirnaldas, desde donde los guanayes y los pescadores maulinos le arrojaban flores. Nuevo banquete y nuevo meeting populares. Al anochecer la comitiva se detuvo impensadamente en San Javier, celebrándose un meeting obrero.

La jornada del día 18 registró tres banquetes y dos meetings Uno en Parral y otro en Cauquenes. Entre ambos, el presidente del comité central del partido Liberal Democrático, don José Santos Ossa, ofreció al candidato espléndido banquete en su hacienda «El Porvenir». La recepción en Parral fue entusiasta, siéndolo en grado no menor la que esa tarde tuvo lugar en Cauquenes, a donde llegó escoltado por multitud de jinetes. Al meeting de la noche concurrieron más de tres mil ciudadanos venidos de todos los pueblos y aldeas vecinos. En la plaza tuvo lugar otro meeting improvisado, hospedándose el candidato, luego, en casa de don Fidel Merino.

El 19 continuó viaje la comitiva. Mas, cedamos la palabra a un corresponsal de periódico: «La marcha del señor Vicuña Mackenna desde Cauquenes a esta ciudad ha sido un continuo triunfo. En Posillas, subdelegación del departamento de Itata, el pueblo se enloqueció; puso la campana de la parroquia a rebato, se cubrió de banderas y salió a recibir a los viajeros a una legua de distancia formando un gran escuadrón de caballería. A las nueve de la noche llegó el señor Vicuña Mackenna a esta ciudad, y acaba de tener lugar un meeting como no se ha tenido memoria en San Carlos; asistieron más de dos mil ciudadanos venidos de todos los puntos del departamento y presidió el ilustre general Venegas». Se instaló en San Carlos el Club del Voto Libre, designándose comisiones populares que en consorcio ala que había vertido a buscar a Vicuña desde Chillán, le sirvieran de escolta.

En Chillán, ocho mil personas asaltaron la estación, viéndose obligado el candidato a hablar desde la plataforma del vagón que lo conducía. El pueblo lo tomó en brazos, llevándolo hasta la plaza en medio de delirantes vivas. En la noche del 20, en enorme meeting, pronunció Vicuña un extenso discurso en el que hizo un parangón entre la candidatura popular y la candidatura oficial y analizó la alianza política con el partido Conservador y su verdadero alcance, lealmente entendido, mostrando como los reaccionarios de ayer se colocaban en las filas de la libertad y como los radicales que en otro tiempo sufrieron persecuciones con él, empuñaban, desde las alturas del gobierno, el garrote y el fusil.

El 21 visitó Vicuña Chillán Viejo. «El pueblo estaba cubierto de arcos triunfales y no había mujer en las calles que no anduviese con canastos o atados de flores arrojándolos a la comitiva». De pie sobre una silla, en un ángulo de la plaza, el candidato habló a la multitud. La noche fue consagrada a diversos trabajos de los comités electorales.

En la mañana del día 22 partió a Concepción. De paso por Bulnes el tren fue cubierto de flores.

La recepción en la ciudad penquista eclipsó a las anteriores. Cedamos la palabra a un corresponsal, en despacho dirigido a don Lorenzo Claro: «Gran entrada del señor Vicuña Mackenna. Más de diez mil almas lo acompañaron desde la estación hasta la plaza de armas y de ahí al hotel. Todos los balcones y ventanas ocupados por señoritas que arrojaban flores y lazos de cinta al candidato. Elocuente discurso del señor Vicuña Mackenna en la plaza de armas. Al dirigirse a su hotel el señor Vicuña iba rodeado del pueblo y bajo un arco de flores, llevado por artesanos. El señor Vicuña volvió a dirigir la palabra al pueblo desde el balcón; lo mismo hicieron los señores Bianchi y C. Garfias, el último a nombre de los obreros de Santiago».

Ese día, desde un escaño de la plaza de Concepción, Vicuña pronunció una arenga en que recordaba a los penquistas sus viejas glorias de pueblo libre, recibiendo, al terminar, una ovación que se prolongó por más de una hora. A1 subir al carruaje, que lo aguardaba a cierta distancia, la multitud desensilló los caballos pretendiendo arrastrarlo, a lo que el candidato se opuso siendo llevado en hombros de sus admiradores.

En la noche tuvo lugar grandioso banquete en el que Isidoro Errázuriz, según es fama, improvisó uno de sus discursos más bellos, contagiado de la enorme emoción popular que sacudía al país de un extremo a otro. A más de Vicuña, hablaron también Acario Cotapos y los ciudadanos Menchaca, Vera, y Jorge Délano.

Al día siguiente, en « el meeting más importante que jamás se haya visto en esta ciudad», Vicuña Mackenna pronunció extenso discurso en que hizo la crítica del radicalismo nacional, mostrando como «el señor Errázuriz, hacendado que posee cuatro mil cuadras de tierras de regadío y ocho mil vacas que nacen y engordan en sus potreros, elevado ayer por los obispos de Chile; aparece hoy radical más intransigente que Mazzini, al paso que el honorable señor Pinta, manso y bondadoso caballero, buen esposo y padre de familia cariñoso, suele venir a esta ciudad desde su pintoresco bosque de boldos de Hualpén, disfrazado con la camisa roja de Garibaldi? Terminó diciendo que él, «simple luchador en esta tierra de pereza y mansedumbre» había sentido, al contacto de la capital sureña, como el gigante de la fábula que se acostaba en tierra cuando se sentía desfallecer, que su espíritu se retemplaba, que su acento recobraba la claridad de los castigos, que todo él vibraba. Al finalizar, los trabajadores penquistas le hicieron entrega de una medalla de oro con esta leyenda: Los Obreros de Concepción al ilustre defensor de sus derechos Benjamín Vicuña Mackenna.

El miércoles 25 los viajeros se dirigieron a las «Fronteras» en el tren matinal. A la altura de Santa Fe se cruzó éste con el qué conducía a don Aníbal Pinto y a su comitiva, integrada por el general Urrutia y, cuarenta oficiales de ejército. Vicuña tuvo noble gesto, descendiendo de su vagón y subiendo al de Pinto, a quien dijo: «Nuestros mayores peleaban estas batallas de las ideas y de la hidalguía a lanzadas; nosotros las peleamos con apretones de mano». Pero el gobierno habría de desmentirlo pronto con las lanzas de sus cazadores y las carabinas de sus esbirros apuntadas al pecho de los obreros vicuñistas(242).

En Los Angeles la recepción fué magnifica. Hubo meeting al aire libre y otra reunión popular, hablando Vicuña en ambas.

El 26, de madrugada, la comitiva prosiguió a Mulchén en numerosos carruajes. El candidato fué recibido entre centenares de jinetes y huasos que le abrían calle, vitoreándolo. Hubo almuerzo en la hacienda de Pilcotué, meeting popular en la plaza y banquete popular seguido de baile nocturno.

El 27 de Febrero continuó viaje a Angol. Al caer la tarde llegaron al pueblo de Tijeral en donde los esperaban delegaciones de obreros y de indios. Y al llegar a las márgenes del Malleco encontraron numerosos grupos de soldados francos que, rompiendo la prohibición oficialista, querían manifestarle su adhesión al candidato del pueblo.

Una muchedumbre compacta, a la que se mezclaba «la mayor parte de las clases y soldados de la guarnición», lo acogió a la entrada de Angol, escoltándolo al hotel, desde cuya puerta Vicuña e Isidoro Errázuriz hablaron.

En la noche ocurrió un atentado criminal, cuyo origen siempre quedó en sombras y que la opinión pública cargó entonces a la cuenta exclusiva del gobierno. «Cuando el señor Vicuña Mackenna-comunicaba un corresponsal-se dirigía al meeting en la noche, acompañado por la comisión que habia venido a invitarlo, una mano cobarde que ha deshonrado a nuestro pueblo le asestó un golpe contundente en la cabeza, haciéndolo perder alguna sangre pero no el sentido» (243). «A pesar del golpe, agregaba ese despacho telegráfico, el señor Vicuña presidió el meeting y proclamó a los diputados de este departamento por los partidos independientes, don Pedro Jesús Rodríguez y don Tomás Menchaca. El señor Vicuña al concluir su discurso dijo «que hacía votos porque su sangre fuera la única que se derramase en esta campaña que habría sido sólo de libertad y de gloria para el país sin el maldito propósito de un hombre que pretende a toda costa imponer su voluntad y su egoísmo a la nación». La efervescencia de los ciudadanos que asistían al meeting era muy grande y sólo pudo calmarse gracias a uno de esos inspirados discursos del señor Errázuriz».

En su arenga, después del atentado que sufriera, dijo Vicuña Mackenna estas nobles palabras que retratan su civismo: «¡Pueblo de Angol! Ofreced a la República el ejemplo verdaderamente sublime y consolador de que siendo vuestra ciudad el cuartel general de la fuerza armada sea al propio tiempo el baluarte de la libertad política y civil de los chilenos!»

Ochenta oficiales de ejército-toda la oficialidad de la guarnición-se presentaron en el alojamiento de Vicuña Mackenna a adherir a su persona y a manifestarle su protesta. De uno de ellos-el capitán Canales-se cuenta singular y hermosa anécdota. Caminando en la comitiva de Vicuña durante el atentado, tomó el pañuelo de éste, empapado en sangre, y en una manifestación, que siguió al meeting de aquella noche, lo estrujó en una copa, bebiéndola en prueba de su ardoroso vicuñismo.

Fue en una de las ciudades del trayecto triunfal donde se originó otra anécdota que muestra hasta qué punto de exaltado entusiasmo había llegado la popularidad del candidato. Encontrándose éste en casa de cierta dama de conspicua situación social en la localidad, durante un sarao que se celebraba en su honor, la dueña de casa preséntole a sus hijas, dos hermosas chicas de no escasa simpatía, y le pidió que escogiera a una de ellas, pues deseaba tener un nieto que llevase sangre del grande hombre.

El 28 de Febrero, escoltado por comisiones de todos los pueblos vecinos que habían venido a rendirle homenaje a Angol, Vicuña y comitiva se dirigieron a la estación. El convoy, de regreso al norte, se detuvo sólo algunos minutos en la capital penquista, siendo vitoreado el candidato por «un inmenso pueblo» al cual hubo de hablar. La recepción en Talcahuano resultó brillantísima.

El 28 de Febrero, a las diez de la mañana, la comitiva tomó el vapor Perú y una hora después descendían en el muelle del Tomé «que cirugía bajo el peso de millares de entusiastas espectadores, fuera de muchos que habían ido en chalupas al costado del vapor». «Desde el muelle, y pasando materialmente bajo una verdadera lluvia de flores, -agrega la relación periodística que consultamos- la comitiva se dirigió a la espaciosa bodega de Nogueira, y en un instante estuvo ésta completamente ocupada por tres mil personas, obreros, campesinos, señoras, mujeres del pueblo, la ciudad entera en una palabra». Se pronunciaron vehementes discursos, siendo aclamados Vicuña e Isidoro Errázuriz, cuyo fervor vicuñista arrebató a la multitud.

Esa misma tarde el Perú largó anclas, continuando viaje a Valparaíso a donde arribó el 1° de Marzo.

La recepción en Valparaíso adquirió los caracteres de una apoteosis pública. «El Mercurio» (edición del 2 de Marzo de 1876) decía, a propósito de ella: «Con tanta mayor razón deben estar satisfechos los vicuñistas y su candidato, cuanto que ayer era día de trabajo, y la gran mayoría de los que concurrieron eran obreros, los cuales tuvieron que abandonar sus quehaceres para no faltar a la citación que se les había hecho». Los vicuñistas se situaron desde la escalera del muelle a lo largo del malecón. Muchos de los ciudadanos llevaban ramos de flores. «Mientras tanto la esplanada del muelle se había llenado de gente, lo mismo que el malecón, la Bolsa Comercial y todo punto que ofrecía un lugar cómodo para ver el desembarco del candidato. Este llegó en uno de los primeros botes acompañado de don Isidoro Errázuriz y demás amigos y partidarios. Algo distante todavía del muelle, el señor Vicuña Mackenna, poniéndose de pie y alzando su sombrero, saludó al pueblo con esa familiaridad y franqueza propias de su carácter. Desde ese instante empezaron los vivas al candidato. Al pisar la escalera del muelle, una lluvia de flores cayó sobre él y puede decirse que el señor Vicuña ya no se perteneció a sí mismo, porque fué llevado, arrastrado en medio de una masa de gente que, como una corriente irresistible, tomó su curso por la Esplanada en medio de los vivas y del entusiasmo general. Así llegó el señor Vicuña Mackenna hasta su casa en la calle del Teatro, siendo saludado y vivado en su tránsito por todos los que se habían situado en algunos puntos dominantes, pues no había carro, carretón, ruma de mercaderías o montón de escombros que no estuviese coronado de entusiastas ciudadanos» (244).

Diversos corresponsales y testigos afirmaron que fué aquella «la recepción más enorme que se recordaba en la historia del primer puerto chileno».

Desde los balcones de la casa de su suegra, en donde se hospedaba, el candidato habló a siete mil partidarios que se negaban a retirarse sin antes haber escuchado su voz. «Algo de grande y de sublime, dijo, se levanta en el pecho de los hombres libres, cuando pisan vuestra playa querida. Así como la mano de Dios aquieta las aguas de vuestra dulce bahía, así los vientos de la justicia y del derecho azotan vuestras corazones y levantan estas olas de amor y de entusiasmo que llegan hasta mi en ráfagas de fuego y de victoria». «Pero lo que puedo aseguraros desde este momento,-añadió en medio de aclamaciones estruendosas-es que no habrá ni en las ciudades meridionales de Chile, bastantes piedras y suficiente mortero para edificar cárceles, sobrado espaciosas, en donde encerrar a todos los hombres independientes que siguen vuestra bandera». «El derecho -concluía- ha muerto en todas partes en las manos de quienes reciben honra y paga por guardarlo».

Al día siguiente, 2 de Marzo, se efectuó un meeting monstruo en homenaje al Candidato de los Pueblos: «Es preciso convenir-decía «El Mercurio» en  que Valparaíso no ha tenido jamás (al menos nosotros no lo hemos visto) una reunión ni más numerosa ni en que haya reinado tanto entusiasmo como en la celebrada anoche en el circo de la Victoria por la Asamblea liberal democrática». «Sin duda fue una triste necesidad el tener que dejar en la calle a una multitud de ciudadanos, entre ellos varios de los mismos directores de la asamblea, que no esperaban tanto agolpamiento, aquella verdadera poblada. Mientras tanto, ya el lector podrá suponerse el espectáculo que presentaría el interior del circo. Las cabezas cubrían completamente todo aquel espacio, como cubren el llano las espigas de una sementera, destacándose los pilares del circo como árboles que hubiesen echado sus raíces en la masa misma de gente que las apretaba. En cada uno de esos pilares se veían flores y coronas, y en la araña del centro una granada. La tribuna se hallaba también adornada con banderas». «Más de cinco minutos duró aquella aclamación al aparecer Vicuña Mackenna, añade «El Mercurio que se renovaba y tomaba mayor fuerza a medida que caían flores y palomas sobre el candidato y se le entregaban coronas y ramos de flores. Por fin se consiguió calmar el entusiasmo y restablecer el silencio, anunciando entonces el presidente de la asamblea que tenía la palabra el candidato de los pueblos señor Vicuña Mackenna. Nueva agitación y nuevos vivas. El señor Vicuña tiene que permanecer algunos instantes en la tribuna sin poder hablar, hasta que el pueblo por sí mismo se contiene y guarda el más profundo silencio; pero éste dura poco, porque a cada periodo, a cada frase del orador, estallan los aplausos y los vivas de la multitud». Al término de su discurso una hermosa niña ofrece una corona a Vicuña y la tempestad del entusiasmo se renueva incontenible, desbordada, casi histérica. Habla en seguida don Acario Cotapos, quien pide autorización a la asamblea para abrazar en su nombre al jefe de la democracia. Ocupan luego la tribuna los ciudadanos Valdés, Tagle, Arrate, Garfias, y don Isidoro Errázuriz cierra el meeting con un discurso cálido.

En el suyo Vicuña Mackenna había dicho que sabía «como, poco a poco iba despertando de su sopor ese coloso dormido que yace a orillas del Mapocho, y que suele tener de tarde en tarde algún tardio pero terrible despertar». Analizó la política del gobierno, los fraudes y violencias generales, el manifiesto propósito de destruir, de aniquilar la voluntad del pueblo. De los de arriba, empeñados en abatir la libertad y el derecho, dijo proféticamente: «esa es tina falanje que ha emprendido ya su marcha y que caminará siempre, siempre hacia el abismo». En sus palabras está ya contenida la revolución de 1891: « ¿Hay alguien de vosotros -preguntaba Vicuña a la Asamblea-que no comprenda que se nos conduce a sabiendas al abismo? ¿Hay alguien de vosotros , que no presagie dias de luto y de dolor en esta lucha a muerte entre el país libre y soberano y los que pretenden ser sus cobardes amarradores?»

La oración del candidato, en aquella reunión memorable, concluyó con una hermosa frase en que, aludiendo al atentado reciente, ponía su vida al servicio del pueblo. «Esa vida está aquí, -dijo- como en Angol, como en todas partes, inerme, confiada y a disposición del que quiera tomarla, porque debéis saber, ciudadanos, que yo he emprendido este viaje, que comenzó el pasado 28 de Diciembre y acabará el 25 de Junio del año en que vivimos, sin llevar otras armas sobre mi pecho que mi amor al pueblo y sin llevar otras custodias que me guarden las espaldas que ese mismo amor. Los chilenos no encontrarán jamás sobre mi cuerpo otro acero que el de la humilde pluma con que he trazado la gloria de los que fueron grandes por el derecho, la ley y el patriotismo» (245).

Tres días reposó Vicuña en Valparaíso, al lado de los suyos, y el 6, acompañado por diversas comisiones populares, emprendió la última etapa, en dirección a la capital. En las ciudades del trayecto se le tributó manifestaciones entusiastas. En Llay-Llay, por ejemplo, bellas mujeres engalanadas «cubrieron de flores el trayecto» y Vicuña, «contestando a una patriótica arenga del ciudadano don Ricardo Molina, recordó los días felices de su niñez».

El tren penetró a las doce y media en la Alameda de Matucana. Santiago le reservaba la más triunfal de sus recepciones.

«El Ferrocarril», diario mesurado, enormemente parco en sus informaciones, decía en el número de 7 de Marzo: «Nunca, desde la entrada de los prisioneros de la Covadonga en 1866, había presentado nuestra Alameda un espectáculo más extraordinario y animado que el que ofreció en la mañana del domingo último. A las 11 A. M. los hilos de gente que desde temprano se dirigían a la estación comenzaron a convertirse en verdaderos ríos humanos. Los carros iban cubiertos hasta el tope. Centenares de coches particulares, con familias vistosamente engalanadas se dirigían también hacia la estación. El movimiento era extraordinario. Sé veían muchas insignias, letreros y banderas a lo yankee. A las doce la estación ofrecía el aspecto de una inmensa y zumbadora colmena. Todo estaba ocupado, la plataforma, los patios, las rumas de sacos y barriles, los rieles mismos. Sin las precauciones del jefe de estación, señor Espinosa, habría ocurrido más de una desgracia que deplorar. Cuando se presentó el tren se colocó una bandera roja y aquél se detuvo frente a la Exposición. Desde allí avanzó el tren lentamente y entró al paso, de carreta hasta la plataforma».

La acogida popular fue frenética. Tras ruda batalla, la comitiva pudo dejar el recinto y obtener que el pueblo no arrebatase a Vicuña Mackenna. Dirigióse el río humano hacia él Circo Trait, escoltando el carruaje del candidato. -«Cuando el señor Vicuña llegó a éste, estaba ya completamente ocupado por una multitud increíble que invadía hasta los techos y que no era, sin embargo, sino la tercera parte de la gente que afluía a aquel recinto»- añade «El Ferrocarril».

Al anunciarse que Vicuña Mackenna iba a hablar, millares de sombreros y voces enronquecidas batieron el aire.

«El espectáculo que en estos momentos ofrece la capital, dijo, es una gran lección para los hombres de fe y para los hombres de constancia». Y después de analizar extensamente las fuerzas morales que debían tornar invencible su candidatura, si era respetado el derecho de los pueblos, terminó con una noble exortación: «Ciudadanos: voy a concluir, y mis últimas palabras son para incitaros al respeto de la ley, al respeto de la Constitución y así bajo la égida del derecho común unámonos todos en la fe, en la disciplina, en la ley, y sobre todo unámonos en la urna venidera y ya entreabierta; y Chile nos habrá debido la desaparición del más abominable y del más desvastador de los flagelos que han consumido su noble vida, el flagelo de la intervención, es decir, la sustitución de la voluntad de un usurpador al derecho y a la voluntad de dos millones de hombres libres».

Durante su discurso, en múltiples interrupciones, la multitud, de pie, gritaba ensordecedoramente: «¡Viva Vicuña Mackenna! ¡Viva el redentor del pueblo! ¡Viva el amigo de la clase obrera!»

 

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Notas

 

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Notas

240

«Este viaje ha durado sólo tres semanas y ha bastado para conmover al país entero como un sacudimiento eléctrico, desde la capital hasta Angol».
Véase El Viaje del señor Benjamín Vicuña Mackenna a las Provincias del Sur (Febrero 14-Marzo 5 de 1876). Valparaíso, 1876.
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241

De esa comitiva formaban parte, entre otros, don Federico Valdés, delegado de la junta central del partido Liberal Democrático; don Víctor A. Bianchi, delegado de la Asamblea Democrática de Valparaíso; don Luis C. Garfias, delegado de la clase obrera de Santiago; don Jorge Gaymer del Río, secretario particular de Vicuña Mackenna; el orador don Pedro Nolasco Donoso, que se incorporó en Lontué. Y desde Talca el ilustre Isidoro Errázuriz.
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242

Las autoridades locales no cesaron de hostilizar a la comitiva de Vicuña. En todas partes se intentaban contra-manifestaciones llevando a su cabeza bandas militares, bien que detrás sólo seguían los empleados públicos.
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243

El criminal huyó, asegurándose que era un tal Ventura Castro, partidario del señor Pinto. Más tarde se logró establecer diversas responsabilidades que Vicuña Mackenna, con su característica magnanimidad, se negó a perseguir. Después del atentado Vicuña recibió atención médica de los cirujanos de ejército Birch y Stevens, quienes manifestaron que la herida no ofrecía gravedad, pues el sombrero lo había protegido.
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244

El gobierno, por medio de las autoridades y policía de Valparaíso, «había hecho. los más villanos esfuerzos por dominar el entusiasmo popular», empleando garroteros, pasquines, «prohibiciones a los empleados públicos», etc.
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245

«Al concluir el señor Vicuña Mackenna-dice una relación que tenemos a la vista-la asamblea le hace una ovación inmensa. Ramos de rosas, coronas de encina y de laurel y una verdadera lluvia de flores cubre la plataforma donde están los oradores.
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