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Fuentes Bibliográficas
Homenaje a Vicuña Mackenna Tomo 2º.
Capítulo LIX.

Terminada su jira por las provincias, Vicuña, desde su cuartel general de Santiago, activa los trabajos. En todo está y todo lo advierte su mirada. La actividad que desempeña es inaudita. El número de secretarios a quienes dicta simultáneamente ha llegado -caso increíble- a seis, y estos recogen en el papel sus pensamientos e indicaciones. Isidoro Errázuriz comparte aquel cúmulo de acción llenando las funciones de primer lugarteniente. El candidato no podía haber encontrado ayuda más eficaz ni adhesión más leal que la de aquel ilustre ciudadano cuyos talentos de pensador corrían parejas con el magno don de su oratoria. Errázuriz se encontraba en la plenitud de la fama y a los sortilegios de su voz de oro sé rendían las muchedumbres. ¿Cómo suponer que a todos los valores que rodeaban a Vicuña, a la fuerza gigante de su popularidad y a la grandeza americana y chilena de su obra no respondería el éxito más franco?

La intervención, la más sombría, y vergonzosa intervención de que haya recuerdo en la historia política de Chile, frustraría los anhelos nacionales.

Después de participar el candidato en dos manifestaciones sucesivas en San Felipe y Valparaíso, en que de nuevo recibe testimonio del ardor y adhesión de su pueblo, se efectúan las elecciones generales de congreso «en medio de la más desenfrenada intervención gubernativa, según apunta Donoso. El 26 de Marzo se habían verificado en forma similar las elecciones de municipales (246).

En vano Isidoro Errázuriz-en magistral discurso del año anterior (247) había señalado vigorosamente el crimen, la infamia moral que significa la intervención en contra de la voluntad del pueblo. Decía el tribuno en aquella oportunidad: «Elevemos, señor, nuestra conciencia sobre el mundo de miserias y preocupaciones en que nos mantienen 40 años de abusos y usurpación electoral. Confesemos que la intervención es un crimen que llevó, en sí caracteres tan odiosos y perversos como los peores crímenes que el Código Penal castiga. Es la usurpación del más sagrado de los derechos de un país. Es la usurpación, con calidad de abuso de confianza, porque la comete el depositario de la confianza nacional. Es la usurpación del poder supremo, que el jefe de una nación comete, pretendiendo continuar en el mando más allá del término legal, tras de la pantalla de un Presidente de su amaño.

Es, en fin, un acto más ilegítimo que el que comete el enemigo exterior que derriba las autoridades constituidas de un país» (248).

La intervención no reconocería vallas en 1876. El 17 de Abril las autoridades de Valparaíso, presididas por el famoso Intendente Echaurren, de quien dijera el diputado Errázuriz que era «el más alto de los criminales políticos de nuestro país, el más poderoso de los agentes de la usurpación y la ilegalidad» (248), provocaron una masacre. Las tropas, so pretexto de ser atacadas por los vicuñistas, hicieron fuego sobre el pueblo, produciéndose varias muertes y quedando en el campo no pocos heridos.

Días más tarde, con fecha 29 del mismo mes, numerosos senadores y diputados, encabezados por Vicuña Mackenna, elevaron una representación a la Comisión Conservadora, dando cuenta de los graves delitos electorales cometidos por el gobierno y pidiendo el cumplimiento del artículo 58 de la Constitución Política del Estado (249). Con anterioridad, el 13 de Abril, una extensa minuta fue presentada ala misma alta corporación por Vicuña, justo Arteaga y Errázuriz.

En memorable y muy documentado discurso, el candidato expresó: «Elijo al acaso un departamento cercano; pero es precisamente aquel en el que parecerla que todas las furias de una intervención insensata y criminal hubiese soltado sus serpientes para morder al pueblo hasta convertirlo en un ecce hommo; para devorar las leyes, el honor, la probidad, la justicia, la honradez, todo lo que constituye, en fin, el respeto de la administración pública, hasta convertir ésta en una asquerosa gemonía».

El panorama es el mismo en todas partes. Fraude, violencia, persecución. Y aún en los casos de apariencia menos gravé, como el de Limache, las tropas proceden a rodear las mesas, cargando a bala sus carabinas «en presencia de los primeros grupos de tímidos electores que llegaban». Con lo que se hacía «de cada mesa un campamento y de cada urna un botín de presa y de saqueo».

«Acompañada a la presentación a que se ha dado hoy lectura en esta Sala, continuaba Vicuña, corre copia de la orden general con que el señor Echaurren se preparó al augusto acto electoral de Marzo y de Abril, poniendo sobre las armas hasta los individuos de las bandas de música de los cuerpos cívicos, último resto del numeroso ejército con que había abierto la campaña electoral en la provincia de su mando.

«Allí están tomadas todas las posiciones extratégicas, señalados los puntos avanzados, las reservas, el cuartel general, todo, en fin, como en un día de .batalla y cual si se hubiera copiado sobre la orden del día de aquella mañana de luto y de vergüenza nacional que se llama el bombardeo de Valparaíso».

«¿En qué país estamos, señor Presidente? -añadía el orador- ¿A dónde vamos a parar? ¿En cuál de las pendientes por las que se resbala la autoridad deberá ésta detenerse, si todas conducen al abismo? Entre tanto, lo que pasa en Chile no acontece ni en la India ni en la Turquía, porque allá los visires responden con su cabeza de los desmanes, y aquí es el pueblo, que suele llevar su resignación hasta la impasibilidad y su paciencia hasta el martirio, el que sufre siempre sobre su cabeza, sobre su corazón y sobre su espalda, los caprichos del gran visir favorito. Por esto ha sucedido que ese pueblo magnánimo de Valparaíso, constituído en defensor pacífico, pero. resuelto y sublime, del derecho escamoteado en todas partes y de la ley vilipendiada, en la aldea como en la Moneda, ha sido arriado en verdaderas manadas a las cárceles, donde gime todavía la mayor parte de los hombres que en aquella ciudad sienten que el corazón de los chilenos no ha dejado todavía de latir».

La Comisión Conservadora no resolvió sobre las reclamaciones que, en su minuta, Vicuña, Arteaga y Errázuriz, con delegación de todos los parlamentarios reclamantes habían reducido a tres puntos principales: cambio de intendentes y gobernadores en los departamentos en que había triunfado la oposición, concentración de fuerzas militares en Santiago y falsificación de documentos en las elecciones de municipio de la capital. Adujo aquel alto cuerpo la proximidad de la reunión del Congreso en período de sesiones ordinarias (250).

También el Senado había de poner oídos de mercader. Era la universal complicidad en el crimen que todas las autoridades llamadas constitucionales sancionarían con culpable flaqueza.

Pero el Candidato de los Pueblos no era de aquellos que se rendían sin antes quemar el último cartucho de las posibilidades. «El fracaso de la apelación ante la Comisión Conservadora -escribe Donoso- no llevó el descorazonamiento y la desesperanza al esforzado ánimo de Vicuña Mackenna. Sigue consagrado de lleno a sus empresas políticas, va de un punto a otro, habla, escribe y se multiplica por todas partes. Su actividad es portentosa».

El domingo 21 de Mayo, ante inmensa asamblea de partidarios, reunidos en el Teatro Lírico de Santiago, el candidato dio cuenta de la situación del partido Liberal Democrático, creado alrededor de su programa presidencial, del desarrollo que adquiría y de la necesidad de conservarlo vivo y unido aún en medio de los mayores contratiempos. Pasó revista, en su discurso, al dramático espectáculo que presentaba el país intervenido y no sin melancolía recordó como muchos iban rindiéndose con miedo de los que mandaban o a los halagos del cohecho. De los hombres públicos liberales que parecieron dispuestos a combatir la política intervencionista de Errázuriz, muy pocos quedaban en sus puestos, fieles al propósito liberador. «Todos los demás están postrados o están de rodillas».

Comenzaban las defecciones. Los conservadores, sin embargo, trataban aún de mantenerse en la línea de fuego. El 20 de Mayo su órgano oficial El Independiente publicaba editorialmente un comunicado de la directiva de aquellos, que hacía honor a su propósito de defender las libertades públicas amenazadas y los derechos conculcados. Decía : «Por lo mismo que nuestro partido no tiene contraído ningún compromiso explícito y formal con el candidato del partido liberal democrático, puede ser conveniente, y en todo caso nos es grato declarar- que nuestra actitud de hoy es exactamente la misma que teníamos antes de la elección de miembros del Congreso y de las Municipalidades. Hoy como entonces y con más motivos que entonces, reconocemos las relevantes cualidades del candidato del partido liberal democrático y la parte preponderante y verdaderamente decisiva que ha tenido en el despertamiento del espíritu público y en la resistencia organizada contra la intervención. El señor Vicuña Mackenna que, fiel a sus convicciones y respetuoso de las ajenas; no ha podido exigir ser proclamado candidato del partido conservador, ha sido su aliado constante en la campaña contra la intervención gubernativa, y en esa campaña, por su actividad infatigable, por su patriotismo ardiente y por su sinceridad nunca. desmentida, ha sabido conquistarse de entre los que militan en nuestras propias filas adhesiones importantes y calurosas simpatías. Aún los mismos que no pueden acompañarlo en sus esperanzas, lo acompañan con sus votos, y hasta los más intransigentes con el político, muestran su estimación al hombre y prodigan justos y merecidos elogios al patriota. Hoy como entonces mantenemos nuestra protesta contra el candidato que don Federico Errázúriz impuso a su «partido y contra el presidente que por medio de la fuerza y del fraude trata de imponer a la República».

El 7 de Junio, leído ya por el Jefe del Gobierno último mensaje inaugural de las Cámaras en el que se contenían promesas de prescindencia que eran una nueva burla al país, Vicuña pronunció extenso discurso en el Senado, anunciando la presentación de un voto de censura al gabinete. Y en las sesiones de 14, 16 y 19 de junio contestó los discursos en que astutamente procuraba el Ministro del Interior desvanecer los cargos de la oposición. En sus oraciones parlamentarias, filípicas en que palpitaba hondo desprecio a los funcionarios que traicionaban sus más sagrados deberes, examinó, una vez más, el mapa político de todo el país, analizando como la intervención doblaba las frentes cobardes, encontraba cómplices en los serviles y violaba la voluntad y los derechos del pueblo.

Las quejas eran universales. En Quillota un oficial de artillería había puesto el cañón de su pistola en la sien de un presiente de mesa, que resultó ser don Nemesio Vicuña, hermano del candidato, y en Valparaíso un vicuñista era asesinado a puñaladas, fugando el asesino con ayuda de la policía. Por todas partes sangre, atentados, presión brutal de los representantes del poder. ¿A quién acusar? « Hay sólo un acusado único y supremo -exclamaba Vicuña Mackenna- y ese acusado es el Gobierno del excelentísimo señor don Federico Errázuriz». Altamirano protesta, la barra ahulla y el candidato dice, calmando la tempestad que los suyos forman,: «Pero ni por más alta que truene la voz de Su Señoría alcanzará jamás a apagar aqui ni en parte alguna la voz de la verdad». El impasible jefe del gabinete parece desconcertarse por primera vez en su vida. Y Vicuña lee documentos, telegramas, cartas, copias de procesos, testimonios judiciales. Es una montaña de papel y de ignominia que no logrará sepultar a la mayoría del Senado, pues para ésta y para el gobierno los crímenes electorales no pasaban, aún costando sangre, de ser pasatiempos y habilosidad de mandones. ¿Y el pueblo, la Constitución y las leyes? Pero que se le importaba de las leyes, de la constitución y del pueblo a los señores que representaban en la Moneda a una oligarquía política, de cuyas filas comenzaban a desaparecer los aristócratas que antaño actuaran con más inteligencia y dignidad (251).

Y Vicuña, sacudiendo el látigo sobré la cobarde complacencia de los senadores ante el despotismo del gobierno, enrostró «el silencio del Senado en la ocasión en que el Ministro del Interior, saltando ya la última barrera del decoro, del respeto de la ley y de la conciencia pública, osó declarar en este augusto recinto que haría ocupar militarmente todas las mesas electorales del país, lamentando no tener bastantes soldados ni bastantes fusiles para que no quedara un sólo rincón del país electoral sin la custodia de las bayonetas en la jornada del 25 de Junio».

Su oración de aquella tarde concluía con golpe de Vigorosa elocuencia expresando que «si después de sesenta años de ensayos de vida tranquila y de vida democrática, hemos llegado a la postre de esta administración gloriosa del gobierno Errázuriz, a la conclusión de que no es posible hacer uso del derecho de sufragio, sino entre el silbido de las balas y entre las patas de los caballos de los cazadores, como lo promete Su Señoría, forzoso es reconocer que esta orgullosa tierra de Chile ha caído en fosa tan honda de podredumbre y perdición moral, que más valdría a los hombres de corazón y de patriotismo doblar la frente al viejo yugo y vivir como los mansos, los resignados y los cobardes de otros siglos, en medio de la paz de las sepulturas, haciendo de Chile la tumba de Chile mismo».

Vicuña Mackenna presentó la moción de censura ministerial en sesión de 19 de Junio. «El Senado declara: Que el Ministerio no merece su confianza».

No era difícil presumir el resultado de una moción semejante. La mayoría oficialista a que habían unido su voz y su voto muchos de los hombres que combatieran en otro tiempo los vicios y los crímenes electorales que ahora sancionaban con su apoyo moral y material, se apresuraron a rechazarla. Los viejos caudillos se rendían o renegaban del pasado, sin que faltasen pretextos y excusas para procurar la justificación de tan triste actitud. Fuera de excepciones rarísimas, sólo Vicuña Mackenna y los suyos permanecían fieles al ideal, sirviendo, como siempre, los anhelos de rebeldía del viejo tiempo. Para él y para ellos no había pasado la vida que derrumba altares y desnaturaliza los arrestos generosos. El ideal no había muerto y el caballero manchego seguía trotando por los campos yermos con la lanza en alto y el corazón palpitante.

Si el ideal no había de morir, si era la suya hora de sembrador, ¿qué importaban las traiciones, los renuncios, las heridas y los calvarios?

El Candidato de los Pueblos, en 1876 cayendo triunfaba.

Y para alcanzar ese triunfo en la derrota misma luchó hasta el último instante. En sesión del Senado del 23 de Junio, pronunció largo y elocuentísimo discurso. Días más tarde, en sesión de 28 del mismo mes, puntualizó los resultados obtenidos en el debate, que equivalían al reconocimiento oficial de la intervención gubernativa. Dijo: «Respecto de la segunda faz de la cuestión, esto es, la prueba de la intervención, ha quedado todavía mucho más en claro, porque ya no sólo no lo niega ni el ministro responsable, sino que le ayudan a confesar su culpa sus más ardientes amigos, como el honorable señor senador por Curicó. Se agrega a esto hoy el alto testimonio del honorable senador por Aconcagua, cuyo elocuente discurso acaba de oir el Senado. No ha sido, pues estéril este debate, cualquiera que sea su desenlace, ya previsto, en la votación. Sabemos bajo qué garantías se habrían verificado las elecciones de Presidente, si éstas hubieran tenido lugar».

El proyecto de censura recibió 19 votos en contra y 5 a favor. Apoyaron a Vicuña Mackenna los senadores Pedro León Gallo, fiel a las nobles tradiciones libertarias de su vida, Lorenzo Claro y Ursicinio Opazo. ¡Nada más. Nadie más!.

La situación política en vísperas de las elecciones presidenciales se había tornado insostenible. Todos los funcionarios correctos se encontraban sustituidos por interventores de marca. Las calificaciones estaban en poder de las policías que se encargaban de recogerlas con los procedimientos ordinarios. En el Congreso imperaba una mayoría gobiernista definida. Dentro del campo de Vicuña existían divisiones, pues algunos políticos vicuñistas, afiliados al partido Liberal Democrático, acusaban a los conservadores de inconsecuencia (252). Oídas por Vicuña Mackenna las explicaciones de la directiva conservadora las aceptó con elevado propósito de mantener cohesión en los únicos campos que se mostraban fieles a los derechos del pueblo, cabiendo al histórico partido pelucón -compuesto entonces por tributos y dirigentes que supieron realizar con nobleza su tarea- el alto honor de merecer la gratitud y las simpatías de las masas trabajadora..

Ir a las elecciones parecía esfuerzo inútil. Vicuña y sus amigos comprendieron que era grave responsabilidad la de arriesgar vidas en una batalla en que las bayonetas y las balas del gobierno dirían fatalmente la última palabra. Había que contener el entusiasmo de los obreros y poner, con dolor, riendas a su heroísmo.

No parecía quedar otro camino que el del sacrificio.

Reunida la Junta Directiva del partido Liberal Democrático, a las tres de la tarde del 20 de Junio de 1876, se acordó la abstención general en todo el país. Durante el amplio debate-en que terciaron, los senadores Claro y Opazo, y los ciudadanos Acario Cotapos, Némesio Vicuña; José Antonio Tagle, Abelardo Núñez, y Federico Valdés-Vicuña Mackenna dijo que el país se encontraba ante un gobierno de hecho y que él al consultar a sus amigos, a cuya opinión se inclinaría, no siendo posible ir a la lucha general, estimaba debía hacerse un esfuerzo en determinados puntos en que se podía librar batalla, pues así lo exigían sus partidarios. El, por su parte, expondría la vida en el sitio de mayor peligro. Después de hacer balance de la situación general, añadió que él no quería tomar por sí mismo resolución alguna ante el peligro de sacrificar «una sola vida en uña lucha desesperada» (253).

Resuelta la abstención se decidió comunicar tal acuerdo a toda la República. Aprobóse por unanimidad, a propuesta de don Anacleto Montt, el siguiente voto: «Desde hoy el partido liberal democrático hace suyo el programa del 6 de Mayo, que se ha mantenido incólume, y a su sombra seguirá luchando por los principios de libertad, reforma, trabajo y moralidad que forman su base y sus aspiraciones».

A esa histórica sesión, que fué presidida por don José Santos Ossa, asistieron, a más de Vicuña Mackenna, los siguientes políticos y dirigentes obreristas afiliados a la causa de Vicuña: Lorenzo Claro, Ursicinio Opazo, Hipólito Acevedo, Jerónimo San Martín, Leopoldo Cordero, Juan Domingo Tagle A., José Filomeno Cifuentes, Tadeo Munita, Eugenio Suárez, Nemesio Vicuña, Alberto Mackenna, César Valdés, Abelardo Núñez, Manuel A. Concha, Daniel Espejo, Carlos Vicuña Guerrero, Anacleto Montt Pérez, Juan de Dios Morande, José Antonio Seco, José A. Tagle, Vicente Larrain Aguirre, Acario Cotapos, Buenaventura Sánchez, Onofre Franco Reynals, Ricardo Vicuña, Tomás M. Paz, Francisco Mesa, Federico Valdés y Luis C. Garfias (254).

En sesión celebrada por la junta, al día siguiente, Vicuña Mackenna «leyó el Manifiesto que iba a dirigir a los pueblos, el cual fue aprobado en todas sus partes» (255).

En ese Manifiesto, fechado en Santiago el 24 de junio de 1876, expresa las razones que hacen necesaria la abstención, a juicio de sus amigos políticos, pues es preciso «que los chilenos sepan cuáles motivos la han inspirado, qué razones la justifican, cuáles propósitos la enaltecen».

«Hemos combatido -dice en aquel documento- día por día, hora por hora la intervención». El país ha visto «que en donde quiera que nuestra causa había tenido medianas garantías de triunfo, se había puesto a la puerta de las urnas un sableador, un carcelero o un más ínfimo funcionario todavía, cuya minuciosa y triste nomenclatura me ha cabido el deber de apuntar ante el Senado durante cinco sesiones consecutivas. Y ha oído que el jefe ostensible de ese partido ha declarado terminantemente ante ese mismo cuerpo del Estado, bajo la autoridad que inviste, que el gobierno, pisoteando las pocas garantías que quedaban todavía en pie, entre los escombros de la ley hecha pedazos por el fraude, convertiría a la República entera en un campamento militar y trataría a cada ciudad, a cada aldea, come fueron tratadas el lúgubre 26 de Marzo las aldeas de San Ignacio y Cobquencura».

En semejante estado de cosas, ¿qué era preciso hacer? «no quedaba sino dos partidos que tomar, expresa Vicuña: o batirse a muerte o abstenernos totalmente para hacer de la jornada del 25 de Junio, no una batalla cuyas lástimas y horrores caerían al fin sobre nuestra bandera, sino una ceremonia fúnebre en que no hubiese en todo el país sino una urna figurada y colosal para depositar en ella el cadáver del derecho amortajado en el sudario de la ley escarnecida».

El, personalmente, habría sido partidario de batirse, tomando posición de soldado entre los hijos y los representantes del pueblo, pues no era posible olvidar que en Roma «tres Horacios bastaron para salvarla». Pero la mayoría de sus amigos quiso otra cosa (256). Obedeciendo a ella añadía, con incomparable nobleza de alma: «Yo os pido, por tanto, os sometáis y obedezcáis con ánimo sereno, como yo lo hago, a ese duro pero ya indispensable mandato de la situación y del deber. Guardo en mi pecho la' más profunda gratitud por todo lo que habéis hecho; y la mejor manera de convertir esa gratitud en culto de mi alma eterno y sublime, es que, estando a la vista de los conculcadores de todo derecho y de toda justicia, sepáis refrenar los ímpetus del corazón magnánimo y os resignéis al ultimo sacrificio con la alegría y la entereza con que yo lo hago. Debéis creerme cuando os digo que el único holocausto verdadero que he hecho en esta larga y fatigosa campaña ante mi patria y ante vosotros, es el que consumo poniendo mi firma al pie de este Manifiesto que aconseja a los más valerosos hijos de Chile desbaratar su fila de batalla en presencia de los que han sido sus más cobardes provocadores y asaltantes. Pero, por otra parte, si no peleamos, queridos compatriotas, la última batalla del deber, no entregamos ni rendimos tampoco las armas, ni menos descendemos del asta santa del porvenir nuestra noble bandera. Al contrario, pura, inmaculada y gloriosa la clavaremos en el más alto mástil de la historia, y no para dormir a su sombra el sueño del esclavo ni- siquiera el del vencido, sino para custodiarla hasta que la hora llegue, para' el adalid incansable y para el amigo que nunca volvió la espalda al amigo, de confiárosla de nuevo».

Y recordando su divisa -«libertad positiva, moralidad política, democracia práctica»- concluía con estas hermosas palabras: «Esa es la divisa que he seguido y que he puesto en obra sin excepción de un solo día durante mi vida entera. Por eso, al cerrar esta página de sacrificio, porque es de abstención en el combate, pero que es a la vez de gloria porque es de sometimiento al deber, puedo y debo todavía decir con alma levantada a aquellos de mis compatriotas que no me conocen, que me observen y juzguen. A los que me conocen que me sigan: A los que me aman, como yo os amo a vosotros, nobles y abnegados amigos de todas las horas de la lucha que hoy termina, que se agrupen en derredor, no de mi nombre, sino de nuestro programa común que desde hoy es ya vuestro y del país, a fin de que así cooperemos todos a la empresa santa de redención del pueblo chileno».

Las elecciones presidenciales se llevaron a cabo al día siguiente en medio de la abstención general de los ciudadanos. Pareció aquel un día fúnebre en que los hombres libres sentían como en otras jornadas no menos amargas y deshonrosas de nuestra historia que era inevitable someterse al capricho de los que mandaban desde la Moneda, amparados, por encima de la ley, en la fuerza de las bayonetas y en el hábito de la servidumbre.

Durante las elecciones hubo, sin embargo, incidentes aislados. En San Felipe, por ejemplo, la fuerza de policía, mandada por el intendente, asesinó a un vicuñista. En numerosos puntos los partidarios de Vicuña intentaron organizar manifestaciones de protesta que fueron impedidas o disueltas. En muchas ciudades los electores suscribían espontáneamente actas en que se dejaba constancia de la indignación popular ante el crimen que cometía el oficialismo imperante.

Toda la prensa del país se hizo eco de la indignación pública. «El Mercurio» comentando el acto eleccionario en la provincia, decía: «Ayer Valparaíso ha recibido a brazos cruzados un nuevo bombardeo, pero esta vez contra la libertad» (257).

La abstención fue tan general en la República que, a pesar de los fraudes cometidos según práctica ordinaria en todas las mesas y de los miles de votos depositados por la policía a base de las calificaciones que ésta tenía archivadas -muchas de las cuales correspondían a difuntos o a personajes imaginarios, siendo la mayor parte arrebatada como precio de su libertad a innúmeros ciudadanos- los comicios arrojaron cifras elocuentes. En la capital, verbigracia, sobre 14,700 calificados aparecieron votando 4,800 electores (258).

Así, proporcionalmente, ocurrió en todo el país, quedando electo don Aníbal Pinto para el período seudo-constitucional que debía iniciarse el 18 de Septiembre de aquel año (259).

Leyendo la prensa de la época se puede observar la unánime reacción de la opinión nacional ante el inmenso fraude. Se había creado una pseudo-constitucionalidad de la que todos tenían conciencia clara. En adelantey hasta 1891 las palabras República y Democracia carecerían políticamente de sentido.

Examinemos los diarios más representativos:

«En el fondo, -decía «El Independiente» (Junio 23)- nuestro gobierno no es republicano sino monárquico electivo, en que el rey gobierna por cinco años y tiene de hecho la facultad de designar a su sucesor y de nombrar las mayorías de ambas cámaras. Bajo semejante régimen la influencia que tiene la opinión en la marcha de la política es bien pequeña, ya que sólo puede hacerse sentir por medio de unos cuantos representantes independientes introducidos en el congreso a despecho de la intervención».

En vísperas de la comedia eleccionaria escribía el ilustre don Crescente Errázuriz en «El Estandarte Católico»: «Creemos firmemente que para encontrar algo semejante a lo que hemos visto, para encontrar una intervención más descarada, un despotismo eleccionario más sin freno, un desprecio y opresión mayor de la voluntad popular, sería menester echar la vista a alguna de esas épocas luctuosas por que suele atravesar una nación bajo la más vergonzosa tiranía. Habría sido extraña alucinación en un hombre político esperar que el día de mañana luciera para Chile con siquiera un rayo de libertad. A no retirarse de la arena el señor Vicuña, habríamos sido testigos de nuevos y numerosos crímenes y habríamos tenido, sin duda, que deplorar otras víctimas y más sangre derramada inútilmente en defensa del derecho del elector oprimido por las bayonetas y por el sinnúmero de agentes que el ejecutivo tiene repartidos en toda la república, no para atender a las necesidades del pueblo sino para ahogar la expresión de su voluntad». Y del candidato añadía este juicio: «Su actividad no ha tenido ejemplo y probablemente no será superada jamás entre nosotros; ha conseguido despertar de un confín a otro de la república ardientes y numerosas simpatías; se ha visto por todas partes aclamado y auxiliado poderosamente; ha manifestado cualidades sobresalientes de organizador al reunir y ordenar en cada departamento las dispersas huestes de partidarios que no tenían más lazos que su entusiasta simpatía. En una palabra, el señor Vicuña ha sabido despertar por doquiera el espíritu público y ha dado brillantes muestras de ser un grande organizador político» (260).

«El Mercurio», elogiando el propósito de abstenerse, como único medio de evitar sangrientos excesos, decía: «Es lo que han hecho, y por ello les debe el país eterno reconocimiento. Lo que es al señor Vicuña Mackenna, le debe más que eso:sincero amor, inestinguible entusiasmo, profunda admiración. Desde que Chile se organizó en República, el pueblo no ha tenido un adalid más animoso, más noble, más bien intencionado. Su cabeza, siendo volcánica, no ha sido la fragua de planes incendiarios. Al revés, en ella han tomado forma cuantos recursos puede inspirar una hermosa causa. Su palabra y su pluma no han hecho sino obedecerle en su digno propósito. A donde quiera que ha llevado su entusiasmo cívico, le han seguido los resplandores de su genio y de su alma». Y concluía el editorial en estos términos: «El señor Vicuña Mackenna no ha sido vencido en buena lid, sino inmolado por los que han dado muerte alevosa a la libertad del sufragio».

Tal era el tono general de la prensa de todo el país (261).

Antes de cerrar este capitulo cabe referir uno de los más altos razgos éticos de la vida de Vicuña Mackenna, desconocido hasta hoy por sus biógrafos y acaso por la inmensa mayoría de sus admiradores. Sobre él, por primera vez, vamos a levantar el velo de un largo silencio.

Semanas después de la elección y cuando se aproximaba el día en que debía expirar el mandato presidencial de
Errázuriz, llegó a Vicuña una extraña petición de audiencia. Ciertos jefes militares solicitaban conversar con él reservadamente. Recibiólos en su casa del Camino de Cintura (262), en su propio dormitorio. Era un grupo selecto, en que figuraban jefes de cuerpo y miembros altamente graduados que tendrían honrosa actuación en la guerra del Pacífico y alguno muy destacada en el período revolucionario de 1891. «Señor, le dijeron, ante la violación de la voluntad del pueblo perpetrada por S. E. el Presidente de la República en las últimas eleciones y consciente todo el ejército de que el elegido del pueblo, es Ud., queremos manifestarle nuestro propósito de derrocar al gobierno y de colocarlo a Ud. en el sillón presidencial el próximo 18 de Septiembre, a fin de que se respete la voluntad del pueblo. Señor, hemos venido a ofrecerle nuestras espadas». Vicuña Mackenna respondió sin vacilar: «Amigos míos, desde el fonda del alma yo les agradezco este ofrecimiento, tan sincero como espontáneo, pero no puedo aceptarlo. Yo que repudio la intervención civil debo también condenar la intervención militar. Ningún gobierno impuesto por la fuerza de las armas puede ser grato al corazón del pueblo. Mi sacrificio y el de mis amigos es necesario, puesto qué es un mal menor. Nosotros no podemos dar tan mal ejemplo. La posteridad no nos lo perdonaría. Respetemos el poder constituído civilmente aún cuando su origen sea espúreo y luchemos dentro de la legalidad por evitar mañana la repetición de los errores y de los crímenes cometidos hoy. Así serviremos mejor a la patria y a la América (263).

 

 

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Notas

246

Ya en las elecciones municipales había comenzado a manifestarse la intervención oficial en forma sangrienta. En una relación publicada en «El Ferrocarril» del día 2 y que Vicuña Mackenna leyó ante el Senado en sesión de 16 de junio, decía aquél: «¿Sabéis lo que he hecho hoy apenas bajé del tren? dije a los habitantes de Valparaíso.. . Mi primera visita fué al hospital, y allí pude estrechar la mano todavía ensangrentada de ese noble anciano, de ese hombre de bien, de ese padre virtuoso, de ese esclarecido ciudadano que se llama Gregorio Iglesias, y que por haber cumplido tranquila y honradamente su deber fué arrancado de su hogar en la tarde de la derrota por todas las furias del despecho, y derribado a palos y amarrado por un brazo al pehual de un potro, menos salvaje que el que lo montaba, para ser conducido y arrastrado, a pesar de su edad y de su excesiva corpulencia, durante diez cuadras, al galope del caballo y para ser saqueado en seguida y encarcelado en un inmundo calabozo de la policía. Eso, ciudadanos, no lo hacen ni los beduinos, ni los indios pampas; pero ya que el crimen villano está consumado, demos todos un viva a ese noble mártir de la lealtad política y procuremos honrarle siempre con nuestro respeto y nuestro cariño. Del hospital, ciudadanos, me dirigí a la vecina calle del Olivar, y ahí, en una habitación humilde, encontré en el lecho del dolor, pero animosos y alegres, a otros héroes de la jornada del deber. Allí estaba Rómulo Melacho con su brazo atravesado desde el hombro por una bala, y un hombre del pueblo, José Ignacio Garay, valiente, callado y sufrido como vosotros. Una bayoneta le había atravesado el costado, y tenia todavía sobre su cuerpo la camisa cuajada de sangre con que había restañado su herida, porque ese hombre, que tal vez no tiene más prenda de vestido que ese pedazo de lienzo sangriento, es más fiero, más noble que esos miserables que viven de los millones de la nación y a quienes se les paga un razguño hecho en la oficina del ocio con su corta-plumas, con licencias sin límites para entregarse a las orgías de la política en esta ciudad y en todos los pueblos de la provincia. Garay no sólo no ha pedido nada por su sangre, sino que la ha ocultado, porque no creía que era un mérito haberla vertido sosteniendo su puesto».
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247

Sesión de la Cámara de Diputados de 2 de Septiembre de 1875.
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248

Acusación al Intendente de Valparaíso. Sesión de la Cámara de Diputados de 20 de junio de 1876. Véase Obras de Isidoro Errázuriz (Biblioteca de Escritores de Chile, edición prologada por don Luis Orrego Luco), tomo I.
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249

En esa presentación, entre otras muchas, figuraban las firmas de Vicuña Mac-kenna, diputado por Talca; Zorobabel Rodríguez, diputado por Chillán; Justo Arteaga Alemparte, diputado electo por Valparaíso; José Eugenio Vergara, Senador electo de Aconcagua; Rafael Larraín Moxó, Senador; Jerónimo Urmeneta, id; Isidoro Errázuriz, diputado por Cauquenes; José Tocornal, diputado por Curicó; Ventura Blanco Viel, diputado electo por Santiago; Nemesio Vicuña, diputado por Illapel; Abdón Cifuentes, id. por Santiago; José Ramón Contreras, Acario Cotapos, Manuel T. Tocornal, Félix Garmendia, etc.
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250

Tan adentrada en la conciencia nacional estaba la convicción de que nada harían los poderes legislativos para evitar la desaforada intervención del gobierno que uno de los líderes opositores, el insigne y cáustico Arteaga Alemparte, ponía fin a su editorial de «El Ferrocarril» de 13 de Mayo con, estas palabras: «Señores de la excelentísima Comisión Conservadora, vuélvanse ustedes a sus casas.
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251

Dirigiéndose a Altamirano, añadía Vicuña esta frase de fuego, que señala la realidad electoral de la época en forma azás justa y gráfica: «¿Por qué después de haber lanzado sus ya famosas declaraciones de que la próxima lucha electoral sería sólo un palenque de soldados, una función militar, al gusto de los gobernadores, de los subdelegados, por qué no hizo su señoría una cosa más breve, más patriótica y más lógica? ¿Por qué no dejó su asiento de Senador y fué su señoría a encerrarse diez minutos en su gabinete de Ministro y presentó en seguida a la firma de S. E. un proyecto de decreto o un proyecto de acuerdo suprimiendo por un solo artículo (como el Art. 67 de la ley actual, por ejemplo) todo el régimen electoral, estableciendo que desde el presente año de gloria y libertad, a fin de evitar la peste de las intervenciones y de los perjurios, el Presi-dente de la República se encargaría de nombrar por listas alfabéticas todos los poderes públicos y en terna o a la suerte su sucesor? »
En aquel discurso trazó Vicuña Mackenna un cuadro sombrío-vivisección política acabada--de la moral política y del respeto a las. libertades bajo la administración Errázu-riz. En ese cuadro se advierte, en germen ya, la revolución que en 1891 sacudiría honda y vitalmente al país.
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252

En tumultuosa asamblea vicuñista se produjeron altercados entre liberales y conservadores, a los que puso término Vicuña Mackenna pronunciando nobles palabras de paz.
En su Manifiesto del 24 de Junio, aludiendo a la colaboración que los conservadores prestaron a su candidatura, se expresa Vicuña en los siguientes términos: «Por otra parte, el honrado y sincero partido conservador había mantenido intactos los compromisos de su alianza de hecho, y de ello dan preclaro testimonio los nombres de sus más distinguidos ciudadanos que figuran, a la par con otras prominentes personalidades de otros partidos políticos, en nuestra lista de electores por el departamento de Santiago».
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253

Acta de la sesión de 20 de junio de 1876 celebrada por la Junta Directiva del partido Liberal Democrático.
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254

Por encontrarse llenando otros deberes de la causa no estuvo presente don Isidoro Errázuriz. El general Venegas no concurrió por enfermedad.
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255

Firman el acta de esas dos sesiones José Santos Ossa, presidente de la junta; Juan Valdivieso Amor, José Antonio Tagle, Federico Valdés V., y Anacleto Montt P., secretarios.
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256

Un grupo numeroso de sus partidarios estaba dispuesto a ir a la lucha y combatir personalmente en contra de las fuerzas interventoras el día de las elecciones. «Según ese propósito, dice Vicuña-que fue aceptado por todos con generoso ardor, y no como un sacrificio sino como una gloria, se habrían dirigido a la madrugada siguiente a Valparaíso nuestro digno presidente del Directorio don José Santos Ossa, allí presente y animoso, Lorenzo Claro, Isidoro Errázuriz, Sánchez, Contreras y el que esto firma, para que allí. el mandón de esa ciudad heroica hubiera saciado su apetito... Juan. Valdivieso Amor y Anacleto Montt habrían ido a Casa Blanca; Federico Valdés, Félix Echeverría y Juan de Dios Morandé a Quillota; Lindor Castillo, Erasmo Oyáneder y Manuel Larraín Pérez a San Felipe; Juan Domingo Tagle, Guillermo Mackenna y Filomeno Cifuentes a los Andes; Manuel Guerrero, José Undurraga y Nemesio Vicuña a Melipilla; Carlos Undurraga, José Antonio Tagle Arrate a Illapel y Combarbalá; Hipólito Acevedo Alberto y Félix Mackenna y .Tomás Paz a Rancagua; César Valdés y Eugenio Suárez a Caupolicán; Manuel Antonio Concha y Carlos Portales a Lontué; Ursicinio Opazo y Abelardo Núñez a Talca, y a los pueblos del sur del Maule una comisión de aliento y de defensa compuesta del ilustre general Venegas, de Daniel Espejo, Emeterio Letelier. el doctor don Francisco Mesa y Mateo Madariaga. Y así habría visto el señor Ministro Altamirano, si los sabieadores que se aprontaban para romper los cráneos y hendir los pechos de los ciudadanos indefensos, habrían podido consumar impunemente sus cobardes órdenes».
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257

Edición del 26 de junio de 1871.
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258

Según estadística levantada en la secretaria de Vicuña Mackenna y que no fué objetada por el gobierno, a pesar de que éste, según hábito, aderezó más adelante actas y resultados fraudulentos, que recibieron la aprobación de la mayoría oficialista del Congreso, resultaron los siguientes totales en los comicios del 25 de junio: Ciudadanos calificados en todo el país: 79,684; votantes: 29,115; votos emitidos en favor del candidato oficial: 26,507 o sea el 30% del electorado, contándose en ese 30% considerable número de calificaciones confiscadas por la policía o correspondientes a individuos de tropa, la que usó de ellos en favor del señor Pinto. Ello sin considerar los votos de la casi totalidad de los empleados públicos, sometidos a control oficial...
Tales fueron, reducidos a cifras, los resultados de las elecciones presidenciales de 1876.
Datos muy interesantes, que comprueban nuestras aserciones, pueden encontrarse en la prensa de la época. Véase el libro de Vicuña Mackenna: El Partido Liberal Democrático.
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259

Es curioso anotar que sobre 29,115 votantes, el candidato popular obtuvo 2,642 votos (en los departamentos donde no se dió fe o no alcanzó a llegar la orden de abstención».
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260

El desistimiento del señor Vicuña Mackenna («El Estandarte Católico de 24 de junio de 1876.)
En cuanto a las ideas de Vicuña, valorando su imparcialidad, decía el futuro metropolitano de Santiago, cuya voz fué escuchada con respeto por amigos y adversarios de su fe durante más de medio siglo: =Las merecidas alabanzas que acabamos de hacer del hombre que hoy se aparta voluntariamente de la lucha presidencial, son tanto más sinceras y desinteresadas cuanto que nosotros no hemos sido un momento partidarios de su candidaturas. «El señor Vicuña, unido a los católicos en la defensa de los derechos del ciudadano, ha estado separado de ellos en el terreno religioso por haber acogido en su programa los falsos principios de liberalismo teológico que sus adversarios y los nuestros habían proclamado».
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261

Es interesante reproducir el fragmento que sigue, del editorial de «La Patria «de 29 de junio, pues versa sobre la labor realizada en unos pocos meses por el partido de Vicuña Mackenna: Haber conmovido profundamente la opinión pública; haber interesado a los indiferentes, sacudido a los perezosos, alentado a los tímidos, movido a todos los espíritus; haber llevado a la acción todas las voluntades; haber organizado en todas partes las asambleas libres, en donde el pueblo piensa, delibera y ejecuta; haber echado en el país con mano segura y hábil las raíces del sistema puramente republicano; haber andado un largo y provechoso camino en las prácticas democráticas; haber conseguido reunir bajo una misma bandera a todos los individuos de honradez y de patriotismo que aspiraban sinceramente a la libertad; haber organizado sobre sólidas bases una nueva y poderosa entidad política; haber obligado al adversario a confesar ante el país que sólo la fuerza armada podía ya sostener a su elegido y a su política, y por último, haber dado el más alto ejemplo de orden, de desinterés, de cordura y de patriotismo, son títulos que podría presentar con orgullo a la consideración y al respeto de todos, un partido que contase por años las semanas que tiene de existencia el que ha sido en esta campaña el único defensor del derecho y de la libertad.
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262

Actual avenida Vicuña. Mackenna
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263

En la habitación vecina se encontraba doña Victoria, Subercaseaux, quien, sin quererlo, escuchó toda la conversación. Al imponerse su marido, luego que los visitantes se hubieron retirado, hizo que ella prometiese guardar absoluto silencio sobre el particular.
En veladas familiares oímos muchas veces de labios de doña Victoria el relato de aquella entrevista y hoy, al estamparlo con escrupuloso espíritu, en este libro estrictamente documental, creemos cumplir un deber guardando los nombres de aquellos dignos jefes, que alguna vez sorprendimos a labios que ya están sellados para siempre.
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